A Monroy le interesa el personaje literario, pero mucho más la persona real.
Si en la literatura cristiana española (entiéndase como aquella hecha por cristianos de uno u otro lado del charco) no existiese una figura como la de Juan Antonio Monroy, alguien tendría que inventarla.
Me refiero a su desprendida erudición, pero también a su más que contrastada generosidad. Y me refiero, por encima de todas sus virtudes, a esa capacidad que sólo unos pocos como él tienen de provocar el interés del lector experimentado por esos asuntos donde la mayoría únicamente consigue añadir una espesa capa de aburrimiento.
En serio, háganse ese favor: leer a Monroy es tan luminoso y acogedor como leer a Chesterton en ayunas, a Giovanni Papini (autor por el que ambos compartimos admiración) tras despertar de la siesta, y a C.S. Lewis en la calma de una madrugada con insomnio. Es como una vela en el desierto.
Uno no tiene duda en ningún momento de que Monroy ha leído y pensado las treinta y siete obras literarias que nuestra cultura occidental ha producido sobre María Magdalena, la mujer que tantas conspiraciones ha avivado entre los necios y que protagonizó algunos episodios especialmente entrañables de los evangelios.
A Monroy le interesa el personaje literario, pero mucho más la persona real. Creo que esta sed por María (la llamaremos como hizo Jesús) está en su trabajo intelectual, que suele prestar atención al difícil arte de la biografía.
No sería sorprendente que en la mente y el corazón de Monroy haya vivido el proyecto de este libro durante décadas, porque un libro como este se escribe cuando has dado de algún modo con la biografía verdadera del objeto de estudio, y no cuando simplemente has tenido una ocurrencia y la has ido adornando con referencias sin sentido.
El estudio de María Magdalena (de cualquier persona citada en la Biblia, en realidad) llega a buen puerto cuando has leído tantas veces sobre ella, te has empapado tanto de lo que se ha escrito y dicho (a veces sufriendo las calumnias y las tergiversaciones casi inevitables) que ya no hablas sobre ella, sino de ella, o incluso con ella.
Y ese es un esfuerzo insólito en los textos de análisis literario contemporáneos.
Decía Harold Bloom que “con frecuencia, aunque no siempre sabiéndolo, leemos en busca de una mente más original que la nuestra”. Reconozco que no soy completamente imparcial: con Monroy siempre espero encontrar una mente más original (es decir, cercana al origen) que la mía, y nunca me ha fallado.
Como ocurre con los buenos ensayos, mientras leemos María Magdalena en la literatura pensamos que somos más inteligentes de lo que realmente somos.
Así, entre estas páginas nos encontramos con versiones apostólicas, barbaridades canónicas, santificaciones extravagantes, apasionantes ficciones, indagaciones egipcias, libros raros, fenómenos del esperpento y algunos destellos de brillantez.
Todo ello registrado y apuntalado por la “deforme caligrafía” que Monroy se atribuye. Los aficionados al resultado de su caligrafía no podemos quedar más satisfechos.
En lo personal, he quedado fascinado por algunos descubrimientos: la obra teatral de Maeterlinck, la historia de Carl Reinhardt, o la apasionante descripción que en unos párrafos traza sobre Santiago de la Vorágine, obispo de Génova.
Si la biblioteca de Babel existiese de verdad, Monroy sería uno de sus empleados, y a él deberíamos preguntarle para no perdernos. Porque conoce los pasillos, pero sobre todo conoce sus planos.
La brújula que Monroy utiliza es la Biblia, que nos permite diseccionar cada una de las aproximaciones a María (que incluyen desde mitos y leyendas a ensoñaciones, metáforas y símbolos trenzados) y desde donde plantea las cuestiones esenciales en las que uno no suele detenerse cuando analiza la figura de esta seguidora de Jesús: cuál es el legado de María, qué nos enseña su vida sobre el Maestro, qué hemos perdido al tratar de imponer nuestra propia visión de la historia.
Otro gran descubrimiento ha sido el viraje a un estilo más divulgativo (a veces hasta coloquial) por parte de Monroy y que, hasta donde sé, responde a una audaz decisión editorial consistente en mantener los comentarios personales del autor, lo que permite que sea leído con mayor frescura y el texto respire mientras se sucede la cascada de análisis que beben de una larga tradición polemista pero también de una concentrada inquietud por llegar a la verdad.
- María Magdalena en la literatura, Juan Antonio Monroy. Teukhos (Terrassa: 2019)
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