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Isaías I, de Matthew Henry

El profeta, aunque habla en nombre de Dios, sin embargo, al no tener esperanza de que le escuchen los hijos de su pueblo, se dirige a los cielos y a la tierra, y reclama su atención: Oíd, cielos, y escucha tú, tierra (1:2).

FRAGMENTOS 07 DE FEBRERO DE 2019 17:00 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de Isaías I, de Matthew Henry (Peregrino, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



La degeneración de Israel; la pecaminosidad de Israel; los sufrimientos de Israel (738 a. C.)



Isaías 1:2-9



Esperaremos encontrarnos con una escena más luminosa y más agradable antes de llegar al final de este libro; pero realmente aquí, al comienzo del mismo, todo parece muy malo, muy negro, con Judá y Jerusalén. ¿Qué es el desierto del mundo, si la Iglesia, la viña, tiene un aspecto tan lúgubre como este?



 



I. El profeta, aunque habla en nombre de Dios, sin embargo, al no tener esperanza de que le escuchen los hijos de su pueblo, se dirige a los cielos y a la tierra, y reclama su atención: Oíd, cielos, y escucha tú, tierra (v. 2). Las criaturas inanimadas, que observan la ley y responden al objetivo de su creación, oirán antes que este pueblo estúpido e insensato. Que las luces del cielo avergüencen sus tinieblas, y la fecundidad de la tierra su esterilidad, y la puntualidad de cada uno, su irregularidad. Moisés comienza así en Deuteronomio 32:1, a lo cual el profeta aquí hace referencia, dando a entender que habían llegado ahora aquellos tiempos que Moisés predijo (cf. Dt 31:29). Es también una apelación al Cielo y a la tierra, a los ángeles y así a los habitantes del mundo celestial y del terrenal. Que juzguen entre Dios y su viña (cap. 5:3); ¿puede alguno de los tales mostrar un ejemplo de tamaña ingratitud? Adviértase: Dios será justificado cuando hable47 (cf. Ro 3:4), y tanto el Cielo como la tierra declararán su justicia (Sal 50:6; cf. Miq 6:1-2).



 



II. Los acusa de vil ingratitud, un crimen de la más alta naturaleza. Llamar a un hombre desagradecido es decirle lo peor. Que el Cielo y la tierra oigan y se maravillen:



1. Del proceder benévolo de Dios con un pueblo tan obstinado y rebelde: «Los he alimentado y conducido como a hijos; han sido bien alimentados y bien enseñados (cf. Dt 32:6)»; «los he magnificado y exaltado (así lo traducen algunos), no solamente los he hecho crecer, sino que los he hecho grandes, no solamente los he mantenido, sino que los he promovido; no solamente los he instruido, sino que los he ensalzado (cf. v. 2)». Adviértase: debemos la continuidad de nuestras vidas y comodidades, y todos nuestros progresos, al cuidado paternal que Dios tiene de nosotros y su bondad para con nosotros.



2. De su conducta malévola hacia él, a pesar de haber sido tan tierno para con ellos: «Ellos se rebelaron contra mí (v. 2)», o (como traducen algunos) «se han sublevado contra mí; han sido desertores, más aún, traidores, contra mi corona y dignidad». Adviértase: todas las muestras del favor de Dios hacia nosotros, tanto hacia nuestra naturaleza como hacia nuestro mantenimiento, agravan nuestro alejamiento traicionero de él y todas nuestras presuntuosas oposiciones contra él: ¡hijos y, sin embargo, rebeldes!



 



Matthew Henry.

III. Atribuye esto a su ignorancia y falta de consideración: El buey conoce, pero Israel no (v. 3). Obsérvese:



1. La sagacidad del buey y del asno, los cuales no solamente son criaturas irracionales, sino de la clase más torpe; sin embargo, el buey tiene tal sentido del deber como para conocer a su dueño y servirle (v. 3), pero también para someterse a su yugo y tirar en él; el asno tiene tal sentido de participación como para conocer el pesebre o comedero de su señor (v. 3), donde se alimenta, y permanecer ahí; irá ahí por sí mismo si se le suelta. En justo aprieto es puesto el hombre cuando se le avergüenza aun por el conocimiento y entendimiento de estos animales tan tontos, y no solamente se le envía a la escuela con ellos (cf. Pr 6:6-7), sino se le sitúa por debajo de ellos (cf. Jer 8:7), enseñado más que a las bestias de la tierra (Job 35:11) y, sin embargo, sabiendo menos.



2. El embrutecimiento y estupidez de Israel. Dios es su dueño y propietario. Él nos hizo, y somos suyos más de lo que nuestro ganado es nuestro; ha hecho una buena provisión para nosotros; la providencia es el pesebre de nuestro Señor; sin embargo, muchos que son llamados el pueblo de Dios no conocen y no quieren considerar esto (cf. v. 3), sino que preguntan: «¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos? No es nuestro dueño; ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él? (Job 21:15). Él no tiene un pesebre en el que nos alimentemos». Se ha quejado de la obstinación de sus voluntades: Ellos se rebelaron contra mí (v. 2). Aquí señala su causa: «Por esto se han rebelado, porque no conocen, porque no consideran». El entendimiento está entenebrecido y, por tanto, toda el alma es ajena de la vida de Dios (Ef 4:18). «Israel no entiende (v. 3), aunque su tierra es una tierra de luz y de conocimiento; Dios es conocido en Judá (Sal 76:1); sin embargo, porque no viven a la altura de lo que conocen, es, en efecto, como si no conocieran. Conocen; pero su conocimiento no les hace bien, porque no consideran lo que conocen; no lo aplican a su situación, ni sus mentes a ello». Adviértase:



(1) Aun entre aquellos que profesan ser pueblo de Dios, que tienen las ventajas y se encuentran bajo las obligaciones de su pueblo, hay muchos que son muy negligentes en lo concerniente a sus almas.



(2) La falta de consideración de lo que conocemos es un enemigo tan grande para nosotros en religión como la ignorancia de lo que deberíamos conocer.



(3) Por eso los hombres se apartan de Dios, y se rebelan contra él, porque no conocen ni consideran sus obligaciones respecto a Dios en cuanto al deber, la gratitud y el beneficio.



 



IV. Lamenta la depravación y corrupción universales de la Iglesia y del reino de ellos. La enfermedad del pecado era epidémica, y todas las clases y categorías humanas estaban infectadas por ella; ¡Oh, gente pecadora! (v. 4). El profeta se lamenta por aquellos que no se lamentaban por sí mismos: ¡Ay por ellos! ¡Ay de ellos! (v. 4 LBLA). Habla con santa indignación por su degeneración, y por el temor a las consecuencias de la misma. Véase aquí:



1. Cómo agrava su pecado, y muestra la malignidad que había en él.



(1) La maldad era universal. Eran una nación pecadora (v. 4 LBLA); la mayoría de la gente era viciosa y profana. Así eran como nación. Eran corruptos en la gestión de sus tratados públicos con el extranjero, y en la administración de la justicia pública en el interior. Adviértase: es malo para un pueblo cuando el pecado se vuelve nacional.



(2) Era muy grande y aborrecible en su naturaleza. Estaban cargados de maldad (v. 4); la culpa de ella, y la maldición en que incurrieron por aquella culpa, pesaba mucho sobre ellos. Era una grave acusación la que se exhibía contra ellos, y una de la que nunca podrían absolverse a sí mismos; sus maldades estaban sobre ellos como una masa de plomo (Zac 5:7-8). Su pecado, que tan fácilmente los envolvía y al que eran proclives, era como un peso sobre ellos (He 12:1 LBLA).



(3) Provenían de una mala estirpe, eran una generación de malignos (v. 4). La traición corría por sus venas; la tenían por carácter, lo cual hacía el problema tanto peor, más provocador y menos curable. Se levantaron en lugar de sus padres, y siguieron en las pisadas de sus padres, hasta llenar la medida de su iniquidad (cf. Nm 32:14; Mt 23:32). Eran una raza y familia de rebeldes.



(4) Aquellos que eran en sí mismos corruptos hicieron lo posible para corromper a otros. No solamente eran hijos corrompidos (v. 4 LBLA), nacidos contaminados, sino hijos que son corruptores (v. 4 VRJ), que propagaban el vicio e infectan a otros con él: no solo pecadores, sino tentadores; no solo movidos por Satanás, sino agentes a su servicio. Si aquellos que son llamados hijos, hijos de Dios, que son considerados como pertenecientes a su familia, son malvados y viles, su ejemplo es de la más maligna influencia.



(5) Su pecado era un alejamiento traicionero de Dios. Eran desertores de su alianza: «Dejaron a Jehová, a quien se habían unido; se volvieron atrás (v. 4), se alienaron o separaron de Dios, le volvieron sus espaldas (v. 4 VTA o NBJ), desertaron y abandonaron su servicio». Cuando se les instó a ir adelante, corrieron hacia atrás, como novillo indómito, como novilla indómita (Jer 31:18; Os 4:16).



(6) Fue un desafío desvergonzado y atrevido a él: Provocaron a ira al Santo de Israel (v. 4), deliberada e intencionadamente; sabían que lo enojarían, y lo hicieron. Adviértase: las rebeldías de aquellos que han profesado religión y relación con Dios lo provocan de forma especial.



2. Cómo lo ilustra por medio de una comparación tomada de un cuerpo enfermo y doliente, todo cubierto de lepra (cf. vv. 5-6), o, como en el caso de Job, con una sarna maligna (Job 2:7):



(1) La enfermedad se ha apoderado de las partes vitales, y amenaza así con ser mortal. Las enfermedades en la cabeza y en el corazón son muy peligrosas; ahora bien, toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente (v. 5). Se han vuelto corruptos en su juicio: la lepra estaba en su cabeza. Eran totalmente inmundos; su afecto hacia Dios y la religión era frío y había desaparecido; las cosas que quedan […] estaban a punto de morir (Ap 3:2 LBLA).



(2) Se ha extendido por todo el cuerpo, y así se ha vuelto extremadamente repugnante; desde la planta del pie hasta la cabeza (v. 6), desde el campesino más humilde hasta el más grande noble, no hay en él cosa sana (v. 6), no hay buenos principios, ni religión (porque esto es la sanidad del alma), nada excepto golpes […] y heridas (v. 6 LBLA), culpa y corrupción (los tristes efectos de la caída de Adán), repugnantes al Dios Santo, dolorosos para el alma sensible; fueron así para David cuando se lamentó: Hieden y supuran mis llagas, A causa de mi locura (Sal 38:5). Véase Salmo 32:3-4. No se hicieron intentos de reforma, o, si se hicieron, mostraron ser ineficaces: las heridas no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite (v. 6). Mientras no haya arrepentimiento del pecado, ni las heridas sean examinadas y lavadas, y la orgullosa carne en ellas no sea cercenada; y en consecuencia, permanezcan sin perdón, las heridas no son suavizadas ni cerradas



(v. 6 NBJ), nada hay para curarlas ni para evitar sus fatales consecuencias.



 



V. Tristemente, lamenta los juicios de Dios que se habían acarreado por sus pecados, y su incorregibilidad bajo estos juicios:



1. Su reino estaba casi arruinado. Tan desdichados eran que sus ciudades y sus lugares habían sido devastados y, sin embargo, tan estúpidos que necesitaban que se les dijera esto, y que se les explicara. «Mirad y ved como está; vuestra tierra está destruida (v.7); la tierra no se cultiva por falta de habitantes, las aldeas están desiertas (Jue 5:7). Y así los campos y las viñas se vuelven como desiertos (cf. Jer 12:10 SBMN), porque en todos ellos habían crecido los espinos (Pr 24:31). Vuestras ciudades puestas a fuego (v.7) por los enemigos que os invaden (el fuego y la espada van normalmente juntos: cf. Jos 11:11; Jue 1:8; 20:48; 2 R 8:12; cap. 66:16; Ez 5:2; 23:25; Dn 11:33; Nah 3:15; He 11:34); en cuanto a los frutos de vuestra tierra, que habrían servido de alimento para vuestras familias, comidos son por extranjeros; y, para vuestra mayor aflicción, acontece delante de vosotros (v. 7), y sin que podáis impedirlo; morís de hambre mientras que vuestros enemigos se hartan de lo que debía ser vuestro mantenimiento. La destrucción de vuestro país es como la destrucción de los extraños (v. 7); es usada por los invasores como uno esperaría que fuese usada por extraños». Jerusalén misma, que era como la hija de Sion (v. 8) (el Templo edificado en Sion era una madre, una nodriza, para Jerusalén), o la propia Sion, el monte santo, que había sido querido para Dios como una hija, ahora se encontraba perdida, abandonada y expuesta como una enramada en viña (v. 8), la cual, cuando la cosecha ha terminado, nadie mora en ella ni tiene ningún cuidado de ella, y parece tan humilde y despreciable como una choza o cabaña en un pepinar (v. 8 LBLA); y toda persona tiene miedo de acercarse a ella, y se da prisa en sacar de ella todas las cosas de valor, como si fuera una ciudad sitiada (v. 8 LBLA). Algunos piensan que la condición calamitosa del reino es la representada por un cuerpo enfermo (cf. v. 6). Probablemente este discurso se predicó durante el reinado de Acaz, cuando Judá fue invadida por los reyes de Siria e Israel, los edomitas y los filisteos, que mataron a muchos, y se llevaron a muchos en cautividad (cf. 2 R 16:5-6; 2 Cr 28:5,17-18). Adviértase: la impiedad y la inmoralidad nacionales acarrean una desolación nacional. Canaán, la más hermosa de todas las tierras (Ez 20:6,15); el monte de Sion, el gozo de toda la tierra (Sal 48:2); ambos se habían convertido en un oprobio y en una ruina; y el pecado, ese gran malhechor, lo hizo así.



2. Sin embargo, no se habían reformado todos y, por tanto, Dios los amenaza con adoptar otro proceder con ellos: «¿Por qué querréis ser castigados aún más (v. 5), con alguna esperanza de que os haga bien por ello, cuando aumentáis vuestras rebeliones a medida que aumentan vuestras reprensiones? Pues todavía persistiréis en rebelaros (v. 5 RVA), como habéis hecho», como Acaz en particular hizo, quien, en el tiempo de su angustia […] aumentó su infidelidad al Señor (2 Cr 28:22 BT). Así también hace el médico, cuando ve que la situación del paciente es desesperada, que no lo aflige más con medicinas; y también como el padre cuando decide no corregir más a su hijo y, encontrándolo endurecido, decide desheredarlo. Adviértase:



(1) Hay quienes empeoran con los métodos que Dios usa para mejorarlos; cuanto más heridos son, más se rebelan; sus corrupciones, en vez de ser mortificadas, son irritadas y exasperadas por sus aflicciones, y sus corazones son endurecidos aún más.



(2) Dios, a veces, aplicando un justo juicio, deja de corregir a aquellos que han sido incorregibles durante mucho tiempo, y a quienes, por tanto, planea destruir. La plata desechada será arrojada no dentro del horno, sino al estercolero (Jer 6:29-30; cf. Ez 22:18). Véase Ezequiel 24:13; Oseas 4:14. El que es inmundo, sea inmundo todavía (Ap 22:11).



 



VI. Se consuela a sí mismo con la consideración de un remanente que serviría de testimonio de la gracia y la misericordia divinas, a pesar de esta corrupción y desolación generales (cf. v. 9). Véase aquí:



1. Cuán próximos estaban a un completo exterminio. Eran casi como Sodoma […] y […] Gomorra (v. 9), tanto respecto al pecado como a la ruina; se habían vuelto casi tan malos que no podían encontrarse diez hombres justos entre ellos (cf. Gn 18:32), y casi tan desdichados como si ninguno hubiera quedado vivo, y su país convertido en un lago de azufre. La justicia divina dice: «Hazlos como a Adma; ponlos como a Zeboim»; pero la misericordia dice: «¿Cómo haré esto?» (Os 11:8-9 LBLA).



2. Qué fue lo que los salvó de él: Jehová de los ejércitos les dejó un resto pequeño (v. 9), que fueron guardados puros de la apostasía general, y guardados a salvo y vivos de la calamidad general. Esto se cita por el apóstol (cf. Ro 9:27), y se aplica a aquellos pocos de la nación judía que en su tiempo abrazaron el cristianismo, cuando el conjunto del pueblo lo rechazó, y en quienes tuvieron cumplimiento las promesas hechas a los padres (Ro



15:8; cf. Hch 2:39; 13:32-33). Adviértase:



(1) En los peores tiempos hay un remanente preservado de la iniquidad y reservado para la misericordia, como Noé y su familia en el diluvio (cf. Gn 6:6-8; 8:1), o Lot y la suya en la destrucción de Sodoma (cf. Gn 19:29). La gracia divina triunfa al distinguirse por un acto de soberanía.



(2) Este remanente es, a menudo, muy pequeño en comparación con el gran número de pecadores rebeldes y arruinados. La multitud no es la marca de la verdadera Iglesia. La de Cristo es una manada pequeña (Lc 12:32).



(3) Es obra de Dios santificar y salvar a algunos, cuando a otros se les deja perecer en su impureza. Es la obra de su poder como el SEÑOR de los ejércitos (v. 9 LBLA). Si […] no nos hubiese dejado ese remanente (v. 9 RVG), no habría quedado ninguno; los corruptores (v. 4 VRJ; cf. Jer 6:28) hacían lo que podían para corromper a todos, y los devoradores (cf. v. 7 LBLA) para destruir a todos, y habrían prevalecido si el propio Dios no se hubiera interpuesto para asegurarse para sí mismo un remanente; por lo cual están obligados a darle toda la gloria.



(4) Es bueno para un pueblo que ha sido salvo de una ruina total mirar atrás y ver cuán cerca estuvieron de ella, justo al borde de la misma, para ver lo mucho que debían a unos pocos hombres buenos que se pusieron en la brecha (Ez 22:30), y que eso se debía a un Dios bueno, el cual les dejó estos hombres buenos. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos (Lm 3:22).



 



47 Cita de Romanos 3:4: Para que […] venzas cuando fueres juzgado. Según el comentario Jamieson, Fausset y Brown, esta es una cita del «Salmo 51:4 según la Septuaginta; pero en hebreo y en nuestra versión, “cuando juzgues”. El sentido general, sin embargo, es el mismo en ambos casos: que hemos



de vindicar la justicia de Dios a toda costa por nuestra parte». (N. del E.).



 


 

 


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