La poesía de Alencart es una llama que Dios ha puesto en su alma, creo yo, desde la hora de su nacimiento.
Empecemos por el autor. Jaime García Maffla, nacido en Cali, Colombia, es poeta, filósofo y ensayista. La tarjeta de presentación dice que es especialista en la obra de Cervantes y uno de los poetas más relevantes de Colombia, receptor del Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquía.
Tenemos, pues, a dos grandes poetas frente a frente: Alfredo Pérez Alencart, el biografiado, y Jaime García Maffla, el biógrafo.
Hay cien biografías posibles para cualquier ser humano. Con el libro de García Maffla abierto ante mí percibo que el poeta colombiano apenas se detiene en la vida de Alencart, le interesa su obra, su poesía. Sondea el corazón creador del biografiado, camina sobre el horizonte de sus versos. No entra en el pasado ni se ocupa del presente de Alencart, considera primordial la emoción, la idea, la voz poética del hombre de quien escribe. Siguiendo tras los pasos de Víctor Hugo, Jaime García pide al pueblo que escuche al poeta, al soñador, al cantor de versos que tiene la frente iluminada. La poesía de Alencart es una llama que Dios ha puesto en su alma, creo yo, desde la hora de su nacimiento.
Fiel a su pensamiento original, García Maffla escribe una biografía diferente. Le interesa el poeta más que el hombre. “Quizás sea Alencart el poeta de hoy que un mayor número de voces dispares ha acogido, escritas y orales”, dice. Y citando a Washington Benavides, continúa refiriéndose a los dos nacimientos de Alencart: “Es en estuario humano donde confluyen las aguas de la montaña de Trilce y de Vallejo y en esa Salamanca donde ejerce un magisterio humano y en poesía que alienta en este siglo XXI al caminante que busca su Santiago, su Canterbury”.
Conozco a Alfredo Pérez Alencart hace tiempo y con el tiempo nos hemos convertido en buenos amigos. En mis viajes por países del subcontinente americano que habla el idioma de Cervantes he encontrado a muchos amantes de la poesía que conocen el apellido Alencart. Pero este libro de García Maffla, obra de un intelectual exquisito, me descubre abundantes nombres de cultivadores de la poesía en Hispanoamérica y en Brasil que conocen, admiran y comentan los libros de este poeta universal casi escondido entre las calles de la vieja Salamanca. A él dedica Jaime García unos versos biográficos que fluyen espontáneamente de sus sentimientos.
¿Desde cuáles
Ya cuantos
Parajes de una y otra
España con tu pluma y con tu lanza
Corazón a la vez que celosía,
Hoja o encuentro,
Qué eco es, desde una almena y selva sólo tuyas,
Les hablas a los seres, así tú,
Alfredo Pérez Alencart, con nombre y cauce
O sea un manantial de aguas del fluir sagrado
Y trasparente?
Jaime García divide las 247 páginas de su biografía en XXXI capítulos. Son capítulos cortos. Un lujo para el alma, una delicia leerlos. El autor inserta poemas de Alencart y los comenta a veces con juicio de poeta, a veces con juicio de filósofo.
Escribe Alencart en Cristo del alma:
“Ven, Dios de Jesús, y engendra en mi alma
toda tu justicia
en dirección al sufrimiento de los pobres
que se agigantan
contigo, porque la vida no es como se
pinta en las estampas.
Cristo del alma, dice el poeta Álvaro Alves de Faria, es un libro de una literatura poética que desvela misterios de la vida del hombre y de su ligación con el universo.
Tras la invocación al Dios de Jesús, Alencart ora:
Venga a nosotros tu Palabra
impregnada de amor y profecía.
Venga tu llama de adentro
y venga tus manos a tocar nuestra frente
o sumergir nuestras almas descarriadas
en aguas bautismales.
La conciencia del poeta se absorbe en Dios. La plegaria está basada en sus instintos más profundos. Cuando pide que las manos de Dios lleguen a tocar su frente, cuando ruega que su alma descarriada sea purificada en aguas bautismales, está recordando al gran poeta anglo-indú que fue Rabindranath Tagore:
Mi oración, Dios mío, es esta: hiere,
hiere, hiere la raíz de la miseria en mi
corazón: dame fuerza para llevar ligero
mis alegrías y mis pesares; dame fuerzas
para que mi amor dé frutos útiles.
Otro poeta, Leopoldo Cervantes-Ortiz, pone el acento en la condición espiritual de Alencart, sus creencias sin regateos en lo divino. Sus versos, dice, “se orean ante el vaho de la eternidad”. Así es la poesía de Alencart, “para quien la etiqueta de poeta-creyente se queda corta, aunque sin duda la asumiría con gusto”.
Poeta creyente en la tierra celestial, pero en esta, en la tierra que pisamos, tiene los pies bien anclados y no cierra los ojos a las miserias y angustias del humano que en ella vive.
Contrariamente a lo que imagina Enrique Caracciolo Trejo, Alencart sí tiene una visión del mundo-tierra, no revela en su obra una situación de discordia, no se busca a sí mismo, busca al otro. Sabe que el mundo está hecho de miel y ceniza, pero arroja las cenizas a las aguas marinas y conserva para sí y para los demás aquello que endulza la vida. Como en este otro poema:
A lo lejos,
a la altura de ramas estremecidas
por el vuelo silencioso del colibrí,
ofrecen su buena nueva
los presagios.
Crece algo así
como un humo que el viento
no voltea.
Leo en el gran cielo
un mensaje hecho de miel
y de ceniza.
Enardecidos amaneceres
abren senderos para el retorno
emprendido,
por mis venas ahora vuela
el colibrí.
Cuando Juan Alarcón Benito prologa el tomo dedicado a las Rimas del sevillano Gustavo Adolfo Becquer admite que biografiar a un poeta es más delicado que biografiar a un novelista o a un ensayista. Especialmente si el biógrafo siente más interés por los versos que por la vida del biografiado.
Este es el caso de Jaime García Maffla. Margina los datos fríos de su existencia y concede prioridad a su obra. Los comentarios a los poemas de Alencart son más profundos y más filosóficos que el recuento de los años vividos y cómo los vivió.
Este es un libro para ser leído y disfrutado con calma, en momentos de soledad y con el ánimo dispuesto. Pérez Alencart biografiado, y García Maffla biógrafo, nos entregan una obra de lujo, un regalo para el pensamiento y un deleite para el sentimiento.
El retrato de Alencart en la portada del libro es del pintor José Carralero, y las ilustraciones interiores de su entrañable amigo Miguel Elías.
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