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Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

José Emilio Pacheco, el versículo y la Biblia de Reina-Valera

Pacheco se acercó a la benemérita traducción de la Biblia al castellano de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera gracias a las lecturas que le compartió Carlos Monsiváis (1938-2010), protestante como aquellos.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 18 DE ENERO DE 2019 10:02 h
El poeta y ensayista José Emilio Pacheco.

A Rosi y Mariano, con amistad inconmovible y agradecida



Leo, es decir, le doy a dos versos de Job mi voz interior, la que nadie podrá escuchar nunca: “Pues nosotros somos de ayer y nada sabemos/ y nuestros días en la Tierra son como sombra” [Job 8.9]. En ese instante todo se actualiza y se vuelve real. El texto está hablando sólo para mí. No pienso que esas palabras me llegan desde el fondo de los milenios y mediante muchas traducciones de traducciones que desembocaron hacia 1600 en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera.



J.E.P., “Ovidio en el iPod”, en Letras Libres, 31 de enero de 2008 (www.letraslibres.com/mexico-espana/ovidio-en-el-ipod)



Con estas palabras reflexionaba, en enero de 2008, el poeta José Emilio Pacheco (1939-2014, Premio Cervantes en 2009), uno de los grandes escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, acerca de los desafíos planteados por la tecnología a la lectura de poesía en estos tiempos. Pacheco, quien se acercó a la benemérita traducción de la Biblia al castellano de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera gracias a las lecturas que le compartió Carlos Monsiváis (1938-2010), protestante como aquellos. De ese acercamiento, Pacheco (o JEP, como firmaba muchos de sus textos) dio testimonio muchas veces. En una de ellas, se expresó así:



En la feliz ignorancia del porvenir, combinamos sin saberlo alta cultura y cultura popular: programas triples en viejos cines ya también desaparecidos y lecturas de la Biblia en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (Biblia del Oso y Biblia del Cántaro). Como buen niño católico, yo ignoraba esta obra maestra y me había mantenido a distancia de poetas rojos como Pablo Neruda y César Vallejo (“El desierto del pasado”, en Milenio, 1 de febrero de 2014, www.milenio.com/cultura/el-desierto-del-pasado).



La obra de Pacheco, en general, pero sobre todo la poesía, adquirió, gracias a sus lecturas bíblicas en esa traducción cuatro veces centenaria, un sabor fuertemente apocalíptico que la crítica ha observado con insistencia (Cf. Carmen D. Carrillo Juárez, “La poesía de José Emilio Pacheco y la tradición bíblica”, en P. Popovic Karic y F. Chávez Pérez, coords., José Emilio Pacheco: perspectivas críticas. México, Siglo XXI, 2006; y L. Cervantes-Ortiz, “El lenguaje bíblico en la poesía de José Emilio Pacheco”, en Letralia, núm. 213, 6 de julio de 2009). En 2009 acometió la tarea de hacer una versión propia de el Cantar de los Cantares, en la que no olvidó mencionar a los traductores del siglo XVI (JEP, “El Cantar de los Cantares”, en La Jornada, 8 de febrero de 2009). Huelga decir que su trabajo rebosa un estilo poético muy personal, fruto del análisis que hizo del contexto de la obra original.



Periódicamente, en los textos de crítica que publicó en su columna “Inventario”, de la revista Proceso, Pacheco se refería a esa versión bíblica que siempre lo acompañó. Ya fallecido, en enero de 2017 apareció, por fin, una gran antología de textos de dicha columna en tres tomos, bajo el mismo título. En el tomo II, que abarca los años de 1984 a 1992, aparece uno de los artículos más representativos de su manera de abordar algún tópico literario a partir de un método detectivesco que glosaba y explicaba ampliamente el tema en cuestión. Se trata de “‘Voz de la Biblia y verso de Whitman’: nota sobre León Felipe y la tradición del versículo”, publicado el 19 de noviembre de 1984. En la introducción se refiere inmediatamente a la Biblia Reina-Valera y no se ahorra incluso una crítica (muy necesaria) a muchos de los lectores evangélicos de la misma:



La literatura española tiene una obra maestra desconocida en la Biblia que tradujo Casiodoro de Reina en 1569 y revisó Cipriano de Valera en 1602. Paradójicamente la obra de los heterodoxos españoles, condenados primero por la inquisición y luego por Marcelino Menéndez y Pelayo, es el libro más fácil de conseguir en el mundo hispánico y el que más influye en la vida de sus lectores y lectoras, pero muy pocos lo leen como texto literario. (JEP, Inventario. Antología. II. 1984-1992. México, Era, 12017, p. 97)



 





A continuación, y en la línea del crítico jalisciense Antonio Alatorre (1922-2010, específicamente, en Los 1001 años de la lengua española, 1979, edición original reeditada diez años más tarde y en 2002), señala simultáneamente los méritos literarios de esta Biblia y lo que perdió la cultura hispano-católica con su “ausencia forzada”: “Ya que se trata de la Biblia protestante, no igualada como verso ni como prosa por ninguna de las Biblias católicas, nuestra cultura ha vivido de espaldas a ella, a diferencia de lo que ocurre en lengua inglesa. Ciertamente se leen los Evangelios; en los años formativos el Antiguo Testamento se sustituye por la Historia Sagrada, la condensación de los relatos bíblicos” (Ídem).



Es allí donde conecta con el propósito mayor del artículo, explicar en términos estrictamente literarios, la importancia del versículo como forma poética, no necesariamente como unidad básica de lectura en las subdivisiones que tiene toda edición de la Biblia:



El hecho de que la lectura de la Biblia no haya sido parte de la cotidianidad en el orbe hispánico, excepto para las Iglesias protestantes, explica que no abunde, ni siquiera entre poetas y críticos, la conciencia de que existe el versículo. Se diría que hay una resistencia literaria, tan ortodoxa como la que ha perdurado en el terreno de la fe, pues todo lo que no es verso, cuando más de catorce sílabas, tiende a ser juzgado como prosa, poética si se quiere, pero prosa.



Sabido es que en el ambiente protestante de habla hispana existe una lamentable confusión acerca de esas subdivisiones que facilitan la lectura (mucha gente denomina versos a esas unidades), pues como bien observa Pacheco, el problema llega hasta la comprensión misma de los géneros literarios. Ello se debe a que el versículo es ambas cosas: por un lado, una subdivisión breve del texto bíblico que facilita la lectura, y por la otra, una variante del verso que, por su extensión, rebasa las dimensiones silábicas habituales y se extiende ampliamente, incluso en varios renglones. Para colmo de males, el formato de las ediciones de la revisión de 1909 de esta Biblia (conocida como “versión antigua”) colocaba en prosa las amplias secciones poéticas y hasta libros completos, como en el caso de los Salmos. Resultó, entonces, que muchos lectores/as evangélicos no han logrado darse cuenta de que, dentro de los versículos, como unidad de lectura, puede haber varios versos, como sucede también en los libros proféticos, escritos originalmente así, en verso, como aparecen impresos en prácticamente todas las versiones actuales.



Sin conocer, seguramente, esta triste confusión en que aún siguen atrapadas tantas comunidades eclesiásticas lectoras, en la primera parte de su artículo (“La emoción poética”) Pacheco no duda en incluir la definición de esta variante de verso para que su explicación tome los vuelos requeridos e hila delgado para superar cualquier confusión:



El Diccionario de la Academia es elocuente respecto a este mutismo. Define el versículo como “cada una de las breves divisiones de los capítulos de ciertos libros y singularmente de las Sagradas Escrituras”. El Diccionario de María Moliner por esta vez no mejora al académico. Dice que el versículo es “cada uno de los trozos breves en que se dividen la Biblia y el Corán”. En sí mismo “versículo” es un término errado. Significa literalmente “versito, verso minúsculo”, pobre definición para algo que excede al verso primeramente en sus dimensiones. En el orden racional e imperial de la poesía latina no hubo sitio para el versículo Por eso se creó un vocablo despectivo que arrastramos hasta nuestros días (pp. 97-98).



 



Pacheco y Leopoldo Cervantes-Ortiz.

Luego entonces, dice Pacheco, el versículo es una forma poética doblemente incomprendida, pues a sus orígenes religiosos le ha seguido un uso literario peculiar, especialmente por parte de algunos autores que son a los que dedica las siguientes líneas: José Martí, Rubén Darío, León Felipe, Walt Whitman, Jorge Luis Borges, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre… No dejar de criticar tampoco a fray Luis de León (1527-1591), eximio traductor y comentarista de los textos sagrados, contemporáneo de los protestantes Casiodoro y Cipriano, pues afirma: “En el centenario de León Felipe (1884-1968) debemos preguntarnos si en la poesía castellana existe realmente una tradición del versículo. Para el oído infalible de fray Luis de León —que, según Manuel Durán, hizo de la nuestra una lengua tan flexible y expresiva como las grandes lenguas clásicas— el versículo sonó como prosa”. Y para demostrar sus dichos, pasa a comparar ambas versiones (aunque Pacheco no consigna que utiliza la revisión 1960 del texto de Reina y Valera):



El principio de Job, 3, dice en palabras de fray Luis: “Y después abrió ansí Job su boca y maldijo a su día Y clamó Job y dijo: Perezca el día en que yo naciera y la noche que dijo: Concebido varón Aquel día sea oscuridad, no le busque Dios de arriba, y no resplandezca sobre él claridad”.



Reina y Valera tradujeron el pasaje como texto poético:



Perezca el día en que yo nací



Y la noche en que se dijo: Varón es concebido,



sea aquel día sombrío,



Y no cuide de él Dios desde



arriba,



Ni claridad sobre él resplandezca [Job 3.3-4, RVR 1960] (pp. 98-99).



Concluimos aquí con una de las primeras conclusiones que le merecen estas observaciones puntuales, y con las cuales no se puede más que estar de acuerdo:



La Inquisición separó a los pueblos hispánicos del tesoro literario que tienen en su Biblia clásica. Llegamos sin leerla a los 13 años transcurridos entre 1842 y 1855, cuando aparecieron en Francia los poemas en prosa de Aloysius Bertrand (Gaspard de la Nuit), y en Estados Unidos los versículos de Walt Whitman (Leaves of grass, Hojas de hierba) como instrumentos para expresar el mundo moderno.



Poema en prosa y versículo corren paralelos desde entonces, pero sus líneas rara vez llegan a encontrarse. Se dirá: lástima, que esta revolución poética ocurriera en el momento más pobre de nuestra lírica (p. 99).


 

 


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