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Juan Antonio Monroy
 

La Biblia en el teatro de Casona

Lo espiritual está presente en todas sus obras. Y no es una presencia circunstancial, sino intencionada, meditada, creada aposta. Dios no es en él un recurso teatral, como en otros autores; es una realidad viviente.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 23 DE NOVIEMBRE DE 2018 07:10 h
Una scena de La sirena varada, la primera obra de Casona. / Wikimedia Commons

Alejandro Casona nació el 23 de marzo de 1903 en Besullo, pequeña aldea asturiana de 40 vecinos. El mismo Casona cuenta: “Se llegaba a caballo, a dos horas de galopada desde Cangas de Narcea. Las casas tienen la techumbre de losa y en mi niñez el centro de la vida familiar se hacía alrededor del hogar bajo de leña, que se llama “chariega”.



Su auténtico nombre era Alejandro Rodríguez Álvarez. Lo de Casona lo explica él mismo: “La casa donde nací y me crié es una vieja mansión solariega, la más grande de la aldea y que allí denominan “Casona”. Desde mis principios literarios adopté como seudónimo, el cual me ha quedado como apellido, el nombre con el que se conocía nuestra casa solariega”.



Los padres de Casona eran ambos maestros. A los cinco años Casona leía correctamente. Y a los once ya había devorado, literariamente, a Dumas, Dick Turpin, Cervantes, Dante y otros muchos autores. A esa edad, dice Antonio García Muñoz, Casona había leído ya “lo que normalmente otro muchacho cualquiera gustoso de los libros lleva leído a los veinte”.



En las Universidades de Oviedo y Murcia estudió Filosofía y Letras. En 1922, influenciado por la profesión de sus padres, ingresó en la Escuela Superior de Magisterio. A los 25 años de edad ejercía como maestro en el valle de Arán. Allí despertó la vocación escénica de Casona, fundando un teatro para niños que tituló El pájaro pinto. En 1931, el Patronato de Misiones Pedagógicas, dependiente del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, pidió a Casona que dirigiera el Teatro del Pueblo. Con un grupo de estudiantes a su cargo, Casona prosiguió, durante cinco años más la labor iniciada en el Valle de Arán con El Pájaro Pinto. “Durante los cinco años que tuve la fortuna de dirigir aquella muchachada estudiante –escribe Casona-, más de trescientos pueblos –en aspa desde Sanabria a la Mancha y desde Aragón a Extremadura, con su centro en la paramera castellana-, nos vieron llegar a sus ejidos, sus plazas y sus porches, levantar nuestros bártulos al aire libre y representar el sazonado repertorio ante el feliz asombro de la aldea”.



Casona se consagra como dramaturgo en 1934 a raíz del gran éxito que tuvo La sirena varada, que obtuvo el Premio Lope de Vega. En ese mismo año Casona ganó el Premio Nacional de Literatura, concedido a su libro Flor de leyendas. En 1937 abandonó España y anduvo por Francia, México, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Perú y Chile, escribiendo y representando excelentes obras de teatro. Se instaló definitivamente en Buenos Aires en 1939. Regresó a España en 1963 y dos años más tarde, el 17 de septiembre de 1965 murió en Madrid cuando aún se esperaba mucho de su genio teatral.



Sus obras, más de 30 entre originales y adaptaciones, han sido representadas en los principales escenarios del mundo. Los árboles mueren de pie estuvo tres temporadas seguidas en París y Buenos Aires. La importancia del teatro de Casona va incrementándose con el tiempo. Al igual que sus árboles, supo morir de pie sobre el escenario de la vida.



No hay autor teatral español contemporáneo con una preocupación tan dominante por los problemas metafísicos como Alejandro Casona. Lo espiritual está presente en todas sus obras. Y no es una presencia circunstancial, sino intencionada, meditada, creada aposta. Dios no es en él un recurso teatral, como en otros autores; es una realidad viviente. Es, juntamente con la muerte, “las dos cosas grandes que hacen temblar al hombre” como hace decir al Pablo de La tercera palabra (Acto II). Y en torno a la existencia de Dios Casona da también vida al Diablo; intenta penetrar en el misterio de la vida, en su origen, en su final eterno; se ocupa de la muerte con profundidad de teólogo; ahonda en el problema de la salvación del alma; cree en el juicio final, en la responsabilidad primera y última del individuo y siente miedo, un espantoso miedo humano a “que lleguemos al otro lado…. Y que no haya nada. Sería una estafa imperdonable” (Siete gritos en el mar, Acto III).



La Biblia ocupa un lugar destacado en su teatro. Un lugar que, quizás por no conocerla como Casona demostró hacerlo, no han sabido dar otros autores españoles. El libro de Dios, fuente continua de inspiración literaria, ofrece inagotables recursos a quienes sepan leer en sus páginas.  Y Casona usó de estos recursos, porque el texto de la Biblia le era familiar.



Hay ocasiones en que emplea las Escrituras para hacer reír a los espectadores, como en este pasaje de Farsa y justicia del corregidor, donde Casona cuenta el divertido juicio al que compareció el posadero Juan Blas, acusado por un cazador, un peregrino, un sastre y un leñador.




“Corregidor.- ¿Y puede nadie negar que un animal de monte tire al monte?



Cazador.- Pero, señor corregidor, es imposible. El jabalí estaba muerto y bien muerto.



Corregidor.- Nada hay imposible ante la voluntad de Dios. Muerta estaba la hija de Jairo cuando le fue dicho: “¡Dormida estás, despierta!”



Secretario.- San Juan, capítulo once, versículo cuarenta y tres.



Corregidor.- ¿Vas a poner en duda los santos Evangelios?



Cazador.- ¿Qué importan ahora San Juan y San Mateo?



Corregidor.- ¿Cómo que no importan? ¡Anote, secretario!



Secretario.- Anoto (Escribe vertiginosamente).



Cazador.- De lo que se trata aquí es de Juan Blas, el posadero. Y yo afirmo que un posadero no puede hacer milagros. 



Corregidor.- ¡Imprudencia temeraria! ¿No tienen acaso todos los posaderos del mundo el don de transformar el agua en vino como en las bodas de Caná? ¡Anote!”




En Los árboles mueren de pie (Acto I), el falso pastor protestante aparece en escena con la Biblia en las manos. El deán de La molinera de Arcos  (Escena V) dice a Frasquita que  “en lugar de cuidar de sus ovejas el que descarría al rebaño con su ejemplo” tiene “pecado de escándalo”.. Y agrega: “Según el Evangelio, más le valiera atarse al cuello una rueda de molino y arrojarse al mar”.



En La barca sin pescador (Acto II), una de las mejores obras teatrales que tiene Casona, la abuela, razonando con Marko sobre el valor de las palabras, dice:




“Abuela.-¿Y es que las palabras no valen nada? Si el domingo, en lugar de emborracharte, hubieras ido a la iglesia, habrías oído lo que dijo el pastor. Y qué bien hablaba el condenado…Decía: “Cuando Jesús de Galilea envió por toda la tierra a sus discípulos, que eran unos pobres pescadores como vosotros, ¿creéis que les dio para luchar la espada o el caballo? ¡No! Les dio la palabra. Y con la palabra sola conquistaron el mundo”.




En esta misma obra, al final del acto segundo, cuando Estela se dispone a bendecir la comida, eleva una oración que es propia de las personas acostumbradas a meditar en la Biblia. Angelina y Matilde, las dos hermanas de La tercera palabra (Acto I), mantienen este diálogo sobre los dos Testamentos:




“Matilde.- (Irreductible) ¡Aunque fueran cinco minutos! ¡Soy la hermana mayor, y no hay lentejas bastantes en el mundo para comprar mis derechos de primogenitura!



Angelina.- (Levantándose y alzando el tono en un ensayo de rebeldía). ¿Vas a salirme ahora con los Evangelios?



Matilde.- (Más fuerte). ¡Es el Antiguo Testamento!



Angelina.- (Desconcertada). ¡Ah!... Entonces está bien”.




En La dama del alba (Acto I), otra de las obras mejor logradas de Casona, la madre se queja pensando que su hija yace muerta bajo las aguas del río, y dice: “aunque hubiera un palacio no la quiero en el río, donde todo el mundo tira piedras al pasar. La Escritura lo dice: “El hombre es tierra y debe volver a la tierra”. Sólo el día que la encuentre podré yo descansar en paz”.



Donde Casona más recurre a la Biblia es, tal vez, en La sirena varada, la primera obra que escribió estrenada en Madrid el 17 de marzo de 1934. Samy, el “clown” de circo, siempre borracho de vino y de miedo “era un lector fanático de la Biblia” (Acto II). Ricardo, extrañado por este detalle, exclama: “Maravilloso; un “clown” de circo que conoce la Biblia y las estrellas” (Acto I). Sirena, la hija tarada de Samy, en uno de sus momentos de lucidez, recuerda: “Papá bebía cerveza y se sentaba en el suelo a tocar la guitarra; y se le caían las lágrimas. Después me leía un libro grande que hablaba de Dios” (Acto III). De estas lecturas, Sirena recuerda pasajes enteros de la Biblia. Al final del primer acto repite de memoria hasta diez versículos de El Cantar de los Cantares.  Lo hace con tal dulzura que Ricardo, fascinado, la besa con efusión mientras grita: “¡Sirena! ¡Sirena! ¡Sirena! Sulamita”.



Citas literales de la Biblia, como las reproducidas aquí, abundan en otras obras de Casona. Pero citar un libro, aunque este libro sea la Biblia, no es difícil. A nuestro entender, tiene más mérito el que el contenido de un libro esté de tal manera vivo en el alma y en la mente del escritor que éste, inconscientemente, muestre en sus obras la influencia del mismo.



Esto ocurre con Casona y la Biblia. El texto de la Biblia le es tan amado, tan familiar, que los personajes de sus obras, sin proponérselo, hablan con frases de la Biblia.



He aquí algunos ejemplos: “El día que a Salomón se le ocurrió la idea de partir a un niño en dos estaba inspirado por una luminosa digestión” (el corregidor, en Farsa y justicia del corregidor). “Sois la sal de la tierra y el jardín de la vida”(Farsa del Cornudo Apaleado, prólogo). “También el rey David bailaba delante del arca” (el deán de La molinera de Arcos, Escena II). El Arturo de El crimen de Lord Arturo (Acto II) se expresa con palabras paulinas, tomadas del capítulo siete de la epístola a los Romanos. Dice: “Creo en una fuerza sobrenatural y misteriosa, que me arrastra a hacer el mal; y en otra misteriosa también, que no me deja hacerlo”.



Las citas, frases y reminiscencias de la Biblia se prodigan en su teatro infantil, especialmente en los cinco cuadros que componen la obra ¡A Belén pastores! También abundan en las adaptaciones que hizo de obras famosas, tales como en La Celestina, de Rojas; en El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y en las dos obras que adaptó de Shakespeare, Ricardo III  y Sueño de una noche de verano. En su ensayo en prosa sobre el Diablo, la Biblia, por la obligatoriedad del tema, está presente en casi todos los capítulos y particularmente en el apéndice I, donde Casona describe los nombres que se dan al Diablo en las Sagradas Escrituras.



En esta nutrición bíblica de Casona está, quizás, el secreto de la alegre despreocupación terrena y de la prioridad que en todas sus obras da a las compensaciones espirituales. Federico C. Sainz de Robles atribuye al autor asturiano una pedagogía espiritual cuya raíz, a nuestro modo de ver, hay que encontrarla en su sincero amor por el Libro de Dios.


 

 


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