El escritor ruso vivió amando la verdad y murió con ella en los labios. Esto ya es mucho para un hombre. Lo demás corresponde al juez justo.
León Tolstoi, el gran escritor ruso, nació el 28 de agosto de 1828 en Jasnaia Peliana, en el seno de una familia perteneciente a la nobleza rusa.
Aunque se movieron en mundos distintos, vivieron vidas diferentes y escribieron de formas desiguales. Galdós y Tolstoi han sido comparados en muchos aspectos por críticos literarios de varios países.
Unamuno se resistía a esta comparación. Oponiéndose a los que la apoyaban, el escritor vasco dijo en una ocasión: “La comparación está bien, con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios”.
Lleva razón Sebastián Juan Arbó al escribir que Unamuno miró más a hacer una frase que a decir una verdad. Cierto que Tolstoi, en la segunda parte de su vida, vivió en profundidad las verdades del Cristianismo que él conocía; pero no es del todo acertado reducir a Galdós a una actividad meramente política, ni vale decir de él que fue un indiferente en materia religiosa. El hecho religioso fue una constante en la vida de Galdós. Y si nada sabemos de arrebatos místicos a la manera de Tolstoi, su preocupación por los temas del espíritu está fuera de toda duda.
Comparaciones al margen, Tolstoi y Galdós, que fueron contemporáneos, despiertan nuestro entusiasmo. Ambos se esforzaron por descubrirnos la pequeñez y las miserias del hombre. Nos hablaron de la nada humana con cálido acento de advertencia. Y antes de dejar la tierra quisieron poner alas al pensamiento y al espíritu para hacernos volar hacia cielos más azules, en busca de otras playas sin riberas.
Como queda dicho, el magnífico escritor ruso nació en el seno de una familia vinculada a la más alta nobleza. En Moscú frecuenta la Facultad de Estudios Orientales e inicia la carrera de Derecho, que termina en San Petersburgo. Lee mucho y escribe a diario. En 1851, a los 23 años, compone su primera novela autobiográfica: Las cuatro épocas del desarrollo. Uno de sus más brillantes biógrafos, Stefan Zweig, diría que en toda la obra de Tolstoi hay una abundante carga biográfica. “La sombra de Tolstoi está perenne tras cada uno de sus personajes”.
Convertido en oficial del Ejército ruso, Tolstoi es llevado al Cáucaso y participa en el principio de la guerra ruso-turca. Esta experiencia originaría las interesantes narraciones de Sebastopol.
El año 1862 marca una fecha importante en la vida de Tolstoi. Contrae matrimonio con Sofía Andreievna Bers, hija de un médico famoso. Cuentan los biógrafos que Tolstoi estuvo a la vez enamorado de la madre de su novia y de las tres hermanas, pero decide contraer matrimonio con la más pequeña. El escritor tenía por entonces 34 años. Sofía sólo 17. Del matrimonio nacieron 13 hijos. Los primeros años de casado fueron de total felicidad. En plena luna de miel, escribe en su diario: “La quiero tanto, que entre un millón de hombres no se encontraría uno más feliz que yo”. Años más tarde, en carta a su tía, dice: “En este momento, todos los recursos de mi espíritu hacen de mí un escritor. Feliz marido, feliz padre”. La vida familiar de Tolstoi, sin embargo, pronto se viste de crespones negros. Pocos años después, el matrimonio y los hijos le parecen una carga. Escribe en su diario: “Es espantoso, terrible, insensato, que uno ligue su felicidad a contingencias materiales: mujer, hijos, propiedades, riquezas…¿Dónde estoy?”
Estos interrogantes forman parte de sus contradicciones internas y de la crisis moral que le embargó a lo largo de casi toda la vida, agudizándose años después de su matrimonio.
Cuando en 1870 tiene la primera idea de Ana Karenina tras haber concluido el año anterior su gran novela Guerra y Paz, Tolstoi atraviesa ya por fuertes períodos de desconcierto interior. Ana Karenina, escrita entre 1874 y 1877, marca la explosión de la crisis, que manifestaría con desgarro en obras tales como Confesión, En qué consiste mi fe, El poder de las tinieblas, La luz brilla en las tinieblas, Resurrección y otras más.
No se puede precisar en qué momento empezó la crisis espiritual de Tolstoi. Irene Andresco dice que el germen de sus trágicas luchas aparece ya en “Infancia”, obra de juventud. Hacia los 40 años, Tolstoi va comprendiendo que las riquezas, la fama, el poder y el placer son un ahogo para el hombre. La pobreza le parece absolutamente indispensable para lograr la felicidad en la tierra. Y pone en práctica su nueva ideología. Renuncia a todo lo que posee, con gran escándalo de la familia, y se dedica a trabajos manuales. Corta leña, fabrica casas, vive con los pobres y les enseña. Su hijo León, naturalmente disconforme con la nueva vida adoptada por el padre, escribe: “La crisis de Tolstoi –que era verdaderamente una crisis espiritual con una desesperación moral muy sincera y profunda- fue el fin de su felicidad y el fin de la felicidad de su familia”.
Temiendo haber ido demasiado lejos, el joven biógrafo advierte acerca de su padre: “Compréndase que yo no quiero decir que debía continuar tomando vodka, vino y rosbif, y fumando cigarrillos; lo que quiero decir es que no debía condenar los demás dones y condiciones de la vida, que lo habían creado así, cosa que lo colocó para siempre en una situación falsa, llena de contradicciones y de torturas, casi sin salida”.
Por lo que cuenta su propio hijo León, autor de las observaciones anteriores, el pensamiento de la muerte influyó de forma decisiva en la crisis de Tolstoi. Durante 35 años, asegura, habló todos los días de la muerte. Porque la temía. Refiriéndose a una época de juventud, Tolstoi dice en sus Confesiones: “En una ocasión, di en imaginarme que la muerte me acechaba a cada paso y en cualquier momento”. La gran pregunta de Job: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14), que ha torturado a tantos cerebros privilegiados, mantuvo el alma de Tolstoi en tensión constante.
A todo esto se unió su disconformidad con la forma de Cristianismo que se predicaba y se vivía en la Rusia de su época. Tolstoi pertenecía a la Iglesia ortodoxa, pero la abandonó para practicar un Cristianismo más puro. Ávido de conocimientos bíblicos, aprendió el hebreo para leer el Viejo Testamento en su versión original y estudió griego para entender en profundidad el Nuevo Testamento. Su conocimiento del griego llegó a ser tan amplio que hizo una versión magistral de los cuatro Evangelios al ruso. Entre 1880 y 1885 publicó dos obras polémicas: En qué consiste mi fe y Confesión. En ellas explicaba Tolstoi las causas de su alejamiento de la Iglesia ortodoxa y la génesis de su Cristianismo. En qué consiste mi fe fue declarada “muy perjudicial” por la censura eclesiástica y confiscada por la policía. Igual suerte corrió su drama El poder de las tinieblas, cuya representación fue prohibida a instancias de la jerarquía ortodoxa.
Excomulgado por su Iglesia, Tolstoi quiso ser un Lutero en Rusia. Su preocupación no era fundar una nueva religión, como se ha dicho equivocadamente, sino reformar las estructuras eclesiásticas vigentes en su tiempo y país y regresar a una concepción más primitiva del Cristianismo. Hacer comprender al hombre que la ciencia principal está en vivir haciendo el mínimo posible de mal y el máximo posible de bien. Este fue el objetivo último de su crisis espiritual.
La gran pasión de Tolstoi, que iluminó de esperanzas los últimos años de su vida, quedó expuesta en un escrito de 1855 que figura en su Diario. Dice: “Una conversación acerca de la divinidad y la fe me ha sugerido una grande y espléndida idea, a cuya realización me siento capaz de consagrar toda mi vida. Esta idea es la fundación de una nueva religión que corresponda al estado presente de la humanidad; la religión de Jesús, pero depurada del dogma y del misticismo, una religión práctica que no promete la bienaventuranza futura, sino la felicidad en la tierra”.
Tolstoi no vio su sueño materializado. Los ideales nobles tienen pocas esperanzas de realización en esta tierra maldecida a causa del pecado. Stefan Zweig nos recuerda que Tolstoi, quien destaca como una figura del Antiguo Testamento, tal vez la más grande en los dos últimos siglos, fustigó la guerra, exigió el amor.. y aún no habían pasado cuatro primaveras por encima de su tumba cuando la guerra asesinó de nuevo y ensangrentó al mundo.
En el otoño de 1910 Tolstoi tuvo una nueva disputa con su esposa. Abandonó el hogar y partió con dirección a Rostov, ciudad a donde no pudo llegar. Atacado de fuertes calenturas, hizo un alto en la estación de Astapov; allí murió al alba del 7 de noviembre. Su cuerpo fue llevado a Jasnaia Pliana y enterrado en un lugar del bosque previamente señalado por el escritor. La esposa de su hijo Miguel dio a la publicidad en 1950 unas impresiones íntimas con el título de “Tolstoi en vida”. Al final de sus dulces recuerdos, escritos con gran cariño, comenta: “Esta muerte, en una pequeña estación, de un anciano profundamente abatido, huyendo de todo lo que había amado: su mujer, sus hijos, la casa de sus antepasados, forzoso es que aparezca como trágica ante el juicio de los hombres; mas para él, era la liberación: la liberación del fardo de la tierra, cuyo peso le ahogaba”.
Es una opinión. Menos espiritual que su suegro, la autora de esas líneas parece ignorar que ningún hombre que busca a Dios tiene una muerte trágica. Y Tolstoi anduvo toda su vida tras las huellas del Padre Eterno. De ahí sus luchas, sus contradicciones y sus grandes crisis. Su hija Alexandra, que le acompañó hasta el momento de expirar, dice que sus últimas palabras fueron: “Amo la verdad”.
Autores pietistas han dicho, con poco conocimiento de la vida de Tolstoi, que se convirtió leyendo la Biblia. La conversión, según el patrón del Nuevo Testamento, tiene unas exigencias que Tolstoi no llegó a cumplir. El escritor ruso vivió amando la verdad y murió con ella en los labios. Esto ya es mucho para un hombre. Lo demás corresponde al juez justo. Su muerte, desde luego, no fue trágica, como quiere la mujer de su hijo Miguel. Cuando se vive amando la verdad, ¿puede morirse trágicamente? Los seres que aman, ¿mueren? ¿Realmente mueren?
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