Este pequeño libro está centrado sin ningún complejo en la iglesia local como el motor de las misiones mundiales.
Un fragmento de “Las misiones”, de Andy Johnson (2018, Editorial Peregrino). Puedes saber más sobre el libro aquí.
LA MISIÓN DE LAS MISIONES ES ANTE TODO ESPIRITUAL
No es necesario empezar este pequeño libro entrando a fondo en el debate acerca de la responsabilidad de las iglesias de satisfacer tanto las necesidades eternas a través de la proclamación del evangelio como las necesidades temporales a través del cuidado material. Está claro que los cristianos tienen que preocuparse de forma personal por todo el sufrimiento humano. Y los cristianos tienen que preocuparse especialmente por el sufrimiento eterno y terrible que enfrentan todos aquellos que permanecen bajo la ira de Dios. No tenemos que permitir que ambas preocupaciones compitan por ser la prioritaria. John Piper ha entendido esto correctamente: «Los cristianos se preocupan por todas las formas de sufrimiento y especialmente por el sufrimiento eterno. Y si no lo hacen, es que tienen un corazón defectuoso o creen en un Infierno sin llamas»1.
Antes de poner nuestra atención en la misión mundial de la iglesia, espero que podamos estar de acuerdo en que la iglesia tiene que preocuparse especialmente por el sufrimiento eterno. La iglesia es esa singular comunidad del evangelio reclutada por Jesucristo mismo. Por consiguiente, tienes que trabajar de manera especial para cumplir su singular misión de proteger el evangelio, proclamar el evangelio y discipular a aquellos que responden con arrepentimiento y fe al evangelio. Sean cuales sean las cosas buenas que hacemos, si nuestras congregaciones fracasan en esa misión, fracasaremos en el singular mandato que Cristo nos ha dado como iglesias. Es bueno hacer otras cosas y nuestras iglesias pueden tomar diferentes decisiones respecto a involucrarse en buenas obras y en ayudas sociales. Pero lo que la iglesia cristiana posee como algo exclusivo y único es la mayordomía del evangelio. Debemos hacer que lo primero sea lo primero. Y esa es la prioridad de las misiones cristianas.
Es importante colocar este punto en primer lugar porque en tiempos recientes algunos cristianos han sugerido que si animamos a las iglesias a dar prioridad a la misión espiritual sus miembros y misioneros no se preocuparán en absoluto por el sufrimiento terrenal de las personas. Sin embargo, la historia dice que las generaciones en las cuales las iglesias se centraron más en la eternidad y la salvación son las que normalmente hicieron el mayor bien social. Investigadores actuales como Robert Putnam están perplejos por el nivel insólito de donaciones altruistas dadas por personas religiosas que pertenecen a iglesias centradas en la eternidad2. O podemos leer la ampliamente reconocida obra del sociólogo Robert Woodberry, quien hablando de misioneros que priorizan la salvación de las almas por encima de todo lo demás, demostró que: «Los misioneros protestantes que buscan convertir a la gente han producido un bienestar social mundial y más permanente que aquellos que solo —o principalmente— se concentran en ofrecer ayuda social»3.
La realidad es que no ponemos en primer lugar los asuntos eternos en nuestras iglesias debido a la historia y la ciencia social; lo hacemos por amor a nuestro prójimo. Si estamos convencidos de que el sufrimiento eterno en el Infierno es el peor sufrimiento de entre todos los sufrimientos humanos, ¿a qué otra cosa vamos a dar prioridad? Aun más, ponemos en primer lugar los asuntos eternos por amor a Dios. Queremos que nuestras iglesias cumplan con el propósito glorioso de Dios; propósito que fue el motivo concreto por el cual les confió el evangelio.
Somos impulsados con sumo gozo por el mandato de nuestro Señor de «id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado»
(Mt. 28:19-20). Y también nos impulsa la visión celestial del apóstol Juan:
Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero (Ap. 7:9-10).
Llamar y discipular a todas las personas salvadas por el Cordero es la misión principal de las misiones. Independientemente de todo lo demás que la iglesia escoja hacer, esa gran visión tiene que ser nuestra meta principal y el gozo por el cual trabajamos. ¿Acaso una meta menor es digna de aquel «que vino al mundo a salvar a los pecadores» (1 Ti. 1:15)? Evangelizar y establecer la iglesia de Cristo es nuestra prioridad en las misiones.
LA MISIÓN LE PERTENECE A DIOS, PARA SU GLORIA Y BAJO SUS INSTRUCCIONES
Dios no solo quiere que su misión sea llevada a cabo, sino que se haga bajo sus instrucciones. Dios desea recibir gloria mostrando que la misión es suya y que su poder la sostiene. Cualquier esfuerzo de nuestra parte por cambiar la misión, ampliarla o sustituir sus instrucciones por las nuestras, corre el riesgo de robarle a Dios la gloria que le corresponde. Y robarle a un Dios que todo lo sabe y todo lo puede lo que más le apasiona en todo el universo es increíblemente estúpido y completamente inútil. Así dice Dios:
Por amor a mi nombre contengo mi ira, y para mi alabanza la reprimo contigo a fin de no destruirte. He aquí, te he purificado, pero no como a plata; te he probado en el crisol de la aflicción. Por amor mío, por amor mío, lo haré, porque ¿cómo podría ser profanado mi nombre? Mi gloria, pues, no la daré a otro (Is. 48:9-11, LBLA).
A Dios le importa cómo se lleva a cabo la misión porque él no comparte su gloria con nadie. Cuando leamos las páginas de la Escritura para entender la misión, este hecho debe permanecer grabado en nuestras mentes. La misión de la redención mundial es en última instancia para la gloria de Dios: «Por amor mío, por amor mío, lo haré [...]. Mi gloria, pues, no la daré a otro». Y eso es algo maravilloso.
Nuestra confianza en las misiones y nuestro gozo en la salvación fluye del conocimiento de que la misión misericordiosa de Dios debe su origen a su deseo por su gloria y no a nuestra habilidad o atractivo. ¡Alabado sea Dios! Él declara que:
Por amor a mi nombre contengo mi ira, y para mi alabanza la reprimo contigo a fin de no destruirte (Is. 48:9, LBLA).
Este versículo es uno de lo más inspiradores de toda la Escritura. Mientras Dios proteja su propia gloria y esté decidido a mostrar dicha gloria teniendo misericordia de los pecadores todos aquellos que confíen en él estarán seguros y su misión nunca fracasará. Dios ha decidido cómo debe llevarse a cabo la misión. Y quiere que esta se lleve a cabo a través de sencillamente declarar el evangelio y congregar a sus hijos en iglesias, para que todos puedan ver que la salvación es la obra de Dios y que él reciba toda la gloria.
LAS MISIONES MUNDIALES SE LLEVAN A CABO PRINCIPALMENTE A TRAVÉS DE LA IGLESIA LOCAL
¿Quién es responsable de llevar a cabo esta misión mundial de salvación? ¿A quién encargó Cristo su Gran Comisión en Mateo 28:18-20? Esa es una pregunta más complicada que averiguar por ejemplo quién estaba presente cuando él dijo las palabras registradas en esos versículos. En un sentido, la comisión de llevar a cabo las misiones fue dada a cada cristiano en particular. Pero en otro sentido, fue dada principalmente a las iglesias locales. ¿Por qué digo eso?
Cada uno de nosotros es llamado de manera individual a obedecer el mandato de Cristo de hacer discípulos que conozcan y obedezcan su Palabra. ¿Pero cómo quiere que lo hagamos? Su Palabra es clara; en condiciones normales, debemos buscar la obediencia, edificar a los discípulos y plantar otras iglesias a través de las iglesias locales. La iglesia local deja claro por medio del bautismo y la membresía en el cuerpo quién es y quién no es un discípulo (Hch. 2:41). La iglesia local es donde la mayor parte del discipulado tiene lugar de manera natural (He. 10:24-25). La iglesia local envía misioneros (Hch. 13:3) y cuida de ellos después de enviarlos (Fil. 4:15-16; 3 Jn. 1:8). Y la reproducción de iglesias locales sanas es normalmente el propósito y la meta de nuestros proyectos misioneros (Hch. 15:41; Tit. 1:5).
¿Pero por qué Dios está tan decidido a cumplir su gran obra redentora por medio de su iglesia? Porque le apasiona su propia gloria. Ha determinado actuar a través de la historia «para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Ef. 3:10). Dios está decidido a utilizar la iglesia para cumplir su obra redentora y mostrar la gloria de su sabiduría al universo. La iglesia fue planeada por Dios y ella es su único plan establecido para las misiones mundiales. Y por encima de todo, es la amada de su Hijo amado; la novia comprada a precio de sangre.
Por consiguiente, cualquier organización humanamente creada que colabore en las misiones tiene que recordar que es la dama de honor, no la novia. Es la actriz secundaria, no la estrella. Esa posición, honor y responsabilidad ha sido otorgada por Cristo a su Iglesia y solo a su Iglesia. La cooperación organizada entre iglesias para el beneficio de las misiones es algo maravilloso —hablaré acerca de ello más adelante—, pero aquellos que organizan esa cooperación tienen que recordar que están participando como acompañantes de la iglesia local y no sustituyéndola.
Precisamente porque la Biblia es clarísima acerca de este punto, este pequeño libro está centrado sin ningún complejo en la iglesia local como el motor de las misiones mundiales. Y cuando consideramos nuestro propio compromiso individual con la misión mundial, también tenemos que hacerlo en el contexto de nuestras funciones como miembros de la iglesia. Si queremos entender cómo involucrarnos fielmente en las misiones, la iglesia local tiene que ser la base para identificar, capacitar, enviar y sostener a los misioneros. La misión ha sido dada a la Iglesia de Cristo y para la gloria de Cristo.
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