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Juan José Arreola, escritor proteico

Amigo y coterráneo de Juan Rulfo, como él fue autor de una obra exigua pero sumamente festiva, pletórica de curiosidad.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 28 DE SEPTIEMBRE DE 2018 15:27 h

Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla.1



J.J.A.



El sabor popular y festivo



 



Al recorrer las calles del antiguo Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán, en el occidental estado de Jalisco en México, la presencia de Juan José Arreola (nacido allí un 21 de septiembre hace cien años) es algo que no se puede ocultar, pues forma parte del patrimonio cultural y existencial de ese poblado en donde tuvieron lugar algunos de los episodios de la llamada Guerra Cristera, en la que diversos contingentes armados católicos se enfrentaron al gobierno mexicano en la segunda década del siglo XX. Resuena en sus calles el rumor colectivo y popular que él tan graciosa y creativamente revivió en su única novela, La feria (1963),en donde el personaje polifónico y fragmentario es ese pueblo vivo y totalmente inmerso en una atmósfera religiosa de la que sólo saldría con las imposiciones de la modernidad. El propio Arreola dio testimonio de su apego (y desapego) a ese lugar con un desparpajo que tanto asombró al propio Jorge Luis Borges, su amigo y casi doble:



Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán. Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño. Desde mayo hasta diciembre, se ve la estatura pareja y creciente de las milpas. A veces le decimos Zapotlán de Orozco porque allí nació José Clemente, el de los pinceles violentos. Como paisano suyo, siento que nací al pie de un volcán.2



El relato, que parece extraído precisamente de La feria, discurre por las veredas más impredecibles de la memoria del escritor y se desdobla en detalles que son fácilmente reconocidos al leer esa novela. El costumbrismo, como corriente literaria, se queda corto al tratar de explicar la verborrea del autor que nos obliga, como lectores distraídos a entrar a su mundo y percibir los olores y los temores de esos años ya idos y largamente recreados:



A propósito de volcanes, la orografía de mi pueblo incluye otras dos cumbres, además del pintor: el Nevado que se llama de Colima, aunque todo él está en tierra de Jalisco. Apagado, el hielo en el invierno lo decora. Pero el otro está vivo. En 1912 nos cubrió de cenizas y los viejos recuerdan con pavor esta leve experiencia pompeyana: se hizo la noche en pleno día y todos creyeron en el Juicio Final. Para no ir más lejos, el año pasado estuvimos asustados con brotes de lava, rugidos y fumarolas. Atraídos por el fenómeno, los geólogos vinieron a saludarnos, nos tomaron la temperatura y el pulso, les invitamos una copa de ponche de granada y nos tranquilizaron en plan científico: esta bomba que tenemos bajo la almohada puede estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los próximos diez mil años.3



Además de La feria, la capacidad de dispersión de Arreola se desplegó al máximo en esos otros volúmenes que forman hoy una unidad impensada en el momento de pergeñarlos: Varia invención (1949), Confabulario(1952), Palíndroma (1971),relatos-ensayos todos ellos con un vigor narrativo envidiable y Bestiario(1972, textos-poemas en prosa dedicados como lo anuncia el título, a una buena variedad de criaturas), además de los textos inclasificables, que se fueron sucediendo por obra y gracia del azar: La palabra educación (1973), Y ahora, la mujer… (1975) eInventario (1976) fruto más de su magisterio oral (y de los desvelos de alguien como Jorge Arturo Ojeda, discípulo muy cercano) que de su celo para sentarse a escribir de manera “ortodoxa”. La sucesión de esa escritura, aparentemente tan lineal y exacta, surgió de una vida estrafalaria en la que el escritor casi desparece del escenario por obra y gracia del actor (que lo fue en la Comedia Francesa en los años cuarenta, “bajo las órdenes de Jean Louis Barrault y a los pies de Marie Bell”) que representó el personaje que, incluso, no dejó de aparecer en la televisión comercial hablando de los temas más disímbolos que puedan imaginarse.



 



Los jóvenes Juan José Arreola y Juan Rulfo.

La nota sobre él en Poesía y movimiento (1966, antología de poesía mexicana)lo pinta de cuerpo entero:



Apasionado de lo imprevisto, Arreola suele unir a la singularidad expresiva el afán de buscar el resplandor del misterio. Eminentemente poética, saturada de buen humor y aun de gracia, su prosa recorre una amplia gama de temas y situaciones y se desplaza del cuento propiamente dicho a la estampa sencilla que se enriquece con insinuantes observaciones. Ha logrado un estilo inconfundible, abundante en precisiones, ornamentado siempre por el triunfo de la inteligencia.4



Amigo y coterráneo de Juan Rulfo, como él fue autor de una obra exigua pero sumamente festiva, pletórica de curiosidad, al grado de que podría decirse que La feriaes el lado festivo de Pedro Páramo, tal como lo ha afirmado Christopher Domínguez Michael.5Calificado por el estudioso Felipe Vázquez como “escritor proteico”, se justifica este término por su capacidad para expresarse en la amplia diversidad de registros que manejó en abundancia:



Una mente curiosa y de múltiples aristas. Un hombre atraído por innumerables cosas. Un hacedor de objetos que posee la finura y la precisión de un miniaturista. Un enamorado que imanta de pasión lo que toca. Un escritor que aborda los géneros y los metamorfosea para crear el género varia invención. Un moralista de mirada irónica que, desde la ficción, hace una de las críticas más devastadoras a la condición apocalíptica del hombre. Un espíritu obsedido por lo absoluto, que supo tejerlo con delicadeza en la textura del texto y, así, elevó su literatura a la región de lo imposible. Un autodidacto que dictaba cátedra en las aulas universitarias. Un conversador que hipnotizaba a su auditorio gracias a su vasta cultura, a su memoria prodigiosa y a la articulación precisa de las cláusulas sintácticas. Un escritor cuyos talento y generosidad para transmitir sus conocimientos le permitieron formar a varias generaciones de escritores. Hablo de Juan José Arreola, un hombre múltiple, transido por la pasión, en continua búsqueda de su propio ser y en constante construcción de sí mismo.6



 



Para mostrar el estilo mencionado y que Arreola desplegó en todo su esplendor, concluimos con un par de fragmentos de La feria (uno de cuyos epígrafes es la cita bíblica de Isaías 49.2 y 8: “Él hizo mi lengua como cortante espada; él me guarda a la sombra de su mano; hizo de mí aguda saeta y me guardó en su aljaba. Yo te formé y te puse por alianza de mi pueblo, para restablecer la tierra y repartir las heredades devastadas”),alguno de los cuales refleja, de manera lúdica, la incipiente pluralidad religiosa que comenzaba a ser una realidad en el Occidente de México:



—La estatua de don Benito Juárez le da la espalda a la Parroquia desde el parque. Mírela usted. Cuando los cristeros estuvieron a punto de entrar a Zapotlán, alguien dijo que la iban a tumbar. Pero no se les hizo. Los beatos odian a don Benito porque les quitó las propiedades a la iglesia, pero se les olvida que ellos se aprovecharon de la situación, comprando barato lo que se llamaba bienes de manos muertas. Todo pasó a manos de estos vivos, casi siempre con la promesa de que a la hora de su muerte se lo iban a heredar a la iglesia. Le voy a poner un ejemplo. El año de 1846, un señor Cura cuyo nombre no viene al caso, anticipándose a las Leyes de Reforma, le vendió a un rico de aquí casi todos los terrenos de la Cofradía de Nuestro Amo, como si fueran suyos. Sabe usted, toda esa parte de llano y monte que ahora se llama el Rincón del Zapote. Y todavía hay quienes se asusten porque don Benito está allí en el parque, dándole la espalda a la Parroquia...



*



—Don Isaías, protestante, tiene don de lenguas y la boca llena de Biblia a todas horas. El otro día estábamos jugando malilla y bebiendo unas cervezas. De pronto se levantó y puso sus cartas bocabajo sobre la mesa. Le preguntamos adonde iba, y él, que se dirigía al fondo de la casa, se volvió un momento y dijo con solemnidad: “Iré a lugares secretos y haré obra de abominación. Orita vuelvo”.7



 




1J.J. Arreola, “De memoria y olvido”, en Alberto Paredes, sel. y nota introductoria, Juan José Arreola. 2ª ed. México, UNAM, 2010 (Material de lectura, Cuento contemporáneo, 70), p. 6,www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/juanjosearreola-70.pdf





2Ibíd.., p. 4.





3Ibíd., p. 4.





4O. Paz, A. Chumacero, J.E. Pacheco y H. Aridjis, sel. y notas,Poesía en movimiento. México, 1915-1966. 21ª ed. México, Siglo XXI, 1990, p. 209.





5C. Domínguez Michael, “Una feria de más de cincuenta años”; en Letras Libres, 1 de julio de 2015,www.letraslibres.com/mexico-espana/una-feria-mas-cincuenta-anos





6F. Vázquez, “Arreola proteico”, en Luvina,revista literaria de la Universidad de Guadalajara, núm. 92, otoño de 2018, https://luvina.com.mx/foros/index.php?option=com_content&task=view&id=3330&Itemid=81.Fragmento del prólogo a la Iconografía,de Juan José Arreola, que acaba de aparecer bajo el sello del Fondo de Cultura Económica.





7J.J. Arreola, La feria. 6ª ed. México, Joaquín Mortiz, 1980, pp. 23, 163,https://vivelatinoamerica.files.wordpress.com/2014/11/la-feria_arreola-juan-jose.pdf.



 

 


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