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José María Baena Acebal
 

Pastores para el siglo XXI

Los títulos, pues, de anciano, pastor y obispo, son sinónimos en el lenguaje del Nuevo Testamento, aunque cada uno de esos términos encierra un matiz y un significado propio.

FRAGMENTOS 13 DE SEPTIEMBRE DE 2018 20:35 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de  “Pastores para el siglo XXI. Un modelo pastoral para la Iglesia actual” , de José María Baena Acebal (2018, Clie). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



El oficio y ministerio de pastor



La primera referencia bíblica al oficio de pastor se encuentra en el libro de Génesis: “Fue Abel pastor de ovejas y Caín, labrador de la tierra” (Gé 4:2). Este texto muestra la ancestral división social entre labradores y ganaderos, actividades que Biblia e historiadores concuerdan en situar inicialmente en tierras mesopotámicas, en la región que ha venido a denominarse como “el creciente fértil”, una especie de media luna entre los ríos Éufrates y Tigris y, por tanto, llena de vegetación y de vida, lindando al sur con una inmensa extensión inhóspita como es el desierto arábigo. Según la Biblia, allí empezó todo.



 



José María Baena Acebal.

Siendo el pueblo de Israel un pueblo rural, agrícola y ganadero, no nos ha de extrañar que en su literatura, de la que forma parte la Biblia, abunden las metáforas, alegorías, símiles, parábolas, símbolos y demás recursos literarios relacionados con lo que era su medio de vida habitual. La figura del pastor encarna una de las metáforas más bellas y expresivas de las Escrituras.



En los relatos del Génesis vemos numerosas escenas pastoriles, muchas de ellas no exentas de tensiones, intrigas y conflictos, como es propio de la vida real. La familia de Jacob era una de esas familias ganaderas, y justo ejemplo de esas tensiones y conflictos de intenso dramatismo. Sus descendientes en Egipto desarrollaron una sociedad pastoril de criadores de ovejas, por cuya causa fueron despreciados por los egipcios que se dedicaban a la cría de ganado mayor. Moisés, criado y educado inicialmente por intervención divina en la corte faraónica, toda una promesa política y pública, acaba pasando cuarenta años cuidando las ovejas de su suegro. Ambas etapas de su vida estaban en el plan de formación del carácter de Moisés que Dios había previsto, a fin de preparar al que habría de ser el gran líder de Israel, quien sacaría a los israelitas de Egipto y lo dirigiría por cuarenta años a través de un desierto que le era, sin duda, familiar, dándole leyes sublimes dictadas por Dios y llevándolo hasta las puertas de la Tierra Prometida. Cuánto debió de aprender Moisés de aquellos animalitos tan torpes y desvalidos, tan desamparados, tan gregarios y tan obstinados y caprichosos...



Y su arma más eficaz fue un cayado de pastor, que descubrió como tal el día que Dios le dijo: “¿Qué es eso que tienes en tu mano?” (Ex. 4:2). Dios no le dio una espada, ni un cetro, ni una varita mágica... fue un simple palo, la sola herramienta del pastor de ovejas, que no solo le sirve de apoyo, sino que es el instrumento que usa para guiar a su ganado, para corregir sus desvíos, ayudándose seguramente también de sus fieles perros pastores, animalitos leales que conocen bien su oficio y cuidan del ganado y lo reagrupan para que no se disperse.



El Salmo 23 es una oda —así la define Spurgeon en su Tesoro de David‒, una obra extraordinaria de carácter bucólico que nos muestra una imagen idílica de esa relación única entre Dios y sus hijos, que tanto ha consolado y aun consuela hoy a los creyentes verdaderos. El primer verso es toda una declaración de fe: “Jehová es mi pastor”, y nos sitúa en buena posición para comprender detalles importantísimos sobre el ministerio pastoral.



Más tarde, el profeta Ezequiel profetizará en nombre de Dios: “Yo salvaré a mis ovejas y nunca más serán objeto de rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja. Yo levantaré sobre ellas a un pastor que las apaciente: mi siervo David. Él las apacentará, pues será su pastor. Yo, Jehová, seré el Dios de ellos, y mi siervo David, en medio de ellos, será su gobernante” (Ez 34:22-34). Aquí, claramente, se identifica la labor del pastor con la dirección y el liderazgo. La profecía es mesiánica, pues se refiere a Cristo mismo. Y llegados a este punto, cómo no mencionar aquí el sublime pasaje de Juan referido al “Buen Pastor” (cp. 10). Jesús dice: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Jn. 10:14). Más adelante nos ocuparemos de este hermosísimo pasaje, en el que la metáfora, como en el Salmo 23, alcanza su máxima expresión y profundidad.



La familia de Jacob se dedicó al pastoreo, como antes lo había hecho Abraham. Moisés tuvo que aprender el oficio, al que se dedicó durante cuarenta años. David fue pastor. Todos ellos aprendieron un oficio del que sacaron lecciones de valor inestimable que después hubieron de aplicar a sus respectivos ministerios o servicios a los que Dios los llamaba en tanto que líderes de su pueblo.



En el inicio de la iglesia, cuando las iglesias (1) comenzaban a nacer y a desarrollarse, aparece este título, si se puede decir así, aplicado a aquellos cuya misión principal era dirigir las congregaciones. En Hechos 20:17 se nos dice que Pablo convocó en Mileto a los “ancianos” (πρεσβυτέρους, prebyterous) de Éfeso para comunicarles sus últimas instrucciones. En medio de su discurso les dice: “Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor” (v. 28). Hay tres palabras interesantes aquí: rebaño (ποιμνίῳ, poimnío), obispos (ἐπισκόπους, epískopous) y apacentar (ποιμαίνειν, poimainein). Rebaño y apacentar tienen que ver con el pastoreo. Pablo usa estas metáforas que eran bien conocidas entre el pueblo de Dios, ya fuera el pueblo judío, o el pueblo cristiano, en esos momentos abierto ya al mundo gentil. En griego la palabra para pastor es ποιμέν, poimen, que forma parte de la raíz tanto de rebaño, como de apacentar. La palabra para obispo significa vigilante, supervisor (de epi, sobre, y skopeo, ver).



 



Portada del libro.

En Efesios 4:11 se menciona directamente el ministerio de pastor, entre los otros cuatro principales: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”.



Los títulos, pues, de anciano, pastor y obispo, son sinónimos en el lenguaje del Nuevo Testamento, aunque la sinonimia no quiere decir que las palabras sean exactamente iguales. Cada uno de esos términos encierra un matiz y un significado propio. Podemos decir que podían aplicarse a una misma persona, pero cada uno de ellos resalta una función específica de su ministerio. Así pues, el término anciano tiene que ver con la autoridad que da la experiencia y el reconocimiento social.



Así se llamaba en el pueblo de Israel a los dirigentes de las tribus, de las ciudades y de las sinagogas (en hebreo זקְִניֵ, siq-nê). El de obispo nos habla de la capacidad para dirigir, supervisar, y velar por el bienestar de la comunidad. También es un título de autoridad, pues quien supervisa lo hace porque está legitimado para hacerlo. Por último, el término pastor tiene otras connotaciones derivadas de ese oficio. La metáfora es perfecta:



El pastor de las ovejas... a este abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Pero al extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Esta alegoría les dijo Jesús, pero ellos no entendieron qué era lo que les quería decir... Yo soy la puerta: el que por mí entre será salvo; entrará y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia... Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Pero el asalariado, que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa.



Así que el asalariado huye porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. (Jn. 10:2-5; 9-15).



Una alegoría que los discípulos no supieron entender desde al principio, como tantas otras cosas, porque su visión espiritual aún no había sido activada. Fue el Espíritu Santo quien, tras Pentecostés, les fue abriendo el entendimiento y revelándoles tantas cosas que previamente Jesús les había enseñado y que ellos no habían entendido. Esa alegoría nos da un modelo absolutamente real del ministerio pastoral, el modelo de Jesús. ¡Qué interesante ver al pastor dispuesto a dar su vida por sus ovejas, ovejas que reconocen bien su voz, y que le siguen confiadas sabiendo que no van a ser traicionadas, ni abandonadas a su suerte! ¡Qué buen aviso sobre los extraños, los pastores asalariados a quienes “no les importan las ovejas”, o sobre el ladrón, o el lobo que “arrebata las ovejas y las dispersa”! Tremendas lecciones que nos brinda la palabra de Dios. Pablo alertó a los ancianos de Éfeso contra el peligro de esos depredadores implacables: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras sí discípulos” (Hch. 20:30).



El apóstol Pedro, el supuesto primer papa para algunos, dirige estas palabras a quienes, como él, cuidaban de la iglesia del Señor:



Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. (1 P. 5:2-4).



El oficio de pastor de ovejas nos enseña, pues, mucho acerca del ministerio de pastor de almas. Así como Jesús dijo a sus discípulos que él haría de ellos “pescadores de hombres”, usando metafóricamente su propio oficio que estaban desarrollando a orillas del Mar de Galilea, a quienes toca dirigir al pueblo de Dios en su transitar diario, los llama “pastores de almas”, y se muestra él mismo como modelo, el Buen Pastor.



 



(1) Notar la distinción entre “iglesia” e “iglesias”, la primera referida al conjunto de todos los seguidores de Jesús, lo que llamamos la iglesia universal, y las segundas como las congregaciones locales o parroquias.


 

 


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