Fue, a mi juicio, un hombre que combatió en su época todas las formas de inhumanidad en el orden social.
Louis-Ferdinand Céline está considerado, junto a Marcel Proust, uno de los más grandes novelistas franceses del siglo XX, pero bajo el signo de la protesta, de la ruptura. Nació en Courbevoire el 27 de mayo de 1894 y murió en Meudon el 1 de julio de 1961. Al día siguiente Ernesto Hemingway abandonó también la tierra mediante un tiro de escopeta que él mismo disparó a su cabeza.
Céline se alistó voluntario por Francia a la primera guerra mundial, que tuvo lugar entre 1914 y 1918. Tenía sólo 18 años. Fue herido de gravedad en el brazo derecho y condecorado por su valor. En su primera novela, VIAJE AL FIN DE LA NOCHE, publicada en 1932, considera que su incorporación al ejército fue un acto de estupidez. La novela pinta el absurdo y la brutalidad de la guerra. En uno de sus párrafos, avisa: “Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón”.
En la segunda guerra mundial, 1939-1945, toma partido por la Alemania nazi, incorporándose a la Francia del mariscal Petain. Publica una serie de panfletos donde denuncia a judíos y bolcheviques, a quienes acusa de la decadencia que tiene postrada a Francia. Encarcelado en Dinamarca por sus ideas políticas, se le concede una amnistía y regresa a París. Aquí reanuda su carrera literaria escribiendo y publicando. En 1961, mientras redactaba el tercer volumen de una trilogía, muere de una hemorragia cerebral. Tenía 67 años.
Francia motejó de malditos a dos escritores que fueron contemporáneos: Jean Genet y Louis-Ferdinand Céline. Malditos cada uno a su manera, y por distintas razones, pero dos brillantes estilistas que redimieron sus demonios a golpe de palabras y de finura lingüística.
Céline escribió 19 libros, entre novelas y narrativas. Sus obras consideradas más antisemitas son BAGATELAS PARA UNA MASACRE (1938). MEA CULPA (1936) y LA ESCUELA DE LOS CADÁVERES (1938).
Aún cuando su nihilismo, antisemitismo y colaboracionismo le convirtieron en un escritor polémico, extraordinariamente controvertido, está considerado como el autor más popular y traducido de la literatura francesa del siglo XX. Su producción literaria, caracterizada por la maestría verbal, abarca varios géneros. Cierto que escribe con un estilo crudo, pero original y popular. María del Mar García, en su ensayo sobre Céline, dice que “las turbulencias de un mundo caótico que el escritor transmite al lector, perturbándolo, molestándolo en ocasiones, constituyen una denuncia sobre la explotación de la clase obrera, las condiciones de vida miserables e insolubles del proletariado que se hacina en los barrios periféricos” .
En los primeros meses de 2011 Francia estuvo en el centro de una polémica –una más- en torno al genial escritor. Céline formaba parte de la Selección de Celebraciones Nacionales 2011, una lista de eventos y personalidades elaborada por una comisión de expertos para ser homenajeados ese año por la República Francesa. El académico Henri Godard, uno de los mayores especialistas del escritor, fue encargado de redactar el texto para el reconocimiento que se le iba a tributar. A última hora el ministro de Cultura dio marcha atrás. El abogado judío Serge Klarsfeld, conocido cazador de nazis y presidente de la asociación de hijos de deportados judíos, presentó una denuncia contra el acto que se preparaba, recordando el antisemitismo de Céline. El ministro aceptó la denuncia y quitó a Céline de la lista de personalidades que serían honradas en el curso del año. En la escuela de Bellas Artes de París el ministro explicó que “tras una profunda reflexión, y sin dejarme llevar por la emoción del momento, he decidido que no figure Céline en las celebraciones nacionales”. Subrayó la contribución de Céline a la historia de la literatura, “pero el hecho de haber puesto su pluma a disposición del antisemitismo, no se inscribe en el principio de las celebraciones nacionales”, añadió el entonces ministro de la República, Frédéric Mitterrand. El escritor y académico Godard, quien había redactado el ensayo que en principio el Ministerio de Cultura iba a dedicar a Céline, declaró a los medios: “Estoy un poco indignado, creía que este tema estaba solucionado”. El filósofo judío Bernard-Henri Lévy se pronunció a favor del reconocimiento a Céline, aunque la conmemoración sirviese para acabar con el problema que data de más de medio siglo. Solo por esto, añadió, “habría sido no solo legítima, sino útil y necesaria”.
A propósito de este incidente Mario Vargas Llosa escribió un penetrante e imparcial artículo que fue publicado por el diario EL PAÍS. Decía el Premio Nobel de Literatura que “la decisión del Gobierno francés envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un pésimo antecedente… Sólo en el rubro del antisemitismo- añadía Vargas Llosa- la lista es tan larga que habría que excluir del reconocimiento público a una multitud de grandes poetas, dramaturgos y narradores, entre los que figuran Shakespeare, Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T.S. Eliot, Claudel, Ezra Pound, Cioran y muchísimos más”.
Maldito o bendito, Céline fue, a mi juicio, un hombre que combatió en su época todas las formas de inhumanidad en el orden social. Los personajes de sus novelas son individuos miserables dispuestos a convertirse en lo que sea para mejorar su situación económica, zarandeados por los caprichos de una Historia que gira en torno a la guerra.
Maestro de la palabra, Céline la utiliza para denunciar la vanidad de su uso. A través de la palabra el autor registra las turbulencias de un mundo caótico, perturbador, que aprisiona en su centro al ser humano. Discurriendo sobre la muerte dice en VIAJE AL FIN DE LA NOCHE: “Cuando no se tiene imaginación, morir es poca cosa; cuando se tiene, morir es demasiado”. Tal vez sea verdad.
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