“Soy cristiana, de democracia cabal. Creo que el Cristianismo con profundo sentido social puede salvar a los pueblos”, afirmaba la poetisa.
Esta mujer, llamada “la poetisa de América”, “la voz más pura y auténtica del espíritu americano”, nació en Vicuña, una población del valle de Elqui, en el norte de Chile, el 7 de abril de 1889. Su nombre real era Lucila Godoy. “Gabriela” lo adoptó en recuerdo del italiano Gabriel D´Annuncio, cuya obra admiraba desde sus años de adolescencia. Lo de Mistral lo tomó del filólogo y poeta francés Frédéric Mistral, de quien era lectora ferviente.
A los 15 años, sin haber seguido cursos de pedagogía, comienza a dar clases en colegios de aldeas cercanas, La Compañía y La Cantera. Dos años más tarde ya escribe artículos en periódicos, LA VOZ DE ELQUI y LA REFORMA.
Lee a Rabindranath Tagore, a Rubén Darío, siente especial devoción por el colombiano Vargas Vila. En 1914 se convocan los Juegos Florales de Santiago de Chile. Mistral concurre con SONETOS DE MUERTE y gana el primer premio. A partir de aquí comienza a usar el seudónimo Gabriela Mistral.
Dieciocho años tenía la maestrita cuando se enamora de Rogelio Ureta, funcionario de ferrocarril. “El mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliada”, escribe. Dos años después Ureta se suicida. Destrozada, Gabriela se recoge en sí misma y murmura:
“Padre nuestro que estás en los cielos,
¿¡Por qué te has olvidado de mí!?”
En su primer contacto directo con la muerte, transida de dolor, interroga: "¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?”.
En 1922 el Ministerio de cultura de México le pide que vaya al país azteca para colaborar en la reforma de la educación. Allí publica su libro LECTURAS PARA MUJERES. Ese mismo año aparece en España LAS MEJORES POESÍAS.
Abandona la enseñanza e ingresa en el cuerpo diplomático. Es nombrada Cónsul en Lisboa, en Madrid, en Nápoles, en Los Ángeles. Representa a su país en la Sociedad de Naciones y en las Naciones Unidas. Es agasajada en numerosos países de América Latina. Entre 1924 y 1950 publica otros libros: TERNURA, TALA, LAGAR. En 1945 se le concede el Premio Nobel de Literatura y en 1951 el Premio Nacional de Literatura en Chile.
Tres meses antes de cumplir los 68 años, el 10 de enero de 1957, falleció en Nueva York, víctima de un cáncer de páncreas. Sus temas predilectos fueron la maternidad, el amor, la comunión con las tierras y la naturaleza de América, la muerte como destino y, tema poco estudiado, un extraño panteísmo religioso que persistió en referencias concretas aún después de su aceptación del cristianismo. Sus primeros versos, recogidos en 1922 en un volumen titulado DESOLACIÓN, reflejan el sentimiento por un amor trágico y frustrado, emoción que sublimaría en una ternura honda y patética dirigida hacia los más débiles y desprotegidos.
Pocos poetas se han salvado de que a alguien se le ocurra desentrañar, analizar o comentar lo religioso en su obra. Gabriela Mistral no ha sido una excepción. Martín C. Taylor, en su libro LA SENSIBILIDAD RELIGIOSA DE GABRIELA MISTRAL, afirma que la poetisa chilena “hizo del cristianismo el culto a la verdad”. Esta afirmación hay que tomarla con cautela. La fe cristiana de Gabriela Mistral sufrió un duro golpe cuando Juan Miguel Godoy, sobrino a quien prácticamente había criado como el hijo que nunca tuvo, optó por el suicidio tras ingerir una dosis de arsénico a los 16 años. Ocurrió en Petrópolis, Brasil. “Mi experiencia trágica en Brasil –escribía Gabriela Mistral- dura como una llaga en mi memoria”.
Al borde de la locura, desesperada, se agarra a religiones orientales. Estudia y practica induismo, budismo, yoga, teosofía, masonería. De su peregrinación por estas religiones le queda viva la idea de la reencarnación. En carta a Eugenio Labarca escribe: “algo quedó en mi de ese período –bastante largo-; quedó la idea de la reencarnación, la cual hasta hoy no puedo o no se eliminar”.
De regreso a sus raíces se identifica con la doctrina de Cristo. En abril de 1925, en una entrevista a la REVISTA DE EDUCACIÓN ARGENTINA, afirma: “soy cristiana, de democracia cabal. Creo que el Cristianismo con profundo sentido social puede salvar a los pueblos”.
La Biblia, que el político y escritor español Emilio Castelar definió como “la revelación más pura que de Dios existe”, fue el libro por excelencia para Gabriela Mistral. En la carta a Eugenio Labarca, ya citada, confiesa: “yo tuve Biblia desde los 16 años, tal vez; una abuela paterna me leía los Salmos de David y ellos se me apegaron a mí para siempre con su doble poder de idea y de lirismo maravilloso”. En el mismo escrito añade: “la selección de oraciones con las cuales rezo tiene mucho Antiguo Testamento; pero el Nuevo me lo sé creo que bastante bien”.
En su magistral conferencia “Mi experiencia con la Biblia”, la escritora chilena destaca la superioridad de la Palabra Sagrada sobre las creencias budistas. “El budismo –escribe- era para mi un aire de filo helado que a la vez me excitaba y me enfriaba la vida interna: pero al regresar, después de semanas de dieta budista, a mi vieja Biblia de tapas resobadas, yo tenía que reconocer que en ella estaba, no más, el suelo seguro de mis píes de mujer”.
El volumen DESOLACIÓN recoge una conferencia titulada “Mis libros”, dictada por Gabriela Mistral en la Biblioteca Mejicana. La tercera estrofa del poema reza así:
Biblia, mi noble Biblia, panorama estupendo,
en donde se quedaron mis ojos largamente,
tienes sobre los Salmos las lavas más ardientes
y en su río de fuego mi corazón enciendo!
El texto más conocido de la escritora en torno a las excelencias del Libro Sagrado es el largo poema en prosa que Luís Vargas Saavedra recoge en su libro PROSA RELIGIOSA DE GABRIELA MISTRAL. De su amplio contenido reproduzco aquí el segundo párrafo. Después de una breve relación de nombres bíblicos, la poetisa agrega:
¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tierra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? Por David amé el canto mecedor de la amargura humana. En el ECLESIASTÉS hallé mi viejo gemido de la vanidad de la vida, y tan mío ha llegado a ser vuestro acento, que ya no sé cuándo digo mi queja y cuándo repito solamente la de vuestros varones de dolor y arrepentimiento. Nunca me fatigaste, como los poemas de los hombres. Siempre me eres fresco, recién conocido, como la hierba de julio, y tu sinceridad es la única en que no hallo cualquier día pliegue, mancha disimulada de mentira. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos, y yo te amo todo, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los números.
La poesía de Gabriela Mistral ha sido traducida a los idiomas más leídos. Su obra ha influido notablemente en escritores de primera fila tales como Pablo Neruda, Octavio Paz y otros. Con motivo del cincuenta aniversario de su muerte en el 2007 el mundo de la literatura americana y europea le rindió merecidos homenajes.
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