Apuntar hacia la recuperación del énfasis profético del discernimiento no implica solamente el valor requerido para lograrlo sino, la muy desarrollada capacidad de situarse en la arena de los hechos mediante una necesaria autoridad moral.
¿No tienen discernimiento todos los que hacen iniquidad, que devoran a mi pueblo como si comiesen pan, y a Jehová no invocan? Salmo 14.4, RVR 1960
Discernimiento es un proceso espiritual que busca percibir, distinguir las mociones del Espíritu en nuestro corazón, la presencia de Dios en las realidades humanas que están llamando a nuestra libertad hacia una decisión, a una acción.1 João Batista Libánio
1. DISCERNIR, PRÁCTICA CRUCIAL DE LA FE
1.1 Discernir en medio de la historia presente
Una tarea fundamental de la fe consiste en ser el fundamento del discernimiento para situarse en medio de los procesos históricos. El discernimiento teológico es fundamental al momento de tomar decisiones en las diferentes áreas de la vida de las personas de fe. Aun cuando el componente individual de la fe también puede ser el punto de partida para ello, la inserción comunitaria permite que la comprensión de la realidad implique a conglomerados humanos en diversos ámbitos. Es por ello que el salmista antiguo se pregunta abiertamente sobre el grado de inconciencia que implica el discernimiento tan limitado que le impide ser sensible a lo que sucede con el pueblo. Sin apuntar hacia los gobernantes necesariamente, sondea el ambiente para concretar en el hecho de que quienes toman decisiones requieren un buen grado de discernimiento teológico para actuar de la mejor manera, ante Dios y ante la sociedad.
El acto de discernir, es decir, ejercer la conciencia crítica que produce la fe, es capaz de insertarse, de empaparse en la historia, y de descomponer en partes los sucesos, clasificarlos, compararlos y hasta proyectarlos en un futuro inmediato como parte de procesos más amplios. No otra cosa hicieron los profetas del Antiguo Testamento, esa gran aportación a la historia de las religiones y de la civilización. Por su parte, el Nuevo Testamento también aporta una visión clara y diferenciada de ese mismo acto, en la clave de Jesús de Nazaret: “La respuesta, que los autores del nuevo testamento dan a esta pregunta, es muy clara: el discernimiento personal de la voluntad de Dios, de acuerdo con las exigencias de la fe, representa, a un tiempo, la más completa liberación interior que puede vivir un creyente, y la exigencia más radical que brota del mensaje de Jesús de Nazaret. Lo cual, por lo demás, no es sino seguir fielmente el mismo espíritu del propio Jesús”.2
1.2 Desglosar la realidad en sus componentes
Pero, como bien discute, Libánio, para el ejercicio del discernimiento, como tarea individual y colectiva, existe una “tensión dialéctica” entre la intención general y la mediación. En principio, la intención general “rechaza toda perspectiva reduccionista” lo que significa que “la conciencia de la Transcendencia, de lo utópico, de lo ilimitado, del para dónde de la justicia y de la caridad” debe ser asumido en una actitud de “continua vigilancia”.3 Si el creyente (y su comunidad) buscan a Dios “en todas las cosas” (D. Lecompte), hay momentos en la historia en que la realidad, múltiple y polisémica como es, puede apuntar en una multitud de direcciones, por lo que desglosar la realidad en sus componentes lógicos y visibles, por un lado, pero también en los no tan claros y enmascarados, por otro, puede resultar una ardua tarea de análisis y debate. Encontrar a Dios en todo ello puede ser extremadamente complejo, sobre todo si la materialidad o los hechos “en bruto” ahogan al sujeto y lo enajenan. La realidad, se dice en ocasiones, se resiste a someterse en camisas de fuerza analíticas.
No se puede tomar partido, se dice también, antes de llegar a las conclusiones finales del análisis. El problema es que muchas veces se requiere tomar determinaciones casi urgentes dominadas por las necesidades ideológicas y prácticas al grado de que las circunstancias acumuladas no permiten hacer “altos en el camino” para afinar las determinaciones que se tomen. Es allí donde las mediaciones concretas e históricas adquieren un valor relevante, puesto que es a través de ellas que la acción se llevará a cabo, con todos los riesgos que ello implica. Enfocar adecuadamente un problema y distinguir bien sus partes es parte del esfuerzo de discernir críticamente lo que sucede. “La voluntad de Dios se encuentra en lo pequeño y concreto de la mediación”,4 afirma también Libánio al advertir cómo está sembrado de dudas el camino del discernimiento. Ése es el lugar preciso para incorporar diversos tipos de análisis especializados, asesorías y, sobre todo, la percepción más precisa posible de las estructuras que entran en juego. Descomponer la realidad en sus partes no es tanto lo complicado, sino volver a armarla con un conjunto de decisiones tomadas para afrontarlas.
2. DISCERNIMIENTO TEOLÓGICO ANTE LAS COYUNTURAS
2.1 El legado profético
Libánio, nuevamente, lo expresó muy bien, al momento de ser confrontado con el carácter eminentemente profético (en pensamiento y acción) del discernimiento: “Sin salir de la modernidad, y sin retroceder a esquemas anteriores de pensar, se procura una comprensión de la presencia de Dios que, por un lado, no continuase el dualismo medieval y, por otro, no cayese en la trampa del secularismo. Y así abrirse el espacio verdadero para el discernimiento”.5 Apuntar hacia la recuperación (sin remedio, posmoderna) del énfasis profético del discernimiento no implica solamente el valor requerido para lograrlo sino, además, la muy desarrollada capacidad de situarse en la arena de los hechos mediante una necesaria autoridad moral, una integridad ética y una solidez espiritual a toda prueba que, en ocasiones, se está lejos de poseer. Porque acaso la integridad sea la que englobe, precisamente, los recursos necesarios para comprender y actualizar el legado de los profetas vetero-testamentarios.
Por “profetismo” no debe entenderse un inmediatismo voluntarista ni mucho menos una visión ingenua que trata de resolver los grandes problemas presentes. Más bien se trata de participar, de este modo, en radicalizar el conflicto para que, así, no solamente los actores implicados en determinadas situaciones sino también quienes no lo están, se vean inmersos en la posibilidad real de no ser ajenos a esa situación concreta. Eso sucedió con los profetas bíblicos que denunciaron directamente los abusos de los monarcas, puesto que sin ignorar en absoluto que su vida estaba en peligro, colocaron, por decirlo así, letreros para que otros siguieran la ruta que habían iniciado y de esa manera incidir en el cambio por el cual lucharon y se arriesgaron. Ése fue otro criterio para distinguir a los profetas verdaderos de los falsos.
2.2 La perspectiva del Nuevo Testamento
Obsesionadas como estuvieron por la posibilidad real de la falsa profecía en medio suyo, las comunidades neo-testamentarias sopesaron, en medio de su ambiente apocalíptico, con total realismo, las opciones de pensamiento y acción que se les presentaron. Llegaron a la conclusión, por ejemplo, de que el discernimiento no era “un privilegio al que sólo pueden aspirar las personas que han llegado muy alto en su perfección o en su compromiso evangélico”. Por el contrario, afirmaron que “es para todos los creyentes, incluso para los pecadores y desorientados, para los que se ven amenazados por el error y la herejía”.6 Esta horizontalidad del discernimiento es, quizá, la gran aportación del Nuevo Testamento para la discusión, sobre todo si se recuerda que es parte de los resultados de la acción del Espíritu Santo en la vida y conciencia de cada integrante de la comunidad.
El temor que produce equivocarse en el discernimiento de la voluntad divina fue afrontado críticamente por los autores del Nuevo Testamento precisamente en el punto en que siempre la fe puede o no ser el factor de desequilibrio para los sistemas imperantes: en la necesidad de cambiar y de romper con los esquemas preestablecidos de pensamiento y conducta:
…el punto de partida y la disposición indispensable, para poder hacer el verdadero discernimiento cristiano, consiste en que no se haga según el modo y manera común y corriente de ver las cosas, de acuerdo con los criterios establecidos en el sistema social en que vivimos. Todo lo contrario, para poder realizar el verdadero discernimiento es absolutamente indispensable despojarse de lo propio, para capacitarse con algo que solamente Dios puede dar.7
Dar el salto hacia lo nuevo como resultado de aplicar el discernimiento es capaz de poner en marcha la “novedad movilizadora” que la utopía del Reino de Dios produce en la conciencia y en la praxis de las personas que optan por ella. De la misma manera, esa transformación es la que hace visible, históricamente, el cambio trascendental que ha traído Jesús de Nazaret a la historia humana.
3. COYUNTURAS POLÍTICAS E INTERPRETACIÓN HISTÓRICA
3.1 Los signos de los tiempos en el presente y el futuro
Observar con atención lo que sucede, con una mirada crítica y nada ingenua, a fin de tomar determinaciones firmes para actuar en los diversos ámbitos de la sociedad es el ideal que puede o debe alcanzar un ciudadano en estos tiempos. En términos de fe, la esperanza puesta en la venida y acción de Dios en el mundo, obliga a advertir cuáles “signos” de ambas cosas son visibles en el mundo. La variable política es, quizá, la más compleja de todas las zonas en las que estos signos pueden ser tremendamente ambiguos o difíciles de ubicar y percibir. Las diversas coyunturas exigen decisiones puntuales (voto, afiliación, compromisos) que no siempre se está dispuesto a llevar a cabo. La pluralidad en aumento es una exigencia creciente que lleva a relativizar aspectos que antes, al menos en apariencia, estuvieron muy claros. Como comenta Libánio:
Si la relevancia del discernimiento es de siempre, se vuelve aún más urgente su necesidad en la coyuntura actual. Tal vez una de las características más marcantes de nuestra actualidad sea el pluralismo en todos los campos. Así también, en el campo religioso, surgen las propuestas más diversas de camino espiritual. Y los anunciadores de Dios pululan de modo que nos cabe discernir dónde está el verdadero y falso profeta. Además de eso, la modernidad y posmodernidad incita el subjetivismo hasta el extremo. En vez de buscarse la voluntad de Dios, se proyectan los propios deseos como si fuesen ellos la voluntad de Dios. Y, en muchos lugares, la urgencia de la situación social hace que se imponga al cristiano preguntar lo que Dios espera de él en tan grave coyuntura.8
Cuando los intereses, en sus diferentes niveles, hacen que las personas y los sectores trivialicen sus derechos y obligaciones y las hacen depender de ellos, particularmente en el ámbito religioso resulta un tanto fácil cuestionar las determinaciones o, por lo menos, señalar sus falencias u omisiones. Las coyunturas tienen la capacidad de hacer caer el velo de sacralidad, aceptada o no, que se le otorgue a determinadas situaciones, personajes, procesos o ideologías que podían pasar por firmes o intocables, pero que con el paso del tiempo, al mirar hacia atrás, se puede apreciar mejor la relativización tan necesaria que, en el momento, no se pudo practicar con objetividad. El criterio radical del Reino de Dios como tamiz cristiano absoluto (Mt 6.33) no permite equivocaciones, pero acepta con realismo el comportamiento y las elecciones de personas y comunidades que, en nombre de la fe, deciden de una u otra manera.
3.2 Los tiempos de crisis y la exigencia del discernimiento
En las coyunturas políticas, la diversidad de ofertas nos obliga a analizarlas con criterios bien establecidos o puntualmente consensuados, lo que tampoco es tan fácil cuando las posturas se radicalizan y se presenta la polarización de las mismas. El esquema bíblico profetas verdaderos-profetas falsos, aun cuando presenta dificultades, aún puede ayudar en ciertos momentos álgidos en los que importa más optar que guardar silencio y mostrar poco compromiso, afirmar que negarse al riesgo, con todo y las equivocaciones potenciales incluidas. Algo así sucedió en México con las Comunidades Eclesiales de Base antes de las elecciones presidenciales de 2000: su opción por el cambio las llevó a la conclusión de unirse al “voto útil”, a pesar de que ese voto iba más bien por el rumbo de la derecha. Y esta corriente ideológica ganó dos elecciones consecutivas, con el consiguiente deterioro de la situación. Vista a posteriori esta decisión apareció como errónea, pero la coyuntura exigió una definición impostergable. Lo mismo se podría decir de las comunidades protestantes en tantos episodios latinoamericanos entre los años 60 y 90 del siglo pasado. El giro a la derecha que ahora se observa tampoco es resultado de la casualidad, aunque sí de un discernimiento discutible: “Tanto la práctica de la fe incide sobre la práctica política del cristiano, como la práctica política del cristiano nace de su fe y la interpela. Una no se reduce a la otra, sino que se influyen mutuamente. La fe cristiana, para ser vivida, postula mediaciones socio-políticas para concretizarse y, a su vez, tales mediaciones son siempre leídas por el cristiano a la luz de su fe”.9 Por lo visto, pánico (justificado o no) hacia la teología de la liberación sigue rindiendo frutos.
Ahora que enfrentamos un fuerte debate ideológico sazonado con elementos teológicos no muy claros de cara a la elección de este año, hemos escuchado a agentes pastorales protestantes que abiertamente quisieran contar con elementos de juicio para justificar las determinaciones de los militantes. Tristemente, nuestra escasa cultura (y teología) política nos condena a tomar rumbos que, consciente o inconscientemente, abonan a las perspectivas o movimientos que, sin ser producto de una maduración en la que hayamos participado, tarde o temprano incidirán, de manera impredecible, en el destino de los grupos sociales que se hallan dentro y fuera de las iglesias.
Notas
1 J.B. Libánio, Discernimiento y mediaciones sociopolíticas, p. 3, en www.cristianismeijusticia.net/sites/default/files/pdf/eies24.pdf.
2 José María Castillo, El discernimiento cristiano. Por una conciencia crítica. Salamanca, Sígueme, 1984 (Verdad e imagen, 87), p. 10.
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