Un testimonio que comparten muchas mujeres latinoamericanas miembros de iglesias que aún no aceptan la ordenación femenina.
Eva Domínguez Sosa es pastora en la Iglesia Evangélica Española (IEE), en la que fue ordenada en 2010). Trabaja en Granada y en San Fernando (Cádiz), además de desarrollar otras labores. Mexicana de origen, estudió Teología y Música en el Seminario Teológico Presbiteriano de México, sin ninguna esperanza de alcanzar la ordenación al ministerio pastoral. Recientemente fue entrevistada por la revista del Concilio de Misión Mundial de la Iglesia de Escocia (www.churchofscotland.org.uk, núm. 79, agosto-septiembre de 2017), con la que ha tenido contacto y que mantiene un programa de promoción de los ministerios femeninos ordenados (véase esta recopilación en el sitio de la misma iglesia: Women in the World Church, Mujeres en la iglesia mundial).
En 2016 celebró los 50 años de la primera mujer Anciana ordenada. Afortunadamente, pudo salir del espacio de cerrazón eclesiástica para avanzar en su desarrollo personal y comunitario, pero muchas mujeres presbiterianas en México siguen sin poder lograrlo. Se transcribe aquí la versión castellana de la entrevista con la imagen que acompaña la versión original y otras procedentes de la publicación mencionada.
Soy Eva Domínguez Sosa, de Tabasco, México. Ahora soy pastora en España, y me gustaría compartir la historia de mi viaje para ser ordenada. Crecí y conocí al Señor en la Iglesia Presbiteriana. La iglesia era mi segunda familia, una comunidad muy fraterna, siempre cercana. Sentí el llamado de Dios para servirlo a los 13 años, cuando me pidieron que enseñara en la Escuela Dominical infantil. Sólo teníamos un pastor en nuestra iglesia dos días al mes, así que decidí dedicar mi vida al ministerio pastoral. También me gustaba compartir mi fe con otros. Mi padre me apoyó, porque era un orgullo tener un pastor en la familia, incluso si era mujer.
Cuando ingresé al Seminario Presbiteriano de México, supe que sería difícil porque mi situación no era igual que la de mis compañeros varones. Tenían el apoyo moral y económico de sus iglesias y presbiterios. Sólo obtuve apoyo moral, porque era una mujer. Aunque algunos me apoyaron, otros no. Decían: “Te casarás y allí terminará todo. Ya no ejercerás tu ministerio”.
Mi situación económica me obligaba a trabajar los fines de semana, cuando otros no lo hacían. Las iglesias sensibles a mi situación me dieron trabajo para pagar mi matrícula (colegiatura) y otros gastos personales. Siempre estuve limitada en ese sentido, pero no me importó. Mi padre también me apoyó un poco, pero debido a que yo era la mayor de siete hermanos, todos estudiantes, su sueldo no alcanzaba.
Mi presbiterio no fue muy solidario. Cuando estaba en el Seminario tuve la oportunidad de estudiar en la Facultad de Teología de Lausana, Suiza, con el Consejo Mundial de Iglesias. Desafortunadamente, mi presbiterio no me brindó el apoyo que necesitaba para postularme y no pude asistir. Cuando terminé los estudios, en 1993, mi presbiterio no me dio una iglesia. En cambio, me dieron varios centros de misión. Tenía mucho trabajo y ningún salario, pues solamente me daban una ofrenda. Decían que no había dinero.
Sin embargo, seguí sirviendo al Señor y necesitaba estudiar otra cosa, tener un salario, así que fui a la universidad para estudiar Pedagogía y luego vine a hacer una Maestría en España. Entonces, enseñé, prediqué, escribí artículos y di charlas, muchas de las cuales estuvieron a favor del ministerio de la mujer. Sin embargo, todavía no alcanzaba la ordenación. Únicamente pude obtener la licencia para predicar después de ser examinada por mi presbiterio.
Apoyé a varias iglesias con tareas pastorales y dirigí la alabanza. Muchas veces quise abandonar esas tareas tan agotadoras, porque también tengo una familia. Pero Dios me hizo saber, de muchas maneras, que me necesitaba y continuase como “Pastora”, incluso sin la ordenación de por medio.
En 2007 llegamos a España, por llamamiento de la Iglesia Evangélica Española (IEE) a mi esposo, para pastorear una iglesia. Este cambio transformó mi vida de muchas maneras. La IEE quería que fuera ministra, así que me ordenaron en 2010. Trabajo en dos iglesias como pastora y coordino el Departamento de Testimonio y Misión de mi Presbiterio (Andalucía).
Doy gracias a Dios por este paso de justicia y reconocimiento del llamado de Dios en mi vida. Espero que algún día sea pastora en mi país. Estoy agradecida con la Iglesia de Escocia por compartir mi historia. Es una bendición maravillosa trabajar con ustedes.
Como se ve, se trata de un testimonio que comparten muchas mujeres latinoamericanas miembros de iglesias que aún no aceptan la ordenación femenina, a la cual se oponen con diversos argumentos, especialmente con el que afirma que la iglesia no debe parecerse a la sociedad, en donde las mujeres llevan a cabo, cada vez más, tareas de mayor responsabilidad. Este “viaje a la justicia” de Eva bien podría ser experimentado por cientos de estudiantes de teología. Confiamos en que los vientos del cambio sigan su ruta para hacer más visible la gracia de Dios de múltiples formas.
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