Los alcances políticos, religiosos y culturales de la Reforma protestante están fuera de duda, aunque en el mundo hispánico fue resistida rotundamente.
Lutero tenía características que rara vez encontramos reunidas y muy corrientemente vemos en hostil contraposición. Era a la vez un místico soñador y un hombre de acción práctico. Sus pensamientos no tenían sólo alas, sino también manos; hablaba y obraba. No fue sólo la lengua sino también la espada de su tiempo. Era simultáneamente un frío discutidor escolástico y un profeta entusiasta y ebrio de Dios. […] El mismo hombre capaz de soltar palabrotas como una pescadera podía también ser tierno como una doncellita. Heinrich Heine.
Las razones de la conmemoración
En diversas partes del mundo, pero sobre todo en Alemania, se han conmemorado durante todo 2017 los 500 años de los inicios del movimiento encabezado por el monje agustino Martín Lutero, quien, según la leyenda, el 31 de octubre de 1517 clavó en la iglesia de la ciudad de Wittenberg, sus famosas 95 tesis contra las indulgencias.
Dicho acontecimiento representó, según las interpretaciones históricas tradicionales, un verdadero parteaguas religioso, ideológico y cultural, pues, aunque influyó en la ruptura de la Cristiandad, significó también la apertura de buena parte de Europa a las ideas que trataron de establecer nuevas formas de vida eclesiástica, así como otras posturas teológicas.
Los alcances políticos, religiosos y culturales de la Reforma protestante están fuera de duda, aunque en el mundo hispánico fue resistida rotundamente, como se puede constatar en la fuerte reacción que Carlos V, y después Felipe II, tuvieron en su contra, pues se sintieron amenazados por la fuerza de un movimiento que se extendió por prácticamente toda Europa.
La Reforma en España, y después en sus colonias, pues no hay que olvidar que fue contemporánea de la conquista de México, fue perseguida hasta en sus manifestaciones más pequeñas.
A diferencia de 1983, cuando se cumplió medio milenio del nacimiento de Lutero (todavía con la existencia de la República Democrática Alemana, que asumió la parte oficial del festejo, con su consabida orientación política), las celebraciones han tenido un carácter ecuménico, pues incluso el papa Francisco asistió en la fecha simbólica de 2016 a un gran acto litúrgico en la ciudad sueca de Lund.
Esa reunión fue un paso más en el diálogo entre católicos y luteranos que ya había dado como resultado el acuerdo sobre la doctrina de la justificación por la fe en 1999 y, más recientemente, el documento Del conflicto a la comunión, dedicado específicamente a la conmemoración común de los 500 años.
En este último texto se afirma: “Análisis históricos más sobrios realizados por otros teólogos católicos han mostrado que las cuestiones más cruciales de la Reforma, tales como la doctrina de la justificación, no fueron las que llevaron a la división de la iglesia, sino las críticas de Lutero sobre las condiciones de la iglesia de su tiempo, que surgieron de estas cuestiones”.
El informe de la comisión conjunta de 1983 designó a Lutero como “Testigo de Jesucristo” y declaró que “los cristianos, ya sean protestantes o católicos, no pueden ignorar la persona y el mensaje de este hombre”.
Entre la multitud de estudios acumulados hay otras lecturas críticas que continuamente actualizan el debate. La comprensión de los movimientos reformadores del siglo XVI ha sido variada, desde aquella que lo entiende como un auténtico fenómeno liberador del espíritu (Goethe) hasta quienes la aprecian de un modo más relativo: “Más que una reforma que unos quieren limitar al siglo XVI, se trata de un largo periodo de transición que va del siglo XII hasta el siglo XVIII y que abre el camino a la sociedad moderna e industrial” (Jean-Pierre Bastian), sin dejar de lado a quienes la ven como “el componente religioso de la modernidad”, “la última etapa del desarrollo de la conciencia” (Hegel), o como la demostración del “triunfo de la burguesía” para adueñarse por completo de la vida humana, tal como lo dijeron en su momento Karl Marx y Friedrich Engels al referirse a la gesta luterana.
El primero, desde la perspectiva de su análisis económico en El capital, y el segundo, al criticar la actuación de Lutero en la tristemente célebre Guerra de los Campesinos de 1524-1525, episodio en el que el monje agustino se puso al lado de los príncipes a fin de no arriesgar el destino de su empresa.
Éstas y otras afirmaciones, algunas llevadas por el celo y el entusiasmo, otras por el desgaste y el desaliento, y unas más por el desinterés y el desengaño, resumirían las múltiples formas en que es abordada la Reforma Protestante y sus derivaciones en el mundo actual. Algo completamente normal, puesto que los grandes sucesos históricos seguirán abiertos a la interminable variedad de interpretaciones.
En este caso, la confluencia entre historia de las ideas y teología siempre ha sido complicada y exigente, máxime si se trae a colación algunas de las supuestas consecuencias, directas o indirectas, de las reformas, algunas las cuales seguramente habrían exasperado a los reformadores: el libre examen de las Escrituras (y sus consecuentes derivaciones educativas, culturales e interpretativas), el “sacerdocio universal” (mediante la posibilidad efectiva de deshacerse para siempre de cualquier forma de intermediación humana para acercarse a Dios), la secularización (y su secuela de transformaciones para dar otro rostro al mundo conocido), la laicidad (no sólo en la forma de la separación entre la Iglesia-Estado con su mosaico de situaciones dispares y contradictorias), la democracia (a través de su impacto en la Ilustración y en las revoluciones burguesas posteriores)…
Aquí nos centramos, sobre todo, en autores de habla hispana y en algunas traducciones relevantes. En México, las referencias obligadas fueron durante mucho Hombre y mundo en el siglo XVI (Fondo de Cultura Económica, 1944), de Wilhelm Dilthey, El protestantismo y el mundo moderno (FCE, 1951), de Ernst Troeltsch, y la biografía de Lucien Febvre, Martín Lutero, un destino (FCE, 1956, traducción de Tomás Segovia).
Pasarían varios años más para la aparición de la obra monumental de George H. Williams, La Reforma radical (FCE, 1983), en versión de Antonio Alatorre, sobre la corriente denominada “el ala izquierda de la Reforma”, con la colaboración de José C. Nieto, autor, a su vez de otros dos volúmenes publicados por la misma casa editorial: Juan de Valdés y los orígenes de la Reforma en España e Italia (1979) y Místico, poeta, rebelde, santo: en torno a San Juan de la Cruz (1982), obras muy emparentadas entre sí. Más tarde apareció Los fundamentos del pensamiento político moderno. II. La Reforma (FCE, 1986), de Quentin Skinner.
En la España de finales del siglo XIX llama la atención cómo se expresó el poeta Gaspar Núñez de Arce (1832-1903), en el prólogo a “La visión de Fray Martín” (1880), por la forma en que resumió la comprensión que se tenía de Lutero y su movimiento en la Península Ibérica:
Lutero y las potestades de su época no se dieron cuenta exacta del movimiento religioso y social en que eran importantes actores, hasta, que el mal no tuvo remedio y el cisma sobrevino. El oscuro fraile de Wittemberg no creía, al principio, inferir ninguna herida a la Iglesia, combatiendo el tráfico que entonces se hacía de las Indulgencias; León X, espíritu generoso y suave, se reía de las agudas argumentaciones del doctor agustino, celebrando á veces su ingenio; el invicto Carlos V exclamaba, al verle, con aire distraído y desdeñoso: —¿Y este es el hombre que ha de trastornar mi imperio?—. Enrique VIII le escarnecía con burlas acerbas, y las más perspicuas inteligencias de Italia se encogían de hombros, no pudiendo comprender que un bárbaro, como le llamaban, tuviese fuerzas bastantes para turbar la paz del catolicismo y remover el mundo.
Este poema inspiró un par de obras pictóricas de Vicente Nicoláu Cutanda y de José Jiménez Aranda, la primera de las cuales se halla en el Museo del Prado. Patrocinio Ríos Sánchez ha hecho un estudio muy amplio de la presencia del reformador en la literatura española.
Reforma, reformas e impacto sociopolítico
La figura de Lutero, para bien o para mal, siempre ha centralizado la atención de los estudios sobre la Reforma. A las clásicas biografías (en español) de Roland Bainton y Lucien Febvre, se han sumado en 2017 dos nuevas, particularmente, importantes: la de Thomas Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra (Trotta: Lutero “transformó la Iglesia occidental y, con ella, el mundo de un modo como pocas veces lo ha hecho otro hombre antes o después de él”), y la de Lyndal Roper, profesora de la universidad de Oxford (Taurus), a las que se debe agregar Martín Lutero. La Reforma Protestante y el surgimiento de la sociedad moderna, del profesor valdense italiano Mario Miegge (CLIE).
Otras obras reconocidas son: Martín Lutero, emancipador de la conciencia (1878), de Federico Fliedner; Lutero o el advenimiento del yo (1923), de Jacques Maritain; Lutero (1958), de Frantz Frunck-Brentano; Martín Lutero: el fraile hambriento de Dios (1973), de Ricardo García-Villoslada; A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre el mejoramiento del estado de los cristianos (UNAM, 1977), de Lutero; La Reforma protestante (1981), de Giuseppe Alberigo; El caso Lutero (1983), de Jean Delumeau; Escritos reformistas de 1520 (SEP, 1988); de Lutero; Lutero: un hombre entre Dios y el diablo (1992), de Heiko Oberman; y, más recientemente, la obra de teatro Lutero o el criado de Dios (UNAM, 1999), de Francisco Prieto, para rematar con la edición crítica de Francisco Gil Villegas de La ética protestante y el espíritu del capitalismo (2003). En Argentina se publicó una serie de volúmenes de la obra completa de Lutero (Paidós-La Aurora, 1967-1983)
No se puede ignorar el monumental trabajo de Alicia Mayer, “Lutero en América Latina”, que forma parte de la enciclopedia sobre el reformador publicada por la Universidad de Oxford este mismo año. En dicha colaboración, Mayer ubica la presencia de Lutero en todas sus manifestaciones, siguiendo la línea de Lutero en el Paraíso (2008):
La figura de Martín Lutero en América Latina fue construida durante un largo periodo de tiempo en la perspectiva historiográfica y teológica. La forma en que se ha retratado a Lutero en esta región ha derivado principalmente de las fuentes producidas por las élites y los escasos letrados. En la mayor parte de este periodo fue moldeado por el interés de la iglesia católica. La forma en que fue interpretada su figura varió a través de los siglos: luego de ser considerado durante mucho tiempo como “emisario del mal”, posteriormente se definió como un “genio religioso cuya vida y obra cambió los rumbos de la cristiandad y de la iglesia” (Sabino Sola).
Con esos trabajos, Mayer continuó la tradición de su maestro Juan A. Ortega y Medina (1913-1992), quien desde la década de los 50 del siglo pasado abordó las diferencias profundas entre protestantismo y catolicismo (Reforma y modernidad, 1952).
De manera similar, desde el ámbito de la filosofía, José Luis L. Aranguren (1909-1996) esbozó sus ideas en dos de sus obras principales: Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (1952) y El protestantismo y la moral (1954), en las que, sin dejar de reconocer algunas de las múltiples aportaciones de la Reforma, no renuncia a criticar rotundamente varios de los elementos que vio como negativos, en la misma línea de Marcelino Menéndez y Pelayo, quien con su Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882) marcó a toda una generación de estudiosos católicos españoles.
Otra voz de la época, al respecto, Miguel de Unamuno, sería identificado como simpatizante del protestantismo por sus afinidades con autores como Søren Kierkegaard, a quien se consagró intensamente (Édgar Moros Ruano, “Kierkegaard y Unamuno: dos experiencias de fe sui generis”).
Octavio Paz bucearía también en esas aguas en un amplio arco que va desde El laberinto de la soledad hasta muchos de sus escritos de los años 80 recogidos en Tiempo nublado (1983), subrayando constantemente la importancia de la Reforma protestante en el origen de Estados Unidos, a diferencia de los países latinoamericanos, herederos directos de la Contrarreforma, con las consecuencias políticas y sociales que podían esperarse de esa influencia tan directa para los segundos: una escasa disposición para la crítica estructural y para la democracia:
Desde su nacimiento, la América sajona fue una utopía en marcha. La española y la portuguesa fueron construcciones intemporales. En uno y otro caso, anulación del presente. La eternidad y el futuro, el cielo y el progreso niegan al hoy y a su realidad, a la humilde evidencia del sol de cada día. Y aquí termina nuestro parecido con los sajones. Nosotros somos los hijos de la Contrarreforma y la Monarquía universal; ellos, de Lutero y la Revolución industrial. Por eso respiran con facilidad en la atmósfera enrarecida del porvenir. También por eso están mal instalados en la realidad (“Literatura de fundación”, 1961).
Enrique González Pedrero, con esa misma orientación, escribió: “Reforma y Contrarreforma son, pues, los puntos clave para abrirnos y explicarnos menos el mundo de ayer cuanto, sobre todo, al mundo de hoy. El protestantismo ayudó a los pueblos que lo adoptaron a desplegar capacidades y vocaciones que ya tenían […] En cambio los pueblos del sur continuaron en esplendor y la brillantez de la Iglesia” (“Reflexiones barrocas”, Vuelta, mayo de 1990).
El desarrollo más reciente sobre la necesidad de hablar en plural de estos movimientos tan diferenciados en muchos de sus aspectos, aun cuando compartían elementos comunes, es relativamente reciente. Siguiendo con autores de habla hispana, conviene incluir los trabajos de Teófanes Egido, especialista en Lutero (suya es una edición de Obras, 1977) e historiador de amplias miras de los protestantismos iniciales. En Las reformas protestantes (Síntesis, 1993) explicó muy bien las causas y el sentido de esta nueva taxonomía:
No creemos preciso justificar que Lutero, su ruptura y los conflictos que la acompañaron ocupen el primer mayor espacio ni que su proyecto su Reforma se encuadren en el ambiente que los explica. Pero el protestantismo no fue sólo luterano: en un Estado singular, de muy segundo orden político pero relevante en el humanismo, como era la Confederación Helvética, se formaría el modelo llamado a dinamizar la Reforma con capacidades que faltaron al luteranismo. Reforma y siglo XVI son incomprensibles si se olvida lo acontecido en Inglaterra partir de Enrique VIII: aunque con reservas, porque el anglicanismo tuvo poco de protestante en sus fases más animadas, es una exigencia histórica insistir en su personalidad.
Sobre los movimientos anabautistas, siempre marginados en los grandes recuentos, señaló: “Fueron los radicales, inclasificables por su personalismo esencial, perseguidos por todos y que originaron las utopías, inviables en aquellas condiciones, empeñadas en la transformación, en la revolución social”.
Lutero y la modernidad, un debate interminable
Negado él mismo para asumir la incipiente modernidad que se asomaba para modificar definitivamente el rumbo de la fe cristiana y de la historia en su totalidad, Lutero se veía como un ente extraño al momento de percibir que, finalmente, había contribuido al surgimiento de la pluralidad y del enorme abanico que formarían las iglesias ya “protestantes” después de él.
El eco de su labor se percibe con toda claridad en sus continuadores: Ulrich Zwinglio (su colega suizo, rival acérrimo en el tema de la Eucaristía), Thomas Müntzer (con quien escenificó el desencuentro trágico de la Guerra de los Campesinos), Martín Bucero (quien lo conoció y escuchó en Heidelberg en 1518), Juan Calvino (con quien nunca se encontró, pero a quien dio el espaldarazo para su mítica y paradójica labor en Ginebra), Felipe Melanchton (su sucesor directo y a quien se acusó, adentro del luteranismo, de falsear sus enseñanzas), Heinrich Bullinger (heredero de Zwinglio en la iglesia reformada de Zúrich) y Menno Simons (uno de los padres del anabautismo, el mayor dolor de cabeza para católicos, luteranos y reformados), entre otros.
La relación de Lutero con la modernidad fue explicada brillantemente por Ortega y Medina: “Creemos que en la Reforma está la clave de la Modernidad; en la cual […] aun nos encontramos los pueblos hispánicos, no por casualidad ni por cortedad de luces […] No será pues, ocioso añadir, que en la Reforma está la llave de la Antimodernidad hispánica” (Reforma y modernidad).
Otro analista español, José Jiménez Lozano, libre ya de las trabas dogmáticas, describió con especial lucidez las grandes líneas del pensamiento renovador protestante:
…luteranismo significa que el hombre debe aceptar los límites de la condición y de la existencia, humanas y destruir todas las engañosas esperanzas en las salvaciones de sí mismo que puedan prometerle la ciencia, las ideologías, los credos políticos y sus praxis, o las transformaciones económicas y sociales, o las religiones que brindan garantías absolutas; pero que, sobre todo, debe destruir su seguridad en sí mismo, que, como Narciso, se revela ahora de modo muy específico en la complacencia en el poder tecnológico y en todas las otras autosatisfacciones que arrancan a ese hombre el sentido de su finitud y sus limitaciones (“El luteranismo y nosotros”, El País, 8 de noviembre de 1983).
Aunque para muchos hablar de la Reforma como movimiento, y del protestantismo como conjunto actual de iglesias o confesiones, luego de cinco siglos de Reforma y de protestantismo en el mundo, no significa lo mismo, existe una relación profunda entre ambas realidades.
La continuidad y discontinuidad evidentes que se encuentran entre ellas permite que, incluso por contraste con algunas de sus consecuencias, se pueda apreciar la importancia de ese movimiento hasta nuestros días. Todo ello debido a que, tal como escribió Samuel Segura:
La redacción y publicación de Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum, popularmente conocido como “Las 95 tesis”, convulsionó a Europa por los siguientes dos siglos. A través de guerras confesionales entre reinos y principados, se gestarían principios y normas que hoy en día forman parte del canon de la conducción de las relaciones internacionales. Pero la denominada reforma protestante también vendría a cimbrar las relaciones sociales en Europa y, más allá, abriendo paso a la modernidad” (“Martín Lutero y el cambio social”, Nexos, 12 de enero de 2017).
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