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Derek Thomas
 

Dios fortalece. El mensaje de Ezequiel, de Derek Thomas

Dios hizo esperar a Ezequiel durante cinco años antes de hablarle. Hay momentos en que el silencio habla con más fuerza que cualquier palabra.

FRAGMENTOS 08 DE SEPTIEMBRE DE 2017 07:25 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de Dios fortalece. El mensaje de Ezequiel , de Derek Thomas (2005,Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.



Parte I. Visión, comisión y mensaje de Ezequiel (Ezequiel 1—5)



1. El encuentro con Dios



Léase Ezequiel 1:1-28 […]



Historia: El desarrollo del plan de Dios (1:1-3)



Antes de considerar todas estas visiones, se nos da un punto de referencia histórico que nos ayuda a centrarnos en las características exactas que confieren pertinencia a dichas visiones: “En el quinto año de la deportación del rey Joaquín” (1:2). […]



El exilio al que se refiere Ezequiel es el de Babilonia en 597 a. C. El final del siglo VII y el comienzo del siglo VI a. C. habían asistido al dominio de Babilonia en el antiguo Oriente Próximo.



Jerusalén fue atacada en tres ocasiones en concreto como parte de la política expansionista de Babilonia en los años 605, 597 y 587 a. C.4 Nabucodonosor atacó la ciudad por primera vez en el año 605 a. C. durante el reinado de Joacim: el trasfondo del capítulo 1 del libro de Daniel (cf. Daniel 1:1). […]



“Vi visiones de Dios” (1:4-28)



Dios hizo esperar a Ezequiel durante cinco años antes de hablarle. Eso debemos afrontarlo en nuestra propia experiencia. Hay momentos en que el silencio habla con más fuerza que cualquier palabra.



El pueblo de Judá en el exilio debía saber que Dios estaba airado con ellos por su pecado. Pero la ira de Dios, aunque necesaria, está atemperada por la misericordia. El llamamiento de Dios a Ezequiel para que fuera profeta (2:5) era el camino de Dios para asegurar a su pueblo que su pacto era cierto.



Acompañado como fue de una visión de la gloria de Dios —casi de la misma forma en que se había producido el llamamiento de Isaías 150 años antes (cf. Isaías 6)—, era una demostración extraordinaria de que ni siquiera el pecado de ellos puede destruir su gobierno soberano.



Es muy posible que Ezequiel hubiera escuchado las palabras de Jeremías describiendo la naturaleza del verdadero profeta en contraposición al falso. El sello de un verdadero profeta era que hubiera estado ante el Señor de gloria en medio de su consejo de ángeles (cf. Jeremías 23:18).



Lo que Ezequiel está a punto de ver es un carro guiado por querubines portando una expansión a manera de cristal sobre la que se sienta entronizada una figura abrumadoramente gloriosa. Es esta visión la que debemos tratar ahora.



La visión tiene de hecho tres partes: la segunda y la tercera evolucionan a partir de la primera. Si no estamos acostumbrados a leer Ezequiel (o libros parecidos, como es el Apocalipsis), este capítulo nos resultará muy confuso.



Ezequiel está pintando “cuadros gráficos” y debemos tener cuidado de no dejar que se desate nuestra imaginación. Los detalles de la visión sirven tan solo para magnificar el cuadro en general.



El secreto para la interpretación es aquí, como en otros pasajes similares del resto de la Biblia, obtener la imagen general en primer lugar y dejar que los detalles cuadren por sí solos.



La primera visión de Ezequiel comenzó con “un viento tempestuoso” que venía del norte (1:4). Añadiendo más detalles, Ezequiel describe “una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor” y concluye diciendo: “En medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente”. ¡Se está formando una tormenta de dimensiones descomunales!



Nadie que conozca los escritos de los Profetas del Antiguo Testamento duda en cuanto al asunto del que trata esta visión. El “norte” es siempre la región de donde provenían los enemigos de Judá. El territorio de Israel en el Norte ya había capitulado ante los asirios en tiempos de Isaías.



Ahora era el dominio babilónico en el Oriente Medio lo que amenazaba con destruir a Judá también. Jerusalén ya había sido atacada en dos ocasiones (en 605 y 597 a. C.).



Ahora estamos en el año 592 a. C. y, en cinco años, Jerusalén sería destruida por completo. Judá no había aprendido la lección de que la desobediencia a Dios conduciría al juicio. […]



En cualquier caso, no basta con ver en la referencia al “norte” meramente a los babilonios, porque la visión es esencialmente una visión de Dios. Tampoco están en conflicto, dado que la visión es la venida de Dios para juzgar Jerusalén utilizando a los babilonios como instrumento de su ira.



La visión parece desarrollarse constantemente y el enfoque de Ezequiel va cambiando. La nube oscura está de hecho viva con criaturas aladas: cuatro “seres vivientes” que hablan del gobierno de Dios.



A uno le viene a la mente de inmediato el consuelo que obtuvo Elías de una visión similar cuando le acosaban las incursiones de pillaje de los arameos (2 Reyes 6:17).



En Ezequiel 10:1-22, estas criaturas se denominan querubines. Ahora se nos muestran varios detalles importantes. Eran como un hombre en su aspecto (1:5).



Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas (sumando dieciséis caras y dieciséis alas en su totalidad, 1:6; de forma que, independientemente del ángulo desde el cual mirara Ezequiel, podía ver las cuatro caras simultáneamente), dos de las alas las extendían para tocarse entre sí y las otras dos las utilizaban para cubrirse (1:11).



 



Portada del libro.

Sus piernas estaban extendidas y sus pies eran como los de un becerro (1:7, probablemente el becerro denota agilidad; cf. Salmo 29:6; Malaquías 4:2). Al moverse (portando la estructura parecida a un carro que se describe más adelante en el capítulo) parecía que no necesitaban girar: podían moverse en cualquier dirección sin alterar su postura (1:12). Lo que se está indicando aquí es que esta compleja visión podía ver en cualquier dirección y moverse con rapidez sin dilación.



Además, Ezequiel señala que sus cuatro caras eran la de un hombre: el jefe de todo; un león: el jefe de los animales; un buey: el jefe de los animales domésticos; y un águila: el jefe de los pájaros; posiblemente representando la inteligencia, la ferocidad, la fortaleza y la libertad.



Ruedas en medio de ruedas



A medida que el profeta prosigue describiendo lo que ve, sus ojos se posan ahora en ruedas “sobre la tierra junto a los seres vivientes” (1:15).



Cada rueda contenía otra rueda, probablemente perpendicular, capacitando así a las ruedas para moverse en las cuatro direcciones, como hacían los propios querubines (1:12, 19-21).



Este carro sobrenatural y fantástico podía moverse rápido, en cualquier dirección, “hacia donde el espíritu les movía” (1:20).



Pero todo esto ha sido una mera preparación para la verdadera esencia de la visión: la “expansión” (“firmamento” LBLA, 1:22) y el trono de gloria.



Al acarrear los cuatro seres vivientes y sus ruedas esa “expansión a manera de cristal maravilloso” (1:22), su vuelo producía un sonido como “de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, como ruido de muchedumbre, como el ruido de un ejército” (1:24).



Entonces aparece el clímax de la visión: un “trono que parecía de piedra de zafiro” (1:26), y en el trono había “una semejanza que parecía de hombre”. El “hombre” también tiene una apariencia fantástica: ¡parece estar en llamas! (1:27). Y alrededor de él hay como un brillo de arco iris multicolor (1:28).



¿Quién es este “hombre”? “Comparto de buena gana la opinión de aquellos padres —dice Calvino— que dicen que esto es el preludio de ese misterio que se mostró posteriormente al mundo y que Pablo ensalza al exclamar: ‘E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne’ (1 Timoteo 3:16)”. ¡El Dios del Antiguo Testamento no es otro sino Jesucristo!



Es Jesús quien aparece en este capítulo bajo la forma de un guerrero divino. Esto tampoco contradice en absoluto la imagen de Jesús en el Nuevo Testamento.



Al equivalente de esta visión que está a punto de desplegarse es a lo que se refiere Pablo al hablar del día “cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:7-8).



La profecía de Ezequiel trata de la Venida de Jesucristo. En este capítulo 1 se manifiestan varias verdades acerca de Dios (Cristo).



1. Dios es el Juez



¡Es importante advertir que a Ezequiel no solo le impresionó lo que vio sino también lo que oyó! En varias ocasiones en este capítulo, Ezequiel intenta describir el sonido que acompaña a la visión, porque era “la voz del Omnipotente” (1:24).



Más adelante en la profecía, Ezequiel centrará la atención en los impresionantes sonidos que acompañan a las visiones (3:13; 10:5,13; 43:2). Es la misma característica que se celebra en el Salmo 104: “El que pone las nubes por su carroza, el que anda sobre las alas del viento; a tu reprensión huyeron; al sonido de tu trueno se apresuraron” (Salmo 104:3,7; cf. Salmo 29). […]



2. Dios es santo



El “fuego” (1:4) es un símbolo frecuente de la santidad de Dios, su pureza y su grandeza imponente en la Escritura (cf. Éxodo 3:2-3; 13:21; 19:18; 1 Reyes 18:24, 38; 2 Tesalonicenses 1:7; Hebreos 10:27; 12:29; Apocalipsis 1:14; 2:18).



Y las nubes de tormenta se utilizan a menudo en la Escritura para representar la ira venidera del Señor (cf. Salmo 29:3-9; 104:3, Isaías 29:6).



Ezequiel vio únicamente “la semejanza de la gloria de Jehová” (1:28) en fuego ardiente y luz brillante, pero bastó para que cayera postrado a tierra. Moisés escondió su rostro debido a que temía mirar a Dios (cf. Éxodo 3:6).



Isaías estaba abrumado por su propia pecaminosidad cuando vio la gloria de Dios en el Templo (cf. Isaías 6:1-5). También Daniel se había derrumbado y desmayado ante semejante visión (cf. Daniel 10:9).



Pedro y Juan tuvieron experiencias similares (cf. Lucas 5:8; Apocalipsis 1:17). También nosotros debiéramos “temblar” al leer la Palabra de Dios en Ezequiel (cf. Isaías 66:5).



3. Dios es omnipotente



Todo en esta visión transmite poder y fuerza. Pero es particularmente interesante el hecho de que Ezequiel utilice el término Shaddai (que significa “Todopoderoso”) para referirse a Dios en el versículo 24.



 



Derek Thomas.

Este nombre, utilizado por primera vez por Dios al hablar a Abraham en Génesis 17:1, nos recuerda a Jesús diciendo en Marcos 14:62: “Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”.



Dios es todopoderoso. Su poder se extiende por todo el universo. Puede hacer lo que quiera. Como Creador está por encima de todas las demás fuerzas. El gobierno final pertenece a Jesucristo.



La Providencia, aunque oscura e insondable, no es caprichosa. En el contexto de Ezequiel y ante la amenaza inminente del dominio babilónico, esto debió de ser de gran consuelo para los exiliados en el río Quebar así como para aquellos en Jerusalén que pudieran haber oído la profecía de Ezequiel.



Cuando recordamos que Dios tiene el control, no hay necesidad alguna de tener pánico o temor.



4. Dios gobierna



En el capítulo 1 de Ezequiel se nos recuerda que Dios gobierna sobre todo. Ezequiel es únicamente un siervo en el despliegue del Reino de Dios. Mientras las naciones se preparan para la guerra, Dios supervisa cada acontecimiento a fin de cumplir su gran plan.



Profeta tras profeta tuvieron visiones del trono de Dios: Micaías (cf. 1 Reyes 22:19), Isaías (cf. Isaías 6:9) y Daniel (cf. Daniel 7:9); y el salmista celebró el reinado de Dios (cf. Salmo 93:1; 96:10; 97:1; 99:1).



Los reinos del mundo se levantan y caen, pero Ezequiel ve a un Dios que está por encima de todos ellos. Sus planes y poder abarcan la eternidad. ¿Qué es Nabucodonosor en comparación? ¡Nada!



El camino de Dios para aquellos de su pueblo que tienen problemas es hacerles mirar a Cristo: un Cristo soberano. La respuesta de Ezequiel a esta asombrosa visión fue caer a tierra (1:28; en 2:1 se le dice que se levante).



Como Calvino había de señalar en el comienzo de su Institución de la religión cristiana: “Porque si a plena luz del día miramos a tierra o revisamos lo que nos rodea, parece que estamos dotados de la visión más potente y aguda; sin embargo, cuando miramos al Sol fijamente, la capacidad de visión que era particularmente intensa en la Tierra queda inmediatamente embotada y confundida por un gran brillo y, por tanto, nos vemos obligados a admitir que la agudeza de nuestra visión al mirar las cosas terrenales es completamente escasa cuando se trata del Sol”.



El camino de Dios para hacernos saber lo pecaminosos e indignos que somos realmente es dejarnos atisbar la gloria y el esplendor de Cristo. Dios se preocupa de mostrarse a sí mismo como el Dios de “gloria” (1:28), una “gloria” que un día llenará la Tierra (cf. Números 14:21; Salmo 57:5; 72:19; Isaías 11:9; Habacuc 2:14).



Y el propósito de Dios no es obligar al hombre a someterse a la fuerza, sino cautivar nuestras emociones por medio de irresistibles demostraciones del tesoro de su gloria. ¡Cuando Dios es nuestro tesoro, la sumisión es placentera!



La visión beatífica



La visión no puede acabar ahí. Cuando Ezequiel vio “la semejanza de la gloria de Jehová” (1:28), estaba pasando por lo mismo que otros habían visto (cf. Isaías 6:1) y prometido (cf. Salmo 24:3-6; 73:24-28).



¡Cuando Jesús pronunció la bienaventuranza: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), quería que sus discípulos comprendieran que aun entonces estaban viendo a Dios!



Al hablar a Felipe en el Aposento Alto, Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Cuando Jesús vino al mundo, la visión de Dios tanto tiempo esperada llegó en parte.



En Jesús, Dios se hace visible. Aun ahora, los cristianos tienen el Espíritu de gloria y de Dios entre ellos (cf. 1 Pedro 4:14). Pero lo que experimentamos ahora no tiene comparación con lo que “veremos” en el Cielo (cf. 1 Juan 3:2). Entonces veremos la gloria de Dios como nunca la habíamos visto (cf. Hebreos 11:27).



Es esa gloria que atisbó Juan cuando nos dice que “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14) “[…].



Pero igualmente significativo fue el recordatorio a Juan de la gloria que compartirá todo el pueblo de Dios. Como cristianos, ya participamos de la gloria de Dios (cf. Juan 17:22) y hay una gloria que ha de venir (cf. Juan 17:24).



Nuestros cuerpos serán tan gloriosos como el suyo (cf. Filipenses 3:21). Sabiendo que estaremos en la gloria de la presencia de Dios, aun ahora hemos de conocer un gozo “inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).



Es un “gozo que resulta de estar en la presencia de Dios mismo […] que aun ahora participa del carácter del Cielo”. Y Ezequiel lo anticipa en este capítulo 1 al encontrarse en la gloria de la presencia de Dios. Es lo que se dice que harían los cristianos de continuo si la conocieran (cf. 2 Corintios 4:6).


 

 


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