Esta Babel situada en algún punto de una Europa imaginaria, casi irreal, es una expresión de los miedos y las contradicciones que vivía la sociedad holandesa.
El pintor Gonzalo Tena, uno de los mayores estudiosos del arte de Pieter Bruegel el Viejo en nuestro país, declaró sobre el maestro flamenco que “en cada una de sus obras esconde algo”.
Esta característica del pintor conocido en su época como “el Bromista”, evidentemente no ha pasado desapercibida para un observador tan agudo y minucioso como Katsuhiro Ōtomo, dibujante de mangas y director de anime, conocido principalmente por la película Akira (1988), inspirada en el cómic y el guión del propio Ōtomo.
Como resultado de una profunda investigación sobre el cuadro de Bruegel La pequeña torre de Babel (Imagen 1), la variación más conocida del cuadro original (pintado en 1563), y para acompañar la exposición sobre la historia de Babel que acaba de concluir en Tokio,
Ōtomo ha empleado seis meses de diseño y composición por ordenador, y alrededor de cincuenta bocetos, para “extraer” una porción de la torre para mostrarnos el interior de la construcción descrita en Génesis 11:1-9.
Su ayudante Kōsuke Kawamura, encargado de comparar y adaptar los colores de Inside Babel (así se llama la reinterpretación de Ōtomo de la imagen 2) al óleo de Bruegel, cifra en veinticinco mil las capas utilizadas en el software de edición con el que además analizaron la perspectiva de cada uno de los ladrillos del edificio (Imagen 3).
La torre de Babel que proyectó Bruegel (expuesta en Viena) es clave en la producción del flamenco. Posteriores obras suyas se han inspirado en la composición y en los detalles (como las nubes o el extraño azul del mar, que pueden intercambiarse en sus posiciones y conforman paisajes con entidad propia) de la que, por otra parte, es reflejo de una obsesión de la Amberes del siglo XVI: la multiculturalidad de la metrópolis y la extensión de la Reforma hacia el resto de Occidente.
Pero ante todo, esta Babel situada en algún punto de una Europa imaginaria, casi irreal, es una expresión de los miedos y las contradicciones que vivía la sociedad holandesa.
Es un tema que el hijo del artista (Bruegel el Joven) pintará en 1595 (la tabla de roble con la escena atribuida al menor de la familia puede verse en el Museo del Prado), y que servirá de referencia para el arte moderno e incluso para el cine (la Metrópolis de Fritz Lang, por citar un ejemplo).
En el caso de Ōtomo, es fácil detectar la reconocida influencia de Bruegel: véase la Esfera de Vapor de la película Steamboy (Imagen 4), ambientada en una Inglaterra metida de lleno en la Revolución Industrial, y en la que una fundación prefiere utilizar la ciencia como medio para abusar del poder.
O el espectacular y cuidado cortometraje Cannon Fodder (tercer episodio de la película Memories, imagen 5), que nos presenta un relato steampunk situado en una ciudad que dispara mecánicamente contra un enemigo inexistente; la multitud de cañones (retratados con un gusto inagotable por los pequeños detalles) recuerdan por la forma de sus engranajes a las grandes ruedas empleadas por los constructores de la torre de Bruegel.
Ante la pregunta “¿Contra quién estamos disparando?” del muchacho protagonista, su padre responde: “Ya lo comprenderás cuando seas mayor”.
El esfuerzo por abrir un pedazo del edificio y destapar el interior es la mirada de ese niño que se ha hecho mayor y comienza a comprender que ahora es justo cuando no debe dejar de utilizar la imaginación.
De ese impulso viene preguntarse qué hay dentro de la torre, y después llevar a cabo el ejercicio de cortar la porción de torre (pues está hecha de barro, y todos hemos imaginado en nuestra infancia que el barro es como una tarta). “Creo que Bruegel estaba pensando en el interior de la torre mientras pintaba (...).
Tal y como está pintado, me imaginaba que debía haber alguien viviendo dentro del edificio”, explica Ōtomo. Él ha imaginado el interior hueco por dos razones: de no encontrarse hueco, la torre se derrumbaría por su propio peso; la cara interna de la torre debe albergar otra ciudad, compuesta por los edificadores, sus familias, los arquitectos y los monstruos que Ōtomo ha añadido a la composición (imagen 6), como el hombre pez que sirve de guiño a la tabla original. Un guiño al bromista de Bruegel.
Como sucede con tantas otras escenas de la historia del arte, la transformación del relato bíblico en óleo se permite abrir un hueco en nuestra percepción de la narración.
Así, una vez vista la torre de Babel de Bruegel es difícil leer el texto de Génesis sin recordar la enormidad de la construcción, la parte superior como la boca de un volcán, las grúas y los contrafuertes como de las catedrales góticas, los arcos y la inclinación que recuerdan a la torre de Pisa (que probablemente Bruegel visitó en su viaje a Italia), la desproporción de la torre respecto a la humanidad que está en el suelo y en las faldas de la torre.
Pero también el relato bíblico contiene detalles interminables. Sabemos que la base del desastre de la torre está en que se utilizó barro en lugar de piedra, “y asfalto en vez de mezcla”.
Que la confusión de idiomas (Babel suena en hebreo como el verbo que significa confundir) hizo que abandonaran el proyecto de construcción en el llano de Sinar.
Se nos dice que la intención de sus edificadores era hacer una ciudad con una torre tan alta que llegaría al cielo. Esta es la clásica historia que el pueblo hebreo de entonces (de carácter nómada) había incorporado a su tradición de los relatos orales de otros pueblos.
Los detalles le dan autenticidad a la historia (sentido y referencia), lo que no significa que se construyese una torre como la de Bruegel en aquel lugar cercano a Amberes.
Es una historia que circulaba entre los emigrantes, para tratar de comprenderse a sí mismos y también para explicar que Dios castigó con la diversidad la tendencia que aquella humanidad tenía de crear enormes e inestables construcciones para su propio orgullo.
Era una historia que circulaba entre gentes que compartía un mismo deseo: arraigar en un sitio que podían sentir como completamente suyo; el problema era que en lugar de piedra emplearon ladrillos, y varios pisos bajos estaban sin construir (parte del cimiento se vence) mientras que los de más arriba hundían con su peso los ya de por sí precarios arcos.
Para los Habsburgo, que veían cómo su imperio se desintegraba, la imagen a distancia elegida por Bruegel, tomada como desde lo alto de una montaña, con esas nubes amenazadoras devorando parte del inestable zigurat, suponía una alegoría incontestable.
Y tal vez aquí tengamos una pista de lo que realmente hay de fondo en la historia de la torre de Babel. En el versículo 4, los planificadores de la edificación se dicen a sí mismos: con la construcción de esta torre “evitaremos ser dispersados por toda la tierra”.
Es uno de esos detalles del relato que siempre leemos por encima, pero que contienen una nueva lectura, o reinterpretación, que hace que todo cobre un nuevo sentido como en una capa superpuesta sobre las anteriores lecturas.
Es el miedo a la desaparición. Nos aterra como especie el hecho de que no quede nada que testifique nuestro paso por un lugar. Con la reinterpretación de Ōtomo se nos desvela precisamente nuestra respuesta hueca.
Bruegel ha visto de cerca la inmortalidad. O mejor dicho, a través de su obra tardará más que otros seres humanos en desaparecer. Logró que su arte le sobreviviera.
Sí, pero, ¿por cuánto tiempo?
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