Prieto ha construido un drama que profundiza en la historia, la ideología y la psicología del personaje para presentarlo en una época que necesita, ciertamente, desmitificar a los héroes y percibirlos como lo que fueron, seres humanos.
A propósito de su obra de teatro sobre el reformador alemán, formulamos las siguientes preguntas a su autor, Francisco Prieto:
Tu visión de la vida y obra de Lutero es más positiva que negativa. ¿Hasta dónde crees que ha llegado su influencia dentro y fuera del cristianismo?
Desde luego, el adalid de la Contrarreforma, Ignacio de Loyola, no fue ajeno a su influencia y al anuncio de la modernidad presente en el pensamiento de Martín Lutero: los Ejercicios Espirituales, la notable creación del guipuzcoano son, entre otras cosas, una inducción al libre examen y, por tanto, una revaluación del individuo responsable de sus actos. Además, la formación intelectual desde las escuelas y la inclusión de la mujer, presentes en Ignacio y sus amigos, deriva del pensamiento de Lutero.
El contrapunto que planteas entre sus hijos sugiere, por un lado, la obediencia fiel y, por el otro, la incredulidad y el desencanto como fruto de la modernidad. ¿Qué opinas de esta apreciación?
Me gusta la observación. No fui consciente de ello durante la realización del drama. Lutero tuvo con Catalina varios hijas y tres hijos hombres que fueron personas de provecho. Aposté a dos de ellos, uno que experimentara una profunda admiración y un profundo afecto hacia su padre y el otro que ante el temor de ser aplastado por una personalidad tan fuerte y carismática, poseedor de una mente analítica y de tendencia racionalista, se defendiera del padre, construyendo una distancia crítica para salvar su autonomía. En realidad la inclusión de los hijos, ficción pura, da lugar a una honda expresividad dramática: los que escucharon a Lutero muy bien pudieron seguir uno u otro paradigma conductual.
“El criado de Dios” para sanar a la iglesia o para desgarrar a la Cristiandad: ésa parece ser la tesis de tu obra. ¿Lutero se movió más o menos conscientemente entre esos extremos?
Para mí es una intervención de Dios en la historia que conducirá a un proceso de sanación en la Iglesia católica y hará sentir a los hombres y mujeres que constituían la Cristiandad que el Cristianismo no es fácil, que como El mismo enseñó es necesario entrar por la puerta estrecha, lo que dará lugar, en efecto, a un desgarramiento en el seno de los creyentes que alcanzará su significado mayor entre dos familias excluyentes: por una parte, los jesuitas que minimizaron el pecado y la culpabilidad —se hablaba de la moral laxa de los jesuitas— y los descendientes de Jansenio, especialmente los que se agruparon en Port Royal, que hicieron del pecado y del sentimiento de culpa protagonistas de la existencia cristiana.
Finalmente, me parece que percibiste muy bien las contradicciones en la existencia del reformador. ¿Piensas que ellas marcaron de manera definitiva a las iglesias y confesiones protestantes?
Me interesaba, como me sigue interesando, el hombre. Cuando leí diversas biografías de Lutero, sentía que de haber vivido en ese tiempo, habría compartido su rebelión, sus rencores, sus temores... Finalmente, un escritor en el teatro y en la novela, es movido por el conocimiento por connaturalidad, por la simpatía.
Como se puede apreciar en sus respuestas, Prieto tiene una visión muy clara de los conflictos históricos y de la pasioón religiosa que anidaba en Lutero, lo que se deja ver muy bien en la obra en cuestión. El segundo cuadro consta de seis escenas, en la primera de las cuales nuevamente las visiones del reformador lo llevan a instantes pasados de su vida.
En la primera escena dialoga con sus hijos y se refiere al deslumbramiento que le causó conocer a quien sería su esposa Catalina de Bora. En la siguiente escena se reconstruye el momento en que el príncipe Felipe de Hesse (1504-1567), el Magnánimo, uno de los más recalcitrantes promotores de la Reforma en Alemania, se presenta (junto con su amante Margarita) con Lutero y Melanchton a fin de que le autoricen una segunda unión mientras sigue casado. Sus argumentos son simples y directos, pero para los reformadores ninguno de ellos es suficiente para conceder semejante autorización. Las palabras de Melanchton son contundentes: “No podemos bendecir esa unión. Aun ahora me avergüenzo de que la Iglesia Romana, ante el silencio cómplice de Bernardo de Claraval, bendijera los cuernos que Eleonora le pusiera al rey de Francia con el canalla de Enrique el Normando” (p. 49). La escena termina, ciertamente, de manera ambigua, tal y como aconteció en la realidad, pues el príncipe obtuvo de Lutero y Melanchthon el “consejo secreto de un confesor”, en diciembre de 1539, no sabiendo ninguno de los dos que la esposa ya había sido escogida. Lutero, bajo la excusa de que era un asunto de consejo dado en el confesionario, rehusó reconocer su parte en dicho matrimonio.[1]
En la tercera escena, nuevamente Lutero dialoga con sus hijos acerca de las dificultades políticas implicadas en sus decisiones, especialmente en relación con la guerra de los campesinos, cuando se puso del lado de los señores. Sus palabras son sombrías: “Yo fui la bestia negra que asoló los campos de Alemania” (p. 50). Martín, su hijo, no quita el dedo del renglón y le hace ver las dimensiones terribles de su decisión. La opinión del reformador sobre Thomas Müntzer, el líder de la rebelión es extremadamente dura: “ El comunismo primigenio y el regreso a la barbarie. […] Ni siquiera leyó bien el evangeio, ese simple. […] Es que yo soy un asesino con fe” (p. 51). Ante esta confesión de culpabilidad inconsciente o de ingenuidad política, su hijo Juan revira con una serie de afirmaciones que podían esperarse de alguien que valoró adecuadamente el lugar de Lutero en la historia: “Usted hizo lo que tenía que hacer, ser fiel a la Escritura, confiar en la Escritura. Usted, padre, llevó a los hombres a las lecturas, predicó la educación para todos, incluso impulsó a las mujeres al estudio en perfecta igualdad con los hombres. Si sólo fuera por estas cosas, la humanidad tendría que estarle agradecida hasta su extinción. Al llevar a los hombres a la lectura los llevó a la palabra de Dios sin intermediario”.[2]
En la cuarta escena Lutero se encuentra, ebrio, con Catalina en una situacion íntima, en la que la humanidad del reformador es retratada de manera muy realista. Los hijos de ambos dialogan paralelamente a lo que acontece en el escenario: los esposos mezclando su visión de las cosas con su vida conyugal. Al final él reconoce que únicamente en ella encuentra la paz.
En la penúltima escena, los hijos continúan el diálogo en un fuerye contrapunto de ideas, mientras que su padre, ya en situación de delirio, apostrofa sobre su labor religiosa alcanzando una suerte de paroxismo: “Un día, me dijo Catalina, se reinstalaría la unidad. Sin un pontífice, sin más guía que la Palabra. Entonces yo sería reconocido como aquel que devolvió la transparencia a las palabras, ¡a la palabra de Dios! Entonces, yo le pregunté a Catalina que si Judas, también, había sido el criado de aquellos tiempos” (p. 64).
La última escena muestra a Lutero ante el médico Jonás agradeciendo a Dios la revelación de que fue objeto. Sigue buscando a Catalina, que finalmente no llegó, más que en sus alucinaciones, y se dirige al Señor para que lo aparte de Satán, para morir afirmando su fe, finalmente, dirigiéndose a sus hijos para gritarlo.
Con esta intensa obra, Prieto se ha sumado a una no muy grande nómina de autores españoles que han tomado a autor como personaje y que ha sido analizada por Patrocinio Ríos Sánchez en una tesis doctoral de 1991.[3] Entre otros autores están: José Echegaray, Alfonso Sastre, Joaquín Calvo Sotelo y Joaquín López Aranda. Con la que mayor cercanía podría tener es con la obra de López Aranda, Yo, Martín Lutero (1963), en la que mediante un monólogo, se exponen algunos de los cpnflictos de su vida.
Prieto ha construido un drama que profundiza en la historia, la ideología y la psicología del personaje para presentarlo en una época que necesita, ciertamente, desmitificar a los héroes y percibirlos como lo que fueron, seres humanos atrapados por encrucijadas de las que no siempre salieron bien librados. La historia los seguirá juzgando y emitiendo nuevas perspectivas para valorar su actuación.
Nota: El programa “Huellas de la historia” dedicado a los 500 años de la Reforma Protestante se transmitirá el domingo 2 de abril a las 17 horas (tiempo de México) por Radio Red, 1110 AM. Se podrá escuchar por internet en el sitio: redam.mx
[1] Sobre este tema puede consultarse el muy antiguo, pero aún útil, ensayo de John Alfred Faulkner, “Luther and the bigamous marriage of Philip of Hesse”, en The American Journal of Theology, vol. 17, 1 de abril de 1913, https://ia801900.us.archive.org/32/items/jstor-3154607/3154607.pdf.
[2] Cf. Javier Aranda Luna, “La lectura democrática”, en La Jornada, 11 de agosto de 2004, www.jornada.unam.mx/2004/08/11/04aa1cul.php?origen=opinion.php&fly=. Este autor califica a Lutero como “el mayor promotor de la lectura de todos los tiempos”. Y agrega: “La idea democrática de que todo hombre tenía derecho a leer la Biblia e interpretarla a su manera, es uno de los puntos capitales en la cultura de Occidente”.
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