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Protestante Digital

 
Editorial Peregrino
 

‘Quinientos años después’, de Cano, Birch, Grau, Cánovas, Moreno Berrocal y Segovia

Podemos buscar la unidad, entonces, porque en realidad ya existe. La unidad cristiana no es en primer lugar física, sino espiritual y “lo que ya existe crecerá, se desarrollará y finalmente se perfeccionará”. Un fragmento de "Quinientos años después".

FRAGMENTOS 24 DE MARZO DE 2017 06:30 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de "Quinientos años después. El cristianismo histórico: lo que es y lo que implica", de Luis Cano, Andrés Birch, José Grau, Demetrio Cánovas, José Moreno Berrocal y José de Segovia. Segunda edición revisada, publicada anteriormente como "Una fe para el III milenio". Puede saber más sobre el libro aquí.



 



JUSTIFICACIÓN POR LA FE SOLA



[El 31 de octubre de 1999], y 482 años después de que Lutero clavara las 95 Tesis en la iglesia de Wittenberg, la Iglesia Luterana Mundial, representada por Christian Krause y el Cardenal Edward I Cassidy, presidente del Consejo Pontificio para la unidad de los cristianos, en representación de la Iglesia de Roma, firmaron en Augsburgo (irónicamente, la Confesión Luterana de F. Melanchton lleva el nombre de este lugar), un documento al que llaman la Declaración Conjunta sobre la Justificación, una declaración que contenta a muchos, entontece a algunos, pero que no convence a casi nadie.



Otra ironía con respecto a esto. Dos meses antes de esa firma, el Cardenal William Baum, Penitenciario Mayor, presentó el Manual (Enchiridion), que intenta actualizar y revitalizar las indulgencias, contra las que luchó Lutero con su “justificación por la fe sola”. Otra vez la astucia de Roma contra el candor protestante40.



Había un curioso cuestionario de diez preguntas sobre la justificación por la fe en cierta revista cristiana41, que mostraba a los lectores el poco y mal conocimiento que se tiene de esa doctrina. De las veces que yo se la hice a diferentes personas, pocas son las que salieron cien por cien protestantes.



 



Portada del libro.

¿Qué quería decir Lutero y qué queremos decir nosotros? ¿Ha cambiado nuestra respuesta? ¿Ha cambiado la de la Iglesia de Roma?



El Catecismo de la Iglesia Católica dice (generalmente citando aquí al Concilio de Trento): “La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior42 […]. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia43 […]. La justificación implica la santificación de todo el ser44. La gracia (de Dios) es una participación en la vida de Dios…”45. El cardenal católico J. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que fue el presidente de la comisión que preparó el proyecto del catecismo, ha dicho que “si alguno no es justo, no es tampoco justificado”46.



Dijo ya Lutero, con referencia a Romanos 3:28:



    Al excluir con tanta nitidez cualquier categoría de obras, hay que pensar forzosamente que es solo la fe la que justifica; y el que quiera referirse con claridad y a secas a esta exclusión de las obras tendrá que decir que solamente la fe —y no las obras— es la que justifica. Es una conclusión obligada por la realidad misma y por la lingüística […]. Además, no he sido yo el único ni el primero en decir que solo la fe justifica; lo han afirmado antes que yo Ambrosio, Agustín y otros muchos, y tendrá que afirmarlo también —sin que quepa otra posibilidad— quien esté dispuesto a leer y a comprender a S. Pablo […]. ¡Sería bonito, estupendo, mucho mejor y más cómodo que la gente aprendiese que puede justificarse por las obras junto a la fe! Equivaldría a decir que no ha sido solo la muerte de Cristo la que nos ha remitido los pecados, sino que a ello han contribuido también y en cierta medida nuestras obras47.



Más tarde, Felipe Melanchton —que colaboró con Lutero, entre otras cosas, en la traducción de la Biblia al alemán48— dijo en la Confesión de Augsburgo —que antes he citado y que ha mencionado la Iglesia Luterana Mundial— en el artículo IV: “Asimismo, enseñamos que no somos justificados ante Dios en virtud de nuestros méritos y obras, sino que somos justificados gratuitamente en virtud de Cristo, por la fe, creyendo que Cristo murió para expiar nuestros pecados y que nosotros recibimos por Cristo el perdón de los pecados. Pues Dios imputa nuestra fe por justicia”.



H.C.G. Moule dijo que “la justificación por la fe es la aceptación del culpable ante Dios por razón de un Cristo en quien se ha depositado confianza […]. No es una virtud, no es un mérito, sino el proceso correcto”49.



Cuando decimos, entonces, que somos justificados por la fe sola, estamos diciendo que:



1.º- Esta justificación debe ser tomada en sentido forense: “Una declaración meramente ante el tribunal de Dios”, como dijo el Dr. Lloyd-Jones50.



2.º- La justificación no nos hace mejores, ni un poco siquiera.



3.º- Realmente, sí somos salvos por obras, pero las obras de Cristo fuera de nosotros.



4.º- La fe es la causa instrumental por la que el creyente se une a Cristo.



5.º- La fe no tiene valor alguno por sí misma, si no está puesta en Cristo. El mérito de la justificación no es la fe, sino el objeto donde descansa la fe. Todos los seres humanos en todas las religiones dicen creer en algo, pero eso no los salva. Solo Cristo salva.



6.º- La fe que salva, que lleva a Cristo, la fe bíblica no es innata en el ser humano ni producto de acción alguna suya, sino un regalo no merecido y soberano de parte de Dios (Efesios 2:8).



7.º- Todo añadido a la fe, ya sea bautismos, cumplimientos sabáticos u otros méritos, mandatos u obligaciones humanas invalidan la fe. Dios no necesita ritos humanos para hacer declaraciones. “No se merece nada por el acto de aceptarlo todo”51.



 



NO POR OBRAS, PERO CON OBRAS



En una carta personal a F. Melanchton (1 de agosto de 1521), Lutero decía a su amigo: “Sé pecador y peca fuerte, pero confía y alégrate más fuertemente aún en Cristo, vencedor del pecado, de la muerte y del mundo”.



Estas palabras, sacadas de su contexto fuertemente cristocéntrico, han sido utilizadas por católicos y demás antiprotestantes para acusarnos de inmoralidad y de dejadez en cuanto a las buenas obras.



Desgraciadamente, a esto hay que añadir el mal ejemplo de países y personas que, llamándose cristianos o protestantes, viven vidas permisivas y relajadas moralmente. Constantemente se oye acerca de líderes caídos, de iglesias sin disciplina y, lo más terrible aún, sin señal de arrepentimiento, lo que hace que en algunos casos no se distinga al pueblo de Dios del resto del mundo.



Aun en los últimos años han aparecido algunos que, en libros u otros medios, han defendido la idea de que se puede ser cristiano y no discípulo, aceptar a Jesús como Salvador, pero no como Señor, ser salvo sin santidad. Es mucha la evangelización que se ve hoy en día en la que basta con una declaración de Jesús como Salvador, una decisión externa, una oración superficial recitada, para nunca más profundizar en el asunto o tratar de él. Como escribe Juan Kessler sobre la situación en Latinoamérica:



Antes, debido al costo social, la gente pensaba tres veces antes de responder a una invitación evangelística. Ahora hay personas que se acercan a la tarima con la misma facilidad con que van al altar católico para recibir la hostia. Hay indicios de que en ambos casos muchos creen que reciben a Cristo casi en forma automática. Antes la gente se comprometía en forma seria con el Señor, pero ahora […] la gente busca una bendición o un milagro para sí52.



La Reforma fue todo lo contrario a esto, y la doctrina reformada enseña, por tanto, algo muy diferente.



M. Lutero dijo que “es imposible separar la obra de la fe, tan imposible como es separar el arder y el resplandor del fuego”53.



La Palabra de Dios claramente enseña que la salvación no es por obras, pero no es sin obras (Santiago 2:14), que sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14); el que salva al pecador es el Señor; sin el señorío de Cristo sobre el alma del creyente, no hay salvación posible. La confesión que salva es la de que Jesús es Señor y no solamente Salvador (Ro. 10:9).



Tenemos que negar que haya varias clases de cristianos: carnales, espirituales, perfectos, etc… En un corto pero completo análisis sobre el hombre carnal, Ernest C. Reisinger se opone enérgicamente a dos clases de cristianos, analizando correctamente 1 Corintios 3:14, pero sí dice:



Reconozco que hay bebés en Cristo. Las marcas del cristiano no se hacen patentes de igual forma en todos los cristianos. El progreso en el crecimiento del cristiano no es constante y sin interrupciones54.



Es decir, proceso, no clases.



A. W. Tozer dijo: “El Señor no salvará a aquellos a quienes no puede mandar”55.



Tratando el tema de la justificación, el Catecismo de Heidelberg (1563) se hace esta pregunta: “¿Pero esta doctrina no hace a los hombres negligentes e impíos?”, y responde: “No, porque es imposible que no produzcan frutos de gratitud quienes por la fe verdadera han sido injertados en Cristo”56.



Podríamos continuar trayendo citas que demuestran que, históricamente, la Iglesia cristiana y reformada ha interpretado bien, y en esta línea, la santificación y la vida cristiana57.



Cuando Juan escribe su versión del Evangelio, comienza, y así será en todo el libro, haciendo hincapié en la divinidad de Jesús, y dice que “aquel Verbo [Dios] fue hecho carne [hombre], y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (1:14). Igual que Pedro (2 P. 1:1618), Juan se refiere a que ha visto algo más que a Jesús como persona, es decir su gloria, su peso divino; y de esa plenitud toma todo creyente (1:16; 12:45-46). Tras la conversión, tras la visión de Dios58, nadie puede quedar igual que antes. Isaías creyó morir al ver la gloria de Dios, para después responder a Dios: “Heme aquí, envíame a mí” (Is. 6:58)59. Pablo, en “su camino a Damasco” y tras su convicción de pecado, al oponerse a Cristo, y en su conversión, dice temblando y temeroso: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:6). En nosotros, hoy, no puede, ni debe esperarse nada menos.



 



Luis Cano.



Cierto es que los países protestantes han sido y son más liberales, pero no más inmorales. El Evangelio y, por tanto, la Reforma han traído, entre sus muchos beneficios, la libertad de conciencia, en la que cada uno es libre y a la vez responsable de su pensamiento y obra, aunque a veces se caiga en peligrosos excesos. En cambio, en la Iglesia de Roma y, por tanto, en cada lugar donde domina, ha existido una actitud paternalista, que le lleva a la represión y el miedo, que hace al ser humano esconder y excusar su pecado.



 



EL ECUMENISMO



Decía J. Wesley que “no hay nada más anticristiano que un cristiano solitario”.



Quizá alguien considere muy extremista esta opinión, o sea, alguien que quisiera hacer matizaciones antes de hacer suya la frase, pero ninguno podrá negar que somos como nada sin los demás (1 Co. 12:20-22).



A lo largo de nuestra historia, descubrimos “cristianos” que no encontraron iglesias a su modo o las sintieron demasiado mundanas en práctica y liberales en credo, y prefirieron vivir en una especie de estado ermitaño (y a veces huraño), enviando, eso sí, sus mensajes al exterior.



Aun si de esos hay pocos, los que sí abundan son los “cristianos” que, aunque tienen claro para sí mismos lo que es ser cristiano, no lo tienen claro en otros, confundiéndolos y confraternizando con cualquiera que dice tener una experiencia religiosa, nombra a Jesús o cita la Escritura, olvidando que en la Biblia ya había Simones (Hch. 8:9-24), Judas (Mt. 26:14 y ss.) y diablos (Mt. 4:6)60.



Debemos hacernos algunas preguntas: ¿Qué es unidad o ecumenismo? ¿Cuál es su base y cuáles son sus beneficios? ¿Hasta dónde tenemos que llegar? Es preciso responder estas preguntas, y solo la Reforma puede hacerlo.



El Señor nos ha llamado a la comunión consigo mismo y, desde él, a la comunión con todos los que son suyos (Ef. 4:26).



En una exposición muy acertada de este tema, José Grau hace una pregunta a los entusiastas de Juan 17:21: “Que todos sean uno…”, y dice: “¿Por quiénes oró Cristo?”, y responde: “El Señor, pues, oró de manera definida por los creyentes solamente (Juan 17:9,11), unidad de naturaleza soteriológica, y creyentes apostólicos o bíblicos (v. 20)”61. Estamos obligados a marcarnos una línea, pues no todo el que dice ser del Señor lo es en realidad, pero estamos obligados a andar sobre ella.



Esa línea es la verdad y el amor (Ef. 4:15), la una y el otro siempre juntos. Como decía M. Lloyd-Jones sobre este pasaje: “Debemos sostener la verdad en amor y también presentarla en amor…”62.



No está pidiendo que nos unamos en la búsqueda de la verdad… Nos dice que debemos mantenernos firmes en la verdad y que la representemos y la manifestemos en toda nuestra vida, especialmente cuando hablamos, que debe ser en amor.



Podemos buscar la unidad, entonces, porque en realidad ya existe63. La unidad cristiana no es en primer lugar física, sino espiritual y “lo que ya existe crecerá, se desarrollará y finalmente se perfeccionará”64.



Ahora bien, el siguiente paso es definir esa verdad porque “lo primero que recalca el Nuevo Testamento es que la doctrina puede ser definida”65. La verdad no es mística, no es humo, es algo sólido. Una clara declaración me dirá qué es verdad y en quién encontrarla, para después recibirle. Yo propongo la Confesión de Fe de Westminster (1640) y su hermana, la Confesión Bautista de Fe de 168966.



Y, de igual manera que debemos ejercer disciplina con el hermano en pecado (algo que está hoy en día muy abandonado), deberíamos hacerlo con el hermano en error, pero con un par de matices. Por una parte, hay que reconocer que hay verdades que no tienen la misma importancia y, por otra, el error no es pecado, la terquedad en el error sí lo es.



Tenemos que diferenciar entre verdades fundamentales y secundarias. No podemos ceder ni una tilde en la inspiración de las Escrituras, la cristología, la soteriología, etc., pero quizá sí en el bautismo, el gobierno de la Iglesia, la liturgia… Ahora bien, ¿dónde colocar la evangelización, el ministerio de la mujer, el asunto del Infierno y de los dones sobrenaturales del Espíritu? Algunos dirán que no importa, ¿pero no afectan nuestra visión y adoración de Dios?; ¿no nos ponen en rebeldía con la Palabra de Dios?; ¿no perjudican la predicación del Evangelio…?



No todas las verdades son iguales en todas las áreas. Hay ciertos alimentos que puedo tomar en privado, pero que no tomaré con mi hermano débil, días de fiesta que guardaré solo a veces (Ro. 14:5,15,21; 1 Co. 10:23-33; Col. 2:16). Podré orar con ciertos hermanos (la parte más básica o elemental del creyente), pero no podré evangelizar con ellos. A veces me he deleitado con el mensaje de predicadores bajo cuyo ministerio no podría estar. Hay cosas que haré en privado o individualmente, pero que no serán aceptables en público.



Pablo manda que cada uno esté plenamente convencido en su propia mente (Ro. 14:5), pero eso no siempre ocurre, y hay que tener paciencia.



Todo error del hermano, que esté basado, según crea él, en las Escrituras, aun después de mucho estudio y oración, debe producir en nosotros debate, pero la Iglesia no es el lugar para debatir la verdad; hay que crear foros y mesas redondas. La tarea de la Iglesia viene después, que es la de guardarla y proclamarla. La crítica no siempre es un ataque a la verdad. Al conocimiento de las Doctrinas de la Gracia, por ejemplo, no se llega por méritos propios, sino por pura y simple gracia de Dios con estudio y seriedad.



La dependencia y el amor a la verdad no deben hacernos perder nuestra propia identidad. Yo puedo ser amilenarista realista, y otro amilenarista optimista, y otro aun posmilenarista, y necesitarnos y enriquecernos mutuamente.



Muchas veces pienso que no ha habido teólogo en la historia que no estuviera equivocado en algo, ni aun Juan Calvino. ¿Quién soy yo, entonces, para tener el cien por cien de la verdad en mi mente? Este pensamiento, más que un freno, es un reto para buscar mis debilidades doctrinales, para el estudio constante de las Escrituras, para estar “siempre reformándome”.



John H. Gerstner escribió: “El liderazgo en el movimiento ecuménico a menudo ha estado en las manos de los que poco les preocupa la teología”67.



Nosotros tenemos mucho que decir, y debemos decirlo. Debemos rechazar la tendencia a reducir y no la de ampliar, no estar mirando hacia dentro para ver a quién quitar, sino hacia fuera, para ver quién falta.



Otro problema con el que nos encontramos es el denominacionalismo. La defensa de la unidad no pasa, no ha podido pasar nunca por la denominación, sea cual sea, en donde creyendo proteger la verdad, nos hacemos defensores de “nuestras pequeñas verdades”.



Ha ocurrido en mi ciudad más de una vez que han venido creyentes de turismo o aun a evangelizar y se han sorprendido de que hubiera una iglesia evangélica desde hace varios años, para luego confesar que, claro, “¡como no es de la denominación tal!” Tenemos que aplicar aquí también lo que dice Alfonso Ropero: “Quien solo tiene visión para el engrandecimiento de su iglesia local, no tiene visión de iglesia, tiene visión de secta”68.



Los españoles ponemos pasión y originalidad en todo, aun en la Reforma, en la fe, en la verdad: ¡a nuestra manera!69. Pero, a la vez, asimilamos todo lo que es de fuera y no queremos reconocerlo. En algunas ocasiones me acusan de cantar himnos ingleses, sin darse cuenta de que sus coros son americanos o brasileños. Aun así, ¿por qué deberíamos cantar solo a la española?, si es que existe tal cosa.



Sí, el cristiano reformado ha sido ecuménico y sigue siéndolo, pero con un ecumenismo histórico y bíblico; solo este es retador y esperanzador.



 



Notas:



40. En otra ocasión en la que el papa invitaba a los protestantes a la unidad y el ecumenismo, encomendaba el asunto en oración a María. ¿Puede imaginarse uno mayor desfachatez? Y así podrían citarse más ejemplos.



41. Pregonero de Justicia, número especial. LRI., P.O. Box 700 Fallbrook, California 92088, EE. UU.



42. Catecismo de la Iglesia católica, Asociación de Editores del Catecismo 1992, párrafo 1989.



43. Ibid., § 1992.



44. Ibid., § 1995.



45. Ibid., § 1997.



46. Artículo en El País, 1-11-99, p. 28.



47. Misiva sobre el arte de traducir (1530) en Lutero. Obras. Edición preparada por Teófanes Egido para Ediciones Sígueme, Salamanca 77, pp. 314-315.



48. Ibid., p. 310.



49. Los fundamentos, vol. 3 cap. XI, p. 8 (Ediciones Cristianas Bíblicas).



50. Dr. M. Lloyd-Jones: Great Doctrines Series, vol. 2, p. 171, God The Holy Spirit (Hodder & Stoughton 1998). Existe versión en español, Dios el Espíritu Santo (Editorial Peregrino 2001).



51. Véase (49), p. 8.



52. Juan Kessler: 500 años de evangelización en América Latina, p. 92 (IINDEF, Costa Rica).



53. Comentarios de Martín Lutero: Romanos, p. 15 (CLIE 1998).



54. Ernest C. Reisinger: ¿Qué debemos pensar del cristiano carnal?, p. 16 (Editorial Bíblico Dominicano 1990).



55. I Call it Heresy! (Christian Publications 1974).



56. El catecismo de Heidelberg, pp. 3435 (FELiRe 1973).



57. John F. MacArthur en su libro El Evangelio según Jesucristo (C. B. P. 1994), defiende de una manera clara y definitiva el señorío de Cristo, y tiene un amplio apéndice donde hace un recorrido histórico trayendo citas desde la Didaqué, y Agustín hasta A. W. Tozer o A. W. Pink, pasando por confesiones clásicas, Spurgeon, Warfield, etc.



58. A. N. Martin también dice que “calvinista es el hombre que ha visto a Dios, y quien, habiendo visto a Dios en su gloria, está lleno por una parte con un sentimiento de su propia indignidad para permanecer delante de Dios como criatura y tanto más como pecador y, por otra parte, con la asombrada adoración de que, a pesar de todo, Dios es un Dios que recibe a los pecadores” (The Practical Implications of Calvinism, p. 4, The Banner of Truth Trust 1979).



59. Véase el capítulo de este libro “Una fe que lleva a la adoración”.



60. Véase también Mt. 7:21-23; Stg. 4:19; Lc. 6:46.



61. José Grau: El ecumenismo y la Biblia, pp. 24-27 (E.E.E. 1973). Recomiendo especialmente este libro, que, aunque ya algo antiguo, no deja de ser actual.



62. Dr. M. LloydJones: Unidad Cristiana, p. 45 (Ediciones Hebrón 1973).



63. Ibid., p. 27.



64. Ibid., p. 38.



65. Ibid., p. 52.



66. Esto creemos. La confesión bautista de fe (Editorial Peregrino 1997).



67. Diccionario de teología, p. 184 (TELL 1990).



68. Alfonso Ropero: La renovación de la fe en la unidad de la Iglesia, p. 60 (CLIE 1996).



69. Cristina Wagner en una conferencia sobre Juan de Valdés terminaba diciendo: “Entre alumbrado y luterano, Valdés nos deja en su catecismo un testimonio de los puntos de contacto y de convergencia que existieron entre el movimiento espiritual de la Reforma genuinamente español y la gran ola de la Reforma europea”.



 



 



 


 

 


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