Los libros de memoria, como este de Diego Teruel, constituyen un legado maravilloso, el don de resucitar el pasado, el único paraíso de donde no podemos ser desterrados porque es nuestro, permanece vivo en las fibras del corazón, entre los laberintos de la mente.
La semana pasada comenté un libro de memorias escrito por Benjamín Planes. Este otro, de Diego Teruel, pertenece al mismo género literario. Emilio Lospitao, uno de los dos autores de los prólogos que encabezan el libro, lo aclara. Dice: “Rompiendo las cadenas en las cárceles es un libro que narra historias que tienen que ver con la vida penitenciaria… Es una puesta en escena de un ministerio vivido intensamente entre personas desencontradas, de manera desinteresada, indudablemente vocacional, por puro altruismo”.
En la literatura moderna, los libros de memoria y los escritos autobiográficos tienen gran aceptación. Toda obra literaria pertenece a un género, como todo animal a una especie. El ensayo nos ilustra sobre el trabajo de otros. La novela vive de la novedad de sus temas. En la memoria, como en la autobiografía, hay una relación más íntima entre autor y lector. Son trozos de la propia vida que se exponen a la curiosidad de la gente. Versa sobre lo único y distintivo de la persona, sobre lo que la diferencia de otros.
Los libros de memoria, como este de Diego Teruel, constituyen un legado maravilloso, el don de resucitar el pasado, el único paraíso de donde no podemos ser desterrados porque es nuestro, permanece vivo en las fibras del corazón, entre los laberintos de la mente. Decía Shakespeare que la memoria es el centinela del espíritu.
Teruel escribe con un estilo realista, llevándonos a fijar la atención sobre las experiencias vividas en 30 años de asistencia a personas encarceladas, labor nada fácil.
Continúo con unos rasgos biográficos del autor, imprescindibles al presentar un libro. Diego Teruel nació en Madrid el 20 de diciembre de 1943.
En plena juventud llegó a ocupar un cargo importante entre los Testigos de Jehová. En 1966 entró en contacto con la Iglesia de Cristo en Madrid, siendo bautizado él y por entonces su novia Gloria García-Fraile en agosto de 1967. Desde el principio destacó como líder en la incipiente Iglesia, que por entonces se reunía en el sótano de la librería Cristiana situada en el número 2 de la calle Flor Alta.
De espíritu evangelista, ya casado, dejó el domicilio en Madrid y se trasladó a Alcorcón para iniciar la Iglesia de Cristo en este lugar, ayudado por tres miembros de la Iglesia en Madrid: Pablo Panchón, Francisco y Salvador Manzano. Diego y Gloria ministraron la congregación en Alcorcón durante 24 años. Cuando Diego renunció a este ministerio para incorporarse a la Iglesia Evangélica Española dejó en Alcorcón una Iglesia viva, compuesta por unos cien miembros.
Durante los años que permaneció en la Iglesia de Cristo fue un miembro fiel y responsable. Un líder siempre en primera fila, el organizador escrupuloso de las conferencias nacionales.
Entre sus muchas actividades desempeñó la tarea de comunicarse con las personas que escribían al programa radiofónico Heraldo de la Verdad, en su oficina instalada en el mismo edificio de Flor Alta 2. Fue aquí donde recibió la carta de un preso solicitando ser visitado en la cárcel. “Releí varias veces la carta y llamé a Gloria para darle la noticia, que había llegado la respuesta a nuestras oraciones. ¡Tenía que visitar a un preso en la cárcel de Carabanchel”, cuenta Diego (página 25).
Fue así como Teruel inició un ministerio de asistencia espiritual a presos y presas, al que ha dedicado 30 años de su vida.
No lo digo por vanidad -la última vanidad del ser humano es la tumba-. Lo hago a título informativo. Poseo una biblioteca personal de 5.000 libros, distribuidos por todas las habitaciones de la casa que habito, escritos en los tres idiomas que leo: español, inglés y francés. Pues entre tantos libros no tengo ni uno solo que trate el tema de “Rompiendo las cadenas en las cárceles”. No digo que otros pastores no hayan desarrollado o estén desarrollando esta importantísima labor pastoral, digo que no poseo libro alguno que se acerque al de Diego Teruel.
Cuando comento un libro para “Protestante Digital”, y lo hago a menudo, doy por hecho que pocos lectores tienen la oportunidad de leerlo. En consecuencia, transcribo los capítulos que componen la obra. Esto da una idea de su contenido. Con este de Diego procedo de igual forma. Las 315 páginas de “Rompiendo las cadenas en las cárceles” se estructuran en XXVII capítulos, más dos prólogos, una introducción y un epilogo. Son estos:
Prólogo
Introducción
Capítulo I. ¿Cómo fueron los comienzos?
Capítulo II. La visita a la cárcel de mujeres
Capítulo III. Una historia rocambolesca
Capítulo IV. El nacimiento de un ministerio
Capítulo V. El psiquiátrico y el hospital penitenciario
Capítulo VI. Visitando prisiones del extranjero
Capítulo VII. La conversión de un musulmán
Capítulo VIII. Volviendo a la prisión de Carabanchel
Capítulo IX. Camino al nuevo lugar de reunión
Capítulo XI. Las reuniones en la prisión de mujeres
Capítulo XII. Un milagro para el ministerio
Capítulo XIII. La biblioteca se queda pequeña
Capítulo XIV. Entrando al interior de Yeserías
Capítulo XV. Carabanchel experimenta cambios
Capítulo XVI. El piso de acogida
Capítulo XVII. Las reuniones en Yeserías
Capítulo XVIII. Visitando otras prisiones de España
Capítulo XIX. Reuniéndonos en las galerías
Capítulo XX. Yeserías se cierra, traslado a Carabanchel
Capítulo XXI. Carabanchel madres
Capítulo XXII. Un nuevo lugar para reunirnos
Capítulo XXIII. Un ofrecimiento desinteresado
Capítulo XXIV. El cierre de Carabanchel
Capítulo XXV. Los recuerdos del pasado
Capítulo XXVI. La nueva cárcel de mujeres
Capítulo XXVII. El día de la Biblia en la prisión de hombres
Epílogo
Emilio Lospitao, ya citado, dice en el primer prólogo que “este libro cubre dos áreas de interés: una para el investigador, el que necesite conocer una parte de la historia de la capellanía protestante en las cárceles de España; otra para el aspirante a capellán de prisiones, que encontrará en este libro la motivación y el incentivo moral que necesitará durante el desarrollo de su ministerio”.
El sacerdote católico Mariano Perrón, autor del segundo prólogo, admira el nada fácil ministerio de Teruel y lo enaltece en este bello párrafo: “Imagino a Diego en medio de las galerías de Carabanchel o Yeserías. Trato de revivir las escenas que nos describe, imaginar los rostros de los reclusos con los que hubo de tratar, de los familiares que sufrían las consecuencias de culpas ajenas y acudían a él. Y lo veo bajo los rasgos del que visitó al preso, dio de comer al hambriento o vistió al desnudo, pero sabía al mismo tiempo a quien visitaba, alimentaba o vestía”.
Me adhiero a las opiniones de Lospitao y de Perrón, al tiempo que felicito a Diego Teruel por este libro sobre un tema eminentemente humano.
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