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Protestante Digital

 
Leopoldo Cervantes-Ortiz
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El Presbiterianismo y la Reforma en América Latina

En los inicios del siglo XX, y gracias a misioneros de nueva generación como John A. Mackay empezaron a desarrollarse orientaciones que arraigarían con el tiempo y contribuyeron, literalmente, a “descubrir” la Reforma como un hito fundamental.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 12 DE MAYO DE 2016 20:50 h
Iglesia presbiteriana de Bogotá, fundad en 1861.

Versión ampliada del texto preparado para la Comunión de Iglesias de la Reforma (CIR) en el Río de la Plata en camino hacia la celebración de los 500 años de la Reforma Protestante en 2017.



Hablar de presbiterianismo en América Latina en otra época se entendió siempre como una contradicción de términos, sobre todo porque se consideraba que esa expresión doctrinal del cristianismo protestante no merecía un lugar en este ámbito cultural, no obstante que desde etapas tan tempranas como los siglos XVI y XVII aparecieron algunos representantes de la fe reformada o calvinista en espacios dominados por la cultura hispano-católica y, por lo mismo, rotundamente opuestos al ingreso de cualquier expresión de las reformas religiosas. La ruptura ideológica representada inicialmente por esa presencia marginal en el subcontinente se formalizaría progresivamente de dos maneras, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX: primero, mediante la vertiente socio-política encarnada por sectores liberales que condujeron a los diversos países a definirse en relación con la fuerte influencia católica y, en segundo lugar, por las misiones que abiertamente buscaron agregar la disidencia doctrinal al panorama religioso de los mismos con base en los cambios legales que impusieron la libertad de culto en varios de ellos.[1]



 



Justo Rufino Barrios.

El presbiterianismo llegó gracias a las misiones escocesas, inglesas y estadunidenses, y quedó marcado fuertemente marcada por una colaboración inicial con esos sectores liberales, de ahí que, en la mayor parte de los casos, el discurso sobre los elementos de la Reforma, tal como se había desarrollado en Europa, en ocasiones se utilizó como bandera cultural y política con un énfasis civilizador que ofendió profundamente a las élites criollas y autóctonas dada su exaltación tan intensa del pasado colonial y su maridaje tan evidente con las cúpulas católicas. Las progresivas oleadas misioneras consiguieron establecer comunidades presbiterianas en Brasil, Colombia, México y Perú, y seguirían haciéndolo en el resto de los países.[2] El caso guatemalteco es notable: el presidente Justo Rufino Barrios (1835-1885) solicitó el ingreso de misioneros presbiterianos a su país en 1882 y contribuyó a establecer el templo más emblemático en el centro mismo de la capital, apenas a un lado del Palacio de Gobierno.[3] Heinrich Schäfer explica sobre la fundación de una congregación en el interior del país: “La fundación de esta iglesia muestra la estrecha relación que había entre la obra presbiteriana y los intereses políticos de la burguesía liberal: la iglesia se fundó en Quetzaltenango por iniciativa de unos cuantos hombres de negocios estadounidenses y guatemaltecos. Claro está, debido a sus vínculos políticos demasiado evidentes, la iglesia estuvo orientada hacia un círculo muy reducido de personas, y en consecuencia, fue siempre pequeña y no llegó a constituirse formalmente como congregación”.[4]



En todos los países donde trabajaron estas misiones su discurso fue abiertamente anti-católico y, al mismo tiempo, se promovió la educación, el cuidado de la salud y una nueva moral individual y colectiva, todo ello apuntalado en los valores producidos por los grandes principios de la Reforma Protestante. Figuras como John Clark Hill, en Guatemala,[5] Melinda Rankin, en México,[6] y Juan Ritchie, fundador de la Iglesia Evangélica Peruana,[7] determinaron el perfil de muchas comunidades en medio del rechazo hacia el protestantismo visto como un agente extranjerizante y ajeno a la cultura latinoamericana.[8] Y es que, ciertamente, en las congregaciones que abrazaron con mayor intensidad la fe evangélica el apego a las doctrinas reformadas se caracterizó por una especie de revancha ideológica contra el catolicismo, mientras que las luchas del siglo XVI fueron vistas a la luz de los propios conflictos históricos.[9] El concepto mismo de “reforma” se aplicó a las transformaciones que experimentaban las sociedades del momento y las nuevas comunidades religiosas tomaron como modelo práctico lo sucedido en Estados Unidos desde su fundación, un país geográficamente más cercano, considerándolo el típico “país cristiano”, y produciendo entre ellas una admiración que les complicó su tarea evangelizadora y propagandística en innumerables circunstancias.[10]



La Reforma en Europa se veía como algo muy distante y ni siquiera el filtro que representó el hecho histórico de que John Knox, fundador de la Iglesia de Escocia (reformada en sus dogmas y presbiteriana en su gobierno), haya sido discípulo directo de Calvino en Ginebra, logró que se percibiera a la tradición reformada como algo más abierto y plural, menos “atado” al rostro anglosajón del protestantismo. En esos contextos, no se comprendió ni se aceptó que ser presbiterianos equivalía a ser reformados, necesariamente. Al no incorporar en la nomenclatura la idea misma de la Reforma, la autoimagen presbiteriana buscaba otros referentes, al grado de que en las comunidades más tradicionales se ha venerado con mayor fuerza la vida y obra de Lutero, que las de Zwinglio o Calvino (debido, sobre todo, a la ausencia en nuestro idioma de las obras de ambos). Mucha gente incluso ignora que el verdadero fundador de esta tradición fue el primero. En este sentido, fueron una cierta excepción las comunidades organizadas merced al trabajo de agencias misioneras estadunidenses de origen holandés.[11]



 



Reverendo Erasmo Braga.

El impacto de la Reforma, señalado en sus aspectos negativos por amplios grupos católicos siempre llamó la atención hacia el impacto de situaciones políticas derivadas de algunas doctrinas reformadas, tales como el llamado “destino manifiesto”, cuya discusión avivó el furor anti-protestante en algunos países y renovó el rechazo hacia el estilo religioso de muchos sectores presbiterianos ya con presencia formal. Mientras tanto, al interior de las comunidades, como parte de la herencia misionera estadunidense cobraría fuerza el impulso del fundamentalismo como expresión visible de una manera bastante restringida de asumir la tradición calvinista y de presentarse como el perfil más respetuoso de la misma, aun cuando desde los inicios de las iglesias locales hubo otros movimientos más liberales, lo que desembocaría en fuertes conflictos. Los líderes nativos, como Erasmo Braga, en Brasil, o Eleazar Z. Pérez en México, encarnaron muchas de esas controversias.[12]



Ya en los inicios del siglo XX, y gracias a misioneros de nueva generación como John A. Mackay (“un escocés con alma latina”, como fue calificado), presidente del Seminario Teológico de Princeton autor de El otro Cristo español, obra cumbre del protestantismo latinoamericano, cuya huella en varios países sigue vigente hasta la fecha,[13] empezaron a desarrollarse otras orientaciones que arraigarían con el tiempo y contribuyeron, literalmente, a “descubrir” la Reforma como un hito fundamental en la historia de Occidente y a ubicarla en su justa dimensión. Muestra de esta influencia es el caso de algunos pastores latinoamericanos que estudiaron en Escocia. Mackay es autor también de un texto fundamental traducido en México por el pastor Abel Clemente: El sentido presbiteriano de la vida (1960), que explica el carácter y orientación de esta confesión en el concierto cristiano mundial. Allí afirma:



El Espíritu Santo todavía no ha revelado la estructura organizacional que mejor se acomode para expresar y darle curso a la vida de la Santa Iglesia Católica (o Universal) en el decurso de la historia. La forma verdadera de la Una Iglesia llegará a ser manifiesta solamente cuando todas las iglesias se dediquen de nuevo y con renovado vigor a Jesucristo, Cabeza única de la Iglesia y cuando, en fiel obediencia a Él, acepten su vocación misionera. Porque solamente cuando las iglesias cumplen la misión de Cristo pueden dar creativa y visible expresión de su unidad en Cristo.[14]



Y agrega: “En la historia y vida de esta Iglesia se pueden encontrar los intereses y tensiones, los peligros y fallas, así como las victorias y visiones que han caracterizado al “sentido presbiteriano”. […] Porque nadie, permítanme expresarlo con todo el énfasis posible, puede ser un verdadero presbiteriano si sólo es un mero presbiteriano”.[15] Con visiones así, el discurso y la praxis de lo “reformado” ganaron progresivamente mayor presencia en seminarios, iglesias y movimientos eclesiales, en los que los énfasis propios de esta tradición alcanzarían fuerte resonancia. En esa línea, fue muy relevante el papel desempeñado en Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) por Richard Shaull (1919-2002), Gonzalo Castillo Cárdenas, Joaquim Beato (1924-2015), Rubem Alves (1933-2014) y Zwinglio M. Dias (notable estudioso del calvinismo en su vertiente eclesiológica), entre otros, mediante una sólida contextualización de los principios reformados, así como intelectuales tan destacados como el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda.[16] Varios de ellos formaron parte de lo que hoy es la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL), organismo que promueve constantemente el rico legado calvinista.[17]



Como parte de esa nueva comprensión de la Reforma, Salatiel Palomino escribió desde México:



La tradición calvinista significó, desde su origen, una transformación profunda de valores, ideales, acciones y formas de vida religiosa, social y cultural que intentaron moldear la existencia comunitaria de acuerdo con la enseñanza del Evangelio. Hubo en los inicios de la Iglesia Reformada una eficacia transformadora que marcó profunda huella en el mundo de la época y contribuyó al surgimiento de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad moderna.[18]



Y el puertorriqueño Rubén Rosario Rodríguez, al “reclamar la tradición reformada” para el subcontinente, ha señalado: “Retomando la potencial contribución de esta teología a la situación latinoamericana actual, propongo que el ‘rostro’ evangélico del protestantismo latinoamericano puede aprender mucho de Calvino acerca de la integración de la pureza doctrinal con la praxis emancipadora”.[19] Porque, en efecto, muchos de los nuevos impulsos que se perciben al interior del presbiterianismo latinoamericano tienen, lamentablemente, muy poco que ver con la gran herencia reformada que sigue esperando a quienes deseen despertarla y ponerla a funcionar en el mundo.[20]



En memoria de mi amigo y colega Leopoldo López Mistega, con el dolor de su partida reciente.



 



[1] Cf. Jean-Pierre Bastian, “El protestantismo en la cristiandad americana”, en Enrique Dussel, coord., Historia general de la iglesia en América Latina. Tomo I/1. Introducción general a la historia de la iglesia en América Latina. Salamanca, CEHILA-Sígueme, 1983, pp. 650-670; y Pablo Alberto Deiros, “Los presbiterianos”, en Historia del cristianismo en América Latina. Buenos Aires, Fraternidad Teológica Latinoamericana, 1992, pp. 683-687.





[2] Hans-Jürgen Prien, La historia del cristianismo en América Latina. São Leopoldo-Salamanca, Sinodal-Sígueme, 1985 (El peso de los días, 21). En este libro se hace un recuento minucioso del ingreso de las misiones denominaciones a los diversos países.





[3] Cf. Heinrich Schäfer, Entre dos fuegos: una historia socio-política de la Iglesia Presbiteriana de Guatemala. Guatemala, Cedepca-Celep-Skip Jack Press, 2002, pp. 13-15, www.uni-bielefeld.de/theologie/schaefer_publikationen/Schaefer_2002_Historia-Iglesia-Presbiteriana_LA-GUA.pdf





[4] Ibíd., p. 16.





[5] Ibíd., pp. 15-18.





[6] M. Rankin, Veinte años entre los mexicanos. Relato de una labor misionera. Trad. de David Toscana. Monterrey, Fondo Editorial de Nuevo León, 2008.





[7] Juan Ritchie, La iglesia autóctona en el Perú. Trad. de Isabel Vílchez. Huancayo, Instituto Protestante de Estudios Interdisciplinarios-Iglesia Evangélica Peruana, 2003.





[8] Cf. J.-P. Bastian, Protestantismos y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas activas en América Latina. México, Fondo de Cultura Económica, 1994; e Ídem, “Protestantes en Latinoamérica”, en Varios autores, Evangélicos en América Latina. Quito-Abya-Yala, 1995, pp. 7-36.





[9] Cf. Florencio Galindo, El protestantismo fundamentalista: una experiencia ambigua para América Latina. Estella, Verbo Divino, 1992.





[10] Carlos Mondragón, “Valores de la democracia. La herencia religiosa”, en Horacio Cerutti y Carlos Mondragón, comps., Nuevas interpretaciones de la democracia en América Latina. México, Praxis-UNAM, 1999, pp. 143-170.





[11] Cf. Cornelio Hegeman, Misión para la gente y mantenimiento de iglesia: el origen y el desarrollo de las iglesias y las misiones presbiterianas y reformadas en América Latina y el Caribe (1528-1916). Tesis doctoral. Atlanta, American University of Biblical Studies, 2002, http://h.exam-10.com/literatura/15358/index.html?page=4.





[12] “Braga, Erasmo, 1877-1932”, en History of Missiology, Escuela de Teología de la Universidad de Boston, www.bu.edu/missiology/missionary-biography/a-c/braga-erasmo-1877-1932/; y L. Cervantes-O., “Entre Karl Barth y Eleazar Z. Pérez: el 68, parte-aguas teológico en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México”, en “Invicta iglesia”: en los 140 años de El Divino Salvador. Tres acercamientos críticos. México, 2014, pp. 15-22, https://issuu.com/lcervortiz/docs/eldivinosalvador140





[13] Cf. John H. Sinclair, Juan A. Mackay: un escocés con alma latina. México, CUPSA, 1995.





[14] J.A. Mackay, El sentido presbiteriano de la vida. Lo que significa vivir y adorar como presbiteriano. México, El Faro, 1970, p. 10.





[15] Ibíd., p. 18





[16] Cf. L. Cervantes-O., “En los 50 años de ISAL. Una entrevista”, en Julio de Santa Ana: en los caminos del Reino. México, 2014, pp. 175-182, https://issuu.com/lcervortiz/docs/jdesanta_ana80.





[17] Véase el sitio de AIPRAL: www.aipral.org.





[18] S. Palomino López, “Herencia reformada y búsqueda de raíces”, en L. Cervantes-O., ed., Juan Calvino: su vida y obra a 500 años de su nacimiento. Terrassa, CLIE, 2009, p. 23.





[19] R. Rosario Rodríguez, “Calvino o el calvinismo: reclamando la tradición reformada para América Latina”, en L. Cervantes-O., op. cit., pp. 483-484.





[20] Cf. Betariz Melano, “Potential contributions of reformed theology to ecumenical discussion and praxis”, en David Willis y Michael Welker, eds., Toward the future of reformed theology. Tasks, topics, traditions. Grand Rapids-Cambridge, Eerdmans, 1999, pp. 153-164. Melano es la única representante latinoamericana en este volumen.




 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Protestantólogo
13/05/2016
10:55 h
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Hay una contradicción vital. Calvino fue quien bregó con más ahínco por separar el cuerpo jurídico-sacramental (control coercitivo de la subjetividad) de lo específicamente religioso. El problema es que los “reformados” practicaron, sobre todo en Norteamérica la condescendencia cobeligerante- término de urgente referencia hoy- de modo que el trazo urbano de Washington está lleno de estrellas de 5 puntas, búhos y obeliscos. 2. No se entenderá el fundamentalismo sin el puritanismo, su antecedente
 



 
 
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