El tema común de la gran mayoría de comentaristas que intentan definir la cultura occidental de finales del siglo XX es el pluralismo. Un fragmento de Amordazando a Dios, de Donald Carson (2016, Andamio)
Un fragmento de Amordazando a Dios, de Donald Carson (2016, Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí.
Mi interés en el tema del pluralismo procede de una gran diversidad de experiencias. La primera de ellas es la siempre presente necesidad de comprender la propia cultura de uno. Esa necesidad aparece con mayor intensidad en aquellos que se trasladan de una cultura a otra: su movilidad los expone a una gran diversidad de puntos de vista, lo que les lleva a preguntarse de repente qué es lo que diferencia su propio mundo. Es una necesidad que aparece no con menor desafío entre quienes disfrutan leyendo biografías y otros estudios históricos: al ir formando nuestra opinión acerca de pasados movimientos y períodos, comenzamos a preguntarnos qué dirá la gente algún día acerca de nuestra propia cultura y período histórico. Por supuesto, el tiempo transcurrido se exagera considerablemente: no se caracteriza por algo así como el vacío que la gente le suele asignar. No obstante, el tiempo transcurrido es mucho más preciso que los pronósticos acerca del futuro (esos extravagantes horóscopos de las ciencias sociales dignas del mayor descrédito); también es más comprensible que la mayoría de valoraciones actuales. Puesto que vivimos en el presente, no obstante, el presente es lo que debemos tratar de comprender, por mucho que intentemos arrojar luz sobre el pasado de la cuestión. Y el tema común de la gran mayoría de comentaristas que intentan definir la cultura occidental de finales del siglo XX es el pluralismo. Por tanto, es inevitable que me haya sumergido dentro de la vasta literatura sobre esta cuestión y que me encuentre luchando con ella.
La segunda clase de experiencia que me ha empujado a pensar acerca de estas cuestiones procede de mi vocación como maestro cristiano. Durante años he enseñado cursos de hermenéutica. He observado que la hermenéutica va desde el arte y la ciencia de la interpretación bíblica hasta la «nueva hermenéutica» de la deconstrucción, con muchas paradas a lo largo del viaje y muchas carreteras comarcales interesantes. Todo el que ha reflexionado acerca de estas cosas ha tenido que reconocer muy pronto que muchas formas de pluralismo contemporáneo van ligadas a determinadas aproximaciones a la hermenéutica. Un maestro cristiano no puede pensar mucho acerca de lo primero sin leer más acerca de lo último. Como antídoto para las pretensiones arrogantes del conocimiento positivo de hace un siglo, la nueva hermenéutica es bastante moderada. Pero, cuando resulta que debería enseñarnos a ser humildes, se ha convertido en la mayor ideología imperial de nuestros días. Nos amenaza con un nuevo totalitarismo ideológico que resulta francamente alarmante en sus pretensiones y prescripciones. La tercera clase de experiencia que me ha impulsado a reflexionar sobre las características del pluralismo contemporáneo deriva de mi vocación como predicador cristiano. Por ejemplo, las campañas en la universidad deben encararse en la actualidad con aproximaciones y puntos de vista sustancialmente diferentes de aquellos a los que me enfrentaba cuando me gradué hace treinta años. Muchas de estas diferencias no son más que la obra que ha ido llevando a cabo una u otra forma de pluralismo, tanto en el mundo académico como en nuestra cultura. Escribo como cristiano. En mis momentos más sombríos, a veces me pregunto si la terrible cara de lo que denomino pluralismo filosófico es la amenaza más peligrosa para el evangelio desde la herejía gnóstica del siglo II, y por razones parecidas. Parte del peligro surge del hecho de que la nueva hermenéutica y sus muchas ramificaciones no son del todo erróneas: sería más fácil enfrentarse a una ideología que fuese total y profundamente corrupta. Pero otra parte del peligro deriva de la cruda realidad de que, hasta donde alcanzo a discernir, las nuevas hermenéuticas y sus descendientes son a menudo profundamente erróneas, y tan populares que resultan perniciosas. Desde un punto de vista más optimista, temo que la expresión de estas sospechas puede sonar muy severa y, en cualquier caso, la verdad es que me siento pobremente capacitado para hacer semejantes juicios. Además, el posmodernismo está demostrando tener mucho éxito en minar el extraordinario orgullo del modernismo, y a ningún cristiano cabal le entristece esto del todo. En cualquier caso, no se puede contradecir de manera razonable que los desafíos contemporáneos son extraordinariamente complejos y dolorosamente serios.
La complejidad del tema deja a un autor ante una difícil elección. Cabe optar por un libro popular que examine por encima un montón de material de manera superficial, o bien por un estudio profundo de una parte del tema. Yo he intentado hacer ambas cosas a la vez: gran parte de este libro pinta un cuadro a grandes trazos con brocha gorda; pero de vez en cuando me centro en aspectos particulares del desafío, excavando debajo de la superficie para hacer frente a algunas cuestiones que me parecen más urgentes, o quizás menos valoradas en la literatura. Si algo de lo que escribo en las páginas siguientes sirve para equipar a algunos cristianos para llegar a una inteligente, sensible culturalmente y apasionada fidelidad al evangelio de Jesucristo, o si anima a algunas personas que piensan y no son creyentes a examinar de nuevo los fundamentos y así llegar a darse cuenta de que Jesús es el Señor, estaré profundamente agradecido.
Quizás ayudo a algunos lectores reconociendo que los capítulos 2 y 3 son los más teóricos. Si resultan demasiado difíciles para empezar, hay posibilidad de saltarlos. Aunque contienen un fundamento para el resto del libro, los últimos capítulos se pueden leer y aprovechar sin los primeros.
Parte del material de estas páginas ha sido obtenido a partir de conferencias dadas en Cambridge, Inglaterra; en el Seminario Teológico de Erskine, en Carolina del Sur; en los Grupos Bíblicos de Graduados de Wisconsin y de Michigan; y en otros lugares. En particular, parte del material que aparece aquí vio la luz por primera vez en alguno de los tres ensayos siguientes: «Testimonio cristiano en una era pluralista», en God and Culture [Dios y la cultura], Festschrift for Carl F.H. Henry, ed. D. A. Carson y John Woodbridge (Gran Rapids: Eerdmans, 1993), 31-66; y dos ensayos publicados en Criswell Theological Journal: «El desafío del pluralismo para la predicación del evangelio» y «El desafío de la predicación del evangelio al pluralismo». El apéndice fue publicado por primera vez (en portugués) en forma sencilla en el Festschrift for Rusell Shedd, Chamado para servir, ed. Alan Pieratt (Sao Paulo: Ediciones Vida Nova, 1994), y (en inglés), en forma parecida, en el Journal of the Evangelical Theological Society 37 (1994), 381-394. Estoy muy agradecido a los editores por permitirme incorporar aquí ese material.
También quiero comentar algo acerca de la estructura del libro. El primer capítulo es una presentación del pluralismo en sus diversas formas, exponiendo muchos de los puntos que son explorados con detalle más adelante. Es inevitable que el capítulo 1 y los capítulos posteriores se solapen en algunos momentos, pero pensamos que merece la pena tener una visión general a pesar de que eso ocasione alguna que otra repetición.
El título de Amordazando a Dios fue utilizado por vez primera en un libro de Gavin Reid. Su título completo era: Amordazando a Dios: El fracaso de la Iglesia para comunicarse en la era de la televisión. (Londres: Hodder & Stoughton. 1969). Su subtítulo aclara lo que Reid quería decir en el título. El que yo utilice las mismas palabras se debe a dos razones, como podrán descubrir los lectores de este libro. También descubrirán que, a pesar de nuestros grandes esfuerzos por amordazar a Dios, él sigue allí, y no está callado (como solía decir Francis Schaeffer).
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