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Martyn Lloyd-Jones
 

El sermón del monte, de Martyn Lloyd-Jones

Martyn Lloyd-Jones analiza cuidadosamente lo que significa ser cristiano. Un fragmento de “El sermón del monte”, de Martyn Lloyd-Jones (Editorial Peregrino, 2008).

FRAGMENTOS 03 DE MARZO DE 2016 19:40 h
El sermón del monte, de Martyn Lloyd-Jones

Un fragmento de “El sermón del monte”, de Martyn Lloyd-Jones (Editorial Peregrino, 2008) Puedes saber más sobre el libro aquí.



 



No afanarse



Con el versículo 25 comienza un nuevo apartado en esta exposición del Sermón del Monte. En realidad, es una subsección del tema mayor de este capítulo 6, a saber, la vida del cristiano en este mundo en su relación con el Padre. […]



Hay quizá dos formas principales de considerar la diferencia entre los versículos 19-24 y esta sección. Una forma sería decir que, en la subdivisión previa, Nuestro Señor hizo hincapié principalmente en el peligro de acumular tesoros terrenales, cuidarlos, aumentarlos, vivir para eso.



Aquí no se trata tanto del acumular tesoros, sino del preocuparse por ello, del afanarse por ellos. Y, desde luego, las dos cosas son diferentes. Hay muchos que quizá no sean culpables de hacerse tesoros en la Tierra, aunque pueden serlo de mundanalidad, porque siempre están pensando en estas cosas, siempre están afanándose por ellas y ocupándose de ellas constantemente.



Esta es la diferencia principal entre las dos subsecciones. Pero se puede proponer de otra forma. Algunos dicen que, en los versículos 19-24, Nuestro Señor se dirigía principalmente a personas ricas, a personas que disponen de bienes abundantes, y quienes, por consiguiente, están en la posición de hacerse de más bienes, de aumentarlos.



Pero consideran que, desde el versículo 25 hasta el final del capítulo, piensa más en las personas que, o son en realidad pobres, o no se pueden considerar como ricas; aquellas que apenas se las arreglan para hacerle frente a los gastos, aquellas que se enfrentan con el problema de ir viviendo en el sentido material.



Para estas personas, el peligro principal no es el de hacerse tesoros, el de adorar a los tesoros en la forma que sea, sino el peligro de verse agobiados por estas cosas, de afanarse por ellas. No importa la interpretación que se adopte.



Ambas son ciertas, porque es posible que el hombre realmente rico esté preocupado y agobiado por estas cosas mundanas; y, en consecuencia, no conviene insistir demasiado en la antítesis entre ricos y pobres.



Lo importante es centrarse en este peligro de verse oprimido y obsesionado por las cosas que se ven, las cosas que pertenecen al tiempo y a este mundo solamente.



En cuanto a esto, se nos recuerda una vez más la sutileza terrible de Satanás y del pecado. A Satanás no le importa mucho qué forma asuma el pecado con tal de triunfar en su objetivo final. Le es indiferente si estamos acumulando tesoros en la Tierra o preocupándonos por las cosas terrenales; lo que él quiere es que nuestra mente esté puesta en ellas y no en Dios.



Y nos acosará y atacará desde todos los ángulos. Quizá creamos que hemos ganado esta gran batalla contra Satanás porque lo hemos derrotado cuando entró por la puerta principal para hablarnos de hacernos tesoros en la Tierra.



Pero, antes de que nos demos cuenta de ello, advertiremos que ha entrado por la puerta trasera y que nos está llevando a afanarnos por estas cosas. Sigue haciendo que centremos la atención en ellas, y con ello está perfectamente contento. Se puede transformar en “ángel de luz” (2 Co. 11:14). […]



Nuestro Señor continúa su advertencia, no da nada por sentado. Sabe lo frágiles que somos; conoce el poder de Satanás y toda su horrible habilidad; por eso entra en detalles.



Otra vez veremos aquí, como vimos en la sección anterior, que no se contenta simplemente con dejar establecidos principios o con darnos mandamientos.



Nos ofrece argumentos y nos da razones, plantea el problema ante nuestro sentido común. Presenta la Verdad a nuestra mente. No quiere producir una cierta atmósfera emotiva solamente, sino que razona con nosotros.



Esto es lo que necesitamos captar. Por ello, comienza de nuevo con un “por tanto”: “Por tanto os digo” (Mt. 6:25).



Prosigue con el argumento principal, pero lo va a plantear en una forma ligeramente diferente. El tema sigue siendo, desde luego, este: la necesidad de la mirada simple, la necesidad de mirar básicamente una cosa. Lo vemos repetirlo: “Buscad primeramente”.



Esta es otra forma de decir que debemos tener la mirada limpia, y servir a Dios y no a las riquezas. Debemos hacer esto a toda costa. Por ello lo afirma tres veces, introduciéndolo por medio de la palabra “por tanto”: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, que habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mt. 6:25).



Luego, en el versículo 31, vuelve a decir: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?”.



Después, en el versículo 34, vuelve a decir por fin: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. ¡Nunca hubo en este mundo un Maestro como el Señor Jesucristo!



El gran arte de enseñar es el arte de la repetición; el verdadero maestro siempre sabe que no es suficiente decir algo una vez, sino que hay que repetirlo.



Por ello lo dice tres veces, pero cada vez de una forma ligeramente diferente. Este método es particularmente interesante y fascinador, y, en el curso de la presente consideración, veremos exactamente en qué consiste.



Lo primero que debemos hacer es examinar las palabras que emplea, y sobre todo esta expresión: “No os afanéis”, que la gente a menudo ha entendido mal, y con la cual muchos han tropezado.



Si consultamos a los expertos, veremos que, por las citas que emplean otros autores, “afanarse” se utilizaba entonces en el sentido de “estar ansioso”, o tender a preocuparse.



La verdadera traducción debería ser, pues: “No estéis ansiosos”, o: “No tengáis ansiedad”, o si lo prefieres: “No os angustiéis” acerca de vuestra vida, acerca de lo que comeréis o beberéis.



Este es el verdadero significado de la palabra. En realidad, la palabra misma que empleó Nuestro Señor es muy interesante; es la palabra que se emplea para indicar algo que divide, separa o distrae, palabra que se utiliza muy a menudo en el Nuevo Testamento.



Si leemos Lucas 12:29, que es el pasaje paralelo a este, encontraremos que la expresión que se emplea es: “Ni estéis en ansiosa inquietud”. Es la situación de la mente dividida en secciones o compartimentos, y que no funciona como un todo.



Se puede decir en mejor forma que esa mente no tiene “ojo bueno”. Hay una especie de visión doble, un mirar en dos direcciones al mismo tiempo, y, en consecuencia, no ve realmente nada. Esto es lo que, en este sentido, significa estar ansioso, estar angustiado, estar preocupado.



 



Martyn Lloyd-Jones

Un ejemplo aún mejor del significado del término se encuentra en la historia de Marta y María cuando Nuestro Señor estuvo en su casa (Lc. 10:38-42). Nuestro Señor se volvió a Marta para reprenderle. Le dijo: “Afanada y turbada estás con muchas cosas”.



La pobre Marta estaba “distraída”, este es el significado real de la expresión; no sabía dónde estaba ni qué deseaba realmente. María, por otro lado, tenía un solo propósito, un solo objetivo, no estaba distraída con muchas cosas.



Por consiguiente, aquello acerca de lo que Nuestro Señor nos amonesta es el peligro de estar tan distraídos con los cuidados y las ansiedades por las cosas terrenales, mirándolas demasiado, que no miremos a Dios y nos alejemos del objetivo principal de la vida. Este peligro de vivir una vida doble; esta visión falsa, este dualismo, es lo que le preocupa.



Quizá a estas alturas sea importante expresar la idea en forma negativa. Nuestro Señor no nos enseña aquí que nunca debamos pensar en estas cosas. “No os afanéis” no significa eso.



En muchas épocas de la historia de la Iglesia, ha habido personas celosas y desorientadas que han tomado en forma literal este consejo, y han creído que vivir la vida de fe implica no pensar en ningún modo acerca del futuro, no tomar ninguna precaución.



Simplemente “viven por fe”, le “piden a Dios” y no hacen nada en cuanto a ello. Este no es el significado de: “No os afanéis”. Dejando aparte el significado exacto de estas palabras, el solo contexto y la clara enseñanza del Nuevo Testamento en otros pasajes hubiera debido haberles evitado ese error.



El conocimiento del significado exacto de las palabras en griego no es lo único esencial para una interpretación genuina; si leemos la Biblia, y si estamos pendientes del contexto, estaremos a salvo de estos errores.



No cabe duda de que el contexto —en este caso, el ejemplo mismo que Nuestro Señor da— prueba que estas personas deben estar equivocadas. Arguye partiendo de las aves del cielo.



No es cierto decir que han de limitarse a estar posadas en los árboles o en palos, y esperar hasta que se les traiga comida mecánicamente. No es así. Buscan la comida activamente.



Las aves del cielo desarrollan una verdadera actividad. De modo que el argumento mismo que emplea Nuestro Señor a este respecto excluye por completo la posibilidad de interpretarlo como una especie de es- pera pasiva en Dios, sin hacer nada.



Nuestro Señor nunca condena al campesino por arar, sembrar, cosechar y acumular en graneros. Nunca lo condena, porque Dios mandó que el hombre viviera en esta forma, con el sudor de la frente.



De modo que estos argumentos planteados en forma de ejemplos, y que incluyen también los lirios del campo, la manera como extraen el sustento de la tierra en la cual están plantados, tomados sobre todo a la luz de la enseñanza de la Biblia en otros pasajes, hubieran debido ahorrarles a esos hombres tan ridículas y malas interpretaciones.



El apóstol Pablo lo dice explícitamente en su Segunda Epístola a los Tesalonicenses cuando afirma: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Ts. 3:10). Entonces había personas, desorientadas y algo fanáticas, que decían: “El Señor regresará en cualquier momento; por tanto, no hay que trabajar, debemos estar a la espera de su retorno”.



En consecuencia, dejaron de trabajar, e imaginaban que eran excepcionalmente espirituales. Y esta es la observación lacónica de Pablo respecto a ellos: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”. Hay algunos principios fundamentales que rigen la vida, y este es uno de ellos.



Encontramos una exposición de este mandamiento en esas palabras del apóstol Pablo en Filipenses 4:6-7, cuando dice: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.



Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. O, si lo prefieres: “No os afanéis por nada”. También aquí se trata de las preocupaciones y ansiedades, contra esa tendencia a angustiarse que tan a menudo aflige nuestra vida. […]



Primero examinaremos su argumento en una forma muy general. Parafraseemos lo que, de hecho, dice: “No os preocupéis por vuestra vida, por lo que tendréis para comer o para beber; ni tampoco por vuestro cuerpo, por cómo lo vestiréis”.



También aquí comienza con una afirmación y un mandato general, como lo hizo en la sección anterior. En ella comenzó presentando una ley y, luego pasó a darnos las razones para observarla.



Lo mismo sucede en este caso. Hay una afirmación general; no tenemos que estar angustiados o preocupados por la comida o la bebida, ni tampoco por cómo vestiremos nuestro cuerpo.



Nada puede ser más completo que esto. Trata de nuestra vida, de nuestra existencia en este cuerpo en el cual vivimos. Aquí estamos, con personalidades distintas; tenemos este don de la vida, y la vivimos en este mundo y por medio de nuestro cuerpo.



En consecuencia, cuando Nuestro Señor considera nuestra vida y nuestros cuerpos, está, por así decirlo, considerando nuestra personalidad esencial y nuestra vida en el mundo.



Lo plantea en forma amplia; es comprensivo e incluye a todo el hombre. Afirma que nunca debemos estar ansiosos ni por nuestra vida como tal, ni por cubrir nuestro cuerpo. Es totalmente comprensivo y, por tanto, es un mandato profundo y general.



No solo se aplica a ciertos aspectos de nuestra vida; abarca toda la vida, la salud, la fortaleza, el éxito, lo que nos va a suceder, lo que es nuestra vida en cualquiera de sus formas y moldes.



También toma el cuerpo como un todo, y nos dice que no debemos estar preocupados por el vestir, ni por ninguna de estas cosas que son parte de nuestra vida en el mundo.



Una vez citado el mandamiento, ofrece una razón general para observarlo y, como veremos, una vez hecho esto, pasa a subdividirlo y a dar razones específicas bajo dos enunciados. Pero comienza la razón general con estas palabras: “¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?”.



Esto incluye la vida y el cuerpo. Luego lo subdivide y toma la vida y ofrece la razón; luego toma el cuerpo y da la razón.



Pero primero examinemos la forma del argumento general, el cual es muy importante y sorprendente. Los lógicos nos dirían que el argumento que emplea se basa en una deducción de mayor a menor.



Dice, en efecto: “Un momento; pensad en esto antes de angustiaros. ¿Acaso vuestra vida no es más que la comida, el sostén, el alimento? ¿Acaso el cuerpo mismo no es más importante que la vestimenta?”



¿Qué quiere decir Nuestro Señor con esto? El argumento es profundo y contundente; ¡y qué inclinados estamos a olvidarlo! Dice, en efecto: “Tomad esta vida de la cual os preocupáis y angustiáis. ¿De dónde la obtuvisteis? ¿De dónde viene?”.



 



Portada del libro

La respuesta, desde luego, es que es un don de Dios. El hombre no crea la vida; el hombre no se da el ser a sí mismo. Ninguno de nosotros decidió venir a este mundo.



Y el hecho mismo de que estemos vivos en este momento se debe enteramente a que Dios lo decretó y decidió así. La vida misma es un don, un don de Dios.



De modo que el argumento que Nuestro Señor emplea es este: Si Dios nos ha dado el don de la vida —el don mayor—, ¿crees que ahora de repente va a negarse a sí mismo y a sus propios métodos, y no va a procurar que la vida se sostenga y pueda continuar?



Dios tiene sus formas propias de hacer esto, pero la cuestión es que no tengo por qué sentirme ansioso acerca de ello. Claro que tengo que arar, sembrar, cosechar y guardar en graneros.



Tengo que hacer las cosas que Dios ha prescrito para el hombre y para la vida en este mundo. Tengo que ir a trabajar, a ganar dinero, y así sucesivamente. Pero lo único que Él dice es que nunca debo preocuparme ni angustiarme ni sentirme ansioso de que de repente no vaya a tener lo suficiente para mantenerme con vida.



Nunca me sucederá tal cosa; es imposible. Si Dios me ha otorgado el don de la vida, procurará que esa vida prosiga. Pero aquí está la cuestión: No habla acerca de cómo lo hará. Dice simplemente que así será.



Recomiendo estudiar, como asunto de gran interés y de importancia vital, la frecuencia con que se emplea esta argumentación en la Biblia. Tenemos un ejemplo perfecto de ello en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”.



Es un argumento bíblico muy común, el de mayor a menor, y debemos siempre estar pendientes de encontrarlo y aplicarlo. El Dador del don de la vida procurará que se proporcione el sostenimiento y el sustento de esa vida.



No debemos demorarnos ahora en el examen del argumento basado en las aves del cielo, pero esto es exactamente lo que Dios hace. Tienen que hallar su alimento, pero Él es quien lo provee y hace que esté a su disposición. […]



Pero no debemos tomar esto solo en una forma general. Nuestro Señor se interesaba específicamente por nuestro caso y nuestras condición individuales, y lo que en realidad nos enseña es que es Dios quien nos ha dado el don de la vida, del ser, de la existencia.



Es una concepción tremenda. No somos simplemente individuos producidos por un proceso evolutivo. Dios se preocupa por nosotros uno por uno. Nunca hubiéramos venido a este mundo, si Dios no lo hubiera querido. Debemos asimilar bien este principio.



No debería pasar ni un solo día de nuestras vidas sin dar gracias a Dios por el don de la vida, del alimento, de la existencia, y por la maravilla del cuerpo que nos ha dado. Todo esto no es sino don suyo. Y, claro está, si no somos conscientes de ello, fracasaremos en todo.



Convendría a estas alturas detenerse a meditar en semejante principio, antes de pasar al argumento subsidiario de Nuestro Señor. Sintetiza su enseñanza principal con estas palabras: “Hombres de poca fe”.



Fe aquí, como veremos, no significa algún principio vago; tiene en mente nuestro fracaso en entender, nuestra falta de comprensión del concepto bíblico del hombre y de la vida como hay que vivirla en este mundo.



Este es nuestro verdadero problema, y el propósito de Nuestro Señor al presentar los ejemplos que examinaremos más adelante es mostrarnos cómo nosotros no pensamos como deberíamos pensar. Pregunta: “¿Cómo es posible que no veáis inevitablemente que esto debe ser así?”.



Y, de todo lo que he mencionado que no captamos ni entendemos bien, es de suma importancia este asunto preliminar, fundamental, acerca de la naturaleza y del ser del hombre. Helo aquí en toda su sencillez.



Es Dios mismo quien nos da la vida y el cuerpo en el que vivimos; y, si ha hecho esto, podemos sacar esta conclusión, que el propósito que tiene respecto a nosotros se cumplirá.



Dios nunca deja incompleto lo que comienza; sea lo que fuere lo que comience, sea lo que fuere lo que se proponga, con toda seguridad lo cumple. Y en consecuencia volvemos al hecho de que en la mente de Dios hay un plan para cada vida.



Nunca debemos considerar nuestra vida en este mundo como accidental. No. “¿No tiene el día doce horas?”, dijo Cristo un día a sus timoratos y asustados discípulos (Jn. 11:9). Y nosotros necesitamos decírnoslo a nosotros mismos. Podemos tener la seguridad de que Dios tiene un plan y un propósito para nuestras vidas, y que este plan se cumplirá.



En consecuencia, nunca debemos estar ansiosos por nuestra vida ni por cómo la sostendremos. No debemos angustiarnos si nos encontramos en medio de una tempestad en el mar, o en un avión, y parece que las cosas se ponen mal, o si, estando en el ferrocarril, de repente recordamos que en esa misma línea ocurrió un accidente la semana anterior.



Esta clase de cosas desaparece si llegamos a tener un concepto adecuado acerca de la vida misma y del cuerpo como dones de Dios. De Él proceden y Él nos los da.



Y Él no comienza un proceso como este y luego deja que se desarrolle de cualquier manera. No; una vez que lo comienza, lo continúa. Dios, quien decretó todas las cosas en el principio, las lleva a cabo; y el propósito de Dios para la Humanidad y el propósito para cada individuo es cierto y siempre seguro. […]



Así era la fe de los grandes héroes descritos en Hebreos 11. Esto es lo que mantuvo a aquellos hombres en pie. Aunque con frecuencia no comprendían las causas, no obstante, decían: “Dios lo sabe todo, Él se cuidará”.



Todos ellos tenían una confianza completa en que Aquel que les había dado el ser y tenía un propósito para ellos no les dejaría ni les abandonaría.



Él los sostendría y los conduciría durante todo el camino, hasta que se cumpliera el propósito por el cual estaban en este mundo y los recibiera en las moradas celestiales, donde pasarían la eternidad en su gloriosa presencia.



“No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”.



Elaboremos esto, comencemos por los principios básicos y saquemos las conclusiones inevitables. En cuanto lo hagamos, desaparecerán la angustia y la ansiedad, y, como hijos de nuestro Padre celestial, andaremos en paz y serenidad en dirección a nuestra morada eterna.


 

 


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