“¡Este cántico ha sido escrito por uno de los nuestros, el Sadhou Sundar Singh! Es un modelo grabado en cada uno de nuestros corazones!” – me dicen
Lee la primera y la segunda parte de la histora.
Yo comparto mi encuentro con Jesús, ese gran Artista que de la nada hace maravillas, así como la historia de las ridículas lágrimas que derramé por ellos… Mientras que hablo, una música resuena (y me suena) en mi cabeza.
Un viejo coro pasado de moda que creía haber olvidado en la sala del club de jóvenes que frecuentaba diez años antes (¡Pero bueno ¿Quién ha encendido ese transistor en mi cabeza?!). Decido echarlo por la boca y canto:
“He decidido seguir a Cristo... Atrás el mundo (los placeres engañosos), la Cruz delante... El Rey de Gloria me ha transformado... no vuelvo atrás.
TODOS lo conocen y con fervor lo cantan una y otra vez en su idioma. Eso prueba que una pequeña chispa puede incendiar a toda una muchedumbre. Me emociono porque sé que para ellos esto es mucho más que un cántico, porque saben el precio que hay que pagar para seguirle.
“¡Este cántico ha sido escrito por uno de los nuestros, el Sadhou Sundar Singh! Es un modelo grabado en cada uno de nuestros corazones!” – me dicen. Cuando bajo del escenario, me aprietan entre sus brazos y también lloran sin contenerse. Ese día, el Señor nos ha visitado.
Haciendo el indio entre los indios
Hay una mesa de honor para los pocos invitados especiales que somos (unos cuantos puntos de nata fresca entre una muchedumbre de color café) pero, a riesgo de chocar con sus costumbres ancestrales, preferimos comer con ellos.
Eso perturba a más de uno porque, para los hindúes, el Blanco forma parte de la casta superior (¡menudo chiste!). Rompamos las narices a ese mito, aunque comer lo mismo que ellos no esté exento de peligro para nuestra pequeña naturaleza (como yo, que no estoy vacunado y solo tomo vitamina C).
Los indios se mueren de risa con mis tentativas de hablar el hindi. Ya siento que les voy a echar de menos. Es un hermoso pueblo. Aquí a nadie le extraña que un desconocido le dirija la palabra de forma espontánea. Los hombres se toman de la mano con naturalidad (¡Eh!, no, las gentes no se lo toman a mal…)
La iluminación
Estamos en plena ciudad, pero a dos pasos de mí, una vaca sagrada está apaciblemente acostada en medio del camino. Vale, ya me he tropezado con un majestuoso loro, un mono travieso e incluso una jabalina (la señora jabalí) con unas tetillas enormes, paseando tranquilamente por la calle… ¡pura rutina!
De todas formas, mis pensamientos se han ido a otra parte, no tienen por qué ocuparse de fallos en la matriz, absortos, por otra parte, desde hacía un buen rato en resolver un problema mucho más importante.
Viendo que soy incapaz de ayudarles, me han abandonado aquí, en la terraza de un bui bui con pinta de ruina de la postguerra. La “mesa” en que estoy sentado es ridículamente patituerta, pero a juego con todas esas deliciosas paradojas que me rodean.
El dulzor del aire templado me acaricia el rostro y bebo el mejor té Chai de toda mi vida.
Señor, ¿cómo puedo llegar a estas personas, cómo llevarlas a ti? Los lectores de Cómic no son una legión… y entre los más pobres ¿cuántos hay que ni siquiera sabrían leer? (¡vaya! Se diría que mis pensamientos están de vuelta.)
Mientras que mi mirada se pasea de aquí a allá, repentinamente se siente intrigada por un póster pegado en la pared. Es un dibujo que representa a uno de los numerosos dioses locales. Esos carteles están por todas partes, en los taxis, en las tiendas, en cada sitio libre…
¡Paf! De golpe se ha hecho la luz! ¡posters! ¡tengo que dibujar posters! Ese es el idioma que todos entienden por aquí. También es un desafío que está a mi altura algo que soy capaz de dar a este pueblo…
Salva todos los que puedas
Antes de irme, una familia de la comunidad cristiana me invita a su casa. A pesar de su pobreza, la pareja ha adoptado a varios huérfanos jóvenes, librándoles de tener que pedir en la calle, y de los peores abusos que un niño puede sufrir.
Me presentan a un chaval al que le apasiona dibujar, me acerco a él y le regalo uno de mis cómics. Ese libro es para él la mayor de las fortunas, ni aunque hubiera conseguido darle uno de mis libros al editor indio, nunca lo apreciaría tanto como este chaval al que le brillan los ojos.
Le doy también mi lápiz, y con voz temblorosa, le digo:
“¡Dibuja par el Señor y para tu gente! El arte no es solo un juego o un hobby, ¡es muy importante! Enseña el camino de Jesús a tu gente, y salva a todos los que puedas.
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