En 1933 aparece en Europa un Papini desconocido: el Papini poeta.
Papini fue el escritor más temperamental que vivió en la primera mitad del siglo XX. Ningún otro se le igualó en Europa. Fue filósofo de los acontecimientos de su tiempo, crítico literario, novelista, biógrafo. Su fecundidad literaria fue extraordinaria. Su fogosidad y su energía, su vigorosa personalidad fueron inacabables.
¿Fue también poeta?
Jaime De la Fuente eleva hasta el Olimpo de los dioses su literatura, pero le niega la condición de poeta.
Disiento.
Es cierto que el autor italiano no compuso muchos versos. Su campo literario fue principalmente el ensayo y la novela. Sustituyó el laúd lírico por la imagen gráfica. Para el francés Butor, “la novela y la poesía son los extremos más opuestos”.
Sentado esto, hay que añadir que Papini, devorador de todo tipo de literatura, no marginó el verso en su obra. El laureado poeta argentino Jorge Luis Borges reconoce su condición de poeta: En el prólogo a YA NO QUIERO SER LO QUE SOY, escribe: “Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, historiador de la literatura y poeta”. El mismo Papini escribe en VIRILIDAD: “la poesía nuestra de cada día dánosla hoy”.
En 1955, un año antes de su muerte, Papini publica un voluminoso libro de 689 páginas titulado ESPÍA DEL MUNDO. “En el caso mío –escribe en el prólogo- se trata de un espía viejo, ciego y enfermo. Justamente todo lo contrario de lo que sería preciso para correr por el mundo y penetrar en todos sus vestíbulos y callejones”.
Pues viejo, ciego y enfermo, con 75 años de edad, en este libro penetra por los vestíbulos y callejones del verso y escribe un delicioso capítulo de diez páginas sobre poesía. Dice que la poesía “es un estupefaciente para la juventud, un antídoto para la edad madura, pero alguna vez se transforma en veneno para la vejez.
Los jóvenes prefieren los poetas que hablan de amor y muerte, los hombres maduros se consuelan con la tragedia y la epopeya, a los viejos no les queda más que la elegía sobre la vanidad del mundo, sobre la desilusión final de la vida y las meditaciones sobre las tumbas”.
Aun así, tan difícil es vivir sin música como vivir sin poesía.
“Los hombres de hoy, continúa Papini en ESPÍA DEL MUNDO, no saben o no pueden vivir sin poesía, ni siquiera los que se llaman o se hacen llamar poetas… Para huir del aburrimiento y de la dieta, la poesía es de tan primera necesidad como el pan”.
En 1933 aparece en Europa un Papini desconocido: el Papini poeta. En un tomo de más de 200 páginas titulado HOJAS DEL BOSQUE discute todos los aspectos de la poesía. Esta obra cae en lo que suelen llamarse obras menores del autor, pero al gusto mío es una obra superior. Una obra delicada, pero elocuente; estilista, pero estremecedora, sencilla, pero de una poderosa fuerza en el lenguaje.
Tratando de la poesía en prosa incluye estos depurados pensamientos: “el ayer es como una opaca muerte detrás de mis espaldas y el mañana nacerá sin mi permiso. Este día presente está hecho de una luz tan fina que parece venir de la corteza de las cosas y no del cielo”.
Poesía en verso contiene 20 poemas. Del número ocho copio estas estrofas:
Soy el amado amante de mí mismo,
beso labio con labio,
me aprieto la mano con mano que quema,
me poseo entero y no finjo…
pero cuando, al terminar el día,
vuelva a encontrar, cansado y frío,
la fosa de la calle,
soy, en la penumbra lila del regreso,
el pobre triste en quien nadie se fija.
A Gog, ese personaje extraño y punzante, primitivo y bestial, a quien Papini da vida en 1931 en un libro que despertó mucha polémica, se le ocurre instalar en un taller una máquina para la fabricación racional de versos. Según él, el poema, “una especie de opio verbal, suministrado en pequeñas dosis de líneas numeradas, no es ciertamente una substancia de primera necesidad, pero lo cierto es que algunos hombres no pueden prescindir de ella”.
Gog invierte cantidades millonarias, instala el taller, monta la máquina, contrata a cinco poetas eminentes, una mecanógrafa, obreros para el taller, pero al final todo resulta una ruina. Gog queda convencido de que el encanto poético reside únicamente en la armonía de las palabras, y las palabras armoniosas sólo puede producirlas el ser humano.
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