André Biéler demuestra la manera en que Calvino insertó la ética la ética bíblica en la realidad concreta. Y subraya que así como fue perspicaz en el análisis, lo fue en la acción.
En el último capítulo de esta obra, “Un método dialéctico para la acción”, André Biéler demuestra la manera en que Calvino insertó la ética la ética bíblica en la realidad concreta. Y subraya que así como fue perspicaz en el análisis, lo fue en la acción.
Luego de citar a Jean François Bergier, quien su estudio Tasa de interés a corto plazo en Ginebra en la segunda mitad del siglo XVI, “no duda en afirmar, sin que haya una relación de causa y efecto entre estos dos acontecimientos, que el capitalismo aparece en Ginebra al mismo tiempo que se impone la doctrina de Calvino”, explica que “este periodo se sitúa entre dos momentos brillantes de la vida económica de la ciudad: la Edad Media de las ferias y el Siglo de las Luces y de los bancos”.
En medio de esa circunstancia, el reformador “intentó aplicar su ética” (p. 55). Cuánto consiguió retrasar la evolución económica con sus determinaciones es algo que aún sigue siendo motivo de controversia. Su intervención, no obstante, le imprimió una orientación muy característica a esa evolución.
Biéler reconstruye los pasos dados por Calvino a su regreso a Ginebra en 1541, específicamente, el Edicto político de enero de 1543, donde, como trazo característico, aparece la usura, “punto importante de la moral evangélica” que “aparecía en las leyes de la Iglesia antes de figurar en las del Estado” (p. 57). “El 17 de diciembre de 1543, se inscribió en los registros oficiales: ‘Usura. Sobre lo que los predicadores han hecho buenas amonestaciones, que sea avisado sobre la gran usura que reina en Ginebra.
Se ordena que se ponga orden en todo eso y que se le hable al señor Calvino, para informarlo’” (pp. 57-58). En la historia anterior a Calvino, Ginebra había tolerado el préstamo con interés, de modo que los magistrados, al consultarlo al respecto tomaban una medida política, obviamente, pero que quisieron legitimar con la ética que él siempre estuvo dispuesto a administrar. Las condiciones materiales no eran óptimas para mantener el 5% de interés, pero así permaneció a pesar de todo, todavía en 1544.
Los préstamos acordados eran a corto plazo y para “pequeños empresarios”, como se diría hoy, lo cual implicó incluso a algunos refugiados que, desde 1550, intentaban establecerse sus negocios, aunque la mayoría de solicitantes “eran campesinos del campo ginebrino, vaudense [cantón de Vaud, Suiza], saboyano [Haute Savoie, Francia] y gesiano [Pays de Gex, Francia]” (p. 58). Eran préstamos destinados a la producción, la que, según Calvino, dado que “los deudores descartaban cualquier ganancia, por modesta que fuera”, de modo que la tasa de interés aplicada a estos deudores era, pues, legítima, pero siempre y cuando resultara moderada.
Al multiplicarse los abusos y aumentar las quejas, Calvino intervino en 1557 ante las autoridades y el Consistorio se ocupó de numerosos casos de usura y de ganancias exageradas. En septiembre de ese año, el Consejo de la ciudad consultó a una comisión para determinar, dos meses después, el aumento a 6.6%, con argumentos que anticipaban un capitalismo en ciernes debido a que “la práctica del crédito es resueltamente considerada como una actividad lucrativa independiente y ya no como un servicio económico accesorio” (p. 59).
Biéler observa, ante los frenos morales que Calvino intentó poner en su momento: “El problema moral y económico de la usura se vuelve cada día más difícil, porque con frecuencia las necesidades del Estado obligaban a las autoridades a cerrar los ojos frente a los actos de los financieros de los que dependía el abastecimiento de la ciudad en trigo, sal o armas” (p. 60). Los magistrados se dividieron, en 1565, ante una nueva discusión.
Después de la muerte de Calvino, ante la epidemia de 1568, los pastores encabezados por Beza vieron en ello un castigo de Dios por la usura creciente. Sobre esas discusiones, acota el autor: “Dos preocupaciones perentorias dominaron sus consideraciones: el respeto de la Palabra de Dios y la preocupación por los pobres” (p. 63). Quedaba así establecida la marca de la ética social calviniana en un ámbito tan refractario como lo es la economía, pues los postulados del reformador, a contracorriente de las imposiciones de la burguesía de la época, consiguieron imponerse como criterios que, con el paso del tiempo, siguieron teniendo un peso específico en la sociedad ginebrina.
La conclusión parcial de Biéler justifica ampliamente el calificativo de “profeta” para Calvino, en el umbral de una era industrial que terminaría por caracterizar a la modernidad:
Se estaba todavía, pues, en la era pre-capitalista donde las cuestiones económicas estaban subordinadas a la ética en ciertos de sus aspectos. Esto no duraría más que algunos años y se vio aparecer muy pronto el momento donde el movimiento de inflexión se operó y donde se entró resueltamente en la era capitalista, caracterizada a justo título por la emancipación de la economía de toda subordinación ética y teológica. Que esta emancipación de una tutela eclesiástica, fuera del calvinismo, haya devenido tiránica; y que haya largamente contribuido al desarrollo de la vida económica, es totalmente cierto. Pero que la Iglesia, incluso calvinista, haya tan fácilmente (y tan rápidamente) consentido abandonar un aspecto tan importante de su misión ética, eso no ha dejado de entrañar consecuencias tan graves tanto para ella como para el conjunto de la sociedad (p. 66).
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