Una reseña de Juan Antonio Monroy del libro "Dioses que fallan", de Tim Keller (Andamio).
DIOSES QUE FALLAN, por Timothy Keller,
Publicaciones Andamio, Alts Forns 68, 08038-Barcelona, 203 páginas.
El apóstol Juan, en una frase hiperbólica, dijo que en el mundo no cabrían los libros que se habrían de escribir sobre los milagros y “las muchas cosas que hizo Jesús” (Juan 21:25).
Juan vivió en un mundo de 200 millones de habitantes. Hoy somos 7.300 millones. ¿Qué diría de los libros que se han escrito y se continúan escribiendo teniendo a Dios como tema central? ¿Cabrían en la redondez de nuestro mundo cósmico?
Ante mi tengo el último que me ha llegado. Se titula DIOSES QUE FALLAN. Los editores –ese es su trabajo- cuentan maravillas del autor. Dicen que el señor Keller nació y se crió en Pennsylvania. Estudió en tres instituciones de su país; la Bucknell University, el Gordon – Conwell Theological Seminary y el Westminster Theological Seminary. Se estrenó como pastor en Hopewell, Virginia. En 1989 fundó la Iglesia Reedemer Presbyterian, que hoy cuenta con una asistencia de 5.000 personas cada domingo. En varios países del mundo ha fundado otras congregaciones. Ha escrito otros dos libros y ahora mismo vive en Nueva York con su familia.
No conozco el original inglés de esta obra, pero la traducción de Daniel Menezo la considero perfecta. Utiliza un castellano limpio, fluido, hasta lírico en algunas partes del libro. Aplausos a Menezo.
¿Quiénes son los dioses que fallan? Según el autor, aquellos que se crean en la tierra y en los que suelen poner sus esperanzas un noventa por ciento de los humanos. Así lo ve el señor Keller cuando escribe: “El concepto bíblico de la idolatría es una idea extremadamente sofisticada que integra categorías intelectuales, psicológicas, sociales, culturales y espirituales”. En una más amplia enumeración, agrega: “existen ídolos personales, como el amor romántico o la familia; o el dinero, el poder y el éxito; o el acceso a círculos sociales particulares; o la dependencia emocional que otros tienen de usted; o la salud, la forma física y la belleza. Muchos aspiran a estas cosas para que les den la esperanza, el sentido y la plenitud que sólo Dios puede proporcionar”.
Se ha dicho y repetido que nadie tiene propiedad sobre las ideas. A un chino, un esquimal, un habitante del África profunda se le pueden ocurrir las mismas ideas que puedan surgir de la mente de un alemán, un sueco o un español.
El contenido de los siete capítulos en el libro de Keller tiene un extraordinario parecido con un librito de 84 páginas que me fue regalado en 1951 por el pastor cubano Rubén Lores. Está dedicado a él por el pastor Rafael Limas, de Cabañas, Puerto Rico, en noviembre de 1947. Fue escrito por el intelectual y exsacerdote católico Walter Manuel Montaño, hijo que fue de un prestigioso político boliviano. Esta obrita, cuyo contenido adoro, ha estado desde entonces en la mesa que me sirve de escritorio, temeroso de que pueda perderse entre los seis mil volúmenes de mi biblioteca.
Para Timothy Keller, uno de los dioses que fallan son los ídolos que tanto abundan en iglesias católicas y las pinturas religiosas que se exponen en templos ortodoxos. Cuenta esta anécdota: “dos filósofos judíos que conocían a fondo las Escrituras llegaron a esta conclusión: “el principio central de la Biblia es el rechazo de la idolatría”.
El dinero es otro dios que falla. Friedrich Nietzsche escribió en su día que dado que la ausencia de Dios en la cultura occidental iba a más, sustituiríamos a Dios por el dinero”. John D. Rockefeller escribió estas palabras en su autobiografía: “Yo estoy seguro que están en un error los que piensan que la posesión de dinero en abundancia trae la felicidad. La novelería de poder comprar todo lo que uno quiere se desvanece pronto ante el hecho de que aquello que más buscamos (Dios) no se puede comprar con dinero”. O, como cantó el poeta madrileño Emilio Carrere:
¿La fortuna?
Su canción escuché una noche de luna,
y cuando abrí mi balcón
ya iba lejos la fortuna.
Entre los dioses carnales que traicionan los clamores espirituales del alma Keller incluye los placeres. Toda clase de placeres. Cuanto más se le dé al cuerpo, siempre exigente, más lejos nos encontraremos de Dios. El afán de experimentar los placeres por todos los poros del cuerpo llegan a dominar excesivamente nuestras vidas y a decidir vivirla con Dios al margen, o sin Dios en absoluto. Nuestros miedos y nuestra esterilidad espiritual interior hacen que los placeres, todos ellos, constituyan un narcótico, una forma de medicarnos; y en estas condiciones suelen tomarse decisiones absurdas. Al final, como en la novela de Françoise Sagan, BUENOS DÍAS TRISTEZA, queda el asco, la vanidad de todo, como cantó el autor inspirado del Eclesiastés y llega la pregunta tardía: después de todo, ¿para qué todo? He disfrutado –se suele decir- ¿Pero a qué precio? ¿Y qué es disfrutar? En la senda de la vida solemos coger caminos tortuosos de los que sólo queda el vacío, tal como lo expresó el poeta y estadista inglés Lord Byron en la noche de su último cumpleaños, copa de champan en la mano temblorosa, turbios los ojos y pálido el rostro:
Ya cual hoja marchita son mis días,
huyeron de la vida fruto y flor,
del placer en la copa sólo quedan:
El gusano, el cáncer, el dolor.
Considero DIOSES QUE FALLAN, de Timothy Keller, un libro más interesante de lo que a simple vista pueda parecer. Para entender la tesis del autor es preciso leer de la primera a la última página. Después de describir una serie de dioses productos de la mente humana y que sólo conducen al extravío del único Camino, el de Cristo, el autor nos desafía a vivir a Dios en lo más íntimo de nuestra experiencia diaria. El Dios que habló con Adán y Eva hace miles de años, es el mismo Dios de hoy. El Eterno no cambia. En pleno siglo XXI Dios sigue siendo el gran tema humano. Él inspira la ciencia, cimenta la sociedad, ilumina la cultura y le preocupan por igual los creyentes y los ateos. Al crearnos, Dios nos creó como creadores de nuestro propio mundo. Dios nos necesita para diseñar las vidas de sus criaturas, para mantener el reloj del Universo al mismo compás del suyo. Dios se ocupa de todo, absolutamente de todo. Él no falla nunca.
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