Su ejemplo espiritual y teológico queda ahí, como un reto para las nuevas generaciones de militantes de la fe preocupados por el cambio social y la justicia.
Con el fallecimiento de Sergio Arce Martínez el 25 de agosto en Varadero, la Iglesia Presbiteriana-Reformada en Cuba y el protestantismo latinoamericano y caribeño en general pierden uno de sus fundadores teológicos más renombrados y controversiales.
Nacido en Caibarién el 31 de marzo de 1924, formó parte, al lado de otras figuras como Richard Shaull (1919-2002), Federico Pagura (1923), Mortimer Arias (1924), Joaquim Beato (1924-2015), José Míguez Bonino (1924-2012) y Emilio Castro (1927-2013), de una generación que debió enfrentar algunas de las transformaciones más profundas de las sociedades y las iglesias latinoamericanas.
En su caso, la revolución lo marcó para siempre, pues le exigió una respuesta cristiana coherente y sistemática que aparece en prácticamente todos sus trabajos escritos.
Cursó estudios teológicos en Puerto Rico y Princeton, donde se doctoró en Teología. Después de su regreso de Estados Unidos (en 1961), obtuvo el mismo grado en el área de Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana: La Universidad Carolina de Praga, República Checa, le otorgó el doctorado Honoris causa.
Dirigió el Seminario Evangélico de Matanzas entre 1969 y 1984, y fue secretario general de su iglesia de 1966 a 1985. Participó durante décadas con la Conferencia Cristiana por la Paz. Durante tres legislaturas fue diputado en la Asamblea Nacional del Poder Popular, y fue homenajeado varias veces por su labor política y eclesiástica. En 2009, con motivo de su 85º aniversario, recibió la Medalla de la provincia de Matanzas.
Entre sus obras principales hay que mencionar: La teología como desafío: reflexión y diálogo Consejo Ecuménico de Cuba, 1980; Teología en revolución. Centro de Información y Estudio Augusto Cotto, 1988; La teología como testimonio: reflexiones teológicas desde un contexto revolucionario. FUMEC, 1992; Cuba: un pensamiento teológico revolucionario. Centro de Estudios, Consejo de Iglesias de Cuba, 1992; Las siete y las setenta veces siete palabras. Sermones. Quito, Departamento de Comunicaciones del Consejo Latinoamericano de Iglesia, 1997; Teología sistemática: prolegómenos. Quito, Consejo Latinoamericano de Iglesias, 2002; La misión de la Iglesia en una sociedad socialista, Editorial Caminos, 2004 (reedición de su libro más conocido); y ¿Cómo es que aún no entendéis? (Antología de textos teológicos). Editorial Caminos, 2009; además de una incursión en la poesía: El salmo robado. México, Cencos, 1977, con textos muy cercanos a la huella del hispano-mexicano León Felipe.
En ocasión de sus 90 años, Carmelo Álvarez escribió: “Su teología está cimbrada en un compromiso con la iglesia y la sociedad, que desde su contexto cubano significa ser teólogo en revolución.
Para Sergio hacer teología en contexto es un ejercicio de constante búsqueda, lleno de cuestionamientos, con desafíos intensos y radicales, muchas veces con opiniones polémicas, pero siempre con amor, autenticidad y honestidad. Se podría decir que su vida y pensamiento son un compromiso ético que aspira no sólo a saber la verdad, sino a vivirla”.[1] Sus hijos Dora Ester y Reinerio son ministros de su misma iglesia en la actualidad.
Sobre los inicios de la revolución y su trato con las iglesias, escribió:
Las iglesias protestantes, más cuidadosas y menos pretensiosas [que la católica], no pedían tanto del nuevo régimen. Les interesaba principalmente que no se favoreciese en nada al catolicismo, que las cosas siguieran como antes de la dictadura batistiana, pero sin los favoritismos seculares que había tenido la Iglesia Católica. Varios líderes revolucionarios, surgidos de las filas de las escuelas e Iglesias Evangélicas, ocupaban posiciones prominentes ahora. Apenas antes de la Revolución se había visto cosa parecida y esta coyuntura seguramente balancearía, por lo menos, la influencia de las Iglesias Evangélicas para acrecentar su trabajo en todos los órdenes: misionero, educativo, médico, etcétera.[2]
En enero de 1962, a escasos meses de su regreso de Princeton, Arce llamó desde el púlpito a “redescubrir la vocación cristiana en un mundo y una patria en Revolución”,[3] como parte de una actitud muy diferente de decenas de líderes evangélicos que abandonaron el país.
Fruto de la experiencia de diálogo y acercamiento con la revolución triunfante en 1959 es la Confesión de fe 1977 de la Iglesia Presbiteriana-Reformada, cuyo comité de redacción integró. Se trata de un documento que hizo historia debido al compromiso expreso que manifiesta con la revolución, al mismo tiempo que se sustenta en las bases más reconocidas de la tradición reformada.
Esto último no impidió la controversia que generó, dentro y fuera de Cuba, este documento doctrinal, pues para muchos resultaba excesivamente laudatorio hacia el movimiento revolucionario. Una breve cita puede mostrar las causas de tal escándalo:
La lucha de clases que se manifiesta en La Biblia en la contradicción evidenciada entre opresores y oprimidos, entre “justos” e “injustos, entre ricos que explotan y pobres explotados, junto a la proclamación de Dios, “Hacedor de justicia”, obliga a la Iglesia a aceptar la relación estrecha entre el Reino de Dios por el cual oramos y la realización de la justicia, y por ende, de la paz en el mundo.
La Iglesia proclama que Dios, “Hacedor de justicia”, “permanece en nosotros en el amor”, en el “amor eficaz” que contribuye a que el propósito redentor de Dios para el ser humano se haga realidad compartida por todos a partir de este “ahora” y de este “aquí”.[4]
Sobre Calvino, en ocasión del 500º aniversario de su nacimiento y de la inauguración de un busto suyo en La Habana, profirió palabras lúcidas y críticas que traslucen la pasión que experimentó durante toda su vida por el énfasis reformado de la fe y la teología:
Admitimos que somos dialécticos, negamos, como lo hace el marxista, la tesis de la existencia de dios, del dios de la filosofía idealista, pero, nos seguimos 149 moviendo dialécticamente a la antítesis, a la anti-tesis, a la negación de la negación, por lo que afirmamos la realidad de un Dios a quien nadie conoce, lo cual significa haber arribado a una síntesis cuando sobre Dios hablamos, el Dios de Jesús, de los apóstoles, de Calvino. Así creemos y así lo proclamamos en un día como este, octubre 31, Día de la Reforma Protestante, ante la efigie de Calvino, que ahora ya es Calvino en la Habana, de quien una de sus frases más ignoradas por muchos cristianos, es la que afirma que “el hombre ha sido creado para ser un ser social,” lo cual significa que una vida cristiana individualista, como la de la mayoría de los cristianos no es ni humano, ni cristiano.[5]
Siempre identificado con la llamada “teología de la revolución”, por lo que recibió duros ataques de sectores evangélicos conservadores, coincidió con Shaull en algunos planteamientos que ambos exponen en el volumen De la iglesia y la sociedad, publicado por el movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina en 1971. En su texto recogido allí, afirma:
Repetimos: todo momento histórico creativo es momento de grande actividad divina. Luego, todo momento revolucionario es momento altamente divino de creatividad. Mientras más revolucionario más se manifiesta esa actividad divina. La misma fe cristiana es el momento revolucionario por excelencia. El perdón de los pecados y la resurrección de los muertos, como apuntaba Karl Barth, son los dos momentos revolucionarios de la fe cristiana que expresan el carácter trascendente de las revoluciones inmanentes que se han desarrollado a lo largo de la historia humana. Toda revolución verdadera traducirá en la práctica inmanente la verdad trascendente revolucionaria de la fe cristiana, es decir, el perdón de los pecados y la resurrección de los muertos. Dios más que Creador podemos caracterizarlo como Creatividad en sí. Crear es la actividad única de Dios, única en cuanto a la unicidad de su “ser” y en cuanto a la especificidad de su “acción”. Todo análisis de la economía divina, por lo pronto, ha de fundamentarse en el análisis de la actividad creativa de Dios que constituye su propia esencialidad como Dios.[6]
Asimismo, en octubre de 1977 participó junto a Jürgen Moltmann, James Cone, Orlando Costas y Enrique Dussel, entre varios autores más, en el Encuentro de Teologías celebrado en la Comunidad Teológica de México. Su ponencia recibió la reacción de Luis Rivera-Pagán y entre quienes debatieron con él estuvieron Hugo Assmann y Raúl Vidales. Así concluyó:
La fe como tal no es una ideología. Sin embargo, reclama de la iglesia una ideología consecuente con la realidad socio-económica del desarrollo histórico y con las demandas ético-políticas que esa realidad le plantea. La tarea teológica consiste en mediar la comprensión de esa realidad, “interpretarla” para la fe; a la vez que media la ética que esa realidad histórica —que demanda “transformación” o conversión— plantea a la acción de la fe. La tarea teológica actual está abocada al más responsable de los periodos de su historia, que pudiese resultar el más “vivificante” o el más “sepulturero”. La fe cristiana reclama, de por sí, una racionalidad histórica de la esperanza y una operacionalidad eficaz del amor.[7]
Ya se entiende por qué la vida y ministerio de Arce Martínez fueron polémicas, pues trató de entender y dialogar con las circunstancias nuevas que vivió en su país, al cual reconoció como espacio de gracia y bendición, sujeto como todos a los vaivenes ideológicos y culturales, por lo que su opción, discutible para muchos, puede ser vista como una posibilidad efectiva de encarnación de los ideales del Evangelio en un mundo cambiante.
De acuerdo o no con él, su ejemplo espiritual y teológico queda ahí, como un auténtico reto para las nuevas generaciones de militantes de la fe preocupados/as por el cambio social y la justicia.
[1] C. Álvarez, “Sergio Arce Martínez: teólogo en revolución. En sus 90 años”, en Lupa Protestante, 27 de marzo de 2014, www.lupaprotestante.com/blog/sergio-arce-martinez-teologo-en-revolucion.
[2] S. Arce, Teología en revolución, cit. por Caridad Massón Sena, “La Iglesia presbiteriana de Cuba. Una contextualización de la fe (1959-1968)”, La Habana, Cuba, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, 2004, p. 8, http://168.96.200.17/ar/libros/cuba/marin/religion.doc.
[3] Ibid., p. 10.
[4] Confesión de fe 1977 de la Iglesia Presbiteriana-Reformada en Cuba. Aprobada en la XI Asamblea Nacional celebrada en Matanzas los días 28 al 30 de enero de 1977. La Habana, Editorial Orbe, 1978, pp. 33-34. La cita corresponde a los parágrafos 4.A.03 y 4.A.04, de la Sección IV: El Reino de Dios y la plenitud de la historia, apartado “La fuerza dinámica de la historia”, Sección IV: El Reino de Dios y la plenitud de la historia.
[5] S. Arce, “Calvino en La Habana”, en Varios autores, Calvino y la teología reformada en América Latina Un panorama. Barranquilla, Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina-Corporación Universitaria Reformada, 2010, pp. 148-149.
[6] S. Arce, “¿Es posible una teología de la revolución?”, en Varios autores, De la iglesia y la sociedad. Montevideo, Tierra Nueva, 1971, p. 232, http://issuu.com/lcervortiz/docs/de-la-iglesia-y-la-sociedad-1971.
[7] S. Arce, “La tarea teológica actual. Una perspectiva desde la praxis cristiana y el quehacer teológico en Cuba”, en J.-P. bastian y J. Pixley, eds., Praxis cristiana y producción teológica. Salamanca, Sígueme, 1979, pp. 181-182.
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