La luz de una candela es varias cosas a la vez: libro-collage, libro-testimonio, bitácora de vida, fruto de las ansiedades y los tumultos de un corazón apasionado.
La luz no muere sola:
Arrastra en su desastre
todo lo que ilumina.
Así el amor.
Eduardo Lizalde, “Luz” (II)
Auténtico libro teológico sui géneris, La luz de una candela es varias cosas a la vez: libro-collage, libro-testimonio, bitácora de vida, fruto de las ansiedades y los tumultos de un corazón apasionado, en fin, un concentrado interminable de visiones luminosas sobre la fe, la esperanza y el amor cristianos.
Las reflexiones que lo componen, desperdigadas en una estructura tan personal como provocadora, exponen una continua y sostenida percepción de que el tema de la luz es mucho más que eso, y en efecto, una realidad que lo atraviesa todo, desde el momento mismo de la creación divina, cuando la luz brotó de la pertinaz voluntad divina por alumbrar el mundo con esa presencia.
La estructura del volumen dice mucho, también, sobre su propósito: diez secciones, de tamaño variado, que desarrollan la reflexión parsimoniosamente, en sus más de 160 páginas, esfuerzo de años.
Luego de la introducción breve, y de presentar “El camino a seguir” pasa a hablarse del don de la luz: siempre presente e imprescindible. “El candelabro de Dios” sitúa la luz/mirada griega y la palabra/escucha israelita. Allí tiene lugar la lectura de la síntesis bíblico-teológica.
En cuarto lugar, “La luz de una simple candela” se refiere a la sencillez de la flama. Inmediatamente aparece “La llama en flor ardiente de una candela”, para jugar con las palabras. “La Llama que me llama” y presentar la “Parábola de las mariposas y la luz”.
El sexto apartado trabaja la importancia del símbolo, “lenguaje del Misterio”, razón de la existencia y aquello que reúne lo que está separado. “Creer y celebrar” se traslada al terreno de las acciones litúrgicas, del acto de encender candelas, luces cotidianas y el Cirio Pascual, para luego entrar al espinoso ámbito de las exigencias éticas causadas por la luz, simbolizadas por ella en un camino largo y ambicioso de cambio liberador, interior y exterior. “Caminar es optar” y “Ambos caminos se entrecruzan en nuestro corazón”. La “Explicitación” es un conjunto de afirmaciones teológicas fundamentales que parten “desde la luz de una candela”.
Son 11 afirmaciones claras ancladas en la identificación de Dios con su primera criatura hasta los “Pasos para que la luz sea”, sin olvidar el costo de arder para ser parte de ella, ni mucho menos que “La Luz-vida tendrá la última palabra”.
El libro concluye con “Un amor-luz me espera”, poema de una hermana carmelita que habla de su muerte cercana, avistando el horizonte al que estaba a punto de entrar para fundirse con él.
Esta caminata por los senderos casi inabarcables de la luz va dejando en el lector la sensación de un peregrinaje místico al que no estamos acostumbrados, tan dominados como estamos por el tráfago cotidiano.
Para atender la fuerza, el impacto de la luz, hay que callar y saber mirar, desde los territorios de la fe. Victorio Araya-Guillén no ha dejado de ser un teólogo de la liberación, más bien ha profundizado en una zona atisbada por otros creyentes-teólogos-místicos/as como Teilhard de Chardin, Edith Stein, Dorothee Sölle, Gustavo Gutiérrez, Rubem Alves, Leonardo Boff, tan conscientes como han estado de experimentar que el ser se abisma y se hunde en la transparencia y en la luminosidad divina.
Así lo expresa, arrebatado por el fulgor inasible de la primera creación que brotó de las manos divinas sin dejar de echar mano de su experiencia, de su trabajo, de su contacto con los demás seres:
Largo es el camino vital recorrido como docente de teología constructiva y como hacedor de candelas, complementado con la enriquecedora experiencia que vivimos en la realización de muchos e inolvidables talleres populares, sobre el cómo hacerlas; jubilosa y creativa “casa luz abierta” en la universidad de la vida, una suma de amistad, artesanía y técnica, en comunión de luz, en sabrosa fraternidad-ternura ecuménica, intercultural e interreligiosa. Sorpresa que nos ha dado la vida. Fuegos grandes y brillantes de todos colores se encienden de chispas pequeñas e inesperadas y arden la vida con tanta fuerza, que no podemos resistir el acercarnos y encendernos en busca de luz. Desde entonces siempre que oigo hablar de hacer candelas “me arde el corazón”. (p. 23)
Semejante trayectoria ha encontrado su culminación en la artesanía teológica de las candelas, de las velas, para proyectar su significado, sencillo pero trascendente de manera simultánea, al reproducir en los espacios cotidianos y litúrgicos, el impulso de la llama originaria, la que se aposentó en el cosmos para hacerla visible y quedarse depositada en los ojos de quienes quieran y amen mirarla.
De ahí que la reflexión básica proceda de esa mirada atenta y agradecida, situada en los ciclos planetarios que como sacramentos ordinarios nos rodean y acogen para reinventarnos como seres iluminados cada vez de manera diferente:
La luz manifiesta la belleza de la creación y al mismo tiempo hace posible que las cosas se vean. Sin luz no puede haber percepción visual. Todo desaparecería. Sin luz es como si las cosas no existieran.
En la transición de la oscuridad a la visión, las formas de los objetos y personas toman cuerpo y cobran vida, se perfilan sus dimensiones y contornos, se reconoce la diversidad de colores. Sin luz es imposible orientarnos. Caminar y no tropezar. Por eso decimos que es imprescindible, siempre constante y omnipresente. (p. 25)
El vidente-teólogo, en su nuevo papel de “cazador de luminosidades”, ya no se solaza únicamente en capturar argumentos felices o en perfectas formulaciones lógicas del pensamiento religioso. Ahora ve, en cada cosa, el germen de esa luz creadora que día con día se renueva al resucitar en medio de las oscuridades más remotas.
La fe se desdobla, entonces, y se retuerce en busca de un entendimiento alimentado por la paz y el sustento existencial que le ofrece el don, el regalo de la luz divina: “La dualidad luz y oscuridad, el cambio cosmológico más elemental que vive cada día una y otra vez el ser humano desde que despierta rodeado por la luz del nuevo amanecer, se encuentra en todas las religiones, y ha influido en la vida espiritual de todas las culturas” (p. 26).
La cita de Xabier Pikaza es puntual, exacta y necesaria, al momento de tomar la referencia bíblica fundante, razón de ser de todo lo existente:
La Luz surge como primera creatura, fundamento y clave de todas las restantes.
La Luz en el cosmos-creación de Dios, brota por la fuerza del Espíritu de Dios a través de su Palabra.
La Luz es aquello que Dios quiere y dice con ella. Dios es ante todo creador que suscita vida y luz en torno suyo.
La Luz se mantiene viva porque el mismo aliento de Dios la vivifica.
La Luz que sale de sí mismo, se expande en oleadas de luz y claridad. (pp. 27-28)
El fuego, el Sol, son realidades hermanas de la luz, en el recuerdo de León Felipe, Mircea Eliade, Abraham Heschel y Leonardo Boff, cuyas menciones evidencian la búsqueda frenética de Araya por encontrar afinidades en la observación y en la constatación.
Porque la luz de Dios será una “luz perpetua”, tal como lo atestigua la Escritura en sus párrafos finales. El “Salmo de la luz”, armado con diversas secciones de los salmos, concluye con una paráfrasis del salmo 85.10-11:
La luz habitará nuestra tierra-casa
La misericordia y la paz se encuentran
La vida y la luz se besan
La luz fluye desde la tierra
y la vida resplandece desde lo alto. (p. 36)
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