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Rubem Alves, cuentas de vidrio teológico-poéticas: Temas y variaciones ad infinitum (III)

¿Y si yo hiciese la insólita sugestión de que la teología es un juego de abalorios? ¿Y que Hermann Hesse, tal vez, se haya inspirado en aquello que los teólogos han hecho?

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 26 DE JUNIO DE 2015 07:00 h
Leonardo Boff, L. Cervantes-Ortiz, Raimundo C. Barreto, Jr., Harvey Cox y Shanta Premawardhana

Alves relee a Herman Hesse



Las cuentas de vidrio recuperadas por Dios para formar un nuevo collar luego de estar bajo las aguas dispersas es una imagen recurrente en el imaginario escritural alvesiano en la trayectoria de una teopoética que ya había establecido sus coordenadas estéticas. Ésa es quizá la mayor metáfora de cuantas sedujeron a Alves, procedente de El juego de los abalorios (1943), de Herman Hesse (Premio Nobel 1946), que lo define en su ansiedad, expectativa y logro de una activa reconstrucción vital que contribuyó a adentrarse en esa nueva percepción que lo aguardó durante tanto tiempo.



 



Si uso la palabra Dios, es como metáfora poética: nada de conocimiento. No sé nada sobre Dios. Dios es una palabra que no significa nada, un poema que no pretende contener conocimiento. Un poema no vale por la verdad que supuestamente podría contener sino por la belleza que contiene. Así es, para mí, el nombre Dios…



Para eso necesito a Dios, para curarme la nostalgia. Así lo imagino: como un fino hilo de nylon, que busca mis cuentas perdidas en el fondo del río del tiempo y me las devuelve como un collar.[1]



 



Catalogada como una novela en la que el tema de la utopía política es central, debido a que “tiene la pretensión de ser una composición poética admirable y complicada en la que se proyecte un mundo antagónico frente a un sistema político totalitario como el que se erigió en Alemania con el Tercer Reich”, pues fue publicada en los años de la Segunda Guerra Mundial.[2]



Esa obra maestra de Hesse, su gran novela de madurez, representa la búsqueda de “un reino autónomo del espíritu” y “supone la tentativa de configurar una imagen del mundo cuyo centro sea una vida regida por el espíritu” encarnada en un lugar que recuerda la “provincia pedagógica del Wilhelm Meister”, de Goethe.[3]



“En ella está desarrollada la idea de que la cultura clásica, aunada al espíritu místico y sincrético de las religiones, pueden ayudar al ser humano a encontrarse a sí mismo y, así, conservar humanizada la civilización, aunque ello parezca utópico en una época que conoce la tragedia de la destrucción y la pérdida de millones de vidas a causa de la guerra”.[4]



Se trata de una crítica a la instrumentalización de lo humano por parte de los regímenes políticos e ideologías en el poder: “Castalia aparece en la obra como el último enclave de la cultura y la inteligencia en la civilización occidental que ha sobrevivido luego de la debacle militarista y guerrera”.[5] En el aspecto individual, “la ‘clave’ de la utopía consistiría en que cada individuo se encuentre a sí mismo y siga su ley interior”,[6] lo que se ejemplificaría en la decisión final de Knecht al abandonar el monasterio.



Las diversas referencias que hizo Alves a esa presencia literaria inquietante y que tanto lo afectó en la construcción y desarrollo de su “nueva mirada” son dignas de atención, comenzando con Variações sobre a vida e a norte, en la que el juego y el cuerpo representan los ejes alrededor de los cuales Alves cifra su “nueva teología”, una línea de pensamiento religioso y poético que se conjugó con la etapa vital en la que se encontraba para dar a luz un género literario que se consolidaría en los años venideros: la crónica, ejercicio libérrimo de escritura en donde el lenguaje está al servicio de la reflexión libre que toma sus temas y variaciones para explot/l/arlos al máximo.



La teología encontrará un nuevo camino de ligereza y profundidad para contribuir a la plena liberación humana. Para ello, tendrá que redefinirse en manos de un hacedor de palabras como Alves, quien se encontraba en un sendero intuitivo: “¿Y si yo hiciese la insólita sugestión de que la teología es un juego de abalorios? ¿Y que Hermann Hesse, tal vez, se haya inspirado en aquello que los teólogos han hecho, a través de los siglos, como modelo para los ejercicios espirituales de los monjes de Castalia?”.[7]



 



¿Cómo caracterizar las cuentas teológicas? No es difícil. Su brillo, sus colores, su calor... No es posible confundirse, volveremos a esto en otro momento. Porque ahora el nuestro amigo, se dirige hacia el arca donde están guardadas sus cuentas. Comienza a sacarlas. Mitos, ritos, símbolos, visiones utópicas, poemas, salmos, oraciones, maldiciones, historias, gestos, desiertos, ciudades, muertes, asesinatos, resurrecciones, esperanzas, hombres y mujeres tomados de la mano, cuerpos unidos en el amor, prisiones, lágrimas, dolores, muchos dolores, sonrisas, muchas sonrisas, rostros, muchos rostros…



Y el teólogo toma las cuentas inertes, les da calor con sus manos, ellas fulguran, cobran vida, y él comienza a organizarlas, como si fuesen tapices, amarrando los símbolos unos con otros, hasta que la red se alarga lo suficiente como para ser colgada en los dos extremos del abismo.[8]



 



El trabajo del teólogo, tópico persistente de la primera parte de su libro, es confrontado con una manera lúdica de asumir el lugar en el mundo, de tal forma que semejante labor, alejada del pragmatismo dominante, se convierte en un servicio diferente a la humanidad, al trabajar con sus símbolos más preciados, no con creencias o dogmas: “Y el teólogo extiende sobre el abismo la red simbólica que tejió con su juego de cuentas de vidrio, para aquellos que quieran correr el riesgo de descansar sus cuerpos sobre ella.[9]



La humildad se vuelve, entonces, la virtud más necesaria para sobrevivir en un mundo dominado por la arrogancia de la ciencia, la tecnología y el armamentismo, cuyos promotores se sienten dueños de la realidad. Ante todo ello, la teología y sus practicantes son devotos marginales de unos saberes ancestrales que reaparecen cotidianamente en la vida de todos: “Decir que los teólogos son personas que juegan al juego de las cuentas de vidrio es confesar que tienen sus pies en la tierra: porque un juego es algo que se construye de abajo hacia arriba, con astucia, ingeniosidad y sobre todo, amor.[10]



Trabajan con material inflamable: las vidas, los cuerpos humanos que buscan felicidad y libertad más allá de las ideologías y doctrinas impuestas autoritariamente por las religiosidades institucionalizadas: “Y brota, espontáneo, el espanto sonriente. Porque la cuenta de vidrio temática es el cuerpo humano, mi cuerpo, cuerpo de todos los hombres, cuerpo de jóvenes y viejos, cuerpos toril y cuerpos felices, cuerpos muertos y cuerpos resucitados, cuerpos que matan y cuerpos abrazados en amor”.[11]



La dictadura del realismo es respondida por un empeño casi “apostólico” en donde el juego es el nuevo criterio de verdad, pero de una verdad que se desdobla en prácticas que humanizan porque responden efectivamente a las ansiedades humanas más profundas: “Lo mismo ocurre en el mundo de la teología.



Por más que ya nos hayan hablado acerca de la impotencia de los símbolos, fantasmas superestructurales, ecos vacíos de poder, en nuestro juego de cuentas de vidrio los universos se construyen por el poder de las palabras, grávidas de deseos. Dios habla”.[12] La teología se acerca, así, al mundo del arte, de la poesía, del predominio de lo estético sin formas de banalización que desfiguren su cometido de brindar esperanza, dado que el teólogo está llamado a ser un “pastor de esperanzas”.



Sus cuentas de vidrio se engarzan en nuevas combinaciones que proporcionan alegría y nuevos mundos para vivir: “Es justamente aquí que está el arte y el poder de este juego de cuentas de vidrio. Es preciso saber escoger las palabras vivas. Distinguir piedras de semillas. Surge así la nota curiosa: en este juego las palabras que construyen el mundo son los gemidos de los sufrientes.[13]



Estamos frente al “juego de la verdad”, una verdad que, sin perder de vista el horizonte trágico o dramático de la existencia humana, no se contenta con proferir expresiones esperanzadoras sino que busca encarnarlas en situaciones concretas, liberadoras ciertamente, pero sin el matiz meramente socio-político.



Y no es que la teología busque situarse por encima de la realidad fáctica sino que profundiza en la problemática más honda de la existencia: “El juego de la verdad exige la represión del deseo y del amor. Pero en nuestro juego de cuentas de vidrio cada vez que la verdad es tocada, resuenan risas y se escuchan lamentos. Es que las reglas son diferentes. En el juego del conocimiento, solamente lo que es puede ser verdad. En el juego de la teología ‘lo que es no puede ser verdad’. Porque todavía hay lágrimas. El universo entero aguarda la redención. Aquí, cada palabra de verdad es una creación”.[14]



 



 



 



[1] R. Alves, Lições de feitiçaria. São Paulo, Verus, 2000.



[2] Iván Garzón Vallejo, “La utopía política en Hermann Hesse”, en Estudios, Instituto Tecnológico Autónomo de México, vol. VI, núm. 87, invierno de 2008, p. 60, http://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/87/IvanGarzonVallejoLautopiapolitica.pdf. Consultada el 1 de abril de 2015.



[3] Juan del Solar, “Hesse: la búsqueda de un reino autónomo del espíritu”, en Los premios Nobel. Barcelona, Orbis, 1985, p. 208.



[4] I. Garzón Vallejo, op. cit., p. 64.



[5] Ibid., p. 67.



[6] Ibid., p. 73.



[7] R. Alves, La teología como juego, p. 7.



[8] R. Alves, La teología como juego, p. 7.



[9] Idem.



[10] Ibid., pp. 8-9.



[11] Ibid., p. 11.



[12] Ibid., p. 20.



[13] Ibid., p. 24.



[14] Ibid., p. 30.



 


 

 


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