Park muestra, con la maestría de un consumado narrador y la ingenuidad de un adolescente en el tránsito hacia la juventud, una dilatada vida de compromiso cristiano en respuesta a una vocación temprana.
Pocos años después de la fecha en la que me instalé en el barrio de Villaverde de Madrid (1967) para dar comienzo a la Iglesia bautista que pastoreé por espacio de 16 años, se implantaron en España dos movimientos paraeclesiales que, impulsados por jóvenes procedentes de diferentes países, especialmente Gran Bretaña y Estados Unidos, despertaron no pocas suspicacias entre las iglesias establecidas, por el hecho de desarrollar sus actividades fuera del ámbito y el control institucional vigente. Uno de esos movimientos era Operación Movilización y, el otro, Grupos Bíblicos Universitarios (GBU). Entre sus dirigentes, dos nombres fueron tomando cuerpo de naturaleza, abriéndose espacio entre el protestantismo español, especialmente vinculados a iglesias de las Asambleas de Hermanos y de la FIEIDE: David Burt y Stuart Park.
A pesar de los años transcurridos y de movernos como evangélicos en un espacio relativamente reducido hasta la eclosión pentecostal de finales de siglo XX y principios del XXI, nunca hasta ahora se habían cruzado nuestros caminos, ni con uno ni con otro. Felizmente esta carencia se ha resuelto recientemente en lo que a Stuart Park se refiere, con el doble regalo de poder tratarlo personalmente y ser obsequiado con un ejemplar de su último libro: La palabra suficiente, del que pretendo ocuparme a continuación.
Stuart Park, un inglés afincado en España, domina la lengua de Cervantes, aun no siendo su lengua materna. Licenciado en Filología Románica y Literatura Española, sigue las huellas de hispanistas ingleses ilustres como Raimond Carr, Gerald Brenan, Paul Preston y otros muchos, sin dejar de mencionar al ínclito George Borrow, con su doble condición de hispanista e impulsor de la Biblia en España. Park escribe con precisión, con frases claras escrupulosamente elaboradas en las que no falta ni sobra nada; tanto es así, que el lector apenas si es capaz de darse cuenta de ello a primera vista, debido a su aparente sencillez.
Sus comentaristas descubren en el libro de Park a un escudriñador de las Escrituras, un eximio exégeta. Ahora bien, sin negarle su profundo conocimiento del texto bíblico, las páginas de La palabra suficiente muestran, sobre todo, el interior de un hombre sometido a la Palabra, dejando al descubierto el alma de un creyente que no tiene ningún recato en poner de manifiesto sus propias debilidades. Un escrito en el que no se escatiman datos, minucioso, detallista, recreándose en cada uno de esos pequeños datos que hacen sencillo acompañarle en su recorrido vital, como recordar el color de su viejo Chevrolet que compró y vendió por 200 dólares en su juventud, o la aplicación de los diferentes usos horarios en Estados Unidos, o el detalle de la variedad de pájaros (su gran afición) que va conociendo a lo largo de su vida o la minuciosa descripción del simbolismo que encuentra en el cordón de grana de la ramera Rahab.
El relato de Stuart Park va envolviendo al lector interesado no sólo en los recovecos de su vida interior que expone con sencillez, hasta llegar al hondón del alma, sino en el medio social en el que habita, sea en su Inglaterra natal, en los Estados Unidos donde vive y estudia durante unos años o en Valladolid, ciudad en la que reside desde el año 1976. Un relato en el que muestra con la maestría de un consumado narrador y la ingenuidad de un adolescente en el tránsito hacia la juventud una dilatada vida de compromiso cristiano en respuesta a una vocación temprana. Todo ello permite al lector identificarse anímicamente con el autor, con sus proyectos, con sus depresiones, con sus lecturas, con la solidez de sus profundas convicciones bíblicas.
Park reniega de ser catalogado como fundamentalista en su configuración teológica; reivindica el lenguaje bíblico simbólico utilizado para describir, entre otros pasajes, el referido a la Creación en el libro de Génesis, “sin dogmatismos de corte fundamentalista”, para aseverar que “la historia del Edén funciona como si fuese una parábola, del mismo modo, a mi juicio, que todas las historias del Antiguo Testamento”. Y concluye afirmando: “La cuestión fundamental es la fe en Dios, no mi propia interpretación de la historia de los orígenes”. Sus referencias exegéticas a los libros de Job, Rut, Jonás u otros libros del Antiguo Testamento, dan fe de esa propuesta exegética cuando hace confluir todos los libros del Antiguo Testamento en la figura de Jesús.
El libro no tiene un índice que permita al lector percibir su estructura, no sabemos si por descuido o de forma intencionada. Después de una primera parte dedicada a mostrar las vivencias del autor, el resto del libro está dedicado a una serie de Lecturas: La Biblia y el arte de escribir, Desde el torbellino, Rut y la Moabita, La osadía de Tamar, El vituperio de Cristo, El profeta obediente, Una reina mejor, Las bodas de Caná, Siete Palabras, La tumba vacía, un esfuerzo hermenéutico, según confiesa el autor, encaminado a leer las historias veterotestamentarias “desde la perspectiva de Cristo”, una metodología muy personal, “para encontrar en ellas la carga profética y tipológica que constituye su principal razón de ser”.
(*) Libro presentado en Madrid, durante el VI Encuentro Anual de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE).
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