“Cuando usas la palabra 'cristiano/a' para describir algo que no sea una persona, se trata solo de un término comercial”, decía Derek Webb.
En primer lugar me gustaría recordar el sentido etimológico de la palabra crisis, que remite a conceptos como “decidir”, “separar” o “juzgar”. Por lo tanto señala un momento en el que se produce un cambio muy marcado en algo o en alguien.
La industria musical cristiana, como la industria musical en general ha pasado, desde su arranque en la época del vinilo y el cassette, por una fase de pingües beneficios que culminó con la llegada del cedé, para después iniciar un proceso de declive que desembocaría en la derrota de este a manos del formato mp3. Ahora el futuro parece que lo dictarán las plataformas de streaming como Spotify, Last.FM, etc.
Quien esto firma decidió cierto día escribir un artículo sobre la llamada “música cristiana”. Presuponiendo la existencia de algo susceptible de tal denominación, cosa harto difícil pues el propio sentido común muestra que sólo podría calificarse de “cristiana” la letra de una canción y ello, con reparos. Me gustaría citar aquí al músico Derek Webb (más abajo les contaré quien es):
“Cuando usas la palabra 'cristiano/a' para describir algo que no sea una persona, se trata solo de un término comercial”.
Pongamos que nos referimos a lo que se ha dado en llamar “música cristiana”, para ser más precisos.
Se trata de un jugoso tema que sería abordable tras exprimirnos el cerebro convenientemente. Pero siempre hay alguien que hace las cosas mejor que tú, extremo que pude comprobar cuando cayó en mis manos esta página web.
Si usted se maneja con el inglés, le aconsejo que deje de leer esto y se zambulla en el interesante texto que hemos citado arriba: va a ser profusamente mencionado en lo que queda de este.
Con todo, el artículo no satisface completamente ninguna de sus dos principales cuestiones. Ofrece una explicación incompleta del por qué del auge de este tipo de música y ninguna pista de cómo recuperarlo. Su gran aportación es poner sobre la mesa reflexiones, argumentos y opiniones harto interesantes.
En “¿Quién mató la industria de la música cristiana contemporánea?” el escritor Tyler Huckabee comienza con unas palabras de Derek Webb, antiguo miembro de Caedmon's call. Es esta una banda de Houston (Texas) que, con un pie en el folk y otro en el rock, arrancó en 1993 con 250.000 copias de su primer album y continuó creciendo disco a disco. Tras diez entregas, llevan ya cinco años sin editar algo nuevo.
Derek es un magnífico letrista, aunque en su etapa en solitario epatara un poco incluyendo monstruosidades de proporciones desorbitadas como “damn” (maldito) en sus canciones. Y es una excelente fuente de citas: “Las dos cosas que acabarán con un artista son el éxito y el fracaso. Especialmente en ese orden”. Aunque esta acredita habérsela oído a “un hombre sabio”.
Tyler Huckabbe usa la trayectoria de Caedmon's call como metáfora del despegue de la industria de la música cristiana contemporánea (CCM). En sus días de gloria, la CCM despachaba 500 millones de albumes al año. Les aseguro que hay gente capaz de imaginar esa cantidad. En el 2014, siempre según The Week, las cifras han bajado a 17 millones.
El artículo de The Week sitúa las raíces del CCM en el Jesus Movement del hippismo sesentero. Y nombra al recientemente desaparecido Andraé Crouch y a Amy Grant como pioneros. En el primer grupo de Crouch participó un teclista llamado Billy Preston, seguro que les suena. Recuerdo cintas de Grant por casa, incluso charlas sobre ella con un hermano al que llevo una década, sorprendido de que escuchase su canciones.
Parte del quid de la cuestión para Huckabee y otros estaba en las letras calculadamente ambigüas, que podían hacer referencia a Dios o a la persona a quien amabas.
A la capacidad artística de los solistas o bandas y a su decisión de romper el corsé de las letras tradicionales en la llamada música cristiana para comunicar también con el no creyente, atribuye el articulista el éxito del CCM.
El propio teclista de Grant, Michael W.Smith, llegaría a alcanzar casi tanta fama como ella dentro de este género. Muchos de sus más señeros representantes se convirtieron en superestrellas. Un gran negocio estaba en marcha ¿Hay algo de malo o ilícito en ello?, se pregunta uno. Retóricamente.
Huckabee cita a Phil Keagy, the Newsboys, Steven Curtis Chapman, Jasci Velasquez o Jars of Clay como ejemplos de la siguiente generación de artistas de CCM con éxito masivo.
Y dC Talk. Los recuerdo en mi pletina de Cds y a toda página en el suplemento “Tentaciones” de El País. Y cierto regusto de algo parecido al orgullo de ver a “unos de los tuyos” allí. Ya me entienden: vamos a bendecir al sistema desde dentro y esas cosas.
Un antiguo fan del movimiento, rememorando aquellos tiempos, formula una interesante reflexión a la hora de explicar la aparición del mismo, diciendo que proviene de la desesperación por ser aceptados como iguales por los colegas del circuito secular y de la genuina aunque innecesaria identificación con la sociedad mediante un acercamiento a ella.
Sigue explicando el articulista de The week que cuando surgió la crisis de ventas del CD la industria decidió apostar por la más segura opción de la denomindada “música de alabanza”. Esto impulsó la explosión de bandas como Hillsong United.
La situación que se genera la explica muy bien John Mark McMillan, un talentoso músico y letrista con una propuesta minoritaria pero comprometida, sin resultar demasiado explícita. Esto declara a The week: “En la CCM, si quieres cantar sobre ciertas cosas incómodas, no tendrás una oportunidad. Pero, a la vez, si quiero cantar sobre Jesús en los 40 principales, eso tampoco sucederá”. “El problema es, si soy creyente y quiero compartir cantando mis pensamientos sobre Jesús de un modo sincero, es como: ¿dónde lo hago?”
Pues lo hizo creando su propio sello (Lionhawk Records) para su último trabajo, costeado mediante la conocida plataforma de crowdfunding Kickstarter.
Lo bueno de escribir artículos es que te puedes extender a capricho cuando hay algo que crees que merece la pena. De modo que recomendaremos Borderland, el album del que hablamos. Puede escucharse integramente en Youtube. McMillan dice que el concepto de terreno fronterizo al que alude el título ilustra su vivencia, tan común, de vivir entre dos lugares: el trabajo y la familia, el amor y la responsabilidad, el arte y el comercio, la pasión y el negocio.
El artículo de Huckabee termina lamentando el hecho de que la nueva dirección comercial de los sellos cristianos se circunscriba solo a la música de alabanza para las iglesias, dejando a la intemperie a muchos músicos cristianos interesantes, con “mensajes irresistibles” y proyección internacional.
La crónica se cierra con una pregunta que se hace Derek Webb y que Huckabee imagina que se está haciendo la totalidad de la industria de CCM : “¿cómo volvemos a lo de antes?”.
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