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La Trinidad en el N.T., de Arthur W. Wainwright

"En primer lugar está la prueba de que Jesucristo fue adorado. Los miembros de la Iglesia le cantaron doxologías, le dirigieron oraciones, le invocaron frecuentemente como a Señor y a veces como a Dios". Un fragmento de 'La trinidad en el Nuevo Testamento, de Arthur W. Wainwright (Clie, 2015).

FRAGMENTOS 30 DE ABRIL DE 2015 20:55 h
trinidad en el nuevo testamento Detalle de la portada del libro.

Este es un fragmento de "El problema de la trinidad", de Arthur W. Wainwright (Clie, 2015). Puedes saber más sobre el libro aquí



El propósito de esta obra es descubrir el origen del problema de la Trinidad



en tiempos del Nuevo Testamento. Surgió este problema al creer los cristianos

que Jesús era Dios, y al expresar su creencia dándole títulos divinos y adjudicándole

funciones normalmente reservadas a Dios en el pensamiento hebreo.

Esta creencia en la Divinidad de Cristo se manifestó tanto en los escritos del

Nuevo Testamento como en el culto que practicaron las primitivas comunidades

cristianas. Al sostener la Iglesia cristiana la creencia judía en la unidad de

Dios, se suscitó un serio problema como consecuencia de creer también en la

divinidad de Cristo. ¿Cómo podía ser Dios el Padre y ser Dios el Hijo y, sin

embargo, ser un solo Dios? El problema se complicó desde el momento en

que el Espíritu Santo fue considerado como Persona, que tenía una decisiva

influencia sobre las vidas de los individuos. ¿Era también Dios el Espíritu

Santo? Y si lo era, ¿cómo podría Dios ser uno y tres al mismo tiempo?

Estas dos cuestiones aparecieron completamente claras en el siglo segundo

en los escritos de Teófilo, de Ireneo y de Tertuliano. Ello no es como

para sorprender, ya que las declaraciones hechas en el Nuevo Testamento

sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran de tal naturaleza como

para que suscitaran el problema trinitario en las próximas generaciones de

lectores. Es tarea nuestra investigar si los mismos escritores del Nuevo

Testamento eran conscientes del problema, consistente tanto en la forma de

relación entre el Padre y el Hijo, como en la del Padre, el Hijo y el Espíritu

Santo. Estrictamente hablando, si se hubiese presentado solo el problema

del Padre y del Hijo, habría sido binitario. Pero se trata de un

problema binitario-trinitario; el punto crucial es la relación del Padre con

el Hijo; porque el problema no habría tenido importancia práctica de no

haberse realizado la Encarnación. Si el Verbo no se hubiese hecho hombre

no habría habido dificultades con el monoteísmo judío.



El tema de esta discusión es el problema de la Trinidad, más bien que

la doctrina sobre la misma. Una declaración doctrinal es una respuesta a

un problema doctrinal. No existe una formal exposición de la doctrina

trinitaria en el Nuevo Testamento como la podemos encontrar en el Credo

Atanasiano o en el tratado De Trinitate de San Agustín. Se podría

argüir que el problema de la Trinidad estaba en la mente de ciertos escritores

del Nuevo Testamento y que ellos intentaron darle una respuesta.

Pero ninguno de sus escritos, sin embargo, se publicaron con el fin específico

de tratarlo, y la mayor parte de los indicios de que un determinado

escritor abordara el problema son incidentales. No existió una elaborada

o sistemática respuesta al problema. Por esta razón, la palabra «problema»

ha sido preferida a la de «doctrina». Pero ha de quedar claro que los

escritores del Nuevo Testamento no descuidaron por completo dar solución

al problema, aunque otras materias ocuparon casi toda su atención.

En la medida en que una doctrina es la respuesta, aunque fragmentaria,

a un problema, el Nuevo Testamento contiene una doctrina de la

Trinidad. Pero si exigimos una formal exposición, entonces no existe una

doctrina de la Trinidad en el Nuevo Testamento.

La diferencia entre un enunciado formal de doctrina y una respuesta

incidental o fragmentaria a un problema doctrinal se pone de manifiesto

si la forma de abordar el problema trinitario por parte del Nuevo Testamento

la comparamos con los credos y las confesiones de las siguientes

generaciones. Hay peligro, sin embargo, de acentuar demasiado la importancia

de esta diferencia. Es difícil determinar con precisión cuándo la

doctrina surgió por primera vez. Si el uso de la palabra «Trinidad» es un

rasgo necesario del enunciado de la doctrina, entonces no consta que haya

aparecido antes de Teófilo (siglo segundo), que usa la palabra griega τρι?ς

(«tríada») para describir al Padre, al Hijo y al Espíritu; o antes de Tertuliano

(finales del siglo segundo), que usó la palabra latina trinitas con el

mismo propósito1. Pero las palabras τρι?ς y trinitas no tienen en estos

escritores el profundo significado que adquirirían2 más tarde; y la doctrina

trinitaria no se configuró en su forma ortodoxa hasta más de un siglo



después. Se podría afirmar que la doctrina apareció cuando los escritores

cristianos comenzaron a usar métodos filosóficos de investigación; pero

entonces sería difícil determinar si estos métodos estaban presentes ya en

Atenágoras e Ireneo o aparecieron primeramente en Tertuliano, Clemente

y Orígenes. Además, la aparición de la doctrina trinitaria podría provenir

del uso de términos técnicos tales como υπ?στασις, ο?σ?α y πρ?σωπον en

griego, y persona, substantia y essentia en latín. Pero todas estas palabras

admiten una gran variedad de significado, y sería difícil decir qué uso

particular anunció el alborear de la doctrina trinitaria.

En los siglos segundo y tercero, una creciente cantidad de literatura

se dedicó al problema de la Trinidad y las respuestas al problema se

hicieron más y más sistemáticas. Este gradual desarrollo del pensamiento

es más importante que la introducción de términos técnicos. No existe

una linde histórica clara entre la era de la exposición doctrinal sistemática

y la era menos reflexiva y menos filosófica que la precedió. La diferencia

en estilo y carácter entre los escritos del Nuevo Testamento y

los trabajos de los Padres del tercer y cuarto siglos no debería oscurecer

el hecho de que los escritores del Nuevo Testamento eran conscientes del

problema trinitario y se esforzaron por darle una solución. Y ello no

debería oscurecer tampoco el hecho de que el problema nunca fue satisfactoriamente

resuelto y que los más constantes testimonios de la doctrina

no dan completas respuestas al problema, sino que delimitan el

ámbito de la discusión. Naturalmente, un problema ha de ser puesto en

claro antes de que se le dé una respuesta. En el Nuevo Testamento es

más fácil ver los primeros intentos para clarificar el problema que los

primeros intentos para solucionarlo. Pero una solución parece comenzar

a aparecer y sería engañoso decir que la teología trinitaria es completamente

posbíblica.

El problema trinitario no es puramente especulativo. Se ha dicho con

frecuencia que los escritores bíblicos son más bien prácticos que especulativos,

y que están más preocupados por la actividad de Dios que por

su naturaleza eterna. El dicho de Melanchthon: «Conocer a Cristo es

conocer sus beneficios» es citado como la clave de la actitud de los primeros

cristianos. Esta interpretación del pensamiento bíblico ha sido

llevada demasiado lejos. Los primeros cristianos se interesaron por Dios,

el Padre, y por Cristo, el Hijo, como personas y no solamente como

agentes de salvación. Porque amaban tanto al Padre como al Hijo deseaban

conocer cómo se relacionaban entre sí. Sin embargo, cuando discutían

sobre la naturaleza de Dios, la asociaban a su actividad por la tendencia

a lo práctico de sus pensamientos. Cullmann observó que en el Nuevo

Testamento a la persona de Cristo difícilmente se la nombra sin una

concomitante referencia a su actividad. El prólogo del cuarto Evangelio,

por ejemplo, describe la relación de la «Palabra» con Dios («la Palabra

estaba en Dios, y la Palabra era Dios»), y entonces habla del trabajo

creativo de la Palabra («todas las cosas fueron hechas por Él»)3. A los

primeros cristianos les interesaba más el mensaje de salvación que las

cuestiones metafísicas, y su teología refleja este interés. Les preocupaba

más la actividad que la naturaleza de Dios. En los siguientes capítulos

comentaremos cómo explicaron ellos la divinidad de Cristo, en parte

describiendo las funciones que desempeñó. El problema trinitario se dio

a conocer y se solucionó haciendo referencia a la actividad de Cristo

para con el género humano. Los escritores del Nuevo Testamento creyeron

que Él compartía las actividades divinas de creador, salvador y juez.

Aunque la cuestión de la eterna relación del Padre y el Hijo era un

asunto muy importante, especialmente para Pablo, Juan y el autor de la

Carta a los Hebreos, ellos dieron más importancia a la actividad divina

que a la divina naturaleza.

El problema de la Trinidad estuvo desde el principio íntimamente

unido con el culto cristiano. No fue preocupación de solo los estudiosos,

sino principio vital para todo el culto cristiano. El modelo trinitario está

patente en la adoración del Padre, porque al Padre se le adoraba a través

del Hijo en el Espíritu. Esta fue la forma predominante de adoración;

pero aún en los tiempos del Nuevo Testamento Cristo fue adorado del

mismo modo que el Padre, aunque probablemente con menos frecuencia.

El culto al Espíritu Santo se desarrolló más tarde4. En una época posterior

el Credo Atanasiano declaró: «Esta es la Fe católica: que nosotros adoramos

a un Dios en la Trinidad y una Trinidad en la unidad». El Credo

confiesa la índole de una adoración que ya había sido practicada. El

culto cristiano se fue haciendo trinitario de dos maneras: primera, como

culto del Padre por el Hijo en el Espíritu, y segunda, como culto del

Padre, del Hijo y del Espíritu. Sin embargo, en el Nuevo Testamento su

carácter trinitario se encuentra principalmente en el culto del Padre, a

través del Hijo, en el Espíritu; y, para ser más breves, en el culto del

Hijo. La naturaleza del culto cristiano influenció el desarrollo del pensa-

3 Óscar Cullmann, Die Christologie des Neuen Testament, p. 4.

4 Esto se confiesa en el Credo de Nicea: «El cual con el Padre y el Hijo

juntamente es adorado y glorificado».

miento cristiano; y, a la inversa, el desarrollo del pensamiento influenció

la naturaleza del culto. Semejante acción recíproca de pensamiento y

culto ayuda a explicar la aparición del problema de la Trinidad.

Esta explicación del acercamiento bíblico al problema de la Trinidad

presupone que los escritores del Nuevo Testamento reflexionaron sobre

el problema. Un punto de vista distinto nos da Alan Richardson en An

Introduction to the Theology of the New Testament. Dice así: «No existe

en el Nuevo Testamento ni una insinuación de un δε?τερος θε?ς5 o

δημιουργ?ς6 distinto del Dios de la revelación del Antiguo Testamento y

no existe problema en conciliar la divinidad de Cristo y del Espíritu

Santo con el monoteísmo judío. Cristo y el Espíritu son igualmente Dios

en sus por sí mismos determinados modos de acción en la creación, redención

y santificación del mundo».

Los siguientes capítulos intentarán demostrar que, si bien a Cristo no

se le tuvo como un segundo Dios en el Nuevo Testamento, sí que fue

considerado como Dios, y de ahí que la repugnancia de los escritores del

Nuevo Testamento en exponer la creencia de que Jesús era Dios manifieste

que eran conscientes de un problema. Se dirá que, aunque los escritores

del Nuevo Testamento den pocas señales de estar enterados del

problema de conciliar la divinidad del Espíritu Santo con el monoteísmo

judío, algunos de ellos sí eran claramente conscientes del problema de

conciliar la divinidad de Cristo con el monoteísmo.

Otro punto de vista que difiere del que mantenemos en las siguientes

páginas es el de Emil Brunner en el primer volumen de su Dogmatics.

Brunner dice de la doctrina de la Trinidad esto: «El punto de partida de

la doctrina no es, naturalmente, el especulativo, sino el sencillo testimonio

del Nuevo Testamento. A nosotros no nos interesa el Dios del pensamiento,

sino el Dios que nos revela su nombre. Pero nos revela su

nombre como el de Padre; su nombre de Padre nos lo hace conocer a

través del Hijo; y nos da a conocer al Hijo como el Hijo del Padre, y al

Padre como Padre del Hijo a través del Espíritu Santo»8.

La distinción de Brunner entre el Dios del pensamiento y el Dios que

revela su nombre es artificial. En el Nuevo Testamento Dios revela su

nombre a través de los pensamientos de los hombres sobre Él. Los cristianos

reflexionaron sobre Dios desde los comienzos. Aunque sus reflexiones

no siguieron el patrón del pensamiento filosófico griego, no por ello

eran menos reflexiones. La frase de Brunner «simple testimonio» no

describe adecuadamente la enseñanza de Pablo, de Juan y de Hebreos.

Dice también Brunner: «Este mysterium logicum, el hecho de que Dios

es Trino y a pesar de todo Uno, se encuentra por completo fuera del

mensaje de la Biblia… A ningún apóstol se le habría ocurrido pensar que

existían las Tres Divinas Personas, cuyas mutuas relaciones y paradójica

unidad estuvieran fuera de nuestra capacidad de entender. Ningún mysterium

logicum, ninguna paradoja intelectual, ninguna antinomia de Trinidad

en Unidad tiene lugar alguno en su testimonio, sino solamente el mysterium

majestatis et charitatis; sencillamente que el Señor Dios por nuestro

amor se hizo hombre y soportó la cruz»9. Sin embargo, a pesar de que

las palabras «paradoja» y «antinomia» no aparecen en el Nuevo Testamento,

en el prólogo del cuarto Evangelio hay un claro conocimiento de

la paradoja de la relación entre el Padre y el Hijo. El hombre que escribió:

«El Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» conocía que su

declaración contenía una paradoja.

La actitud de Brunner no es satisfactoria, porque hace una división

demasiado rígida entre la triple revelación que es bíblica y la triple interpretación

que él cree que es posbíblica. Él distingue demasiado exactamente

entre pensamiento y predicación. Su actitud se manifiesta en el

juicio crítico que hace de Barth, quien, dice él, «no distingue entre el

problema de la Trinidad que nos ha deparado el mensaje de la Biblia y

la doctrina de la Trinidad. No ve que la doctrina de la Trinidad es el

producto de la reflexión y no un kerygma»10. En los siguientes capítulos

se va a demostrar que el problema de la Trinidad está presente no solo

en las palabras del Nuevo Testamento, sino también en la mente de los

escritores; y que, esté o no esté claro que ellos intentaran una doctrina

de la Trinidad, ciertamente intentaron dar una respuesta al problema11.

También probaremos que no hay una bien definida división entre reflexión

y kerygma. En la primitiva Iglesia la reflexión condujo a la predicación,

y la predicación a una más amplia reflexión. Y no se debe olvidar esto:

que un lenguaje vigoroso y autoritario puede ser también reflexivo.

La base neotestamentaria de la doctrina de la Trinidad constituye a

menudo el tema de un capítulo preliminar, pero raramente el tema de un

libro. El primer volumen de la Histoire de dogme de la Trinité, de Lebreton,

trata del Nuevo Testamento y de los antecedentes hebreos y helenísticos.

(En estos últimos años se ha prestado mucha atención a los

antecedentes en el Viejo Testamento, señaladamente en dos monografías:

The One and the Many in Ancient Israel, de A. R. Johnson, y The Biblical

Doctrine of the Trinity, de G. A. F. Knight). Sugerimos dos razones

para explicar la indiferencia ante este tema. La primera es que ha habido

una tendencia a decir sin distingos que la doctrina de la Trinidad es posbíblica

y responde a un problema que no se les presentó a los escritores

del Nuevo Testamento, sino únicamente a la posterior generación de

lectores. Ya se ha hecho alusión a esto, y esperamos que los argumentos

de este tratado refutarán semejante punto de vista. La segunda razón del

descuido del tema es que trasladaría los campos de la cristología y de la

enseñanza sobre el Espíritu Santo. Esto es un alerta saludable sobre la

necesidad de selección al tratar de la materia. Evidentemente existen

ciertos tópicos que son comunes al problema de la Trinidad y al problema

de la cristología, y otros comunes al problema de la Trinidad y al del

Espíritu Santo. Pero un estudio de la aparición del problema trinitario no

necesita ser tratado con el conjunto de la cristología, ni con toda la doctrina

sobre el Espíritu en el Nuevo Testamento. Ha de tratarse con la

cristología y la doctrina del Espíritu en la medida en que implica o claramente

determina que el Espíritu Santo y Cristo son Dios. Una detallada

discusión sobre la humanidad de Cristo no pertenece al tema que

estamos tratando. Y aunque el hecho de la Encarnación sí que es pertinente,

lo que a nosotros nos interesa es la divinidad de Cristo y especialmente

todos los testimonios que digan que Él es Dios. Al examinar las

enseñanzas sobre el Espíritu Santo nos interesaremos principalmente por

las pruebas de que el Espíritu es una persona y por la demostración de

que el Espíritu es Dios.

Las pruebas de la creencia en la divinidad de Cristo pueden ser divididas

en tres grupos. En primer lugar está la prueba de que Jesucristo fue

adorado. Los miembros de la Iglesia le cantaron doxologías, le dirigieron

oraciones, le invocaron frecuentemente como a Señor y a veces como a

Dios. Probablemente fue reconocido como Dios en el culto más pronto

que en el pensamiento reflexivo, pero no lo podemos saber con certeza.

De todos modos, se mantendrá que en el culto la primera generación de

cristianos invocó a Cristo como Dios; una confesión que es el elemento

central y distintivo en la doctrina de la Trinidad.

En segundo lugar, hay pruebas de que se adjudicó a Cristo el desempeño

de las funciones de juicio, de salvación, de creación. Estas funciones,

en ciertos aspectos, eran consideradas en el pensamiento hebreo

como únicamente divinas, y precisamente en estos aspectos se dijo que

Cristo las desempeñaba. El pensamiento cristiano en torno a la persona

de Cristo era práctico en el sentido de considerar más su actividad que

su estado metafísico. En tiempos del Nuevo Testamento no se planteó la

cuestión sobre el modo en que su naturaleza era semejante a las naturalezas

divina y humana. No hubo discusión sobre su estructura sicológica.

Los hombres manifestaron su actitud sobre su persona describiéndole

como el que actuaba de unos modos que previamente se habían considerado

como divinos.

El tercer grupo de demostraciones lo constituyen los títulos que se

dieron a Cristo. No todos estos títulos implican su divinidad. «Señor»,

«Maestro», «Profeta», «Rabbí», «Hijo de David», y aun el título de «Mesías

», no implican la divinidad. «Dios» y «Señor» son de distinta categoría.

Por supuesto que «Dios» es un título que explícitamente afirma la

divinidad de una persona. La palabra «Señor» la implica y a veces quizá

la afirma explícitamente. «Hijo del Hombre» e «Hijo de Dios» no necesariamente

indican divinidad, pero estas expresiones pueden ser usadas

de tal manera que se refieran a un singular estado sobrehumano, que

puede ser divino. El título de «Hijo de Dios» es especialmente importante

porque hace surgir la cuestión de la relación de Cristo con el Padre.

Por cierto que él nos lleva a un cara a cara con la parte crucial del problema

trinitario.

Las pruebas de la divinidad del Espíritu Santo no son tan abundantes

como las de la divinidad de Cristo. A través de la historia cristiana la

reflexión sistemática sobre el Espíritu Santo se ha retardado más que en

torno a la cristología. Se oyen quejas frecuentemente de que la Iglesia

carece de una doctrina satisfactoria sobre el Espíritu Santo. Es una crítica

dura, porque el Espíritu Santo no puede ser delimitado dentro de las

murallas del Dogma, y aunque Cristo es mayor que cualquier dogma, lo

concreto de la encarnación hace que sea más fácil para los hombres dogmatizar

sobre Él, que sobre el Espíritu Santo.

Tratándose del Espíritu Santo hay que hacer una pregunta, que no es

necesaria con respecto a Cristo: ¿es el Espíritu Santo persona? Que no

es lo mismo que esta otra: ¿es el Espíritu Santo persona en un sentido o

más de los usados por los escritores de la Iglesia primitiva o de los tiempos

medievales? Esta pregunta quiere decir: ¿tiene el Espíritu Santo una

naturaleza y unas actividades que son, en cierta manera, semejantes a la naturaleza

y a las actividades de los seres humanos? ¿Tiene esos puntos de

analogía que son: posesión de pensamiento, de sentimiento, de voluntad

y de existencia, como centro individual de conciencia, que es capaz de

relacionarse con otras personas?

Los escritores bíblicos nunca usaban los términos «persona», «individual

», «personalidad», que frecuentemente salen al paso en las discusiones

de pensamiento bíblico, pero eran conscientes de las ideas que subyacen

bajo estos términos. Hablan de Dios y de la gente como si fuesen personas

en el sentido de que eran poseedores de pensamiento, de sentimiento, de

voluntad y de individualidad. Aunque estaban convencidos de que las familias

y las naciones tenían una personalidad colectiva, también creían que

un individuo podía tener una voluntad y un conocimiento independientes.

Y creían que Dios mismo tenía estos signos de individualidad.

Ya que Dios era considerado como persona, sería inútil detenerse a

pensar si el Espíritu era considerado como Dios; a no ser que al Espíritu

Santo se le considerara también como persona. Vamos a demostrar primeramente

que en el Nuevo Testamento al Espíritu Santo se le considera

como persona. Después procederemos a examinar las pruebas de su

divinidad. Se seguirán los mismos procedimientos que en la discusión de

la divinidad de Cristo. ¿Cuál fue el lugar del Espíritu Santo en el culto

cristiano? ¿Fue realmente adorado? ¿Se creía que desempeñaba funciones

estrictamente divinas? Los títulos que se le dieron, ¿reconocían implícita

o explícitamente su divinidad? Además de estas cuestiones trataremos de

la relación del Espíritu con Cristo y con el Padre.

Los capítulos que tratan las cuestiones planteadas arriba en torno a

Cristo y al Espíritu Santo exponen la cristología y la doctrina del Espíritu

en la medida en que tienen una directa relación con la doctrina de la

Trinidad. Una exposición que coordine estos temas y examine sus relaciones

recíprocas nos ayudará a decidir si la doctrina de la Trinidad, tal como

fue formulada en tiempos posteriores, era una explicación impuesta por

las pruebas bíblicas desde fuera o un natural desarrollo a partir del pensamiento

bíblico, una continuación de aquella búsqueda de una comprensión

de Dios, que ya se había iniciado en el Nuevo Testamento.

En años recientes se ha discutido mucho la doctrina de la Trinidad.

Algunos escritores, particularmente Hodgson, pusieron de relieve la importancia

de la analogía social y acentuaron el hecho de que hubiera tres

personas distintas en la Trinidad12. Otros, como Barth y Welch, han ponderado

la unidad de la Trinidad y han hecho revivir el uso de la palabra

«modo» en su exposición de la doctrina. Welch también delinea el debate

sobre la Trinidad en el siglo XX13. La parte de la doctrina de la Trinidad

en el culto cristiano ha sido tratada por Lowry14. C. C. Richardson

ha sostenido que la doctrina no expresa aptamente las actuales distinciones

en la Divinidad15. Mucha más atención a la doctrina se ha prestado

en el siglo XX que en el XIX. En el siglo XIX había propensión a relegar

una exposición de la Trinidad casi al lugar de un apéndice en la

exposición de la Teología Cristiana. Schleiermacher, por ejemplo, aunque

llama a la doctrina de la Trinidad «brocal de piedra de la doctrina

cristiana»16, dedica solamente 14 de las 750 páginas de The Christian

Faith a la exposición de la Trinidad, y estas catorce páginas están colocadas

en el último capítulo de la obra. En justicia para con él, tenemos

que decir que, habiendo admitido que la doctrina contiene problemas sin

resolver, sugiere qué pasos se deberían dar para una más cabal interpretación

de la doctrina. Sin embargo, él no acomete el trabajo de llevar

adelante esta tarea. En el siglo XX Barth comienza su Kirchliche Dogmatik

con un estudio de la Trinidad. El lugar que otorga a la doctrina es

señal del resurgir del interés por la Trinidad.

Un examen de los antecedentes del Nuevo Testamento nos capacitará

para ver cómo surgió el problema de la Trinidad, y nos ayudará a comprender

en qué sentido una doctrina de la Trinidad puede ser bíblica. El

método de investigación que vamos a seguir es el siguiente:

1. (a) Una discusión de los antecedentes hebreos de la doctrina. Un

análisis de las ideas corrientes en el pensamiento israelita, como también

de cualquier concepto que haya podido influenciar el desarrollo de la

doctrina trinitaria. Será incumbencia nuestra el Antiguo Testamento y la

posterior influencia judía en el modo de plantearse el problema, y de

solucionarlo en el Nuevo Testamento. (b) Una exposición de la primitiva

fe cristiana en la unidad y en la Paternidad de Dios. Los escritores del

Nuevo Testamento creían firmemente que Dios era uno y que era Padre.

Aduciremos las pruebas de estos artículos fundamentales de la doctrina

de Dios.

2. Exposición de la Divinidad de Cristo. Dirigiremos nuestra atención

en primer lugar a las pruebas de que Cristo fue objeto de adoración en

la Iglesia primitiva. Habrá que estudiar los títulos «Dios» y «Señor», por

qué se le aplicaron en el culto a Cristo. Después del estudio de estos

títulos vendrá el uso de las citas y de las doxologías dirigidas a Cristo,

como también la práctica de dirigirse a Él en la oración. La segunda

parte de esta sección tratará de las funciones estrictamente divinas de

juzgar, crear y salvar, atribuidas a Cristo. Y en la tercera parte nos ocuparemos

de la relación del Padre con el Hijo.

3. Estudio de la divinidad del Espíritu Santo. La primera parte de

esta sección trata de la naturaleza del Espíritu y su relación con Cristo.

Se tratará también de la persona del Espíritu Santo y su conexión con

Cristo. En la segunda parte veremos la relación del Espíritu con el Padre.

Y aduciremos las pruebas que nos lleven a la creencia de que el Espíritu

Santo es Dios.

4. Desarrollo del problema trinitario. Esta sección final está destinada

a analizar las manifestaciones del desarrollo del problema, como problema

trinitario. Se reunirán y se examinarán las fórmulas «trinas» del

Nuevo Testamento, haciendo ver que en algunas partes del Nuevo Testamento

el escritor es consciente de que hay un problema en las relaciones

del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y haremos ver que el cuarto

Evangelio encierra intentos de querer dar una solución al problema.


 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

EZEQUIEL JOB
01/05/2015
05:22 h
1
 
En el antiguo y nuevo testamento nunca muestran que Dios son tres, siempre han dicho que Dios es UNO (1Cor8:6)(Deu6:4)(Gal3:20)(Jud1:25). Dios es el Espíritu Santo (Jn4:24). El Señor Jesús es el Espíritu Santo (2Cor3:17). El Señor Jesús es Dios (1Jn5:20)(Tito2:13)(Heb1:8)(Rom9:5). Entonces Dios, Jesús y el Espíritu Santo es una sola y la misma persona que se presentan en forma independiente, porque para Dios no hay nada imposible (Lc18:27).No hay un solo versículo que diga que son TRES PERSONAS
 



 
 
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