¿Qué buscaba Don Quijote en Barcelona? ¿Con qué propósito desvió Cervantes a su criatura de otros caminos y lo condujo hasta la capital de Cataluña?
Quienes siguen estos artículos saben que estoy escribiendo con textos de la segunda parte de EL QUIJOTE, que vio la luz hace ahora exactamente 400 años. El mundo de Cervantes está honrando en diversas partes del mundo este cuarto centenario, que abarca de 1615 al 2015.
Ya tenemos a Don Quijote en Barcelona. Nada menos que en la grande y florida ciudad condal de Barcelona, sentada a la orilla de un mar en calma, como cantó Francisco Pi y Margall, cuya belleza aumentan los dos ríos que la cruzan, con un cielo alegre y puro por techo.
Barcelona, ciudad exuberante y cosmopolita, capital de cultura y de civilización, antes llamada Barzino, luego Barzinova “y agora decimos Barcelona” (Covarrubias).
José María Micó ha publicado un pequeño libro titulado DON QUIJOTE EN BARCELONA. Micó escribe una breve introducción y acto seguido reimprime los seis capítulos del Quijote que tratan de la estancia del hidalgo en Barcelona, desde el LXI al LXVI. Para Micó, “los capítulos barceloneses de la obra forman un pequeño Quijote en el que entran en danza muchas de las parejas principales de la trama: acción y contemplación, justicia y trasgresión, armas y letras, burlas y veras, castigo y perdón, ficción y realidad, vida y lectura, amor y muerte. Barcelona –añade José María Micó- era un destino ineludible, una suerte de finisterre narrativo y simbólico al que Don Quijote no acude sólo por despecho, sino por necesidad y por vocación, es decir, porque siente su llamado”.
¿Qué buscaba Don Quijote en Barcelona? ¿Con qué propósito desvió Cervantes a su criatura de otros caminos y lo condujo hasta la capital de Cataluña? ¿Fue el ya mencionado incidente de Avellaneda o hubo otros motivos? El filósofo e historiador Eugenio Trías ensaya una hipótesis: “Es en territorio catalán, y en particular en Barcelona, donde esa gran mutación del género de la novela sobreviene. A raíz de la derrota de Don Quijote en el combate con el Caballero de la Blanca Luna, se produce ese tránsito de la gran comedia a la tragedia”.
En la primera parte del Quijote se suceden las aventuras, desilusiones y desencantos, la fiereza y el brío del caballero. Don Quijote vuelve a su pueblo vencido, mas no convencido.
Con todo, es menester que el héroe sea vencido, que no vuelva a levantar la cabeza altiva. Para ello Cervantes elige Barcelona. La alegría que en ella reina es el mejor fondo para la batalla final. Aquí puso Cervantes lo mejor de su corazón. Las cosas que ocurrieron a Don Quijote en Barcelona merecen ser leídas y contadas.
Tratemos la historia desde el principio.
A punto de entrar Don Quijote y Sancho a Barcelona sale a recibirles un grupo de hombres, amigos de Roque Guinart, a quienes éste había dado aviso de su llegada. Parecían todos presididos por Antonio Moreno, que será personaje esencial en el capítulo siguiente de la novela. Era Moreno un burgués rico y urbano, modesto y afable, pero muy amigo de burlas, socarrón, carnavalesco y cuchufletero.
Todos los de la comitiva “llegaron corriendo, con grita y algaraza…Adonde Don Quijote suspenso estaba”. Fue Antonio Moreno quien hizo de portavoz. Muy en su papel de imaginar cosas verdaderas para gozarse de las burlas, dijo en voz alta a Don Quijote: “Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso Don Quijote de la Mancha”.
Esta segunda parte del Quijote que registra las andanzas del hidalgo en Barcelona vio la luz en 1615. Un año antes, 1614, apareció publicado en Tarragona el Quijote apócrifo firmado por Alfonso Fernández de Avellaneda, de quien ya di cuenta al escribir sobre las andanzas de Don Quijote por tierras de Aragón. Por lo que se desprende del discurso de Antonio Moreno, éste y sus amigos debían conocer ya la falsa novela, pues el burlador, con intención de penetrar en el halago a Don Quijote, establece la diferencia: “Digo el valeroso Don Quijote de La Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias que estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores”.
Don Quijote, inefable en su grandeza, ejemplo de moralidad, alma robusta, como lo vio Ortega, es incapaz de percibir el engaño y la burla. Lo cree todo. “Volviéndose a Sancho, dijo: Estos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído nuestra historia y aún la del aragonés recién impresa”. (Segunda parte, capítulo LXI).
¡Santa y bendita credulidad! Es hombre bueno aquél que no cree malo a nadie. Aunque cuanto más se apetece que una opinión sea cierta, caso de Don Quijote, con más facilidad se cree.
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