El gran milagro de TWOD es revisitar los ochenta y hacer que suenen pertinentes y sobre todo que la visita no te nuble la vista.
Antes de nada, conviene aclarar que el título de mejor album del 2014 se lo concede servidor a Lost in the dream de The war on drugs.
Lo hace también la revista Spin, mientras que The Guardian y Mojo lo sitúan en un 2º puesto y lo relegan al 3º Pitchfork y New Musical Express. No está nada mal, amigo Granduciel. Adam Granduciel (Dover, Massachussets, 1979), es el alma mater de este grupo con nombre tan rockero. De hecho, Granduciel confiesa que lo escogió tras oír la frase al azar porque le molaba la palabra “drugs” en el nombre de una banda de rock. Aclara el líder de “La guerra a las drogas” que no tiene nada en contra de ellas y, al contrario, le gustaba la idea de que se acortase el nombre. ¿Vamos a ver a “los Drugs”? o ¿has oído lo último de “los Drugs?”.
Granduciel estuvo con Kurt Vile en Kurt Vile & The Violators (desconocemos si opina lo mismo respecto a “the Violators” y casi lo preferimos así). Posteriormente Vile formaría parte de “los Drugs”. El encuentro se produjo en Philadelphia, donde comenzaron a componer y tocar música juntos. Granduciel, dice Vile, compartía su obsesión por Bob Dylan.
Tras autoproducirse un EP en 2007, Barrel of batteries, en 2008 publicaron Wagonwheel blues. El disco fue producido por Granduciel, Vile y Jeff Zeigler. Tras un tour por Europa, Vile dejó la banda para continuar su propia carrera musical. Granduciel siguió formando parte de “The Violators”. La prensa musical se sintió estafada por semejantes muestras de camaradería, aunque se lo callaron, por supuesto.
Desde el principio, a The war on drugs (TWOD) se le relacionó con Springsteen, Dylan, The Waterboys, Marah. Su casa de discos seguro se mostró encantada, sobre todo en lo concerniente a los dos primeros.
Puede rastrearse al Dylan de “Series of dreams” en el disco de debut y, sobre todo, su voz nasal, mientras que el tintineo de las guitarras parece rescatado de las sesiones de Blonde on Blonde. Como en el fantástico doble disco del de Duluth, la música que chorrean guitarras, armónica y órgano suena perfectamente empastada. Sin embargo, casi todos los rastros que podemos hallar en la música de TWOD proceden de los 80. Esto es salvajemente paradójico, pues en 2015 no se podría esperar que un grupo de rock saliese adelante con semejante referencia temporal en las alforjas.
Algo tienen que tener entonces estos muchachos, se dice uno con igual perspicacia que quien encuentra una colilla y aventura que alguien ha fumado allí.
En Future Weather, EP de 2010, las capas de sonido copan el album y el perfeccionismo de Granduciel pule unas melodías ensambladas para que su voz, viniendo desde atrás, funcione como un intrumento más en la mezcla. Un detalle a tener en cuenta es la producción a cargo de Granduciel, aunque Zeigler vuelve a andar por el medio. El líder de la banda parece dar muestras de padecer un TOC, por lo menos si tenemos en cuenta la arquitectura sonora del artefacto que entrega, deudora de un perfeccionismo casi patológico.
Este trabajo va a hacer que relacione al grupo con Dire Straits también, como si estuviesen coleccionando referencias más o menos ilustres. El Springsteen ochentero asoma en varios de cortes. Y a veces incluso cree uno atisbar la nariz de Tom Petty.
Hasta 2011 no aparece una nueva entrega de “Los trabajos de Hércules & Granduciel”. Se trata del segundo largo, Slave ambient, esta vez ya sin Kurt Vile. Nuestro emancipado druida renueva su devoción por las marmitas sonoras en las que cocinar una canción a base de superponer una envoltura tras otra de artificios musicales. El resultado final es, otra vez, una obra con vocación de himnario a pesar de la casi total ausencia de estribillos que corear. Granduciel confesó que había estado persiguiendo un sonido, para lo que era capaz de remezclar decenas de veces el mismo tema.
En Lost in the dream (2014) cuajó todo lo que Adam Granduciel había estado proponiendo, siete años después de la primera entrega.
Jeff Zeigler aparece acreditado como productor adicional, ingeniero de sonido y pre-mezclador. Lo que viene siendo “pinche de cocina”. Pero el chef es un Granduciel en lo estado dulce. Su voz suena más Dylan que nunca y a la vez más suya que nunca. Sigue saliendo por detrás del acostumbrado entramado de efectos, pero esta vez con más firmeza y seguridad, como si su dueño estuviese al tanto de lo que estaba facturando.
“Under the pressure” arranca el disco con aires marcianos para enseguida dar paso al teclado y a una caja de ritmos años 80. El timbre vocal de G. es acariciador, como siempre, vital, como siempre y las palabras son arrastradas al más puro estilo del señor Zimmerman. Esta canción que trata sobre la ansiedad te hace sentir la tensión, que genera tras un comienzo plácido. Granduciel no atravesaba buenos momentos mientras componía este disco, algo difícil de deducir cuando suena “Red eyes”, un tema que sabe al “I'm on fire” de Springsteen. Por si acaso, un brusco riff corta, acompañado de un gritito, el contoneo sónico y las cuerdas sintéticas acompañadas por un saxo barítono actúan de salsa de este manjar. Granduciel no es un cocinitas cualquiera: quiere ganarse los cinco tenedores.
“Suffering” aparece a un ritmo muy lento y su voz suena triste, las guitarras se quejan lentamente y el sentimiento que se genera no es que te conduzca a quitarte la vida, pero no te la va a hacer más fácil. Una vez más, es la perfección de la estructura sonora la luz que debes seguir.
En “An ocean in between the waves” te vas abrasando poco a poco, como si ahora tocase preparar churrasco. Este hombre empieza casi a aburrir con tanto entramado musical al servicio de su voz, que se engarza en él como un instrumento más. Pero te quedas a oir y terminas enganchado como un bobo. Y entonces G. suelta otro gritito y desparrama la música hasta que se apaga bruscamente y te sobresaltas y te preguntas: ¿dónde estoy?.
Luego empieza “Dissappearing”, que es Tears for Fears en vena. ¿Y qué es lo que pasa?: que te reconcilias con Tears for Fears, ¡quién lo iba a decir!.
Lost in the dream ha sido calificado de “dad rock” o AOR, y tiene trazas, pero la elaboración de Granduciel es artesanal: tiene su sello particular, su ADN. No es un producto de cierta coyuntura sino el resultado de una evolución. Y los colchones de guitarras y el lecho de sintetizadores están ahí para que te eches un rato más que para venderte nada.
El gran milagro de TWOD es revisitar los ochenta y hacer que suenen pertinentes y sobre todo que la visita no te nuble la vista. Prosigamos con el disco, tras el empacho de siglas.
La pieza central es “Eyes to the wind”, nuevo himno de la banda. Ahí es donde Lost in the dream se mueve desde su aparente confusión hacia la resolución de la misma. Granduciel debería abonarle royalties a Zimmerman por la forma en que canta en este tema. Es tan escandaloso como mágico. Y ves al hombre entregado al máximo, dejando en la grabación un ligero “all right” al terminar un párrafo... ¡ay, Granduciel!, tanto trabajiño y resulta que por fin lo has conseguido.
“The haunting idle” es el corte más breve del album, un instrumental que funciona de sorbete de limón para ayudar a la digestión. “Burning” envuelve en placidez el típico lamento post-ruptura amorosa. Una armónica tratada le sienta como un guante al último tramo de la canción.
El título que da nombre al album echa a andar despacio, con sintetizador o lo que sea, y con más capas que el peinado de una choni un día de boda. G. casi recita la letra. “El amor es la clave de las cosas que vemos” repite en un tono de gran profundidad existencial, en otro texto en el que predominan las generalizaciones. Entre la cacharrería que se oye uno puede rastrear, sobre todo si consulta los créditos, el wurtlizer y la leslie guitar que, como todo el mundo que tiene a su alcance google sabe, se refieren a un piano eléctrico y a una guitarra por el nombre de sus respectivos fabricantes. A esto se le llama culturizarse ( término que no admite la RAE, por cierto).
La cosa termina con “In reverse”. Se oye algo parecido a las olas del mar y nuevamente G. en modo locución. Sabes que algo va a pasar, aguardas el momento. Entrada de percusión, G. empieza a cantar. Suena una pandereta. Es todo tan perfecto que lo mandarías a Eurovisión, para que le diesen un quinto puesto o así. Si alguien se ha comido alguna vez una paella donde cada uno de sus miles de ingredientes no desentona sino que contribuyen al sabor del conjunto... que le aproveche. Ya me han entendido.
A los 13 segundos del minuto 5 surge de ninguna parte un riff de acústica que ilumina el conjunto.
Qué bonito, madre mía.
El quid de la cuestión en este album, para terminar de un modo grandielocuente, radica en que la belleza de las canciones se revela gradualmente y uno es conducido de un modo tranquilo hacia ella. Casi sin darte cuenta, te han llevado al claro de un bosque donde aprecias una hermosura que ha surgido sin estridencias. ¿Hacia dónde se moverán Granduciel y sus muchachos después de este logro? ¿Se quedarán a ordeñar la vaca?.... Dire Straits lo hicieron...
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