El guión, escrito a seis manos, no da tregua al espectador que desde el primer momento se ve arrastrado a una auténtica montaña rusa de sensaciones, siendo éste mi principal problema con “Birdman”.
Participé en el año 1998 en un encuentro con el galardonado con el premio Cervantes de ese mismo año, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. El encuentro consistía en tomar un mojito en su compañía y acto seguido asistir a 24 horas de proyección de cine clásico que él mismo había seleccionado (aprovecho para recomendar sus obras “Cine o Sardina” y “Un oficio del siglo XX”). Yo solo me permití permanecer sentado las 8 primeras horas, y aun recuerdo como si fuera ayer mismo el impacto que supuso para mí ver esas cuatro obras maestras, en nítido blanco y negro y en pantalla grande; que por orden fueron: “Ciudadano Kane”, “Frankenstein”, “Perdición” y “La novia de Frankenstein”.
Pero lo que cambió para siempre mi perspectiva al acercarme al cine desde aquel día, fue la presentación que el propio Cabrera Infante hizo de las mismas como bloque. Siendo obras tan diferentes entre sí (excepto el díptico de “Frankenstein”, ambas de James Whale y que funcionan como continuación) tienen algo en común y es su capacidad para abordar aspectos de la condición humana. Desde entonces no puedo evitar el considerar el análisis de los aspectos que conforman al hombre y su plasmación en pantalla de una manera tanto explícita como implícita, pero internamente, un género propio (las hay que lo hacen también de manera indirecta, por ejemplo al convertirse en un fenómeno social, pero en este caso el análisis es externo a la propia película).
De la última ceremonia de entrega de los Oscars ha salido vencedora “Birdman (la inesperada virtud de la ignorancia)”, de Alejandro González Iñarritu, cineasta que necesitaba retomar el vuelo, volver a gustar a la crítica y al público y lo ha logrado, provocando un entusiasmo generalizado, pero que yo no comparto. Y no es porque no encuentre virtudes, que las tiene y en exceso. Todos los aspectos técnicos y creativos apabullan. Para lograr ese efecto que ha ayudado tanto a vender la película, la sensación de estar asistiendo a un único (y falso) plano secuencia, todo debía de estar completamente medido, sin margen de error y tanto Gonzalez Iñarritu como todo el equipo de la película lo logran. Él tras la cámara consigue un pulso vibrante, apoyado en la arriesgada y conceptual banda sonora (un solo de batería espléndido y poderoso en matices), la fotografía de Lubezki es portentosa y aporta aún más tensión con la complicidad de todo el elenco actoral, perfecto.
El guión, escrito a seis manos, no da tregua al espectador que desde el primer momento se ve arrastrado a una auténtica montaña rusa de sensaciones, siendo éste mi principal problema con “Birdman”. Porque durante la proyección, una vez uno se sitúa y se deja llevar por las subidas y bajadas, por las curvas, no dejaba de preguntarme al servicio de qué se empleaba tanta virtud.
Los responsables de “Birdman” consiguen convertir su propuesta en una experiencia predominantemente sensorial. Y conscientes de estar provocando con el instrumento audiovisual el estado de ánimo adecuado al espectador es cuando acuden a ese cajón de sastre que frecuentemente es la “condición humana” (género del que quiere formar parte) y van extrayendo de él material para justificar la proeza. Y no al revés, como debería haber sido, porque la intención del director era abordar lo efímero que resulta el reconocimiento y los conflictos del “ego” que surgen a raíz de esto y mi sensación es que su pretensión acaba ahogando la esencia de la película.
“Birdman” será recordada por cómo ha sido rodada y no por lo que cuenta, por el ruido más que por la reflexión. En un año cinematográfico en el que hemos asistido a sutilezas como “Boyhood” o la gran ausente en las candidaturas a mejor película (de habla inglesa, por supuesto): “Foxcatcher”.
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