Me propongo publicar algunos artículos tomando como guía sólo la segunda parte de la novela, cuando el inmortal caballero Don Quijote cruza tierras de Castilla y Aragón camino de Barcelona acompañado por su fiel escudero Sancho.
La primera parte de Don Quijote de la Mancha, la más fiable, aparece en 1605. La segunda parte, en 1615, unos cinco meses antes de la muerte de Cervantes. Estamos, pues, ante el cuarto centenario de la edición definitiva del mejor libro del mundo, después de la Biblia. Con este motivo me propongo publicar algunos artículos tomando como guía sólo la segunda parte de la novela, cuando el inmortal caballero Don Quijote cruza tierras de Castilla y Aragón camino de Barcelona acompañado por su fiel escudero Sancho.
Antes, unas precisiones.
La vida de Don Quijote se inicia con una aproximación a su biografía. Alto de estatura, delgado de cuerpo, en edad de unos cincuenta años. Gasta sus menguadas rentas en comprar libros de caballería que lee “de claro en claro y de turbio en turbio”. “Del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”. Imbuido con el ideal de justicia y equidad de la caballería medieval sale de su aldea una calurosa mañana de julio, sin que nadie se de cuenta, y a lomo de Rocinante se echa por los caminos con la intención de “agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, abusos que mejorar y deudas que satisfacer”.
Su ausencia de la aldea había producido la natural intranquilidad. Después de haber sido apaleado por un mozo de mulas, un labrador vecino suyo, Pedro Alonso, lo recoge y lo lleva al lugar de donde partió.
Así concluye la primera salida de Don Quijote.
Pero escapa de nuevo. ¿Hay cadenas para amarrar la voluntad? ¿Hay contratiempos que maten los sueños? ¿Hay océanos donde se hundan los ideales?
Quince días estuvo Don Quijote en casa muy sosegado. Transcurridos los cuales “dio órdenes de buscar dineros, y, vendiendo una cosa y empeñando otra, malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad”. Quiere volver al camino.
Al perder los “más de cien cuerpos de libros grandes” en la hoguera encendida por el cura, el bachiller Sansón Carrasco, el ama y la sobrina, Don Quijote se ha quedado sin vida en la casa.
¿Por qué han de arrebatarnos lo que más nos gusta? ¿Por qué no nos dejan a solas con nuestra locura? ¿Qué intereses mueven al querer enderezar nuestras vidas? Si sus caminos no son nuestros caminos, ¿por qué no nos dejan transitar en paz por la senda elegida?
Para su segunda salida Don Quijote busca un escudero. La elección –no tenía mucho donde elegir- recae en un labrador vecino suyo llamado Sancho Panza “que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería”. Era Sancho “hombre de bien, pero con muy poca sal en la mollera… Tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero”.
Y así, “sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni Don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en lo cual caminaron tanto, que al amanecer tuvieron por seguro de que no los hallarían aunque los buscasen”.
Esta segunda salida de don Quijote ocupa cuarenta y cinco capítulos de la fábula, desde el VI al LII, donde se pone fin a la primera parte.
La locura de Don Quijote, si locura fue aquella manera del vivir humano, le lleva a protagonizar aventuras tristes, desmayadas, dolientes. Aventuras que despiertan en nosotros una emoción que llega hasta las lágrimas. Porque en todas esas aventuras del caballero hay una primación de los ideales sobre las ideas. Su ideal es Dulcinea; su misión en la tierra, el desencanto de la amada. El ideal que llena su inteligencia y su voluntad. En pos de ese ideal Don Quijote se deshace más que se hace.
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