La película, pura poesía, se adentra en detalles que permiten vivir cómo la invidente Marie se relaciona con el mundo a través de sus dedos y su olfato. en forma de pequeños milagros diarios.
Podría, y debería, escribir un artículo sobre Marie Heurtin con apenas siete palabras: fe, perseverancia, educatividad / educabilidad, amor, vida, muerte.
A partir de esta segunda línea entorpezco la fuerza que tienen, pero quizá vale la pena detallar un poco más de quién hablamos. No se crean, que hasta hace una semana este nombre no formaba parte de mi imaginario personal, pero ahora está incrustado en él, indeleble, reforzado.
En el pequeño, y delicioso, cine de un pequeño, y delicioso, pueblo del Gers francés (L'Isle-Jourdain) acostumbramos a descubrir películas que, de paso, permiten apoyar un bizarro y paupérrimo (no) dominio del idioma. Y hace unos días allí estaba ella, en forma de título de película, Marie Heurtin, la historia real de una chica sorda y ciega a finales del siglo XIX.
Quizá por la doble deformación profesional (sí, bideformación), el tema me interesó de inmediato y ganó la pugna con una peli de guerra de Brad Pitt (ojo, que tampoco hacía mala pinta).
Marie nació en 1885 en una família en la que cinco de los nueve hijos eran sordos o sordociegos. Pasó una década en casa, sin apenas recibir ningún tipo de educación más allá del afecto de sus padres en mitad de la Bretaña francesa. Por uno de aquellos milagros de la Historia (en mayúscula), la historia (en minúscula, aunque también merecería un tratamiento capital) de Marie traspasó las fronteras de una época y una zona remotas gracias al trabajo de la periodista Yvonne Pitrois (1880-1937), personaje relativamente poco conocido.
Pitrois, de pequeña, sufrió una enfermedad que la dejó sorda y con poca visión, aunque la recuperó del todo y decidió dedicarse al mundo de los sordos. Consciente (¡imaginen además la época!) de las dificultades de comunicación y los problemas de aislamiento creó una revista en 1912 (y que se publicó hasta que murió) bajo el significativo nombre de La Petite Silencieuse (La pequeña silenciosa) y con el también revelador sub-título de Mensajero ilustrado de sordomudos y de sordos parlantes. El trabajo de Pitrois, de hecho, complementó el de un profesor de la Universidad de Poitiers, Louis Arnold, que en el año 1900 publicó el libro Une âme en prison (Un alma encarcelada) acerca de la misma Marie.
Pero volvamos a la historia de nuestra protagonista (1885-1921): en la película la presentan como una joven de 14 años (tenía cuatro menos cuando pasó en realidad), incapaz de comunicarse con el mundo y que sólo encuentra consuelo en los brazos de su padre y en una vieja navaja que se convierte casi en un fetiche para ella.
Un médico aconseja a la família que Marie debe ir a un centro psiquiátrico, ya que considera que su capacidad intelectual es muy limitada. Pero nada más lejos de la realidad (recuerden, educatividad-educabilidad). El padre, tozudo él, lleva a su hija al instituto Larnay, cerca de Poitiers, donde un grupo de monjas cuidan a niñas sordas. A pesar de esa vocación, la misma madre superiora rechaza en un primer momento hacerse cargo de Marie, que se muestra muy agresiva con cualquier persona que se le acerca.
Pero insisto, educatividad-educabilidad, y allí es donde aparece una de las monjas, la hermana Marguerite, que decide hacerse cargo de la joven a pesar de estar afectada de una grave enfermedad pulmonar que le impide hacer esfuerzos excesivos. A pesar de todo, la hermana dedicó diez años (!) a educar a Marie, que pasó de ser considerada casi como una heredera del pequeño salvaje de L'Aveyron (vean, por favor, la película de Truffaut y lean, también lo pido educadamente, el libro de TC Boyle) a alguien con una capacidad que le permite aprender la relación entre objetos y signos (ojo al relato de cómo avanza en este capítulo en la película, narrado con tensión, savoir faire, emoción y hasta sentido del humor), el alfabeto del lenguaje de signos (con una técnica más compleja de lo habitual, ya que debe detectarlos a través del tacto), el alfabeto Braille y hasta la posibilidad de detallar conceptos más abstractos.
Uno de estos, sobre el que Marie pregunta, es Dios, del que recela por el hecho de no poderlo tocar u oler, los dos sentidos que dan forma a su relación con el mundo; en un precioso ejercicio de explicación del Evangelio (gran escena), la hermana Marguerite usa signos para hablar a Marie de la omnipresencia de Dios y del hecho de que se encuentra incluso en su interior.
Piensen que el concepto de Necesidades Educativas Especiales (NEE) no se usa hasta la década de ¡los 70!, con el siglo XX ya madurito, y que no se empezaron a implementar hasta años más tarde. O sea, cuatro días.
La hermana Marguerite, pues, es una heroina, una visionaria, una avanzada, una valiente, capaz de tener en cuenta el potencial de su protegida, de creer que la educación, a menudo, no es una cuestión de capacidad y sí de oportunidad.
Sin querer sonar ñoño, la película es pura poesía, adentrándose en detalles que nos permiten apreciar como Marie se relaciona con el mundo a través de sus dedos, del tacto de su piel y de su olfato. Por más manuales de educación especial que lleguen a leer, el crujir de las hojas de un árbol, el calor de un tazón de sopa o el juego en el que se puede transformar un riachuelo con agua para salpicar son algunos de los milagros diarios que vive Marie. Y no entremos, por favor, en imágenes de oscuridad, de aislamiento, de miedos. Que existen, sí, pero para eso Dios puso en este mundo a hermanas Marguerite y nos dotó de varios sentidos para compensar.
Que no, que la falta de un sentido no se puede menospreciar. Que sí, que puede ser una tragedia, pero la película insiste en cómo suplir, en como añadir, en como dar apoyos específicos, en cómo mejorar un desarrollo personal, en cómo ser dinámicos, en cómo tener en cuenta las necesidades de cada persona. Y eso, amigos, eso es educar, es dar herramientas para vivir mejor.
Se calcula que en España hay entre 4.000 y 6.000 personas sordociegas, aunque la ONCE no cuenta con más de un millar afiliadas, por lo que son cálculos muy aproximados. Pero más allá de la cifra, tengamos en cuenta que existe esa peculiar realidad, esas Maries que pueden, y deben, tener acceso a una educación y una vida dignas.
Suena a panfleto barato, lo sé, pero el propio director de la película, Jean Pierre Améris, contó en una reciente visita a la Semana Internacional de Cine (Seminci) de Valladolid que quiso "rescatar del olvido" una historia acontecida hace más de un siglo, pero que también quiso recordar que todavía hoy hay niños sordociegos que acuden al mismo instituto en el que aprendió la lengua de signos Marie Heurtin.
"Quiero sacar del olvido una historia que habla de los seres humanos, de la superación y de la capacidad de ayudar a otros", apuntó el realizador galo, quien también expresó que no es sólo un relato sobre el aprendizaje sino de "la transmisión y el intercambio" entre las dos protagonistas. En su octavo largometraje, Améris apostó por lanzar un mensaje para reivindicar "las diferencias entre las personas" (sin ellas, el mundo sería muy aburrido) y denunciar que todavía hay colectivos que "la sociedad deja a los lados".
Para el papel de la religiosa, el director siempre pensó en la actriz Isabelle Carré (con una larga experiencia en el cine francés), sin embargo, a la joven que interpreta a Marie Heurtin (una excpecional Ana Rivoire) la encontró en uno de los institutos para personas sordas que visitó y ni siquiera se había presentado a las pruebas de selección.
Rivoire es puro cine, expresiva, con capacidad para actuar y ser creíble, todo un descubrimiento. Con ella, Améris narra una historia distinta a lo que suele pasar en algunas otras cintas que intentan hablar sobre la discapacidad; Marie Heurtin es una historia positiva, de un éxito, de un logro de la comunicación. Quizá no la encuentren en esos multisalas de blockbusters que rodean de forma clónica nuestras ciudades, pero investiguen en internet o en pequeñas salas que, todavía, cumplen función de filmoteca o de emisión de films más minoritarios. Busquen, busquen.
Entrevista con Ariana Rivoire. (En francés, pero sirve para ver cómo se expresa en lenguaje de signos)
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