En la música del londinense hay una desmadejada pero firme intención de anunciar la liberación en Cristo que la humanidad necesita.
Corría el año 1972. En su vivienda del norte de Londres, la ciudad donde había nacido, el pianista, cantante y compositor Bill Fay trasegaba té y melancolía. Había sido abandonado por su casa de discos tras el escaso éxito comercial de sus dos primeros trabajos. Tenía por delante largos años de grabaciones caseras hasta la edición de su siguiente disco de canciones originales, cuarenta nada menos. Mientras, se vería obligado a ir de un empleo a otro: jardinero, operario de una empresa de limpieza, jornalero de campañas de recogida fruta, reponedor de la sección de pescadería en Selfridges; trabajó también en un almacén y en una fábrica. Nada que ver con sus estudios de electrónica. Mientras los cursaba, en la universidad de Bangor (norte de Gales), comenzó a escribir canciones en su tiempo libre. La típica historia de una vocación a flor de piel que tiene que luchar por abrirse paso.
De vuelta a Londres, Bill dio con un músico del vecindario que tocaba el bajo en una banda local. Le mostró una demo de una de sus canciones, interpretada por un grupo de Bangor durante su estancia allí. El grupo del bajista incorporó el tema a su repertorio. Esto le puso en contacto con John Boden, propietario de un estudio de grabación móvil que transportaba en la parte trasera de una furgoneta. Boden ofreció a Fay su estudio y así este grabó cierto número de canciones. La esposa de Boden enseñó las canciones de Fay a su hermano, John Baker, que era manager de Unit Four Plus Two, una banda de pop con contrato en Decca Records. El asunto terminó con Fay, la mitad de los músicos de UFPT y otros del grupo The Roulettes, tocando en un local para que Boden hiciese uso de su baqueteado estudio móvil.
Las maquetas permanecieron en los estantes de la oficina de Baker durante un tiempo, porque estaba claro desde el principio que la espera era el sino de Bill Fay. Hasta que Terry Noon, antiguo batería de Them, las oyó por casualidad. Igual que podía no haberlas oído nunca. Noon era el manager de Honeybus, uno de los muchos grupos de pop que pululaban por Londres entonces, a quienes había conseguido un contrato con Deram un subsello de Decca.
Decca había alcanzado la fama: 1-por haber rechazado a los Beatles 2-por haber firmado a los Stones, para evitar meter la pata dos veces. Se ofreció para representar al pianista, así como para conseguirle un contrato. Efectivamente, las demos convencieron a Decca y Fay firmó un contrato con Deram para publicar su primer single. Some Good Advice / Screams in the Ears fueron las canciones. La primera tenía una letra un tanto surrealista, al estilo de las de los Beatles o las de Syd Barrett en The pipers at the gates of dawn. La segunda mostraba la aversión de Fay por las reuniones sociales en clave de disparate.
El escaso éxito del single llevó a su autor de nuevo de trabajo en trabajo, mientras seguía componiendo y grabando con sus colegas. En 1970 Decca probó con Fay una de sus maravillosas ideas para promocionar músicos desconocidos. Se trataba de la puesta en marcha de un nuevo sello, Nova, cuyos vinilos se venderían un poco más baratos para animar a los compradores a probar con artistas desconocidos. Así, en un solo día, grabó Bill Fay su primer elepé.
Frecuentemente adjetivado como sobreorquestado, este disco aún divide al público entre quienes lo consideran tan sobreproducido que no vale la pena escucharlo y los que, por el contrario, celebran la grandiosidad con que se envuelven unas maravillosas canciones y unas letras infectadas de melancolía. Aún escogiendo un término medio, habría que detenerse un momento para calificar de rematadamente sordos a los primeros. ¿Cómo es posible no vibrar con la maravillosa Garden song que abre el disco?.
The sun is bored es una canción misteriosa sobre algo que recuerda al apocalipsis. “Y el sol desciende para nunca levantarse, se estaba aburriendo de los mismos viejos rostros” ; “y la luna está orando/quiere marcharse/a algún otro lugar/cualquier lugar”.
Fay se muestra desencantado con la manera en que el hombre moderno ha construido su vida y opta por refugiarse en la naturaleza. Pero a esta también la muestra insatisfecha, deseosa de librarse de su actual situación. Con todo, Fay persevera en la esperanza y anima al oyente a imitarle: “no estés tan nervioso/no seas tan frágil” aconseja en Be not so fearful y después “Alguien te cuida, no fracasarás”. Este tema sería crucial para mantener a su autor presente en la escena musical de la mano de Jeff Tweedy, líder de Wilco, que incluyó una versión de esta canción en sus directos y aparece ensayándola a la guitarrra en el documental I am trying to break your heart sobre las peripecias de la banda.
We want you to stay es otra atractiva y misteriosa letra sobre alguien que se aburre atrapado en la rutina social y siente la presión para permanecer donde todos. Sale a preguntar a un viajero hacia donde se dirige y este le da el nombre del siguiente pueblo y del siguiente a este. El narrador vuelve con los demás, comprendiendo que no hay escapatoria.
En general, la visión de Fay es la de alguien a quien no le satisfacen “los juegos que queremos que tú juegues”. Más bien, lo suyo es dejar que el balón pase por su lado sin inmutarse. He aquí alguien, otro más, incapaz de cumplir con las expectativas sociales.
En 1971, también con Decca, Fay publica Time of the last persecution (“El tiempo de la última persecución”: una nueva nota apocalípticaen ya en el título).
La foto de la portada, tomada el día de la grabación, nos muestra a un Bill Fay con barba descuidada y aspecto de bohemio, envuelto en un aura de soledad. Pero lo que hay dentro es un diamante en bruto.
El elocuente folk-pop de su primer trabajo, inspirado en Dylan y Cohen, con canciones que se asientan en su sencilla y sincera fe se ha trasmutado en algo muy diferente, más oscuro. En este album hay piano, electricidad, estridencia, hermosura, jazz... y el alma hecha jirones de su autor.
El disco comienza hablando del final: Omega day habla de un encuentro con un extraño visionario que le advierte de que arregle su “cuerda de escalar” rota porque el día Omega ha llegado y no puede arriesgarse a no estar despierto. Esto remite a Mt 25: 1-13, la parábola de las vírgenes y otros textos bíblicos que advierten sobre la necesidad de velar ante la proximidad de los últimos tiempos. El Punto Omega, preexistente y transcendente, es el último estadío en la evolución espiritual humana, y hacia el que camina el Universo, el cual Dios atrae a Sí. Así lo expone en sus textos el jesuita frances Pierre Teilhard de Chardin, autor al que se acercó Fay durante esta época.
Eran centrales en el enfoque cristiano de Teilhard las ideas de gozo (una señal de la presencia de Dios) y de esperanza; este planteamiento está también muy presente en la obra de Bill Fay, que siempre remonta la realidad circundante por cruda que resulte.
Time of the last persecution está inspirado en el libro de Daniel y en Apocalipsis. Muestra cierto convencimiento por parte del autor de que está cerca el tiempo final, el retorno a tiempos más bíblicos. Y es un planteamiento no exento de terror (lo cual no deja de presentar cierta coherencia).
Es el tiempo post-Vietnam, el de las muertes en el festival de Altamont y de la masacre de la universidad de Kent (Ohio), a la que CSNY dedicaron una canción de gran popularidad (Ohio) y el propio Bill Fay el tema que da título a este segundo album.
De “No dejes que se mueran mis caléndulas” brota un lamento ecológico y entre la increíble y sencilla belleza de “Oigo que llamas” deja caer que “algunos dicen que viene el mesías”, en medio de otro lamento por el peaje de lo material: “todo mi tiempo está tirado en el suelo de la fábrica” (por aquel entonces Fay trabajaba realmente en una fábrica).
“Habitación llena de polvo” habla de la fugacidad de la vida humana. En “Hasta que el Cristo vuelva” Fay habla de un luz que se apaga, de niebla en la tierra y de las sombras cogiéndote de la mano. Pero también de conseguir vencer “como el aplauso en un zoo” cuando un animal se escapa. Y ese animal, dice Fay, es un león. Resulta evidente la simbología.
“La liberación está en el ojo” tiene una letra dylaniana en la que se dice que “Cristo está en el cuarto baño, mira en cualquier espejo de la pared” y “Satanás está en el jardín, le gustaría j. a todos vosotros”.
César es un personaje recurrente, usado como símbolo de los gobernantes impíos, los déspotas, arrogantes y engañadores. “Imágenes de Adolfo otra vez” recupera al villano (“¿Cristo o Hitler?, ¿Cristo o Vorster? (antiguo presidente sudafricano, defensor del apartheid), ¿Cristo o todos los césares otra vez?” en una canción con profética letra donde el retorno del rostro de Hitler a los periódicos y televisiones (representado en nuevas versiones del tirano) es como permitir que venga un anticristo a nuestras vidas. Fay expresa como la sociedad crea y habilita a sus propios gobernantes despóticos y que sólo el Hijo de Dios podrá terminar con la presencia de este tipo de figuras.
“Cuéntalo como es” es una delicada balada folk en la que Fay muestra una vez más su pericia como letrista de raza: “Que la paz sea en tu aliento y en tu suspiro... y que sea la paz en tu picnic dominical y con tus viejos amigos del colegio que han fallecido. Pero cuéntalo como es, cuéntalo como es.”
En “Plan D” la retórica se vuelve otra vez dylanesca y se habla de la puesta en marcha de un plan D para liberar a la naturaleza. Otro vez la Escatología. Un mensaje en el que se menciona al “dragón” y se interpela de esta guisa : “¿no es motivo de alabanza, haber nacido entre estos árboles?”.
“Es el tiempo del Anticristo” entona Fay en la canción que da título al album. En ella vuelve a insistir en la aparición de un aterrador césar. El amigo Bill vuelve a ser explícito: “y esperas a las naves aéreas y esperas a la señal como de sonido de trompeta y sales afuera y caminas hacia Cristo/y sales afuera y caminas hacia Cristo”.
Este escenario se describe con profusión de ruidos, de guitarrazos y punteos poco delicados, aunque la pieza la remata un plácido piano, reflejo del final que aguarda el autor.
“Vendrá un día en el que las naciones no prevalecerán”. Practicamente eso es todo lo que dice en “Llega un día”. Otra vez cierra la pieza una locura guitarrera, un desvarío sónico que no desentonaría en composiciones que verán la luz en el rock de años posteriores.
“Que lo sepan todos los otros ositos de peluche” muestra a los seres humanos convertidos en eso, ositos de peluche de un armario que pronto explotará. Parece que se le acaban las metáforas. Fay sigue mostrando su esperanza “no llores, Teddy, porque hay alguien hacia quien volverse” pero tampoco oculta su agotamiento: “el único momento en que no estoy cansado es cuando estoy dormido”.
Es muy fuerte la necesidad que muestra Fay, durante todo el album, de liberación. Insistimos en el contexto socio-político: invasión de Camboya, tensiones políticas, se separan los Beatles y fallecen Joplin y Hendrix. Bill Fay pone su piano y sus versos al servicio de un testarudo mensaje de esperanza.
Hay una desmadejada pero firme intención de anunciar la liberación en Cristo que la humanidad necesita. El londinense libera un torrente de palabras y sonidos, que articula con melodías repetitivas y un trabajo vocal calmado e insistente.
Fay no debió sorprenderse de que su casa discográfica le diese la espalda. Tan evidente como la falta de éxito popular de sus dos primeras grabaciones lo era el hecho de que no estuviesen pensadas para obtenerlo. “En aquel momento alguien me dijo que la política de los sellos era lanzar tantas novedades como pudiesen, con la esperanza de que alguna alcanzase el éxito masivo”. Fay calcula haber vendido 2000 ejemplerares de este segundo disco cuando salió. Aunque siguió trabajando en sus canciones, su agente no consiguió otro contrato.
Era complicado salir adelante con aquellas letras y un envoltorio sonoro que no las convertía en algo tarareable, precisamente.
Los años pasaron y en 2004 un pequeño sello británico editó una colección de maquetas grabadas entre el '66 y el '70 con el título From the bottom of an old grandfather clock.
Hasta enero de 2005, 30 años después de haberlo grabado, no vio la luz Tomorrow, tomorrow, tomorrow, acreditado a Bill Fay Group. Fué publicado en la editora propiedad de David Tibet, Durtro/Jnana. Este Tibet es un músico peculiar con un apremiante interés por lo espiritual. Empezó sumergiéndose en la obra de Aleister Crowlwy, después se enfrascó en el budismo tibetano y desde los 90 se confiesa creyente en Cristo, en su resurrección, en el cielo y el infierno y en el Juicio. Su obra está marcada también por un fuerte sentido apocalíptico.
Las canciones del album proceden del período 78-81. Los textos continúan marcados por el componente espiritual y la obsesión con los últimos tiempos, aunque de un modo más abstracto. La música toma un sesgo experimental. Aparecen sintetizadores, la batería abandona el poderío rítmico de las entregas anteriores para unirse a las texturas suaves del conjunto. La estructura de las composiciones es más difusa, dúctil para las excursiones sonoras. Brian Eno/Wayne Coyne/ Robert Wyatt/Brian Wilson son algunos de los nombres que se nos pueden venir a la cabeza tras la escucha.
En 2010 se publica un recopilatorio Still some light, otra vez en una editorial distinta de la anterior. Un album doble que reúne material antiguo y obras domésticas más recientes. Fay nunca ha dejado de componer y grabar en casa, manteniendo en privado sus creaciones.
Al redescubrimiento de Fay ha contribuido el interés por su obra de músicos como el citado Tibet, Nick Cave, Jim O'Rourke o Jeff Tweedy. Este último había incorporado “Be not so fearful” a los directos de su banda y también O'Rourke versionó Pictures of Adolf again. Tweedy fue más allá y subió a Fay al escenario en 2007 y 2010 en sendas actuaciones en Londres, la primera con su grupo y la segunda durante una gira en solitario.
El regreso de Fay a los estudios (tercer disco tras 40 años) se consuma en 2012 en un acto revestido de cierta justicia poética. Joshua Henry, el jefe de Dead Oceans, la nueva discográfica, creció escuchando los vinilos de Bill Fay que tenía su padre y se había impuesto el objetivo de hacer grabar de nuevo a este músico espiritual, delicado y sensible, tan injustamente olvidado.
Para demostrar que no está en la música por la cuenta de resultados, Fay puso una condición antes de empezar a grabar: no recibir ni un céntimo de regalías o ganancias. Ha obligado a que el contrato estipule que todo el dinero vaya a “Médicos sin fronteras”.
Fay publica Life is people con 69 años, sin haber pisado un estudio desde los 80, en las sesiones del su postergado tercer elepé. El actual lo saca con la misma banda de acompañamiento. Sigue mostrándose incómodo como ciudadano de este mundo y se viste el traje de mensajero de un futuro de liberación procedente del Creador. Fay no sermonea ni evangeliza, sólo muestra. Su deseo es reflejar un estado de cosas y un camino de salida. Elabora un disco introspectivo y optimista donde, desde una base bíblica, expone su cosmovisión. Dedicado a “limpiar durante años los suelos y paredes de las fábricas” como indica en una de las canciones (This world), señala en otra que le basta constatar en los humildes espacios urbanos para la meditación (jardines, capillas, parques infantiles...) la “llegada constante de las almas a las costas de la eternidad” (The never ending happening). En otro tema indica que “cada batalla perdida es una oportunidad para triunfar”.
Las canciones de Bill Fay ofrecen posibilidades de redención en un mundo embriagado con sus propias promesas, junto con una serena alegría por el mero hecho de poder vivir esta vida.
En “Estáte en paz contigo mismo” se nos ofrece la mirada compasiva de Fay hacia sus semejantes, otro tema recurrente en su obra. “al final del día/nadie más/caminará con tus zapatos/de la forma en que lo haces tú”.
“El día de la sanación” es otra tema apocalíptico donde Fay canta con ternura que “encontraremos nuestro camino hacia donde los niños juegan el día de la sanación” y sigue “cuando todo se venga abajo, todos los palacios y los desfiles”.
Fay presta todo el candor de su voz también a “Jesus, etc”, una pieza de Jeff Tweedy que forma parte del grandioso Yankee Hotel Foxtrot que publicara en 2002 con Wilco.
“Ciudad de los sueños” habla de un barrendero. Fay explica que él es el barrendero que mira hacia el cielo y hacia la ciudad de los sueños a través de las nubes. Busca algo más real, busca un cambio.
Sobre “Concierto Cósmico (la vida es la gente)” Fay cuenta como solía ir de vacaciones con su padre cuando era niño. Acostumbraban a sentarse en cafeterías al lado del mar. Su padre se quedaba contemplando a la gente que pasaba. “La vida es la gente” le decía. Le emociona, dice Fay, tomar aquí el lugar de su padre.
Thank you Lord es una canción explícita desde su título: Fay da gracias a Dios por la tierra y el cielo, por su amor y por su Hijo y pide protección para las personas a las que ama. Así de sencillo y así de imponente. La tonada arranca con un solemne piano y la voz de Fay, luminosa como pocas veces, subrayando cada verso de esta oración, pues no es otra cosa la letra de esta canción. “Traficantes en cada esquina/intenta venderme una salida fácil/no voy a comprar ninguna”.
“Hay un valle” es la canción que abre el disco. Habla de un hombre al que crucificaron por decir que era el Hijo de Dios. Los 4 minutos y 16 segundos que dura, las 195 palabras que tiene la letra se sintetizan en la inolvidable manera en que Fay pronuncia “the Holy one” (“el Santo”) al final de la cuarta y quinta estrofa.
Bill Fay no planea volver al ciclo promocional de giras, presentaciones, exposición en los medios, etc. Dice que seguirá como siempre, trabajando en sus canciones en un rincón de su estudio. Se muestra conmovido por el hecho de que su música haya sido valorada cuando él ya no contemplaba esa posibilidad.
Una cosa queda clara escuchando la música de Bill Fay. Es una música que procede de alguien espiritual y con un sentido de la transcendencia; alguien que quiere ver más allá de lo que este decepcionante mundo propone. Alguien que firmaría aquellas palabras de Teilhard de Chardin como propias: “No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual. Somos seres espirituales que tienen una experiencia humana”.
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