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Una semana de terror

Los últimos siete días los he pasado viendo cine de terror sin parar (en mi tiempo libre, se entiende), y tomando una ingente cantidad de notas entre viajes a la cocina para preparar unas palomitas que estaban de muerte, nunca mejor dicho.

PREFERIRíA NO HACERLO AUTOR Daniel Jándula 16 DE OCTUBRE DE 2014 21:50 h
terror Imagen del cartel de El Pacto (2012)

Se acerca Halloween, y ya no hay nada que podamos hacer para evitar que los muchachos vayan incorporando esta tradición anglosajona; cada año se van incorporando pequeños avances destinados a clonar la celebración norteamericana (que no es la misma que en otros países) y, según mis cálculos, en 2014 o 2015 podemos empezar a ver a niños llamando a las casas en busca de chuches. He tomado precauciones por si acaso: mi familia y yo nos hemos mudado a una casa cuyo acceso solo es posible después de atravesar un tramo de escaleras con bonitas telarañas (naturales) en total oscuridad; también estoy enseñando a mi hijo a gruñir como una auténtica fiera, esconderse para dar sustos y lanzar objetos por las escaleras que acabo de mencionar.



Pero también es una época en la que uno aprovecha para ponerse las botas con cine (y series) de suspense, terror, gore, serie B y todos sus derivados. En principio, esta actividad no entraña el menor riesgo, y siempre saca a la luz determinados temas por los que la sociedad actual mantiene cierta fascinación o predilección.

De las series espero ocuparme en otra ocasión. Los últimos siete días los he pasado viendo cine de terror sin parar (en mi tiempo libre, se entiende), y tomando una ingente cantidad de notas entre viajes a la cocina para preparar unas palomitas que estaban de muerte, nunca mejor dicho. He intentado abarcar diferentes subcategorías, décadas y nacionalidades. Voy a comentar en este artículo cuatro que me han llamado la atención, del cine más reciente y no tan conocido. En su conjunto me han permitido constatar y formar algunas consideraciones sobre el estado de salud del género.



Las tendencias e intereses temáticos dentro del cine de terror cambian cada dos décadas. Tales cambios constituyen un buen reflejo de la época en que se producen (no olvidemos que el cine refleja al hombre, que nunca fue un arte religioso), por eso veo ese tipo de cine y me parece interesante analizarlo. Durante los años cincuenta del pasado siglo, se temía al comunismo, y la serie B reflejaba ese miedo en forma de visitantes de mundos desconocidos, de científicos que se excedían en sus experimentos (generalmente con acento europeo), de monstruos o de robots fuera de control, y de otras variantes, siempre con una pequeña moraleja final y con un enemigo visible; es la época de los contrarios, y no hay medias tintas a la hora de posicionar a unos y a otros. Los encuadres son muy formales, con una fotografía efectiva y sin demasiado presupuesto. Se trataba de rodar rápido.

En los setenta, la sociedad norteamericana pasaba por una grave crisis identitaria, ya no servía la moral y era difícil creer en la autoridad (que había engañado a sus votantes), no digamos ya en la patria; a medida que se abrían las puertas de la percepción y se experimentaba con otra ética, con nuevas utopías (y distopías), con otras sustancias. El enemigo era interior: ¿a quién crees tras un duro despertar? Se puede ver el mal, pero no la mano que hay detrás; además, se acabó el temor a los rusos o a los vietnamitas.

Es el diablo (una forma más universal de miedo atávico) quien ocupa el lugar de los comunistas y de los bebedores de sangre; la cinematografía de los setenta nos muestra un mundo sórdido dentro de las grandes ciudades, pero este mundo se oculta tras una fachada que aún no se ve tan deteriorada. El diablo vive en una niña, o en el piso de unos ancianos adorables.



En los ochenta, gracias sobre todo a que el cine pasa a ser un entretenimiento también doméstico (debido al VHS), ve un resurgir de los monstruos y los espíritus, pero de un modo más espectacular: los efectos especiales son muy sofisticados y lo hacen todo creíble.

En los noventa, la línea entre bien y mal es tan difusa que no podemos fiarnos de ese detective que persigue al autor de unos crímenes inspirados en los pecados capitales; pero es que tampoco dejamos de ver al asesino como alguien que por lo menos tiene algunos principios. Los asesinos en serie encarnan la degradación de la sociedad cercana al fin de siglo; son monstruos que han dejado de ser fabricados en un laboratorio, y la paternidad es compartida por el colectivo. Se reinventa la conspiranoia (y el cine de adolescentes), y cada vez es más complicado encontrar una obra que quiera ir más allá del artificio o los trucos de guion. Se tiene la sensación de que una vez que has visto una película de este tipo (pongamos por caso Scream), ya has visto todas las de su categoría. Al mismo tiempo, y esto es muy curioso, grandes directores del pasado son rescatados del olvido (George A. Romero, Roger Corman, Wes Craven). Los fantasmas se vuelven conscientes de su condición, las fronteras entre géneros cinematográficos hace mucho que se han borrado, y no es difícil encontrar films donde detrás del simple susto (esto es lo bueno) hay una historia familiar o matrimonial por descubrir. La realización de estas cintas puede ir desde un montaje frenético a una puesta en escena clásica, como de película de juicios.



En todo esto hay excepciones, por supuesto, y es paulatinamente más complicado definir dónde empieza y acaba una característica. Para colmo, llega la invasión de las series (otra vez, porque en décadas anteriores también hubo series, aunque no lo parezca) y las producciones cinematográficas se centran principalmente en la animación por ordenador y en las comedias gamberras (esto tampoco es nuevo, viene de los ochenta).

Entonces llegamos al siglo XXI, en el que por un tiempo parece que la cosa no da más de sí, y se vuelve a emplear un recurso que se llevaba utilizando durante años en el cine gore, el más cutre y chabacano de todos los subgéneros (pero muy seguido por sus fans), y poco consciente del cambio que supone ese enfoque. Digo lo de enfoque, porque lo que cambia es el punto de vista del espectador: ahora (de un modo un tanto tramposo, para qué negarlo) se nos presenta la imagen casera registrada por una cámara que adopta la visión subjetiva del protagonista. Hablo de la fórmula de “material encontrado” que se presenta como más realista que las películas “tradicionales”.

Este tipo de películas (el ejemplo más reciente es la exitosa serie de films Paranormal Activity, que inició un director israelí) cuentan con una campaña de promoción que se sirve de las redes sociales y de las nuevas formas de comunicación, jugando en algunos casos con la ambigüedad de si el material filmado es auténtico o no, pues entre otras cosas los actores que trabajan en estos proyectos no tienen una carrera muy dilatada que digamos. Precisamente con este recurso funciona la primera película que paso a comentar.



- ENCUENTROS PARANORMALES (2011)



Esta película canadiense narra la historia de un equipo de televisión (siguiendo el modelo del programa Ghost Hunters) que se encierra en un manicomio abandonado para conseguir una prueba definitiva de actividad paranormal. Los miembros del equipo van desapareciendo y desorientándose, y por supuesto lo que empieza como una tímida sucesión de sonidos, sombras y puertas que se abren, va yendo cada vez a más, hasta una increíble exageración. Es algo muy común en esta clase de películas: desde el momento en que se pone en marcha el mecanismo de la tensión, la contención es imposible. Los inicios de estas películas suelen estar muy bien planteados y desarrollados, pero es cuestión de tiempo que se caiga en lo excesivo. El ejemplo que nos ocupa llega a extremos verdaderamente ridículos, y la idea original se queda en un escenario acertado. Por si los espectadores no habían sufrido bastante, se rodó una segunda parte, más disparatada aún, que trataba de continuar la historia anterior tras un intervalo de diez años. Sin embargo, queda la sospecha de que uno ha visto esa misma película otras veces y ninguna de esas ocasiones hay un aprendizaje sobre el asunto de los espíritus. Es una característica del cine de terror de nuestro tiempo: pasas un rato de tensión, y luego lo olvidas. Repites el mismo principio. Ves la misma historia tonta una y otra vez, la historia intenta asustarte, pero esa insistencia se disfraza en cada entrega de algo que promete una experiencia. Sin duda, el mejor medio para visionar estas películas es la pequeña pantalla. En pantalla grande puede suponer una decepción mayor. Y ya conocemos el dicho: la locura es intentar la misma cosa continuamente y pretender que salga un resultado diferente.



- WITHER (2012)



Lo que más frustra del cine de terror actual, lo que peor llevo y lo que ha convertido esta tarea en terrorífica es la impresionante estupidez y torpeza de sus protagonistas. Sé que una clave del género consiste en que los personajes hacen lo contrario de lo que haríamos cualquiera de nosotros en esa situación. Pero los niveles de lentitud e incompetencia que he presenciado esta semana delatan que el público se está volviendo menos exigente, y eso sí es un problema. Me decidí a ver esta gansada porque era sueca. La excelente Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008) que abordaba el complicado mundo de los vampiros, me hizo creer que en Suecia solo se ve buen cine, y que del mismo modo que han logrado fabricar muebles accesibles y unos deliciosos rollos de canela, los suecos serían incapaces de tomarnos el pelo con el séptimo arte. Soy así de inocente, qué le voy a hacer, con treinta y tres tacos no hay remedio para eso. La cosa va de un grupo de jóvenes que se va a una casa muy apartada (será que no se pasa frío en el centro de Estocolmo y que hay gente abarrotando las calles a todas horas), donde por error (también es mala suerte) destapan una trampilla en el suelo y dejan salir a una criatura que les contagia la tontería y la predilección por la carne humana. Esto lo hubieran resuelto fácil si en lugar de llevar solo alcohol y frutos secos hubiesen tenido el sentido común de meter algo de comida decente en la nevera portátil. Pero no, son muchachos jóvenes (ya hay que ser inútil para irse a desfasar al único sitio donde el móvil no tiene cobertura) y aguantan lo que les echen. Bueno, no. Porque no es que se les dé precisamente bien enfrentarse a un solo zombi. Y eso que son cuatro, y luego un hombre con un rifle; aún no sé cómo se las apañan para ir muriendo uno tras otro y de forma tan irritantemente lerda, con semejante falta de reflejos para cualquier cosa. Sin embargo, cada año sale una película tan mala o peor como esta, con excusas como el circuito alternativo y la serie B (que no es necesariamente sinónimo de mala calidad), o la de pasar un buen rato pero con un mal rato. Que venga Robert Englund y me lo explique.



- MUERTE DE UNA CAZAFANTASMAS (2007)



Este es un ejemplo de cómo una buena idea, con un enfoque interesante, puede acabar en desastre por el empeño en centrar la película en el impacto visual y no en la historia personal. Desarrollaré más esta idea en un próximo artículo sobre las películas basadas en los archivos del matrimonio Warren. Por ahora, baste con señalar que las obras maestras del terror tienen un denominador común: el objetivo es tratar unos personajes y un conflicto (a menudo para reflexionar sobre otros temas más profundos), no convertir la idea en una sucesión de sustos. Los fantasmas no piensan en el ritmo ni en un clímax dramático para manifestarse. Por eso, películas con un planteamiento distinto pueden fracasar estrepitosamente en sus intenciones. En este caso, lo insólito era el montaje y la aproximación como documental sobre una ficción. Pero las interpretaciones tan planas y la acumulación de tópicos va diluyendo y aburriendo cada vez más al espectador. El tópico más molesto de esta película es el relacionado con la familia a la que pertenece la casa de los fenómenos paranormales: un pastor y sus hijos asesinados a manos de la madre, que completa el crimen con un suicidio. En la película se apunta al fanatismo religioso como recurso: no puede existir una familia normal, debe esconder algo sórdido. Y no es que no existan religiosos hipócritas, ni gente que emplee la religión como fachada; es una cuestión de artificialidad y exageración lo desesperante de esta película.



- EL PACTO (2012)



No quería dejar el artículo sin una crítica positiva. En esta película americana, breve y directa, con poca sangre y unos personajes muy creíbles, la inquietud pasa de la fenomenología paranormal a una investigación policíaca. También aquí se explora la interioridad de una familia, y la textura es de igual manera similar a la de una película para televisión, lo que es todo un acierto. No se intenta causar pavor, sino atacar directamente el problema paranormal para destapar las relaciones entre las hermanas, los secretos en las paredes de la casa, la tendencia de sus protagonistas a huir de los problemas, hasta el punto de que quien acaba por incomodar es un individuo físico, no una clase de ente invisible y ambiguo. Cuando se coloca a los huidizos personajes entre la espada y la pared, se desata el conflicto y lo fantasmagórico, sin ser accesorio, ocupa un lugar importante de la trama.



La última consideración, y más importante, tiene que ver con la naturaleza del mal. Es sorprendente cómo para la cosmovisión actual (reflejada muy fielmente en el cine de terror contemporáneo) Dios está increíblemente ausente, pero el mal lo impregna todo, como si Dios no fuera lo opuesto al mal. En consecuencia, el ser humano se encuentra solo, aislado, en un conflicto que parece perpetuo y sin fin, que cada vez se acerca más a un apocalipsis (con tecnología o sin ella) de mugre, carreteras peligrosas y cartón piedra. No importa que el mal sea una amenaza de monstruo o de virus, de asesino en serie o de ser maligno, el hombre tiene que construir el futuro por su propia mano (llegando a sacrificarse personal y hasta inútilmente); no se suele dejar lugar a la idea de que el mal ya ha sido vencido por la resurrección de Cristo (el encuentro más sobrenatural de todos), ya que el entorno paranormal se nos presenta como ese contexto donde no hay un señor.



Así, la idea equivocada de que el mal vuelve una y otra vez perpetuamente (casi siempre de la misma forma) y que ese regreso es inevitable, consigue poco a poco convertir el mal y el terror en cotidiano, en algo incluso tradicional (pasos que conducen al tópico y al mito). En última instancia, asistimos a una procesión constante de exorcismos, zombies, casas encantadas, vampiros y científicos pasados de rosca, junto a la ilusión final de que esa experiencia terrorífica (que solo dura la extensión del film) es auténtica y verdadera por el hecho forzado de un espectáculo visual más o menos contundente.


 

 


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