Además era un conocedor de la cultura griega, hablaba arameo, leía el Antiguo Testamento en hebreo, escribía en griego y se declaraba ciudadano romano. Y es que, cuando recuperamos el verdadero pensamiento de Pablo y lo ponemos como modelo, nos damos cuenta que algo falla en el cristianismo de hoy al aplicar los principios de Pablo.
Si como decían González-Carvajal (2000), la famosa “aldea global” de McLuhan es mas bien un “cortijo global” con su señoriíto (los Estados Unidos), sus “capataces” (los países del Norte) y un montón de jornaleros (los restantes países), deberíamos estar preocupados por la enorme desigualdad que se genera a escala planetaria. El mercado global del que se presume tanto, solo es válido para los que tienen dinero para comprar. Si entramos en un hipermercado sin dinero saldremos frustrados porque mientras unos llenan sus carros y consumen sin medida, otros tienen que ir al contenedor de basura a ver si han quedado desperdicios.
La imagen de Pablo que nos refleja 2ª Corintios 6:4-10, tiene poco que ver con nuestros estilos de vida. Pablo no solo da importancia a valores positivos como el conocimiento, la verdad, la tolerancia, la bondad, o el amor no fingido, sino que las marcas esculpidas en su piel se refieren a necesidades, angustias, tribulaciones, azotes, cárceles o tumultos. Además no es un rostro agradable. Solo hay belleza un su interior.
Cuando le miran la cara parece un engañador, pero es un hombre de verdad, nadie parece conocerle pero todos hablan de él, su vida parece muerta pero tiene un rica vida interior, parece triste pero está gozoso, no parece tener nada, pero lo posee todo y ha enriquecido a muchos.¿Es esa la imagen que damos los evangélicos? Dice Eliseo Vila:
Es triste ver como ante los ojos de la España laica y agnóstica, nuestras iglesias evangélicas, más que ser vistas como estrellas que irradian luz, son vistas como agujeros negros. Instituciones sectarias y retrógradas, entelequias del pasado que ya no sirven para nada en un mundo globalizado. Círculos cerrados, llenos de matices sectarios, donde aquellos que entran, ya no salen, se quedan dentro, encerrados, predicando en un lenguaje incomprensible, hablando una jerga misteriosa, que nosotros nos gusta pero que a la gente de la calle no le dice nada, cantando y bailando, esperando que el Señor venga a buscarnos de un momento a otro, y por tanto, sin ningún tipo interés por los problemas que afectan a la sociedad, sin hacer nada positivo para mejorar el mundo que nos rodea.
Posiblemente nos parezca una crítica dura pero es que la imagen que nuestro estilo de vida proyecta es siempre centrípeta en vez de centrifuga.
Reflejamos a Dios hacia Dios en vez de proyectarlo hacia el mundo, un mundo que necesita a Dios.
La tecnología del mundo global no ha hecho la vida humana mas segura, sino que ha generado problemáticas tan desastrosas como, el cambio climático, los abismos cada vez mas profundos entre ricos y pobres, y el poder en manos de unos pocos. Este mundo desbocado y esta aceleración de la historia hacen que la realidad humana cada día sea mas efímera y lo malo se tome menos malo y lo bueno parezca menos bueno. Por eso creo que nos falta perseverancia en la denuncia. Se hace necesario dar la cara no solo en la acusación sino en el compromiso con cada problemática. Así por ejemplo con la inmigració, (de la que muchas iglesias en España han recibido una nueva savia y al menos un aumento numérico tan deseado), necesitamos denunciar las barreras y muros de frialdad e indiferencia que se han empezado a construir por parte de los países ricos.
Cada día me gusta menos la globalización, no solo por la marea migratoria, por el mundo desbocado de la sociedad red, por la aceleración de la historia que proporciona un carácter efímero de la realidad, por los monopolios que crean desigualdad y miseria, sino también por este retorno de la religión metamorfoseada donde los hombres viven sin religión y sin Dios.
El olvido de lo religioso está creando bárbaros espirituales, analfabetos religiosos, que son una especie de mutantes incapaces de la reflexión trascendente, de dar sentido a la vida y percatarse de la fraternidad humana. ¡No me gusta la globalización de las desigualdades!
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