Huxley y Orwell han sabido describir con inteligencia crítica los desmanes de la ética capitalista, que desde el ámbito del materialismo y el empirismo economicista, desde la imposición de las máquinas y las nuevas tecnologías, ha masificado al ser humano, lo ha metido en la rueda de producción como un engranaje mas y lo ha esclavizado con el consumo. El trabajador-consumidor tendrá que trabajar mas horas para consumir mas y hacerse esclavo del trabajo por si puede ser despedido.
Pero el capitalismo no solo hace esclavos sometidos al trabajo, sino que produce también en el empresario un sentido de avaricia muy contrario a la generosidad y espíritu calvinistas. El apetito de adquirir y tener riqueza, de amor excesivo al dinero con fines de acumulación, hay que añadirle el deseo de poder y dominio del prójimo y del mundo entero si fuera necesario. Los empresarios se convierten en un sacerdocio y una nobleza alternativas, pero que en nada tienen en cuenta al necesitado. El necesitado no tiene nada y nada le puede dar y por tanto lo que no sean números, dinero y poder no le interesa.
De esta manera la sociedad tradicional ha quedado sepultada poco a poco por el racionalismo, el empirismo, el materialismo y este economicismo de ahora que se basa en la usura y el aprovechamiento del trabajo humano hasta extremos de esclavitud.
También, desde el llamado “progreso”, se ha alienado al hombre de hoy. El progreso exterior parece ser una realidad excluyente del progreso interior. La ética capitalista no entiende de realidades interiores que no pueden medirse con metro. El alma y el espíritu no producen. Pero además el capitalista de hoy se esconde, no tiene rostro, no tiene nombre, no tiene que mirar al ser humano que está esclavizado en las fábricas de China o Corea, porque su dinero esta en manos de poderosas corporaciones, las mas codiciosas de la historia.
Por eso dicen algunos economistas que vivimos un tiempo en que ya no se sabe si la economía es algo que sirve para sustentar al capitalismo o como algunos han dicho muy bien “es un saber sin belleza ni ideales que enreda hasta el intríngulis, cifras, porcentajes, curvas, leyes, teorías, y en todo momento se detiene para la pausa de la oración al Dios Dinero”. Una locura de sinsentidos en la que Dios tiene que sustentar este mundo y escribir derecho con renglones torcidos, porque el amor al dinero es muerte forzosa.
¿Cuál sería pues la ética necesaria para que el capitalismo no sea fuente de alienación para el trabajador y el mismo empresario? ¿Tiene algo que decir la ética calvinista?
Como dice el pastor luterano brasileño Oneide Bobsin “Hoy, el espíritu del capitalismo no precisa más de ahorro y del ascetismo intramundano. El placer del consumo toma el lugar del ahorro; el hedonismo desbanca a la austeridad; el trabajo pierde espacio ante la magia y especulación financiera. En fin,
el capitalismo contemporáneo separó definitivamente la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Cabe, entre tanto, una nueva pregunta: ¿La “teología de la prosperidad” sería la edición neoliberal de la ética protestante de nuestro tiempo?”
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