Pero para un mundo que genera pasiones tristes, que según Spinoza decía eran el odio, la depresión, la melancolía, etc. y se le debían oponer las pasiones alegres (el amor, la generosidad, la solidaridad, etc.) porque forman parte del ser humano. Por eso el Estado debería garantizar una “comunidad de vida” que tuviera lo necesario, en vez de lo que decía Hobbes en su Leviatán, de la búsqueda agresiva de riqueza, gloria, y poder, que deben ser superados por las otras pasiones que inclinan a los hombres a la paz, al temor a la muerte, el deseo de las cosas necesarias y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. Tener satisfecho esto no haría necesario el Prozac.
En el siglo XX los estados autoritarios, construyeron una comunidad para la muerte, para el odio, donde las pasiones se sometían al Partido. Según Hobbes el capitalismo supo combinar el miedo a través de la represión y a la vez crear la posibilidad de vivir mejor, a manera del palo y la zanahoria. Sin embargo, al final del siglo, la globalización ha generado una cultura de todos contra todos. Todo el orden burgués se derrumba, porque nada hay seguro y porque los que nada tienen nada pueden ganar. Es un mundo donde las dos terceras partes vive en la miseria y el resto, con una prosperidad nunca vista, que son los ricos y capitalistas, tampoco tienen esperanza en el porvenir. Todo el mundo vive pendiente de una desgracia en cualquier instante, bien sea la caída de la bolsa, una bomba nuclear o un envenenamiento pandémico.
Por esta causa Francis Fukuyama ha afirmado en su libro “El fin de la historia”
que la sociedad acepta el colapso como formando parte de esta sociedad y la espada de Damocles capitalista, como algo irremediablemente establecido. La prosperidad excesiva ya no avergüenza a nadie. El Estado no puede regular las pasiones y las tensiones que el capitalismo origina, pero puede liberar algunas de las pasiones tristes con los beneficios de la psicofarmacología. Las pasiones ya son tratadas con Prozac. Así, como dirá el apóstol Pablo, “ se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido”. ¿Se puede decir que la religión es el opio del pueblo? O será el amor al dinero el que tiene atrapados a los hombres en la cultura de la muerte, como droga alucinógena.
El prozac que lleva a los hombres al suicidio, es sin embargo el antídoto contra esa perenne carrera por adquirir y consumir siempre lo nuevo, lo novedoso del mercado, como manera de progresar y de llenar carencias. No queremos decir que estamos en contra del consumo y del estar bien y hasta de la abundancia, sino de ese mal que es la producción-consumo-desechos que convierte a la sociedad moderna en esclava de la novedad, del despilfarro, de la desigualdad y exclusión, y de hombres programados como zombis.
Se hace pues necesario un pensamiento no solo ecológico y naturalista para reparar tanta destrucción y deterioro en aras del progreso, sino que en esta agonizante modernidad es necesario aprobar “tener en cuenta a Dios” como realidad siempre nueva cada mañana. Las aspiraciones del corazón del hombre no se sacian nunca. Solo el agua de la fuente de la vida que da Cristo llena a los hombres su sentido existencial.
Son significativas las palabras de Fukuyama referidas a esta sociedad unipolar y agonizante del tiempo post-historico: "El fin de la historia será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la vida de uno por un fin puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que pone de manifiesto bravura, coraje, imaginación e idealismo serán reemplazados por cálculos económicos, la eterna solución de problemas técnicos, las preocupaciones acerca del medio ambiente y la satisfacción de demandas refinadas de los consumidores. En el período post-histórico no habrá arte ni filosofía, simplemente la perpetua vigilancia del museo de la historia humana”.
Pero
también desde el campo oriental y budista se tiene la misma percepción de la sociedad capitalista: “Nuestra época obstruye la penetración personal profunda con sus muchos señuelos, el éxito material o los placeres sensuales. Tal seducción da un falso sentido al significado y valores interiores basándose en la abundancia y posesión, distrayendo nuestra atención de la realidad de nuestra vida. La experiencia de la desesperación, del desencanto o del cinismo conduce a la gente a menudo a la búsqueda de escape a través de las drogas o el alcohol”.
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