La novela narra el viaje de un marinero, Charles Marlow, que remonta el río Congo a la búsqueda de un agente de una compañía belga que ha enloquecido en la selva. El personaje aparece ya en una novela corta llamada
Juventud y es el narrador de otro de sus libros más conocidos,
Lord Jim, además de contar la historia de
Azar. El autor siguió ese mismo recorrido doce años antes, justo cuando Stanley publicaba el relato de sus exploraciones por las tinieblas de África. Esa oscuridad era entonces referencia a lo desconocido, pero en el lenguaje de Conrad va adquiriendo un sentido cada vez más simbólico. Este itinerario se convierte en todo un viaje interior, en el que la jungla se va convirtiendo en metáfora de lo desconocido, como si el misterio de la humanidad estuviera de alguna forma silenciado allí.
Marlow nos da una visión del mundo pesimista. Sus dudas morales e incertidumbre sobre lo que está bien o lo que está mal, nos muestra la lucha del hombre contra un mal primigenio, al que es imposible vencer. La expresión de las fuerzas de la oscuridad que aquí se manifiestan, nos muestran una verdad oculta y destructora, pero a la vez fascinante. Cuando uno se sumerge en esa locura, entramos en un mundo de alucinaciones y pesadillas, al límite mismo de la razón. Es un viaje realmente al fondo del alma, en un barco lleno de contradicciones, miedos y preguntas. Y el descubrimiento final de Kurtz es una confrontación con nuestro yo más íntimo.
LA LLAMADA DEL MAR
Conrad nació en Polonia en 1857, pero se hizo tan inglés, que escribió en este idioma hasta su muerte en 1924, en una pequeña localidad de Inglaterra llamada Bishopsbourne. Huérfano a los doce años, vive con su tío en Polonia, estudiando en Cracovia, pero se marcha a Marsella para enrolarse en la Marina mercante francesa. Durante años tiene una vida aventurera, participando en peligrosas operaciones y conspiraciones políticas por todo el mundo. Tiene así que ver con una oscura trama de contrabando de armas para la causa carlista en España, que inspira uno de sus relatos cortos. Viaja por Sudamérica, Borneo, África y Australia.
En 1878 tiene un desengaño amoroso que le lleva a un intento de suicidio a los 21 años, del que le salva su tío. Busca entonces trabajo en la Marina británica, aprobando el examen que le convierte en segundo oficial, ya que habla perfectamente inglés, además de francés y ruso. En 1886 obtiene la nacionalidad británica y cambia su nombre por el de Joseph Conrad, renunciando a todo sueño nacionalista.
EL CORAZÓN DE AFRICA
En 1889 le proponen un trabajo de navegación en el río Congo. Una compañía belga le ofrece comandar un barco. Pasa entonces cuatro meses recorriendo las aguas del Continente Negro, descubriendo el corazón de las tinieblas en el centro de África. Se ha querido ver por eso en este libro la tragedia de un continente que ha sido víctima de la rapiña, la hipocresía y la doble moral de Occidente. Conrad se ha convertido así en una coartada para un mensaje político, vagamente inspirado en su obra.
El libro
Planeta Kurtz (publicado por
Mondadori) presenta las clásicas acusaciones a Conrad como racista, por parte de autores como el nigeriano Achebe, así como otro tipo de lecturas, como la psicoanalítica, para explicar la extraña atracción que tiene esta obra para el lector contemporáneo.
Es evidente que su relato desenmascara la historia oficial del estado creado en 1882 por el rey Leopoldo II de Bélgica, ocultando la muerte de millones de congoleses en nombre de la civilización. Pero si su novela sigue vigente hoy, siendo capaz de hablarnos y emocionarnos tan poderosamente, es más bien por su contenido metafísico.
APOCALYPSE NOW
Eleanor Coppola cuenta la obsesión de su marido por esta historia en el diario íntimo
Con el corazón en tinieblas (publicado por
Emecé). Describe el turbulento rodaje de
Apocalypse Now. El camino de Conrad se convierte para Coppola en una espiral hacia el interior de la bestia, que el director encontró en la guerra de Vietnam. El eco de la voz de Marlon Brando pronunciando las últimas palabras de Kurtz, “¡el horror!, ¡el horror!”, resuena a lo largo de todo ese viaje infernal que hace el director de origen italiano los dos años que pasó en Filipinas haciendo
Apocalypse Now. Su esposa fue testigo de esa batalla personal que estuvo a punto de romper su matrimonio (a punto de cumplir ya cuarenta años).
“Creía que me iba a morir, literalmente”, dice Coppola. El actor Martin Sheen sufrió de hecho un ataque al corazón. Eleanor cuenta como “bebía y lloraba, obligándoles a rezar juntos”. El equipo se instala como aquellos soldados americanos en una fantasmagórica zona, en la que los sueños se vuelven pesadillas. La introducción de la película tiene por eso ese sentido onírico que lleva a la imagen de Willard luchando contra el espejo de su dormitorio en Saigón, con el sonido de los
Doors en esa impresionante canción en la que Jim Morrison anuncia el fin,
The End, mientras los helicópteros cruzan la jungla, mezclándose con el ventilador del techo de su habitación.
Es la misma atmósfera opresiva del libro, donde todo parece apresado en la densa tela de araña de una inmensa e ininterrumpida jungla que empieza y termina en la desembocadura del Támesis. Por eso la historia, estrictamente hablando, no tiene principio ni final, ya que acaba volviendo a su inicio. Pero cuando Marlow habla con la prometida de Kurtz al final de la novela, le miente sobre sus últimas palabras, haciendo que en vez de “el horror”, invoque su nombre. Esa mentira la equipara a la muerte. Ha llegado entonces a “el corazón de una inmensa oscuridad”.
LA VERDAD OCULTA
Esa verdad oculta nos hace ver lo que hasta entonces había permanecido escondido bajo el manto de las convenciones sociales. Kurtz representa la
Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes, pero de nada le sirven sus “espléndidos monólogos sobre el amor, la justicia y el modo de conducirse”. Pues “la selva le había susurrado cosas acerca de sí mismo que él desconocía”, dice Conrad, “y el susurro le resultó fascinante, irresistible”.
Un general en
Apocalypse Now intenta explicar la locura de Kurtz, como alguien que ha caído en la tentación de ocupar el lugar de Dios. Se presenta como un emisario de luz, apóstol de la ciencia y el progreso, al que solo mueve la compasión, pero no puede escapar a los lazos sutiles del poder de la oscuridad. Así es como todos sucumben.
“La luz vino al mundo”, dice el Evangelio de Juan, pero
“los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3:19).
Conrad contempla esa oscuridad impenetrable, “como uno observa a un hombre que yace en el fondo de un precipicio, donde el sol no brilla nunca”. La muerte de Kurtz aparece al comienzo de un poema de T.S. Eliot, Los hombres huecos (1925), cuyos versos finales aparecen en Apocalypse Now: “Así es como acaba el mundo, no con un estallido, sino con un quejido”. Ya que este autor cristiano ve el libro como una metáfora de la oscuridad del alma, pero ante ella declara con fe: “Tuyo es el Reino”. Porque la buena noticia del Evangelio es que una cruz ha atravesado el abismo.
Alguien se ha enfrentado a
“la potestad de las tinieblas” (Lc. 22:53). Su último grito de victoria ha traído la alborada de un nuevo día. Jesús dice:
“Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí, no permanezca en tinieblas” (Jn.12:46)
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