Profundizando aún mas, en el siglo XVIII los “predicadores laicos” del metodismo, según señala Alfonso Ropero en “Teología del Avivamiento” CLIE-2000, prepararon el camino en las colonias americanas para la predicación del evangelio al aire libre, para la predicación multitudinaria, llegando a confundirse estos eventos masivos de evangelización con el avivamiento, por los efectos revitalizadores que nacían de estas cruzadas o campañas evangelísticas. Dice A. Ropero que Francis Asbury (1715-1816) al igual que Wesley, bajo condiciones físicas difíciles y sobre un área muy extensa, llegó a visitar un estado de los Estados Unidos, una vez al año, cruzando las montañas de Alleghenry 60 veces y predicando mas de 16.000 sermones. Todo ello ayudado por los sacrificados “jinetes de circuito” pastores y predicadores “laicos” de la zona que atendían a sus iglesias a lomos de caballo.
Entre esas raíces del pentecostalismo, estaría la teología del avivamiento nacida en las iglesias despiertas a la realidad del Espíritu, siempre y cuando se distinga la experiencia del avivamiento que no es lo mismo que experiencia de conversión . Uno de los grandes teólogos e intelectuales evangélicos, Jonathan Edwards, distingue cuidadosamente “avivar” a los santos y “despertar” a los pecadores, El movimiento carismático, aunque tiene una gran pasión por la predicación y el “despertar” a la conversión del ser humano, muerto en delitos y pecados, sin embargo es mas un avivamiento, tiende mas hacia una emoción religiosa, sentir el zarandeo del mundo, del diablo, del propio corazón traicionero. El cristianismo que tiende hacia la rutina, a apagar el fuego del primer amor, necesita una vivificación del Espíritu, una renovación, un refrescamiento y estado de vigilia. Quizás el movimiento carismático de un paso mas en cuanto a la manifestación de los “carismas” entendidos como señales y prodigios a la iglesia actual.
Uno de los avivamientos ocurridos en suelo americano en 1797, es el tenido en una pequeña localidad, Cane Ridge, en Kentucky . Empezó en una pequeña carpa al aire libre, pero a la que vienen unas veinte mil personas a escuchar al predicador presbiteriano
James McGready . En el verano de 1800 este movimiento de renovación alcanzó tal dimensión que McGready comparaba con los” arrasadores torrentes de salvación”. Las reuniones se alargaban día y noche durante cuatro o cinco días y los sermones basados en el castigo de los pecados y el destino de los pecadores, creaban un sentimiento de culpabilidad que arremetía contra el corazón tan fuertemente, que se hacían señales de arrepentimiento cómo golpearse el pecho y gritar. Aparecían también extrañas formas de conducta llamadas “ejercicios corporales” que eran el “ejercicio de la caída” donde el creyente daba un grito y caía perdiendo el sentido. Algunos tenían alucinaciones auditivas y visuales y otras hacían ejercicios como rodar, sacudirse, ladrar, correr, bailar y cantar. El ejercicio del ladrido era acompañado frecuentemente de sacudidas, mientras hombres y mujeres se ponían a gatas y gruñían, mordían y ladraban como perros. M'Nemar refiere que en la “Comunión de primavera de 1804, el hermano Thompson sintió la necesidad de seguir bailando alrededor del púlpito durante mas de una hora, repitiendo todo el tiempo en tono bajo: “Es la gloria del Espíritu Santo”. De todo lo dicho surge una pregunta: ¿Estamos ante un estado emocional desequilibrado o esto es de Dios?
Para algunos, estos hechos suponen un escape de las circunstancias sociológicas y antropológicas a las que estaban sometidos aquellos colonos de la frontera , expuestos a luchas, enfrentando la muerte sin asistencia médica, sufriendo la enfermedad de la malaria y la falta de control social. La religión suponía, en aquellos campos de avivamiento, una ayuda a vencer la soledad, el sentimiento de indefensión y de los múltiples problemas del grupo, sin que este mensaje cristiano de avivamiento fuese una fórmula mágica que actuase de la misma manera en todo tiempo y lugar.
Para otros como William Arteaga defienden a ultranza que la obra es de Dios que hay “señales” y “signos” evidentes de que la renovación carismática es un verdadero avivamiento moderno y que la “hipocresía cristiana” no debe ser un enemigo de esta teología.
Según el teólogo del avivamiento Jonathan Edwards, deslindando las “evidencias” exigidas “la renovación carismática, muestra claramente que la actual renovación, aunque tiene fallos, ciertamente es del Espíritu Santo”, pues el avivamiento no ha cesado en la obra de Dios en su Iglesia, aunque solo se haya manifestado en el tiempo y el lugar donde ha querido soplar.
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