Capote se llamaba originalmente Truman Persons. El apellido que le ha hecho famoso viene de su padrastro cubano. El
enfant terrible de la literatura norteamericana había nacido en Nueva Orleans en 1924, pero a los cuatro años, sus padres se divorciaron y pasó gran parte de su infancia en Alabama, acompañado de cuatro ancianos.
Se sentía “espiritualmente huérfano, como una tortuga boca arriba”. En esa época se aficiona a la literatura y a los chismes, convirtiéndose en un gran observador. Capote comienza a escribir a los ocho años. Lo hace de improviso, ya que no conocía a nadie que lo hiciera y a poca gente que leyera. Entonces sólo le interesaban los libros, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos.
“Los escritos más interesantes que realicé en aquella época”, dice Capote, “consistieron en sencillas observaciones cotidianas que anotaba en mi diario”. Hacía “extensas transcripciones al pie de la letra de conversaciones que acertaba a oír con disimulo”. Sus primeros cuentos los publica a los dieciséis años, entrando a trabajar en Nueva York en el famoso
New Yorker. Toma contacto entonces con la alta sociedad, escritores, pintores, modelos, políticos e incluso mafiosos. Su primer libro se llama
Otras voces, otros ámbitos (1948). Allí vuelca sus experiencias de su niñez, mezclando la ficción y la realidad en una novela que tuvo gran éxito de público y crítica.
DESAYUNO SIN DIAMANTES
Su libro más conocido será una novela corta, llevada luego al cine por Blake Edwards y Audrey Hepburn:
Desayuno en Tiffany´s (1958), aunque su libro preferido de aquella época era
Se oyen las musas (1955). Homosexual, alcohólico y adicto al
Valium, padecía de ataques epilépticos. Su carácter acomplejado le lleva a un narcisismo recalcitrante, que le mueve a una búsqueda continua de celebridad. Tenía tres mansiones y su vida se desarrollaba de fiesta en fiesta, rodeado de famosos como Marilyn Monroe, pero cada vez más dominado por la amargura y el cinismo. La reciente película de Bennet Miller,
Capote (2005) está basada en la biografía de Gerarld Clarke (1998) y narra la vida del escritor en la época de
A sangre fría. Su protagonista, Philip Seymour Hoffman, ganó el
Oscar por su interpretación el año pasado.
Con Capote murió algo del sueño americano de una generación perdida, que revolucionó la vida y la literatura de post-guerra. Su última obra,
Música para camaleones, es como un grito de desesperación de un alma herida desde su mismo nacimiento. Uno de sus textos es una auto-entrevista en que se pregunta si en algún momento de su vida había sentido a Dios. Allí reconoce haber tenido evidencias de su existencia, “pero no soy un santo”, dice. Se confiesa “un alcohólico, un drogadicto, un homosexual y un genio”. Aunque cree que “por supuesto, podía haber sido esas cuatro cosas y haber sido un santo”…
La humildad tampoco era una de sus virtudes. “Yo tenía que alcanzar el éxito lo antes posible”, dice Capote. “Las personas como yo saben siempre lo que quieren. La mayoría de la gente gasta la mitad de su vida sin llegar a saberlo. Hubiera tenido éxito en cualquier cosa, pero siempre supe y quise ser escritor, y hacerme rico y famoso.” Y lo fue… Ganó millones de dólares y una increíble popularidad, pero una de sus frases más conocidas dice que “cuando Dios le da a uno un don, también le da un látigo para flagelarse a sí mismo”. No sé si fue ese látigo el que llevó a la tumba, pero hoy Capote desayuna sin diamantes…
MÁS ALLÁ DE LA FICCIÓN
Capote buscaba en el periodismo una opción válida como forma literaria, que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa y la precisión de la poesía. La nueva traducción de Jesús Zulaika transmite con extraordinario cuidado el estilo modélico, entre lo notarial y lo elegiaco, del libro original.
La historia de A sangre fría nos lleva a 1959 y la matanza que se produce en el pequeño pueblo de Holcomb de la familia de un agricultor llamado Clutter, junto con su esposa y sus dos hijos, sin ningún móvil aparente, Capote es enviado allí por la revista
The New Yorker. La familia había aparecido muerta, después de haber sido atada y acribillada por personas desconocidas. El autor pasó seis años siguiendo de cerca la investigación y hablando con los habitantes del pueblo, los cuales no le veían con buenos ojos, debido a su excentricidad, su estilo desenfadado y su homosexualidad.
En su novela se mezclan las opiniones de los personajes del pueblo, junto con entrevistas a los policías encargados del caso y amigos íntimos de la familia. Cuando atraparon a los asesinos fue a entrevistarlos a la cárcel y trabó amistad con ellos.
Perry Smith y Dick Hickock eran dos psicópatas, ex-convictos, que guiados por los exagerados rumores que un compañero de celda le había dado a Hickcock acerca de la riqueza de Clutter, habían cometido el crimen, para escaparse con menos de cien dólares, rumbo a Méjico. Gracias la confesión del convicto, la policía los atrapó cuando estaban ya sin dinero y habían vuelto con la intención de colocar algunos cheques falsos. Detenidos y condenados, esperaban su ejecución en la horca en 1965, cuando Capote se ganó su confianza y reconstruyó su vida e itinerario, antes y después del asesinato. Smith simpatizó con él desde el principio, pero Hitckock no, aunque habló con ellos el tiempo necesario, para tener el material suficiente.
EL MISTERIO DEL MAL
Como dice Juan Manuel de Prada, “cuantas más veces leemos
A sangre fría, más convencidos estamos de que la posterior decadencia de Capote, su trágica y voluptuosa caída en los infiernos de la inanidad, no fue tan sólo la consecuencia de un éxito mal dirigido, sino sobre todo la condena que el arte reserva a quienes se atreven a hollar sus recintos más recónditos, prohibidos al común de los mortales, allá donde se esconden las más pavorosas verdades sobre la naturaleza humana”. Ya que
Capote “despoja al crimen de esa parafernalia truculenta que trivializa el horror para penetrar en su misma médula, allá donde palpita, humanísimo e inexplicable, el misterio del mal.”
El relato que nos ofrece de los dos jóvenes que asesinaron a esa familia rural, resulta así extraordinariamente perturbador. “No son alimañas despojadas de sentimientos”. A Dick le anima un rencor casi cósmico. Su enemigo “era cualquiera que fuera algo que él habría querido ser o tuviera algo que él habría querido tener”. Su depravación llega sin embargo a provocar una misteriosa compasión. Frente a su carácter dominador, Perry resulta un pobre diablo, asediado por las más feroces dudas, perseguido por oscuros complejos infantiles, que le convierten en una criatura desvalida.
Sabemos que son asesinos sin escrúpulos, pero su trágica humanidad les torna dolorosamente próximos.
CONTINENTES DE SOMBRA
Algo descubrió Capote en esos “continentes de sombra” que irresistiblemente le atrajo a su caótico periplo, como polillas que se sienten reclamadas fatídicamente por la llama de un mal, que acabará abrasándolos.
Lo que el escritor encontró, es que aquellos seres estaban hechos del mismo barro que cualquiera de nosotros. Su lectura resulta por eso perturbadora e hipnótica, ya que hace de la crónica de sucesos una reflexión sobre la naturaleza humana. Hay en las páginas de
A sangre frí a una fuerza que “remueve certezas que creíamos inamovibles, un mundo tenebroso que estaba sepultado en las recámaras de la conciencia y que de repente se ofrece a la luz calcinada del día, como un cadáver en el que horrorizados sorprendemos nuestros propios rasgos”.
Esta no es una simple novela sobre “un crimen de insoportable y gratuita malignidad”, sino que “Capote consigue aquí alumbrar los pasadizos más abismales de la naturaleza humana”.
Porque a pesar de las ilusiones que nos hacemos, la verdad es que no somos buenos. Dentro de nosotros está la raíz del mal. El crimen no es resultado de la sociedad, la educación o las circunstancias. Capote descubre en Kansas que en nuestro corazón está la semilla de toda maldad. Aunque es sólo cuando brota, que horrorizados contemplamos aquellos de lo que somos capaces. Nuestro problema sin embargo está en nuestra raíz interior.
Por eso hace falta una solución radical. Dios ha mandado a su Hijo para librarnos de toda maldad. Por su sangre podemos ser librados del castigo que merecemos. Y por su Espíritu nuestro corazón puede ser cambiado.
El misterio de la gracia resulta por eso más insondable que el misterio del mal…
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