El adulterio no es una historia antigua, ni una figura literaria. Es una herida abierta en miles de hogares, la falsificación de algo que nació para ser verdadero
Adulterar significa alterar la pureza o integridad de algo, corromper su esencia original, falsificarlo. En su raíz, el término implica engaño, una traición a la verdad. En el ámbito de las relaciones humanas —especialmente el matrimonio— el adulterio es exactamente eso: romper la fidelidad, traicionar la confianza, corromper lo que debía ser puro y duradero.
En una sociedad cada vez más permisiva, donde todo parece justificable “si te hace feliz” y donde la fidelidad ha sido reemplazada por el individualismo emocional, el adulterio se ha vuelto tristemente común. Se banaliza, se normaliza, incluso se celebra en ciertos entornos como una expresión de “libertad”. Pero los efectos del adulterio siguen siendo devastadores, por más moderno que se intente disfrazar.
Recientemente, un video se volvió viral durante un concierto de Coldplay en Massachusetts. En medio del ambiente festivo, la “kiss cam” enfocó a una pareja en el público. Lo que parecía una escena común rápidamente se volvió incómoda: la mujer se giró con vergüenza y el hombre se escondió, claramente intentando evitar ser visto. Pronto se supo quiénes eran. Él está casado y tiene hijos. Ella también.
Lo que debía ser un momento divertido reveló una historia de traición y engaño ante miles de personas. La escena fue recogida por las redes sociales y analizada por millones.
Algunos se rieron. Otros se indignaron. Pero dos escritores cristianos, Ed Stetzer y Greg Stier, aportaron una mirada más profunda y necesaria: “Todo lo que veo en momentos como este”, escribió Stetzer, “es el dolor de los cónyuges, el llanto de los hijos y el cráter de destrucción que el adulterio deja en su camino. No es gracioso; es devastación generacional.” Greg Stier agregó: “Fue desgarrador ver el video. No pude dejar de pensar en el shock que sintieron las familias al ver cómo la intimidad, la confianza y la fidelidad eran pisoteadas públicamente.”
¿Qué sucede en el alma del adúltero? ¿Cómo se siente alguien que ha cometido adulterio? A menos que sus valores morales estén completamente anestesiados, suele experimentarse una ruptura interior. Se ensucia la conciencia. Se descompone la imagen que uno tenía de sí mismo. El que adultera daña no solo al otro y su entorno, sino también a sí mismo. Y el que ha sido traicionado, sufre una herida profunda: la confianza rota, el amor cuestionado, la dignidad vulnerada.
El adulterio no solo destruye matrimonios. Rompe familias, destruye hijos, fractura amistades, corrompe relaciones laborales. Donde había unidad, siembra desconfianza. Donde había bienestar, siembra amargura.
¿Hay esperanza después del adulterio? Sí, hay una salida. Pero no se encuentra en minimizar el hecho ni justificarlo con excusas. Se encuentra en volver en sí, como el hijo pródigo en la parábola de Jesús. Volver al origen, a la persona traicionada. Pedir perdón. Reconocer el daño. Reparar, en la medida en que sea posible. Y permitir que la gracia —no la autojustificación— obre en la persona herida y en la que ha herido.
¿Y el perdón en el siglo XXI? ¿Aún es posible? Sí. Aunque parezca anticuado, el perdón es revolucionario. Es un acto de fuerza, no de debilidad. Perdonar no es aprobar el mal, sino liberar el alma del odio. Perdonar no es olvidar el dolor, sino decidir no vivir esclavizado por él. Para el que ha sido herido, perdonar puede ser un proceso largo. Para el que ha herido, buscar ese perdón requiere humildad y arrepentimiento genuino.
El adulterio no es una historia antigua, ni una figura literaria. Es una herida actual, abierta en miles de hogares. Es la falsificación de algo que nació para ser verdadero. Pero también es una oportunidad: para volver a la verdad, para sanar, para reconciliarse —si hay arrepentimiento y gracia.
El amor fiel todavía importa. La verdad todavía importa. La integridad no ha pasado de moda. Y el perdón sigue siendo el único camino real hacia la restauración del adulterio.
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