Yo deseo que otras mujeres como yo, deseen espacios donde emociones e intelecto puedan habitar armónicamente. Un lugar donde seamos desafiadas integralmente, un lugar para desarrollar el pensamiento crítico entre meriendas.
La biología no miente, Dios creó a las mujeres con un agudo sentido emocional. El estrógeno presente en ellas hace que posean una sensibilidad y empatía emocional extraordinaria. Las conexiones entre ambos hemisferios del cerebro femenino les permite identificar y expresar las emociones con mayor facilidad y claridad que el hombre promedio.
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Pero no te equivoques, esto no es un artículo sobre neurociencia, solo quería dejar claro que honro la manera en la que Dios nos ha diseñado tan tiernamente y a su imagen.
¿A qué mujer no le gusta quedar con sus hermanas en la fe, con sus amigas para hablar genuinamente de lo difícil que es ese problema, de los retos cotidianos del día a día? Sin embargo, a menudo tengo la sensación de que nos hemos encasillado tan estrechamente en un número de tópicos, limitados exclusivamente a la experiencia emocional, que deja por completo nuestras mentes fuera del plan.
Con frecuencia, las reuniones eclesiales y congresos de mujeres giran en torno a la autoayuda y al estado emocional, sin ninguna intención de promover el crecimiento intelectual o espiritual profundo.
Mantener el ritmo de mirar adentro constantemente, esa insistencia de sumergirse en el estado emocional con frecuencia, no siempre resulta provechoso ni sanador.
A veces lo que necesitamos es precisamente lo contrario, necesitamos quitar los ojos de nosotras mismas y enfocarlos en el creador de todas las cosas, necesitamos mirar hacia afuera, no hacia adentro, pero muchas de nuestras reuniones de mujeres no están pensadas para mirar hacia afuera, para mirar hacia la teología o la historia bíblica.
Me aburre tener que mirar constantemente hacia adentro de mí misma sin que pueda darme la oportunidad de ser maravillada por lo que hay más allá de mis emociones.
Dios nos ha dado la historia, la filosofía, la teología y tantas otras disciplinas para profundizar en las verdades del Evangelio y ayudarnos a mantener el asombro.
Hace años asistí a un mega congreso de mujeres. La predicadora invitada era similar a un coach motivacional. Dijo muchas frases twitteables pero no necesariamente útiles para ayudarnos a vivir la vida cristiana.
Me sentí algo estafada, como cuando en una ocasión que buscaba trabajo, acabé por error en una reunión de Herbalife, donde los vendedores se presentaban como estrellas de rock que habían logrado el éxito repentino por vender X cantidad de productos.
En el congreso, la predicadora que caminaba de un lado al otro sobre unos tacones de 10 centímetros, nos llenó de experiencias de sí misma en donde nos instaba a empoderarnos, a desarrollar un carácter fuerte y dominante, a cortar ahí en el momento con emociones negativas y pensamientos intrusivos, era el camino repentino al éxito de Herbalife, pero en este caso el producto a la venta no era ese, sino la propia predicadora.
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Ella intentaba vendernos una versión de la mujer cristiana que era ella misma. Las charlas giraban en torno a lo especial que es la mujer, ella es única, ella es poderosa, ella es hija del rey y ese tipo de cosas que no voy a negarlo, nos dan por el momento un subidón de autoestima que se esfuma tan rápido como las vacaciones de agosto.
¿Soy yo la única que piensa que nuestras reuniones se convirtieron en una gran consulta psicológica, llena de frases clichés y de consejos para el éxito rápido, como en Herbalife?
No hay un espacio para conversaciones intelectuales profundas, para discusiones que ejerciten tanto el corazón como la mente, para lidiar con los desafíos de nuestro tiempo.
En tiempos cuando la ideología de género avanza y se mete en nuestras casas e iglesias, cuando los adolescentes enfrentan disforia de género de inicio rápido, cuando se discute lo más elemental como qué es ser mujer, qué es ser hombre, las reuniones de mujeres deberían ser un bastión de resistencia, un campamento de entrenamiento y diálogo genuino frente al avance de la secularización, y no solo un espacio para la convivencia y las manualidades.
Salomón dijo que hay tiempo para todo, y este es un tiempo con gran necesidad de que las mujeres, ya sean niñas o adultas mayores, sean casadas o solteras, sean amas de casa o empresarias, sean equipadas y capacitadas para enfrentar los desafíos culturales en que nos toca ser seguidoras de Jesucristo.
Me he preguntado con frecuencia ¿A las mujeres no les interesa hablar sobre teología, historia, filosofía, apologética o simplemente hemos creído que no tiene ninguna utilidad para nosotras? ¿Pasamos por alto que una mujer emocionalmente sana pero también intelectualmente capacitada está mucho más preparada para enfrentar los desafíos de la vida cotidiana que si solo se centra en sus emociones?
¿Es que ignoramos la increíble riqueza que hay en las doctrinas bíblicas o es que tememos sumergirnos en las profundidades del mundo intelectual porque pensamos que esas son cosas de hombres?
A veces he sentido profunda curiosidad por entrar a una reunión de varones. Voy a confesarlo, he escuchado con envidia a mis amigos que me contaban los asuntos que trataron en x congreso.
No me culpes a mí, culpa a Nancy Pearcey, culpa a Rebecca Pippert, culpa a Elizabeth Eliot o Rosaria Butterfield, por enseñarme a través de sus libros, que las mujeres somos seres integrales, que cuidar el corazón es tan importante como cultivar la mente y que no soy un bicho raro por desear mayor profundidad en nuestros encuentros femininos.
De Nancy aprendí que como evangélicos, nos urge crear una cosmovisión bíblica que entienda el cristianismo como una verdad total, no como un valor privado. Debemos construir una cosmovisión bíblica, con raíces teológicas profundas que no solamente compita con Netflix, sino que la supere con creces. Una fe integral, que sustente nuestras emociones.
Yo deseo que otras mujeres como yo, deseen espacios donde emociones e intelecto puedan habitar armónicamente.
Un lugar donde seamos desafiadas integralmente, donde seamos retadas a pensar más allá de los problemas del día a día, un lugar para desarrollar el pensamiento crítico entre meriendas. anhelo un espacio donde alimentar mi alma, pero también mi mente, donde la teología y nuestros estados afectivos se encuentren, donde abracemos nuestra feminidad, donde la dulzura del evangelio y el debate amigable armonicen, donde haya espacio para Jane Austen, pero también para C.S. Lewis, donde descubramos que la teología también es para mujeres y que tiene una enorme utilidad para nuestros corazones.
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