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Kafka y la desorientación moderna

El escritor checo nos enseña la realidad del ser humano moderno, que arrojado a la existencia, en un mundo que no asimila, carece de rumbo.

ATISBOS TEOLóGICOS AUTOR 765/Jose_Moreno_Berrocal 04 DE SEPTIEMBRE DE 2024 18:00 h

Cuando se cumplen 100 años de la muerte del gran escritor checo de origen judeo-alemán, Frank Kafka, he tenido la ocasión de estar en Praga, su ciudad natal y donde está enterrado. Cuando nació Kafka, Praga era la capital de reino de Bohemia, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro. A día de hoy, la ciudad está imbuida con su recuerdo, aunque en vida fuera prácticamente un desconocido.



Kafka vino al mundo un 3 de julio de 1883. “Haber nacido en la bella Praga, la capital más importante del Imperio Austro- Húngaro- luego de Viena y Budapest, y dentro de una familia de la burguesía medía, lo convertían en un hombre privilegiado”, comenta David A. Rosenthal. La relaciones con su padre, de nombre Hermann, no fueron fáciles. Más bien, Frank se identificó con la familia de su madre, los Löwy, ricos comerciantes e industriales, y entre los que había también artistas e intelectuales. La ayuda de esta familia judeoalemana convirtió a Hermann en un importante comerciante textil. Kafka estudió Derecho y recibió su doctorado en 1906. En esos días de estudiante entabló amistad con Max Brod que a la postre sería el responsable de que la obra literaria de Kafka, escrita en alemán, no se perdiera. Aparentemente, Brod desobedeció la orden de Kafka de destruir todo su legado literario. Max Brod editó y publicó sus tres libros más voluminosos: América (conocida también como El desaparecido) El proceso y El Castillo.



Kafka trabajó en el mundo de los seguros, pero su gran pasión en la vida era la literatura. Fue un lector voraz, pero, sobre todo, le gustaba escribir. Durante la mayor parte de su vida, Kafka no gozó de buena salud. Con el fin de recuperarse viajó incesantemente por toda Europa visitando Italia, Francia, Alemania, Hungría y Suiza.



[destacate]Kafka muestra lo incomprensible en la vida humana, la desorientación de la existencia[/destacate]La palabra que mejor define la visión del mundo de Kafka, y que aparece en toda su obra, es, curiosamente, un derivado de su propio nombre. Hablamos de una situación kafkiana, algo que es desconcertante, que no tiene sentido, lo que es absurdo. Lo kafkiano es una mezcla de surrealismo y fantasía. Su obra ha influido en escritores como Albert Camus, J. P. Sartre, Jorge Luis Borges, Hannah Arendt, J. Maxwell Coetzee, Elias Canetti y, sobre todo, en Gabriel García Márquez. Kafka sería así una suerte de precursor del realismo mágico del colombiano. La literatura de Kafka exhibe magistralmente lo incomprensible en la vida humana, la desorientación de la existencia. Para Judith Savloff “la obra de Kafka muestra un mundo desquiciado en el que los protagonistas buscan sentido a su vida, desesperados y en vano. Así, por ejemplo, en el cuento Informe para una academia, un chimpancé cree que podría salvarse del cautiverio adaptándose a la maldad y a la estupidez humanas”. Kafka murió de tuberculosis en circunstancias trágicas, como las que él mismo relató en uno de sus cuentos más conocidos: Un artista del hambre. Falleció el 3 de junio de 1924 en Kierling, cerca de Viena.



Los monumentos que, diseminados por toda Praga, rinden homenaje a su figura, destacan precisamente esa confusión del hombre moderno. En este sentido, Kafka es una suerte de profeta de nuestros propios tiempos también. Fue un adelantado a su época. El poeta y ensayista Wystan Hugh Auden afirmó que: “si tuviera que nombrar al autor que se encuentra más próximo a guardar con nuestra época la misma relación que un día tuvieran Dante, Shakespeare y Goethe con las que les tocó vivir, Kafka sería el primer escritor que me vendría a la cabeza”. La estatua que se encuentra en uno de los extremos del Barrio Judío, justamente al lado de la Sinagoga Española, el vecindario en el que Kafka vivió y escribió, revela esa perspicacia de Kafka para leer su época y, por ende, la nuestra. Esta obra de Jaroslav Róna, que representa a un ser humano hueco, recalca vívidamente el vacío existencial que Kafka percibía dentro del corazón humano.





[photo_footer]José Moreno, junto a la estatua de Kafka en el barrio judío.[/photo_footer]



La estatua alude a algunas de sus historias más conocidas. De entrada, a Descripción de una lucha. En la misma, con el trasfondo de la ciudad de Praga, en la que Kafka coloca a muchos de sus personajes, exhibe hábilmente, el extravío con el que viven los seres humanos en este mundo, aún en los lugares y con las circunstancias más familiares y cotidianas. Esta es la escena del cuento kafkiano al que alude esta obra: “ Con una habilidad inusual salté al punto sobre los hombros de mi conocido y, clavándole los puños en la espalda, lo hice avanzar a un trote ligero. Pero como aún se mostraba un poco renuente, piafaba y a ratos incluso se detenía, le clavé varias veces las botas en el vientre para azuzarlo. Tuve éxito y nos fuimos internando a buena velocidad en una región vasta, aunque todavía inacabada, en la que era de noche”. Pero la estatua apela, asimismo, al célebre comienzo de La metamorfosis, sin duda alguna el cuento más famoso del autor checo: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”. Sobre este insecto Nabokov decía que era, sencillamente, un gran escarabajo, un ser extraño en un mundo hostil, parábola de cómo nos sentimos en este mundo.





[photo_footer]Busto de Kafka, de David Cerny./ José Moreno[/photo_footer]



Otra fascinante creación que le recuerda en Praga es el llamado busto de Kafka, una inmensa cabeza rotante, obra de David Cerny, y que se alza majestuosamente, muy cerca del puesto de trabajo que Kafka ocupaba. Esta obra evoca esa carencia de identidad del ser humano que, sin raíces, varía de aspecto constantemente. La rutilante cabeza es inestable como asimismo le pasa a nuestras vidas. En una carta a su hermana pequeña Ottla, Kafka señaló que: “no escribo como hablo, no hablo como pienso, no pienso como debería pensar y así sucesivamente hasta las más profundas tinieblas”. Por cierto, tanto Ottla como sus otras dos hermanas, Elli, Valli, perecieron durante el holocausto nazi. 



En suma, la literatura de Kafka plasma la afirmación de J.H. Bavinck: “De todos los seres de este mundo el más enigmático, inconstante e indeterminado es el hombre”. Peter Watson comenta que “el objetivo de los relatos de Kafka consiste en transmitir al lector el desequilibrado, incómodo y desconcertante sentimiento que constituye la esencia de la condición moderna”. Kafka, pues, nos enseña de una manera harto descarnada y, a veces, incluso cómica, pero brutal, la realidad del ser humano moderno, que arrojado a la existencia, en un mundo que no asimila, carece de rumbo y orientación. Sus poderosas metáforas nos siguen impresionando hondamente como fiel imagen de lo que somos. La novela titulada El Proceso apunta precisamente a esa incomprensión de lo que nos sucede en este nuestro universo, la ausencia de entendimiento que experimenta Joseph K. al ser detenido e, ignorar, las razones. Kafka expresa aquí ese azoramiento moderno frente a las circunstancias, ¡tantas veces kafkianas! que nos pasan.



[destacate]La sed de sentido presente en todo ser humano apunta a Dios mismo.[/destacate]Y, sin embargo, esto no es todo lo que podemos encontrar en Kafka. Otra obra suya titulada El Castillo, considerada su obra cumbre, y escrita al final de su vida, muestra a un personaje llamado K. (¿Alude al mismo Kafka?, no lo podemos saber seguro) un agrimensor que es convocado a un enigmático castillo (¿recrea Kafka al que corona a la ciudad de Praga?). Y, aunque todo parece carecer de un claro propósito, K. busca denodadamente pertenecer “al gran castillo”, como lo llama Kafka en la novela, formar parte del mismo. Hay oposición pero K. no cejará en su empeño a pesar del obstruccionismo que encuentra. La obra es sumamente compleja, y admite muchas interpretaciones, pero la enconada aspiración de K. por el castillo sugiere esa incesante demanda de significación que caracteriza al ser humano. Y esa sería, precisamente, una de las aportaciones de Kafka a la literatura universal, la de unos personajes que andan desorientados pero que, no por ello se conforman con su situación. Esa sed de sentido presente en todo ser humano apunta a Dios mismo.





[photo_footer]El castillo que pudo inspirar a Kafka en su obra./ José Moreno[/photo_footer]



De hecho, es Dios el que ha puesto en nuestros corazones ese anhelo de El. Como lo expresa el salmista: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”, Salmo 42.1,2. O como decía Agustín de Hipona: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Los vaivenes y vicisitudes que nos suceden en el trascurso de nuestra tantas veces frustrante existencia nos apuntan a El pues solo Dios puede satisfacer integralmente al ser humano. Dios nos convoca a acudir a su presencia y lo hace por medio de su propia Palabra. Esto no puede sorprendernos pues son las Escrituras las que desentrañan y explican las claves de la vida. Esa fue la experiencia del salmista  “Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino”, Salmo 119.105. La Escritura que, a su vez, nos introducen a nuestro Señor Jesucristo, Aquel que nos otorga una nueva identidad por la fe en El. Solo El puede colmar todo anhelo humano de situación y dirección. Y esto lo hace con su propia presencia. Su promesa sigue extendiéndose a todos: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”, Apocalipsis 3.20.


 

 


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