Resulta contradictorio que una sociedad que condena toda violencia contra la mujer, premie con una medalla vencerlas a puñetazos.
Terminaron los Juegos Olímpicos de París 2024, y nos dejaron algunas historias hermosas de superación, múltiples anécdotas, así como varias polémicas. Una de las más destacadas ha sido las medallas de oro en boxeo para Imane Khelif y Lin Yu-ting en peso wélter femenino y peso pluma femenino, respectivamente.
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La controversia estalló al saberse que la Asociación Internacional de Boxeo (AIB) les había prohibido participar en categorías femeninas. Según han ido confirmando distintas fuentes, poseen cromosomas XY y altos niveles de testosterona, lo cual indicaría que son genéticamente varones legalmente registrados como mujeres.
Pero el Comité Olímpico Internacional (COI) se atiene a que sus pasaportes dicen que son mujeres, y por tanto se niegan a realizar más pruebas médicas. Su presidente Thomas Bach llegó a decir que no conoce forma científica de distinguir claramente hombres de mujeres. De ahí que algunos confundieron al principio el caso con los de atletas transgénero, cuando se trata más bien de desórdenes del desarrollo sexual, probablemente deficiencia de 5α-reductasa 2.
En cualquier caso, las mujeres se ven perjudicadas si los varones pueden acceder a sus categorías deportivas, y así lo denuncian plataformas como “Contra el borrado de las mujeres”, la experta en derecho deportivo Irene Aguiar, o feministas mundialmente conocidas como J.K. Rowling.
El caso resulta más preocupante al hablar de deportes de contacto físico y lucha, donde no solamente está en riesgo la competición, sino la salud o incluso la vida de las participantes. Ya ha habido casos de deportistas seriamente lesionadas. Resulta contradictorio que una sociedad que condena toda violencia contra las mujeres, premie con una medalla vencerlas a puñetazos.
Para añadir más contexto, el biólogo Richard Dawkins denunciaba la semana pasada que censuraron su perfil de Facebook a raíz de sus publicaciones en X (antes Twitter) sobre Imane Khelif. Tuiteó que los boxeadores genéticamente masculinos como Imane Khelif (XY indiscutible) no deberían pelear con mujeres en los Juegos Olímpicos.
Dawkins, sin menoscabo del respeto que merecen todas las personas, y abierto siempre al debate, considera anticientíficas las ideologías modernas que intentan difuminar las definiciones de varón y hembra, o niegan que en la especie humana hay dos sexos inmutables.
Otro biólogo evolucionista ateo, Colin Wright, fundador y editor de “Reality Last Stand”, defiende estas mismas ideas: el sexo es binario, no un espectro, no se puede modificar, y negarlo pone en peligro la Ciencia, la seguridad de las mujeres, la salud de menores y la libertad de expresión.
Para poder dirigir estas publicaciones, tuvo que contratar abogados que le defiendan de diversas acusaciones.
Afirmar que alguien con cromosomas XY y testículos es un hombre puede ser considerado discurso de odio, y ser castigado por la ley en varios países occidentales, incluido el nuestro.
La palabra mujer es sustituida por “persona menstruaste”, “persona gestante” u otros términos, en medios oficiales.
Feministas contra el borrado de mujeres denuncian que las administraciones eliminan el indicador del sexo en formularios. En Reino Unido, los sanitarios británicos tendrán que preguntar a los hombres si están embarazados antes de una radiografía, según noticias de esta misma semana. Profesores universitarios como José Errasti han sido boicoteados y amenazados por la autoproclamada “furia trans” e “inqueersición”, por escribir libros como “Nadie nace en un cuerpo equivocado”. El partido feminista fue expulsado de Izquierda Unida bajo acusaciones de “transfobia”, por su posicionamiento sobre el transgenerismo.
La pregunta “¿Qué es una mujer?” ha pasado de ser algo evidente a ser una cuestión controvertida y difícil de responder para mandatarios y juristas de distintos países occidentales, incluido el nuestro. No se trata meramente de que el emperador está desnudo y nadie se atreve a decirlo: es que quien se atreva a decirlo se expone a sanciones de todo tipo.
Y no es un error marginal: es parte integral de la causa abanderada por países occidentales, la UE y la ONU como defensa prioritaria de “derechos humanos”, pudiendo entrar en conflicto y pasar por encima de la libertad religiosa, e incluso la patria potestad sobre los hijos.
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¿Cómo nos afecta esto como evangélicos? Los cristianos debemos decir la verdad sin temor, y con amor. Si nuestra sociedad cambia las definiciones más básicas de qué es un ser humano, qué es un hombre, una mujer, la familia, los derechos humanos, y el pecado, las libertades de conciencia y de expresión están amenazadas, no solamente para predicar el Evangelio.
Debemos preocuparnos por las víctimas inocentes que trae la confusión de apartarse de los principios bíblicos, especialmente las mujeres y los menores indefensos.
Por otra parte, darse cuenta del nivel de delirio colectivo actual ha llevado a ateos como la activista Ayaan Hirsi Ali (discípula de Dawkins) a acercarse a la fe. Así que, a diferencia del mundo, no debemos perder la calma ni la compasión por quienes nos difaman y persiguen, sino que somos llamados a persuadir con la verdad, soportando pacientemente la burla y el desprecio por parte de aquellos a quienes queremos rescatar del error, sabiendo que Dios nos rescató a nosotros sin ser mejores que nadie, y que la meta última no es tener bien las definiciones científicas y teológicas, ni mejorar la sociedad actual (por bueno y necesario que esto sea), sino un corazón transformado por Jesús, en relación con Él.
Al final, la Verdad triunfará, toda rodilla se doblará y toda lengua le confesará. Eso no hay ceremonia olímpica que lo iguale.
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