Lo más importante del testimonio de Hebreos es la comprensión de la inefable gloria de nuestro Señor Jesucristo que, por medio de su Persona y su ofrenda, nos ha otorgado la salvación a los que no la merecíamos.
Uno de los escritos más valiosos que contiene el Nuevo Testamento es la Epístola a los Hebreos. Fue dirigida a cristianos que venían de un trasfondo judío, y que estaban siendo acosados por su fe en Jesus de Nazaret como el Mesías prometido a Israel. Posiblemente, fuera escrita antes del año 70 de la era cristiana, fecha de la destrucción del Templo de Jerusalén. Este acontecimiento habría sido mencionado en la Epístola si hubiera tenido lugar, ya que hubiera confirmado la argumentación de la carta en la que se defiende que la obra de Jesús, el Cristo, puso fin al sistema sacrificial judío. El autor de la Epístola da a entender en un pasaje como Hebreos 10.1,2, que en el momento en el que escribió su carta los sacrificios judíos se seguían ofreciendo.
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La importancia de la Epístola a los Hebreos reside en que describe el hondo significado de los hechos históricos relativos a la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Lo hace comparando la ofrenda de Cristo en la cruz con las que presentaban los sacerdotes en el tabernáculo y, posteriormente, en el Templo. El punto central de su argumentación es que la incesante repetición de esos sacrificios por parte de esos sacerdotes mostraba que no podían “quitar los pecados”, 10.11. El tabernáculo, y todo el culto a Dios que allí se celebraba, era un símbolo y sombra que apuntaba al único que verdaderamente podía perdonar nuestros pecados, nuestro Señor Jesucristo. Y este, como Sumo y final Sacerdote es el que puso punto y final a aquellas ofrendas que no podían auténticamente quitar el pecado. Esto solo lo pudo realizar nuestro Señor Jesucristo por medio de su propio sacrificio en la cruz del Calvario.
Son incesantes las veces que la Epístola se refiere a ese sacrificio del Hijo de Dios encarnado. El texto destaca la voluntariedad del sacrificio de Cristo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”, Hebreos 10.9,10. Asimismo se destaca que este sacrificio, por ser el del Dios encarnado, es único e irrepetible. No admite actualización alguna: “pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”, Hebreos 9.26 o “así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”, Hebreos 9.28. Sabemos que es un sacrificio que no puede ser renovado e incesantemente reproducido porque el autor de la Epístola añade que Cristo: “habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” 10.12. Es decir, su ascensión al cielo “para presentarse ahora por nosotros ante Dios”, Hebreos 9.25, demuestra su carácter único. Esto significa y este es el tema de Hebreos que, ahora, sobre la única base de ese sacrificio de Jesucristo, tenemos perdón de pecados y vida eterna en su nombre. Así lo expresa Hebreos: “Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”, Hebreos 10.16-18. Hay ahora, un perdón real y efectivo por medio de la sangre derramada en la cruz.
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Pero, de alguna manera, estamos familiarizados con la idea del perdón del pecado o la remisión del mismo. Por eso es interesante reflexionar sobre la manera peculiar que tiene Hebreos de referirse a los efectos de su sacrificio único e irrepetible de la cruz: “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”, Hebreos 10.14. Este modo de hablar resulta chocante para nosotros. He aquí dos palabras, perfectos y santificados, cuyo uso común actual puede equivocarnos a la hora de entender lo que quiere comunicar el autor de Hebreos.
La palabra perfección aquí no alude a ser moralmente intachables, esto sucederá algún día en el cielo nuevo y tierra que Dios ha preparado para los que le aman, pero en Hebreos indica la inquebrantable aceptación que disfruta todo creyente en Cristo a la diestra de Dios donde Cristo se encuentra ahora. Por eso, la epístola reitera frecuentemente que la ascensión de Cristo y su posición delante de Dios es la prueba de nuestra aprobación por parte del Padre: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”, Hebreos 8.1,2. Y es que ese exaltado lugar que ocupa nuestro Sumo Pontífice implica el constante perdón de todas nuestras transgresiones y maldades ya que, a diferencia de los sacerdotes judíos que morían, Cristo ahora vive para siempre allí para interceder por nosotros. Por eso, Dios dice que: “... seré propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”, Hebreos 8.12, es decir, que tenemos un acceso inmediato y permanente a Dios con una limpia conciencia, pues sabemos que nuestros pecados no son ya más una barrera entre Dios y nosotros.
En cuanto a los santificados, Hebreos se refiere al sentido lato del término santificar, que no es hacer puro o sin mancha a alguien, sino principalmente, separarlo y consagrarlo a Dios. Nosotros que estábamos muertos en pecado, somos ahora llevados a la presencia de Dios en paz con El exclusivamente por el derramamiento de la sangre de Cristo. Santificar aquí es apartar para Dios. Es decir, somos dedicados a Dios exclusivamente sobre la base de la obra que Cristo realizó voluntariamente en la cruz: “somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”, Hebreos 10.10.
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Por ello, lo fundamental de esta frase de Hebreos “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”, es notar como nos lleva a apreciar la magnitud de la obra de Cristo en la cruz, por efectos tan extraordinarios como son que a los ojos de Dios seamos ahora perfectos y estemos santificados. Por consiguiente, lo más importante del testimonio de Hebreos es la comprensión de la inefable gloria de nuestro Señor Jesucristo que, por medio de su Persona y su ofrenda, nos ha otorgado la salvación a los que no la merecíamos. Hebreos recalca igualmente que es precisamente por el infinito y eterno valor de la obra de Jesucristo, la ofrenda del Dios-Hombre, que solo por la fe podemos ser salvos. La fe es reconocer que en nada podemos contribuir a nuestra salvación. ¿Qué podríamos añadir a una obra como la de Cristo? Solo su obra es perfecta y es de tal calado que solo la misma nos puede salvar. La fe es, por tanto, descansar en esa obra tan magnífica de Cristo para ser salvos. Ser cristianos es adorar y admirar a nuestro Señor Jesucristo, al reconocer en su obra en la cruz el único camino de salvación. Por tanto, ¡Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo!
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